Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 31 de Enero de 2011 , por Alejandro Horowicz
Periodista, escritor y docente universitario.
Armar una estrategia electoral contra el peronismo es, desde 1946, una constante del devenir político nacional, pero que funcione es otra cosa. Con el Peronismo Federal en proceso de creciente fragmentación, la crisis de dirección del arco opositor, pese a la intervención de los cuatro jinetes del Apocalipsis campero, no cesa de expandirse, e impulsará un nuevo mapa político.
Armar una estrategia electoral contra el peronismo es un clásico de la política argentina, ahora que funcione es otra cosa. En 1946 todos se pusieron de acuerdo para respaldar desde adentro y desde afuera la Unión Democrática, y derrotar al sonriente coronel. Encabezada por el radicalismo esa alianza demostró que nunca se gobierna lo suficiente el propio juego. Amadeo Sabattini, dirigente cordobés de la UCR, no pudo torcer la voluntad de su partido –proponía ir solo, tras considerar la propuesta del coronel Perón de integrar una fórmula presidencial compartida– contra el sentido común de aglutinarlo todo, y en Córdoba, Sabattini fue solo. Es decir, sus votos no se sumaron a los de la Unión Democrática. Esos pocos miles hicieron la diferencia, y con esos votos ganó el primer peronismo. Una estrategia pergeñada por las primeras cabezas políticas de ese tiempo fracasó, el coronel alcanzó la primera magistratura, era una especie de anomalía histórica, un suceso inexplicable para el gorilismo más tradicional, un abuso de las estadísticas.
El golpe del ’55 surge de una convicción: no poder vencer electoralmente al peronismo, y por cierto clausuró el problema por 17 años –con el peronismo proscripto– pero transformó al ex presidente en gran elector; ya fuera absteniéndose, ya respaldando otro candidato, decidía el resultado. No había modo de hacer política ignorando su movimiento, por un camino u otro colaba siempre. Ese era uno de los fenómenos malditos del país burgués. Entonces, en mayo del ’69, se produjo una movilización obrera y popular que puso en la picota al régimen dictatorial del general Juan Carlos Onganía, y todos descubrieron el otro fenómeno maldito: la clase obrera haciendo política, la amenaza del socialismo revolucionario, el país burgués no podía permitirlo.
De repente, la dirigencia gorila se dulcificó y descubrió las virtudes democráticas del anciano general, al mismo tiempo que el general enunciaba su versión del “socialismo nacional” para convocar bajo sus banderas a la juventud rebelde, los subversivos. El tercer fenómeno maldito, acunado en los fusiles guevaristas, convenció al general Alejandro Agustín Lanusse que mantener proscripto al peronismo era insensato, y el 17 de noviembre de 1972 Perón aterrizó en Ezeiza.
El 11 de marzo de 1973 una fórmula peronista ganó las elecciones encabezada por el doctor Héctor J. Cámpora –quien en altri tempi fue presidente de la Cámara de Diputados– y la trabajosa estrategia radical –elaborada por el doctor Arturo Mor Roig, ministro del Interior de Lanusse– volvió a fracasar. Vale la pena recordar el mecanismo. Para ganar las elecciones había que superar el 50% de los votos emitidos. Como Perón no era candidato el peronismo sólo ganaría la primera vuelta, en la segunda, el candidato radical, Ricardo Balbín, con el respaldo de todo lo demás, llegaría a la presidencia.
Balbín no fue presidente, y la pregunta contrafáctica merece un relato breve. Reubiquemos las fichas. A fines de noviembre del año ’72 se produjo en La Plata una reunión de la Junta Ejecutiva de la Federación Universitaria Argentina (FUA). Al finalizar el encuentro volvíamos a Buenos Aires –en ese momento yo era secretario de Relaciones Internacionales– y Miguel Ponce, en compañía de Marcelo Stubrin y algún otro, me propuso que participara en un cónclave con Raúl Alfonsín –líder de Renovación y Cambio y referente político de la Franja Morada, donde militaban Ponce y Stubrin– que se realizaría en el Gran Callao, un bar variopinto que por ese entonces existía en las cercanías del clausurado Congreso.
