Arriba : Los edificios del Barrio Mugica, en Castañares y General Paz, Villa Lugano, CABA.
Casas y milanesas para todosPublicado en TIEMPO ARGENTINO el 17 de Febrero de 2011
Por
Demetrio Iramain Director de Sueños Compartidos - Madres de Plaza de Mayo.
El desprecio con que ciertos ejemplares de la clase media porteña tratan al emocionante plan ‘Milanesas para todos’, provoca empacho. ‘No podrán ser nunca de peceto’, se burlan. ‘A 21 pesos el kilo y ya rebozadas’.
Yo comía carne una vez al mes; todos los días 4, cuando mi papá cobraba”, le confiesa Diego Maradona a Hebe de Bonafini, en el reportaje que el astro le concede a la reina Madre para su revista mensual, Sueños Compartidos. Demasiado salteado para un “cebollita” que por entonces ya soñaba con jugar un Mundial. Un milagro, casi puro esfuerzo de doña Tota.
Es una historia repetida en millones de niños en edad de crecimiento, que se hinchan más de lo que engordan, como advertía Martín Fierro.
El desprecio con que ciertos ejemplares de la clase media porteña tratan al emocionante plan “Milanesas para todos”, provoca empacho. “No podrán ser nunca de peceto”, se burlan. “A 21 pesos el kilo y ya rebozadas, no deben haber pasado dos veces por huevo”, estiman, saludables, recién salidas del nutricionista.
Yo conozco a una que jamás cruzó la Avenida Corrientes hacia el sur, que ahora se altera por el precio de los limones. “Un escándalo”, se irrita. Y tanto más se crispará al leer la advertencia sobreabundante en ironías que destila el diario La Nación, quien juzga de “incómodo” e “inseguro” el acceso al Mercado Central.
Hay más: a oración seguida Carlos M. Reymundo Roberts –su autor– desliza, con petulancia y racismo, “no vale la pena irse de excursión a los indios ranqueles por una mísera palta”. Indudablemente, el segmento social que oficia de interlocutor de ese matutino desconoce las carencias de las cuatro sextas partes de la población argentina, y todos advertimos de qué hablan cuando dicen “seguridad”.
Por lo demás, a un “indio ranquel” de Villa Lugano le resulta más inaccesible llegar al Obelisco que a las tolderías de La Salada; pero eso, ¿a quién le importa? ¿Por qué esas, que se burlan de las milanesas de Cristina, no les preguntan a las mujeres que les limpian la casa cuántas veces a la semana les dan de comer carne a sus hijos menores, y no fideos, o pizza, o pan, o todo el tiempo fiambre del barato? ¿Para cuántas cenas con asado al horno y papas les alcanza con la paga en negro que les dan por quincena, sin aguinaldo, ni obra social?
Los pobres también tienen derecho a una nutrición equilibrada en calorías. Por un plato bien servido, rico en cebollita y menos en tirabuzones, los pobres cruzarían sin dudarlo la Avenida General Paz, entre otras cosas porque de ese lado de la ciudad es donde viven, aunque el discurso excluyente quiera invisibilizarlos, como un exorcismo.
La angustia de la derecha no viene sola, sin embargo, los habitantes de ese mega partido del Gran Buenos Aires, La Matanza, componen en importante porción ese gran problema para las clases pudientes: el padrón electoral del Conurbano.
En el Mercado Central, las milanesas se venden como pan caliente, en un puesto que también comercializa el kilo de merluza a $ 12,50. “Pescado para todos”, dice el trailer que oferta la carne de mar a menos de la mitad de lo que cotiza en Palermo y más allá las ollas Essen. La mercadería es consecuentemente pesada en balanzas electrónicas, que miden hasta los gramos y centavos, como no sucede en el resto de los puestos del mercado, donde manda el redondeo. La higiene es óptima, y a pesar del calor que subyace bajo el techo de chapa, el aire está aceptablemente fresco. Ni moscas hay sobrevolando entre las frutas, las verduras y el millón y pico de personas que copan el predio de Tapiales el sábado 12. Asimismo, las milanesas son populares sólo en el precio. No tienen grasa en cantidad y no son nervios los que llenan su peso. Si bien cortadas muy finitas, al no ser excesivamente abundante su muy condimentada cobertura de pan rallado, convencen.
Al fin un Estado que encara eficazmente, en serio, no sólo a nivel de las declaraciones públicas de sus funcionarios, el problema del bolsillo popular, y por ende la demanda alimentaria de la población más restringida en su capacidad de acceder a nutrientes.
La derecha se subleva por esa política oficial, y lo disimula con crecientes dosis de esquizofrenia: al tiempo que sobreactúa la dispersión de precios, demoniza los acuerdos en los importes de venta a los que arriba la Secretaría de Comercio Interior. Quienes ese mediodía pudieron almorzar vaca, hasta la noche anterior estaban condenados a irse a dormir después de un plato de harinas, que calmarán el hambre rápido pero enferman más seguido, transfiriendo al mediano plazo las urgencias de todos los días.
A lo mejor, la revolución es esto. Ni más, ni menos tampoco.
Cada pueblo sabe cómo hacerla. Quien lea un prospecto previo a la experiencia de la historia para saber cómo medicar la “revolución”, va muerto. Por estos lares del sur, presenta esta forma determinada. Entre otras manifestaciones, la de un pueblo feliz, que tiene la posibilidad cierta de comer mejor, y que construye sus propias casas, como el predio en el barrio Padre Mugica, en Lugano, muy cerca del Mercado Central, que edificaron “para otros” –como destacó la presidenta Cristina en el acto de inauguración– las Madres de Plaza de Mayo.
Las viviendas fueron levantadas por manos trabajadoras, que las habitarán, y en su proceso constructor fueron empleadas en blanco, con vacaciones y obra social. Las casas son bellas desde el piso hasta las paredes, y se entregan equipadas con muebles y electrodomésticos.
Como las milanesas, lo “social” de las viviendas refiere a la problemática que aborda, y no a ese prejuicio que atribuye una intrínseca condición de fealdad a las casas que construye en serie el Estado para satisfacer de modo rápido la demanda popular de techo digno.
Y yo lo vi. Estaba ahí para dejarme emocionar junto a la cuadrilla que construyó el complejo habitacional, compuesta por mitades exactas de hombres y mujeres, festejando el logro colectivo, y la venida de la presidenta a conocer el barrio levantado muy cerca del Indoamericano, ese yuyal macrista que sus chicos y chicas PRO llaman “parque”, donde el duhaldismo residual quiso pudrirla con su receta de violencia política y guerra entre pobres. Los trabajadores portaban sólo banderas argentinas, como gesto de unidad, tal como lo había reclamado Hebe de Bonafini. Quizás pronto ya no se cante sólo la Marcha Peronista en los actos de apoyo al gobierno, como otra señal de fraternidad entre los protagonistas del proyecto en marcha, muchos de los cuales tienen sus orígenes militantes y formaciones ideológicas en otros puertos.
Las Madres algo han aportado en ese sentido: siempre se reconocieron “Madres de todos”, y calificaron a sus hijos como “revolucionarios”, sin preguntarse en cuál organización militaba cada uno de ellos.
Mirtha decía que le preocupaba mucho volver a ese tiempo en que las familias bien debían cuidarse de lo que hablaban delante de las mujeres del servicio. A muchos nos entusiasma, sin embargo.