No es para cantar victoria pero sí para alegrarse, al menos por el momento. El último arrebato de los dueños del poder y del dinero para condicionar al gobierno de Cristina Kirchner, tras las contundentes cifras electorales del 23 de octubre, resultó un fracaso.
Luego de la reacción oficial que introdujo mayores controles a la compra de dólares, la “corrida bancaria” alentada por el sector más conservador de la economía y sus diarios acabó cediendo. El viernes 28 de octubre, el Banco Central tuvo que vender U$S 350 millones. Una semana después, el mismo día que la presidenta se reunió con Barack Obama en la cumbre francesa del G-20, se deshizo de apenas U$S 30 millones para contener el precio de la divisa estadounidense, que se mantuvo en $ 4,27 por unidad.
La semana, aunque agitada, tuvo su costado didáctico. Entre otras cosas, porque fue un ejercicio colectivo de memoria histórica. Una vez más, quedó probado que una parte del poder se debate en las urnas y otro tanto en las pizarras de la City. No importa qué tan holgado haya sido el triunfo de Cristina: el establishment se pronuncia todos los días a través del lenguaje duro e implacable de las finanzas y sus derivados. Algunos habrán recordado, seguramente, las denuncias de Raúl Alfonsín sobre el “golpe de estado económico” que aceleró su entrega del mando. Otros, quizá, el ultimátum que José Claudio Escribano le hizo a Néstor Kirchner cuando estrenaba el sillón de Rivadavia. Los más jóvenes, el lockout agropecuario con apoyatura mediática de 2008, a sólo cuatro meses de la primera asunción de Cristina. Salvo en la década de 1990, con Carlos Menem y Domingo Cavallo –dúo que se regodeaba en complacerlo–, el poder económico siempre se las arregló para delimitar su territorio frente a cualquier acechanza democrática. Es cierto, detrás de la fuga de divisas que lastimó las reservas del país, hay de todo: empresarios nacionales que quieren una devaluación, empresarios nacionales y extranjeros que no digieren la reelección, empresarios extranjeros que remiten utilidades al exterior por presión de sus casas matrices y también particulares que eligen el dólar como reserva de valor ante un impreciso cambio de reglas por impacto de la crisis mundial. Nada raro: la habitual fauna especulativa que eufemística y fantasmalmente se hace llamar “los mercados” haciendo de las suyas. Lo novedoso, en la experiencia de la última semana, es que enfrente encontraron un Estado que no se dejó llevar por delante, lo que es muchísimo. El Ejecutivo reaccionó primero con la firma de un decreto por el cual petroleras y mineras deben liquidar de ahora en más sus dividendos en la Argentina. Luego, interviniendo en la compra-venta de dólares, respetando el derecho individual a atesorarse en la moneda estadounidense –parte de una subcultura económica que atraviesa a todas las clases sociales–, pero ralentizando la operatoria por vía de controles fiscales nada laxos, es cierto, pero de indudable cuño legal que despejan dudas sobre la acusaciones de “chavización” del gobierno. Si el éxito de una medida se mide por su grado de eficacia, con sólo mirar los números puede afirmarse que esta fue una decisión acertada.
No fue, sin embargo, la única señal oficial de mando férreo sobre las finanzas. La otra es la quita de subsidios a la luz, el agua y el gas que consumen bancos, financieras, casinos y aeropuertos, entre otros rubros un tanto insólitos, que permitirá un ahorro de $ 600 millones anuales. Si bien el equilibrio fiscal fue siempre una impostura de la derecha empresaria y política, desconocer que el kirchnerismo tiene una visión propia sobre el asunto desde su origen ligada al manejo racional de los recursos desde una perspectiva distributiva, sería ver sólo la parte medio vacía del vaso. La anunciada revisión de las subvenciones estatales a los servicios públicos, con criterios de equidad social y sin traslado a las tarifas, suena a algo más bien difícil de implementar, pero hay que admitir que empezó como debía: quitándoselas a los que no las necesitan. Habrá que ver cómo sigue, sin perder la perspectiva sobre lo hecho por el gobierno en los últimos años y sin atarse a los prejuicios y a la histeria que proponen los diarios hegemónicos.
