El muchacho entró a la
academia miliar sólo por casualidad, por una circunstancia del destino,
como excusa para realizar un sueño. En realidad él quería era estar bajo
las órdenes y la formación de un famoso pelotero que allí dirigía, y de
ese modo realizar su gran ilusión, ser lo que un día le juró al alma de
su ídolo recién fallecido: Seré como tu Látigo Chávez, el más grande lanzador de Venezuela. Te lo juro. Y de ahí a las grandes ligas –deliraba-, sólo un paso. Pero lo sueños llegan como la lluvia.
¡Llegan! Y en el centro del inmenso patio de la Academia lo fulminó la
mirada severa de Bolívar, la melancolía de su gesto de héroe que veía
que como que su obra había quedado a medias, muy a medias. Y el sueño
del amor a la patria pero el de verdad verdad -no el del discurso manido
que nada dice y menos significa-, el de sacrificarlo todo si es el caso
por ella, llegó como la lluvia. Y el muchacho con la misma fuerza y
pasión con la que quiso ser pintor en su infancia y beisbolista en su
adolescencia, decidió ser soldado. Sólo que esta vez siendo tan en serio
como las anteriores, sí era definitiva.
Pero sentía pena. Traía entre pecho y espalda un profundo dolor, el de la traición que sentía había cometido. Era preciso exorcizar el demonio del falso juramento, la promesa incumplida; y en la primera ocasión en que pudo salir por breve tiempo de la academia, caminó y caminó y caminó hasta el cementerio, y allí postrado ante la tumba de Isaías el Látigo Chávez - 1945 - 1969 - le pidió perdón por no seguir sus pasos, por defenestrarlo del pedestal donde lo había entronizado como norte de su vida. Pero no te sientas mal Latiguito, que la traición fue por amor a la Patria.
“Los Sueños llegan como la lluvia” es un hermosísimo documental donde sin las imposturas y artificios propios y válidos en las artes audiovisuales, el presidente Chávez habla de si mismo, cuenta su historia. Que es bellísima, pero además, es una página de la Historia. En el breve espacio de 35 minutos, el desprevenido que aborde la para algunos excéntrica personalidad del Presidente, el lego que desee encontrar algunas de las claves del autor de la formidable conmoción ocurrida en NuestraAmérica, las encuentra.
Como un muchacho que recordara las pequeñas anécdotas de su infancia, esas que todas y todos tenemos pero que por no haber estado la gloria esperándonos en alguna ensenada del camino quedan escondidas en el bargueño de nuestras nostalgias, en el caso del presidente Chávez resultan siendo los primeros nudos de una urdimbre, obra que cambiaría para bien la vida de millones de hombres y mujeres y con ella el destino –por lo pronto- de su pueblo -por ahora-, de su patria.
El niño fue bautizado Hugo Rafael, y valga la reivindicación de este nombre, porque es el del niño y el adolescente de que trata el relato de “Los sueños llegan como la lluvia”, sus vivencias primeras en la amada Sabaneta acunado en el regazo de la abuela Rosa Inés, bajo la tutela del padre maestro y afro descendiente, de la madre maestra y catira, sus pasiones iniciales por la pintura y el beisbol. Ello adobado con el olor a boñiga fresca en el cálido campo barinense y la lectura empeñosa de la enciclopedia que el padre un día llevó al hogar. Todo lo cual, por esa alquimia inefable de la vida, es lo que explica al después líder y caudillo el Comandante Chávez; un poco de Allende, otro tanto del Che Guevara, una pisca del padre Camilo Torres y reminiscencias de Juan José Torres y Jacobo Árbens. Por eso su patria es la latinoamericana, la grande, la trazada por el genio de Bolívar en su delirio en el Chimborazo y por su émulo Martí.
Es entonces ese nombre Hugo Rafael el que resaltamos, porque aunque Chávez ya es un grito, una consigna, el santo y seña con el que el viajante que llega advierte al posta soy su amigo no dispare, y es también a la manera de un gentilicio de pertenencia a una patria común, ese Chávez es también como un epíteto con el que la oligarquía de mi país señala al Presidente. Por eso, porque no los he oído nunca decir con saña el nombre de Hugo Rafael, es por eso me quedo con este como el refugio al que sólo acceden los amigos, y que remite al territorio perdido de la infancia donde las cosas del hombre de después encuentran explicación. Paraje al que no han osado los energúmenos.
Y es que en Colombia no le perdonan al Presidente haber roto esa sagrada tradición que para los desde siempre dominadores significaba la sumisión total y absoluta de nuestro suelo a los intereses imperiales. Sumisión de tan espléndida rentabilidad para sus hacedores, de tan tristes réditos para el sometido. Resuena y atruena entonces la sentencia del padre Libertador, mantenida a la sordina por los favorecidos con la traición: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia…”.
