La alianza de conservadores y ultraconservadores que gobierna Israel mostró que está dispuesta a transgredir normas internacionales de convivencia con sus principales aliados de Europa y Estados Unidos. Es un grupo con posiciones agresivas y juega fuerte adentro y afuera de su país. Pero esas transgresiones tienen un alto costo que se irá verificando en las relaciones de Israel con sus principales aliados occidentales. Por primera vez un gobierno israelí ha sido muy criticado en la política interna norteamericana. Y los gobernantes europeos ya miran con desconfianza a una dirigencia israelí que genera malestar entre sus ya inquietas minorías islámica y judía.
Netanyahu fue invitado por la derecha republicana de Estados Unidos para criticar el posible acuerdo nuclear que evitaría la guerra entre Irán y Occidente. Para el dirigente israelí ese acuerdo es nefasto. Y ya dijo que su gobierno hará cualquier cosa para bloquearlo. En su discurso para impedir el acuerdo de paz, Netanyahu afirmó que Irán había “bombardeado” la Embajada de Israel y la sede de la AMIA en Buenos Aires.
Mientras Netanyahu hacía acto de presencia en el Congreso norteamericano, otro acuerdo con Irán para avanzar en el esclarecimiento del atentado a la AMIA –que había sido rechazado y criticado por la cancillería israelí– se había convertido en un bombazo que corría dramáticamente el eje del debate político en la Argentina. Si este gobierno israelí no midió las consecuencias de provocar abiertamente a Washington aprovechándose de sus contradicciones internas para generarle turbulencias de gobernabilidad, nada impide pensar que, en la relación con otros países con menos poder, su audacia haya podido multiplicarse.
Es difícil discernir si ese interés del gobierno conservador israelí por mantener viva la confrontación con Irán fue determinante o sólo condicionante para que, con la denuncia y posterior muerte del fiscal Alberto Nisman, el memorándum se saliera repentinamente de sus dimensiones naturales y se convirtiera en un factor de grave riesgo de desestabilización. No son hechos aislados ni casuales y tienen algún grado de relacionamiento.
El desarrollo del tema memorándum-Nisman fue inexplicablemente vertiginoso. La denuncia contra la Presidenta y el canciller fue inesperada hasta para el entorno del fiscal. No hubo desarrollo previo, un debate, una aproximación polémica que explicara que Nisman recurriera en forma intempestiva al máximo nivel de acusación al que puede llegar un fiscal. Podría haber buscado formas intermedias o un desarrollo más progresivo o escalonado de la causa, pero evidentemente buscó provocar la mayor conmoción en un momento determinado aunque contara con pocos argumentos. Resulta sospechoso que en forma repentina resurgiera el tema del memorándum (no del atentado a la AMIA) y que, de la noche a la mañana, se convirtiera en una acusación contra la Presidenta y el canciller. El tema del memorándum se había desplazado a un segundo plano de la agenda política argentina y se reactivó abruptamente cuando Obama empezó a negociar un acuerdo nuclear con Irán.
Resultan contradictorias las explicaciones sobre el retorno de Nisman de sus vacaciones. El apuro por volver, el apuro por presentar la denuncia. Una denuncia de papel maché, preparada en poco tiempo, con afirmaciones contradictorias en su desarrollo y con escuchas que ni siquiera habían sido desgrabadas.
Cuando Obama priorizó la guerra contra Al Qaida y el Estado Islámico, se inclinó por un acuerdo nuclear pacífico con Irán. Mientras comenzaban las trabajosas discusiones, el lobby de los conservadores israelíes y la derecha republicana rechazaron la negociación y exigieron el aumento de las sanciones contra ese país. Mientras en Estados Unidos se iba conformando este escenario, el 12 de enero Nisman regresaba a todo vapor a la Argentina. Y presentaba su resonante denuncia a pesar de que venía preparando otros dos escritos para que el gobierno argentino pidiera la intervención del Consejo de Seguridad para capturar a los iraníes acusados por el atentado. Nisman descartó estos escritos, que hubieran generado alguna repercusión mundial, pero que hubieran sido vetados por algunos de los miembros permanentes. Y prefirió la denuncia contra la Presidenta. Son tres escritos cuyos contenidos se contradicen entre sí. En dos respalda la política del Gobierno, aunque tiene observaciones sobre el memorándum. El tercero es el texto de la denuncia contra la Presidenta. Desde el punto de vista judicial es imposible entender que los tuviera al mismo tiempo. Solamente se entiende esa situación desde una lógica política: había diseñado tres cursos de acción y especulaba con los escenarios políticos para elegir alguno. Las tres iniciativas reflejan que buscaba más un efecto político que judicial.