El frente político, mientras tanto, continúa siendo generoso con el oficialismo. Gran parte del mérito es propio, aunque la oposición aportó lo suyo luego del desconcierto en el que se hundió tras el golpe electoral. El radicalismo analiza reformar su carta orgánica para reinventarse desde las cenizas, el peronismo anti-K agoniza por las deserciones y el macrismo está entrando, paulatinamente, en una fase de descomposición por acumulación de escándalos. El llamado a indagatoria judicial a Duran Barba, gurú y mano derecha de Mauricio Macri, por la campaña sucia contra Daniel Filmus, amenaza con dejar al descubierto un entramado de espionaje que horrorizaría a los periodistas que investigaron el Watergate. Al uso de herramientas tecnológicas enmascaradas como falsas encuestas para manipular la decisión del electorado, hay que sumar la clasificación ideológica de vecinos de Belgrano, Villa Urquiza, Saavedra, Coghlan y Vicente López, en lo que podría constituir ya no una falta a la Ley Electoral sino al Código Penal que castiga la inteligencia interior. La jueza Romilda Servini de Cubría tiene peritajes que complican severamente al consultor ecuatoriano y sus socios; y evidencias muy concretas y preocupantes para el entorno de Macri sobre el financiamiento global de esta operatoria canalla. ¿Se usaron fondos públicos? La respuesta hay que buscarla en la desesperada reacción de Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gabinete PRO, que en el programa A dos voces, que se emite por la señal oficialista (del macrismo) TN, ante una tibia pregunta sobre el caso, abrió grandes los ojos y atinó a decir: “Filmus es un mentiroso, Filmus es un mentiroso”, como si el sentado en el banquillo fuera el senador del FPV y ex candidato a jefe comunal porteño y no él, que firmó los contratos millonarios a favor de empresas ligadas a Duran Barba, a las que dijo no conocer en durante una conferencia de prensa que vio medio país. Casualmente, son las mismas empresas involucradas en la maniobra que intentó asociar al padre de Filmus con Sergio Schoklender. Comentario obligado: causó estupor en la profesión periodística que Clarín omitiera informar en un primer momento sobre el llamado a indagatoria a Duran Barba. Recién lo hizo, en su edición impresa, 48 horas después de producida la noticia que, obviamente, reflejaron todos los medios con un día de anticipación. La revelación de Tiempo Argentino sobre el asesoramiento del ecuatoriano a Clarín en el affaire Papel Prensa quizá explique esta protección antiperiodística, en sintonía con el blindaje mediático que le brindan a Mauricio Macri.
Con la oposición desdibujada, las mayores preocupaciones del kirchnerismo gobernante provienen de sus propios aliados. El mismo día que Cristina Kirchner se reunía con la titular de la Confederación Sindical Mundial, que la elogió por sus políticas públicas en defensa del empleo, Pablo Moyano reclamó airadamente una suba del mínimo no imponible de Ganancias y adelantó una movilización para diciembre del Sindicato de Camioneros. El reclamo es viejo, lo novedoso, en este caso, es que la presidenta había viajado a Cannes junto a Hugo Yaski, de la central alternativa CTA; y Gerardo Martínez, titular de la UOCRA y rival interno de Hugo Moyano, a quien aspira a suceder al frente de la CGT. Hace rato que el diálogo entre el Ejecutivo y el líder camionero padece averías, algunas incomprensibles, agudizadas tras la muerte de Néstor Kirchner. Unos y otros se reprochan cosas, con algo de razón de cada parte. Pero cada vez que Moyano reclamó en público a la presidenta, lejos de arrimar soluciones, se ganó su gélida distancia. No fue una buena estrategia la suya: en todo el proceso que llevó a Cristina a ganar con el 54% de los votos, actuó más como gremialista que como político. El gremialista pelea por su sector, el político por el bien común. Son dos visiones, no necesariamente antagónicas, pero sí distintas. Esto es tan cierto como que los candidatos que se alistan para remplazarlo en la CGT como sindicalista oficial cargan con mochilas oprobiosas: el que no fue informante de los servicios de la dictadura se prestó al remate del patrimonio nacional en los ’90. Ni al gobierno ni a Moyano les fue mal en el pasado, cuando llegaron a entenderse bien. Parecen empeñados, ahora, en remarcar sus diferencias: si Cristina critica al duhaldista “Momo” Venegas porque corta la Ricchieri, Moyano sale a defender la protesta. El tiempo le dará la razón al que se equivoque menos de los dos.
Finalmente, Cristina habló en el G-20 y se reunió con Barack Obama. La relación con los EE UU progresa tal como se preveía: hay acuerdos en las áreas de seguridad y lucha antiterrorista, y no los hay tan fluidos en materia económica; no, al menos, como los que existen con otros países. El discurso de la presidenta, en el que habló del “anarco-capitalismo financiero” y apeló a la inclusión social antes de que los pueblos indignados hagan tronar el escarmiento, a Obama le sonó “apasionado”. En realidad, lo fue. Para los estadounidenses, sin embargo, el calificativo puede no ser tan elogioso como uno supone. Cristina se reveló como una voz poderosa y nítida de los países emergentes. Su llamado a construir un “capitalismo serio”, rodeada de Obama, Merkel, Sarkozy y Cameron, es decir, los mandamases de un capitalismo que lo único que tiene de serio es su propia y aguda crisis, logró el efecto esperado: destacarla del resto y oxigenar un poco a ese club anacrónico de dictadores de las finanzas que insiste con avanzar a paso lento pero firme hacia un verdadero precipicio.
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http://www.elargentino.com/nota-165629-Un-ejercicio-colectivo-de-memoria-historica.html
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