El voto de Cristina viene del fondo de la historia. Sus convicciones consisten en defender los derechos políticos modernos fundados por el yrigoyenismo y los derechos sociales establecidos por el peronismo, a los que se suman los derechos de tercera y cuarta generación desarrollados por los movimientos humanitarios.
Increíble: si en la democracia los argentinos votan masivamente, como votó a Cristina el domingo de las primarias –más del 50%, más de 10 millones– la democracia corre peligro. A la oposición no le fue suficiente comprobar que...
No había leído correctamente la realidad. Ahora invierte todos los manuales de ciencia política y atenta contra el sentido final de la democracia: cuanto más consenso, más respaldo político, hay más estabilidad y garantía de gobernabilidad. Así, repiten la lógica de las corporaciones económicas y mediáticas –acá y en los diarios extranjeros– que los llevó a perder y tiemblan y temen frente a las mayorías. Pero no lo hacen por ignorancia sino porque su modelo de país es inconfesable. Muchos periodistas, militantes de las corporaciones, no admiten que Cristina ganó por lo que hizo bien: se desgañitan acusando a la oposición. Es cierto que la oposición prefiere ser patética e inmolarse antes que decir la verdad; que prefieren trajinar los pasillos de los grandes medios donde tienen una existencia virtual. Es una pena: la Argentina se merece dirigentes sólidos. Se merece una oposición racional. Subleva ver que la prensa canalla los maltrate, porque –equivocados o no– han dedicado una vida a la política: Duhalde, Alfonsín y Carrió hicieron de esa condición –compitieron y perdieron– un rasgo de esta democracia. ¿Pero qué es lo que no pueden aceptar? ¿Qué es lo que no pueden ver ni decir? La verdad: que su modelo económico y social es el contrario al que aplica, impulsa y gestiona el gobierno. Hablan de “viento de cola” para explicar la bonanza económica de crecer al 8% anual hace una década. No explican cómo sería esto en un capitalismo mundial que hace por lo menos un lustro da señales de crisis graves y permanentes. No importa la verdad: sí instalar un sentido común repetido hasta el cansancio que sea asimilado como “este gobierno no hace bien las cosas, tuvo suerte”. No es que nieguen que la política tiene primacía sobre la economía: no. Sólo que niegan que la economía deba ser dirigida –como hicieron Néstor Kirchner y ahora Cristina– por la política que impone la redistribución del ingreso, la presencia del Estado, la administración de los recursos públicos, el pago de la deuda externa, el control de la política monetaria y fiscal, la liberación del yugo del FMI, que las jubilaciones no sean apropiadas por un puñado de empresas sino que esos fondos sean solidariamente válidos para impulsar el desarrollo y la equidad –los aumentos jubilatorios, la asignación por hijo, las inversiones en proyectos de desarrollo industrial y de construcción, la asignación a las embarazadas, el aumento del presupuesto para la ciencia, la educación, la salud– y, sobre todo, niegan que la renta extraordinaria de la tierra deba ser repartida a todos los argentinos dueños de esa bendición de la naturaleza. No quieren que los grandes exportadores paguen impuestos –retenciones– y sean cada vez más ricos a costa de millones cada vez más pobres. En síntesis, que el interés público supere al interés de las corporaciones de toda estirpe.Tal vez sea hora de que los heraldos de la desgracia entiendan que el voto a Cristina viene del fondo de la Historia. Sus convicciones consisten en defender los derechos políticos modernos fundados por el yrigoyenismo y los derechos sociales establecidos por el peronismo, a los que se suman los derechos de tercera y cuarta generación desarrollados por los movimientos humanitarios. La idea de “patria, libertad e igualdad”, como consigna central de su gobierno, fusiona los ideales de todas las generaciones políticas del siglo XX, y reivindica lo mejor de la tradición de la extraordinaria y trágicamente desaparecida generación del sesenta y setenta del siglo XX. Néstor Kirchner y la presidenta son parte de esa generación. Se trata de un modelo político que ahonda la democracia social, porque restablece derechos cercenados y reconoce nuevos. Es un ideal republicano por lo libertario, y profundamente reparatorio en lo social por lo igualitario. La materialidad sobre la que se asienta ese modelo político es la del desarrollo de una Argentina autónoma, con un Estado presente en la guía del desarrollo social y económico, con un mercado interno potente, un desarrollo industrial y científico propio, un ascenso social basado en el trabajo bien remunerado, y el acceso a bienes y servicios de salud y educación gratuita y obligatoria, y una integración regional y de autodeterminación latinoamericana definida. Este modelo es el que, a lo largo de dos siglos, hizo posible, viable, vivible para su gente, la Argentina. Estos son los ríos de la Historia que fueron cortados con golpes de Estado, masacres y neoliberalismo, que cada vez que accedían al poder arrasaban derechos conquistados y a conquistar. Ponían un dique a los ríos subterráneos que siempre recorren esta invención entrañable y genial que es la Argentina. Néstor y Cristina Kirchner creyeron y creen en esos ríos de nuestra historia. Por eso, cuando Kirchner murió, frente a su féretro, los ciudadanos no se condolían sólo del dolor de una viuda sino que agradecían derechos. “Fuerza Cristina” no expresa el pésame frente a un dolor personal: pide, exige, se esperanza de que haya más derechos, más igualdad, más libertad, más equidad, más paz.Cristina está dispuesta –lo dijo una y otra vez– a navegar esos ríos de la Historia. Y el domingo 14 de agosto supo que la mitad de los argentinos parecen dispuestos a acompañarla bajo la esperanza del nunca más y, sobre todo, del nunca menos.
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