Después de las presentaciones de rigor –era la primera vez que trataba a Alfonsín– el dirigente desgranó con tranquila convicción el análisis anterior: Cámpora ganaba la primera vuelta, perdía la segunda, y el radicalismo era el próximo gobierno. Todos sonrieron y me miraron para ver si podía argumentar contra tan simple como consistente explicación, no en vano Alfonsín ocupaba el lugar de Alfonsín. Con la desfachatez de la primera veintena dije: Si Balbín gana las elecciones, el país se vuelve ingobernable para la UCR. Un raro silencio ganó a mi auditorio, y después nos despedimos como señores educados.
Para que el radicalismo ganara las elecciones del ’83 hicieron falta dos cosas: la derrota histórica del proyecto peronista del ’73 a manos de María Estela Martínez de Perón, y la dictadura burguesa terrorista del ’76. Un proyecto de país fue definitivamente enterrado, y el triunfante Alfonsín, más allá de su voluntad personal, sintetizaba la nueva dirección del partido del Estado, el nuevo programa del bloque de clases dominantes: pagar la deuda externa y punto; deuda, cuyos principales beneficiarios eran y son burgueses argentinos con sus dineros colocados en el sistema financiero internacional. A tal punto, que la cifra del capital fugado y la deuda externa coincidían como dos gotas de ácido nítrico. La crisis que resultó de la aplicación de semejante programa no la ignora casi nadie. Los saqueos se pusieron en el orden del día. Entonces, en el ’89 ganó Carlos Saúl Menem, y el cuarto peronismo llevó todo a topes difíciles de imaginar, transformándose en el gobierno más cipayo de la historia argentina. Después Fernando de la Rúa –el Menem blanco– gana de la mano del oficialismo y el estallido de 2001 llevó las cosas a un punto sin retorno. Y el “que se vayan todos” explotó en la cara del descompuesto sistema político. Por una rendijita de la crisis emergió Néstor Kirchner. Con una novedad de bulto: era la primera vez que resultaba imposible armar una estrategia electoral contra el peronismo. Sólo se trataba de saber qué versión iba a primar: si la que por entonces auspiciaba Eduardo Duhalde o la de Carlos Menem. La duda se resolvió y aquí estamos.
El libreto K no formaba parte del repertorio auspiciado por el establishment, en todo caso, se alejó considerablemente del horizonte impulsado por Duhalde: una convertibilidad de tres pesos. Ningún sector del bloque de clases dominantes proponía más, pero gobernar en esas condiciones suponía transformar a 20 millones de desclasados en 20 millones de enemigos y tratarlos en consecuencia. Era el programa de la “gente decente”, pero el restablecimiento del vínculo entre los delitos y las penas, con el fin de la impunidad, esa posibilidad no cuajó.
La UCR –partido de oposición histórica al peronismo– ha perdido, por todo un período histórico, capacidad de dirección nacional. Las experiencias de Alfonsín y Fernando de la Rúa están demasiado próximas para que una compacta mayoría esté dispuesta a respaldar otro intento. De ahí la necesidad de constituir un mosaico más abarcativo, con socialistas y Pino Solanas, que al mismo tiempo neutralicen la licuadora permanente de la interna radical. En todo caso esa recomposición sirve para que el antiperonismo duro, ese que no trepida ante nada, encuentre contención electoral. Sin embargo, muy difícilmente pueda albergar una posibilidad presidencial, al menos en 2011.
De modo que el debate decisivo vuelve a las entrañas del peronismo. Cuando se mira Córdoba –que en el conflicto campero votó contra Cristina– cerrando filas con el oficialismo, y el Peronismo Federal en proceso de creciente fragmentación, queda en claro que el gobierno no sólo puede ganar en la provincia de Buenos Aires, sino que está en condiciones de avanzar en todas las grandes ciudades, como surge de mirar las encuestas. Y eso no estaba en el libreto de nadie.
Por eso, la crisis de dirección del arco opositor, pese a la intervención de los cuatro jinetes del Apocalipsis campero, no cesa de expandirse, e impulsará un nuevo mapa político que organizará necesariamente otro esquema de poder.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/clasico-de-politica-argentina
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