La denuncia contra la Presidenta tuvo algún eco mediático internacional, pero de baja intensidad. El titular que sí tuvo resonancia mundial, sobre todo en Estados Unidos, fue: “Un fiscal apareció muerto cinco días después de presentar una denuncia contra la Presidenta argentina”. La falta de pruebas dejó de importar. Si lo habían matado por ella, seguramente la denuncia tenía peso y se confirmaba la influencia de Irán en la región.
Son escenarios que confluyen y hasta tienen cierta sincronía. Se ven los movimientos pero no la tramoya ni los mecanismos, que a lo mejor tampoco existen y se trata de simples coincidencias. Se esperaba, como lo hizo, que Obama desafiara a la oposición y defendiera el acuerdo con Irán. Los republicanos estaban dispuestos a hacer valer su control del Capitolio. El informe sobre el Estado de la Unión fue el 20 de enero y una semana después, el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Bohener, informó que invitarían a hablar el 3 de marzo en el Congreso a Netanyahu sin consultar al presidente. Por consideración a su colega, Netanyahu tendría que haber rechazado la invitación. Pero en realidad se trataba de un cuadro ya previsto, incluyendo el desaire a Obama. La derecha israelí juega fuerte. Obama hizo saber que no se reuniría con el provocador visitante porque no quería que se interpretara como un respaldo a los conservadores para las elecciones en Israel.
Mientras en Estados Unidos se desplegaba esta sucesión de golpes contra Obama sincronizados por las derechas de ese país y de Israel para obstaculizar cualquier acuerdo que frene la guerra con Irán, en la Argentina el tema memorándum-Nisman entraba en su apogeo con la masiva marcha del 18F, el fallo del juez Rafecas que desestimó la denuncia, la inmensa movilización del kirchnerismo el domingo 1º de marzo y el discurso de Cristina Kirchner, uno de cuyos ejes fue este tema. Netanyahu habló en el Capitolio dos días después, el 3 de marzo.
Ni a la imaginación más febril de la política local se le hubiera ocurrido que el tema central del debate en la Argentina en los tres primeros meses del año electoral sería el memorándum de acuerdo con Irán, que para todos los efectos ya no tiene ninguna importancia porque Irán nunca lo aprobó y en mayo del año pasado fue declarado inconstitucional en la Argentina. Y este tema tan inesperado eclosiona aquí en clave de desestabilización y en sincronía sorprendente con una contienda desopilante entre republicanos y demócratas norteamericanos con la intervención desembozada y agresiva del presidente de un país extranjero que fue llevado por los republicanos para confrontar con Obama. El tema central para los republicanos y el gobierno israelí es la guerra contra Irán.
Llaman la atención estos dos fenómenos: la forma en que se reactiva aquí un tema ya secundario como el memorándum y su simultaneidad con una crisis internacional en la que la Argentina no tiene ningún interés. Y no se puede decir más que eso, que es una cronología llamativa, que no resulta natural y que sugiere puntos de contacto, algún entrecruzamiento, servicios de inteligencia, o algún tipo de presión o actitudes inducidas con sobreinformación y manipulación. Quizá ni se puede hablar de un plan, quizá sólo fue un disparador y la secuencia se generó por la inercia de los hechos. No se puede hablar de roles ni responsabilidades, pero es inevitable observar en el centro de ese negro remolino la figura trágica del fiscal Nisman que, si estuviera vivo, quizás hubiera podido aclarar algunos de estos interrogantes.
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