Había una vez un país muy lejano, ubicado en el
Fin del Mundo. Un Reino que era parte de un continente plagado de
infranqueables montañas, frondosas selvas, misteriosos bosques, refulgentes
desiertos e interminables llanuras. Surcado de caudalosos ríos y rodeado de
indomables mares.
El país estaba gobernado por una reina electiva
cuyo mandato terminaba a fin de año, y no podía ser reelegida –pese a contar
con simpatías populares para ello- por mandato constitucional. Esta reina
republicana estaba acompañada por un poder judicial aristocrático y monárquico,
una Corte de cinco miembros que se jubilaban a los 75 años, aunque la propia
Corte había puesto a uno de sus miembros por encima de la Constitución, al
excluirlo de dicha obligación. El argumento era que el Juez Carlos había sido
nombrado antes de dicha ley… había sido nombrado antes de muchas cosas, porque
el venerable anciano peinaba 97 primaveras… más 97 inviernos, 97 otoños y 97
veranos. Dicen las malas lenguas que dicho experimentado magistrado fue
compañero de colegio de José de San Martín y Simón Bolívar. Otros, más audaces,
susurran que le cambiaba los pañales a Adán y Eva…
Eran cinco indiecitos…
El benjamín de la corte, el Juez Ricardo,
ejercía la Presidencia
de la misma desde 2007, aunque algunos dicen que aspira a presidir cosas más
importantes. El juez Juan, de 65 años, y la Jueza Elena, de 72, tenían
preocupantes problemas de salud. Mientras que el quinto miembro, el Juez
Eugenio, que siempre miraba con simpatía las decisiones de la reina, era una
persona muy recta que renunció al llegar a la edad máxima de 75 años, dejando a
la Corte con un
miembro menos.
Eran cuatro indiecitos…
Los Barones del Senado, que debían analizar si daban su
acuerdo a quien fuera el candidato a reemplazar a Eugenio, anunciaron de inmediato
que iban a rechazar a todo candidato que se les presentase. Deseaban dejar a la
corte mutilada durante un año, especulando con mejorar su posición en las
elecciones de octubre. Esta curiosa declaración no despertó ninguna reacción en
los indiecitos restantes, que aceptaron pasivamente la inconcebible demora…
En medio de estas discusiones, el Juez Ricardo
se hizo reelegir 8 meses antes de finalizar su mandato, y con una Corte
mutilada, lo que despertó una fuerte polémica y duras críticas de los Barones
más cercanos a la Reina.
En pleno ajetreo apareció el Mago Horacio,
quien utilizó su bola de cristal para descubrir que el Juez Carlos llevaba más
de un mes enclaustrado en su Castillo, que su memoria no era la que tenía
tiempo ha, y que la acordada de reelección de Ricardo presentaba entonces
serias irregularidades.
Ante el nuevo escandalote el Barón Aníbal afiló
su espada, atusó el bigote, y solicitó que el venerable anciano hiciera una
aparición pública para demostrar su estado real de salud… -y demostrar si
realmente estaba en este reino-. Los Barones opositores se abroquelaron
indicando que preguntar si el magistrado estaba vivo y lúcido era un ataque a
la soberana Corte. El juez Ricardo anunció que no asumía, luego que renunciaba,
luego que no había dicho nada, luego que se iba al reino de Vaticania, luego
que no se iba nada, nada, nada, y luego dijo que afirmaba que no estaba
diciendo lo que estaba diciendo…
El Barón Aníbal, con su espada reluciente y sus
bigotes peinados, volvió a inquirir acerca del extraño documento firmado por
una persona que no se sabía si existía realmente, y solicitó al venerable
anciano que al menos saliera al puente levadizo de su Castillo e hiciera algo,
yo que sé… … … ponele comentar el Boca-River…
Entonces empezaron a desfilar los alfiles. El
abogado de Carlos, de nombre Jorge, señaló que el magistrado se iba a quedar
“diez años más” (¿107 años? ¡Coño!), luego reculó diciendo que “aguantaría”
hasta el 10 de diciembre (claro, no quiere abandonar a la reina… es un dulce el
viejito), y que un juez no es una persona sino un equipo, por lo que no
necesita redactar las sentencias, ni ir a la Corte, y que puede firmar en cualquier lado y en
cualquier estado… no se animó, afortunadamente, a decir que incluso puede firmar
otro…
También apareció la Princesa Graciela,
anciana hija del Juez Carlos, señalando rápida y sucintamente que su padre estaba
“VIVO, lúcido, trabajando” y que era “inteligente y responsable”. No aclaró
cuánto hacía que no lo veía, ni brindó testimonio directo de experiencias
personales recientes con su progenitor que nos aclararan su estado… … … Eso si,
habló con insistencia de su refugio de animales… tiene 240 perros, limpios y
castraditos, listos para ser adoptados… 0800-PrincesaGraciela
¿Eran 3 indiecitos?... Nadie lo sabe realmente…
seguimos esperando que Carlos comente el Boca-River, nos cuente la peli que vio
el domingo, o el último libro que leyó… Entre tanto alguien, en algún lugar del
reino, sigue firmando sentencias… Será Justicia.
Colorín, colorado… este cuento NO ha terminado…
Adrián Corbella
9 de mayo de 2015
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