Es que el nombre Chávez refiere el que es hoy. En cambio el de pila es el de siempre, como lo llaman en la casa, como le decían sus amigos de Sabaneta. En mi país donde el Comandante es rabiosamente odiado por la oligarquía, además del Chávez despectivo, es también el de mulato como si el Presidente no reivindicara con honor su padre afro descendiente; el degradado de Coronel como si aquí la burguesía no se postrara de rodillas ante ese rango; el de dictador, ellos que legitiman sus presidentes aún los autores de crímenes atroces porque fueron “elegidos por el pueblo”; y por último, ya como un insulto carente de razones en el que se regodean día y noche las empresas periodísticas, el de loco, alienado, insensato. Y ya se ha dicho, algo de esto ha de haber en quien emprenda tan portentosa como temeraria tarea. Locura iluminada en todo caso y que habrá de disculpar el tiempo. Porque como nos lo recordó Hugo Rafael, él también como Bolívar, espera mucho del tiempo. “Su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados.”
Pero sentía pena. Traía entre pecho y espalda un profundo dolor, el de la traición que sentía había cometido. Era preciso exorcizar el demonio del falso juramento, la promesa incumplida; y en la primera ocasión en que pudo salir por breve tiempo de la academia, caminó y caminó y caminó hasta el cementerio, y allí postrado ante la tumba de Isaías el Látigo Chávez - 1945 - 1969 - le pidió perdón por no seguir sus pasos, por defenestrarlo del pedestal donde lo había entronizado como norte de su vida. Pero no te sientas mal Latiguito, que la traición fue por amor a la Patria.
“Los Sueños llegan como la lluvia” es un hermosísimo documental donde sin las imposturas y artificios propios y válidos en las artes audiovisuales, el presidente Chávez habla de si mismo, cuenta su historia. Que es bellísima, pero además, es una página de la Historia. En el breve espacio de 35 minutos, el desprevenido que aborde la para algunos excéntrica personalidad del Presidente, el lego que desee encontrar algunas de las claves del autor de la formidable conmoción ocurrida en NuestraAmérica, las encuentra.
Como un muchacho que recordara las pequeñas anécdotas de su infancia, esas que todas y todos tenemos pero que por no haber estado la gloria esperándonos en alguna ensenada del camino quedan escondidas en el bargueño de nuestras nostalgias, en el caso del presidente Chávez resultan siendo los primeros nudos de una urdimbre, obra que cambiaría para bien la vida de millones de hombres y mujeres y con ella el destino –por lo pronto- de su pueblo -por ahora-, de su patria.
El niño fue bautizado Hugo Rafael, y valga la reivindicación de este nombre, porque es el del niño y el adolescente de que trata el relato de “Los sueños llegan como la lluvia”, sus vivencias primeras en la amada Sabaneta acunado en el regazo de la abuela Rosa Inés, bajo la tutela del padre maestro y afro descendiente, de la madre maestra y catira, sus pasiones iniciales por la pintura y el beisbol. Ello adobado con el olor a boñiga fresca en el cálido campo barinense y la lectura empeñosa de la enciclopedia que el padre un día llevó al hogar. Todo lo cual, por esa alquimia inefable de la vida, es lo que explica al después líder y caudillo el Comandante Chávez; un poco de Allende, otro tanto del Che Guevara, una pisca del padre Camilo Torres y reminiscencias de Juan José Torres y Jacobo Árbens. Por eso su patria es la latinoamericana, la grande, la trazada por el genio de Bolívar en su delirio en el Chimborazo y por su émulo Martí.
Es entonces ese nombre Hugo Rafael el que resaltamos, porque aunque Chávez ya es un grito, una consigna, el santo y seña con el que el viajante que llega advierte al posta soy su amigo no dispare, y es también a la manera de un gentilicio de pertenencia a una patria común, ese Chávez es también como un epíteto con el que la oligarquía de mi país señala al Presidente. Por eso, porque no los he oído nunca decir con saña el nombre de Hugo Rafael, es por eso me quedo con este como el refugio al que sólo acceden los amigos, y que remite al territorio perdido de la infancia donde las cosas del hombre de después encuentran explicación. Paraje al que no han osado los energúmenos.
Y es que en Colombia no le perdonan al Presidente haber roto esa sagrada tradición que para los desde siempre dominadores significaba la sumisión total y absoluta de nuestro suelo a los intereses imperiales. Sumisión de tan espléndida rentabilidad para sus hacedores, de tan tristes réditos para el sometido. Resuena y atruena entonces la sentencia del padre Libertador, mantenida a la sordina por los favorecidos con la traición: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia…”.
Es que el nombre Chávez refiere el que es hoy. En cambio el de pila es el de siempre, como lo llaman en la casa, como le decían sus amigos de Sabaneta. En mi país donde el Comandante es rabiosamente odiado por la oligarquía, además del Chávez despectivo, es también el de mulato como si el Presidente no reivindicara con honor su padre afro descendiente; el degradado de Coronel como si aquí la burguesía no se postrara de rodillas ante ese rango; el de dictador, ellos que legitiman sus presidentes aún los autores de crímenes atroces porque fueron “elegidos por el pueblo”; y por último, ya como un insulto carente de razones en el que se regodean día y noche las empresas periodísticas, el de loco, alienado, insensato. Y ya se ha dicho, algo de esto ha de haber en quien emprenda tan portentosa como temeraria tarea. Locura iluminada en todo caso y que habrá de disculpar el tiempo. Porque como nos lo recordó Hugo Rafael, él también como Bolívar, espera mucho del tiempo. “Su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados.”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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