Pasado y memoria
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 9 de Febrero de 2011 , por Alicia Kirchner
Ministra de Desarrollo Social.
Nosotros también tenemos nuestro ‘uno a uno’. Pero la figura no es el dólar. Es la persona, la búsqueda de la igualdad y de la justicia distributiva para cada argentino y argentina.
Se acuerdan del “uno a uno”? ¿El del país dolarizado que nos emparentaba “carnalmente” con lo hegemónico? El que nos catapultaba hacia el primer mundo, para ocupar “el lugar que nos corresponde en el concierto de las naciones”, como se nos decía alegremente. Aquel que nos colocó en el altar del neoliberalismo que iba a “derramar” riqueza para todos, una vez que los que más tienen quedaran saciados y el vaso se colmara. Ese del libre mercado, que le abrió las puertas del país a las grandes corporaciones internacionales, generándoles ganancias extraordinarias, mientras adquirían a precio vil nuestros recursos estratégicos. El del cierre de fábricas privadas y empresas del Estado y la apertura de bancos y financieras.
Los argentinos tenemos memoria frágil. Ni hablar de nuestra historia, contada a retazos en la primaria y secundaria, con la pluma de los vencedores. Hoy quiero hablar de la historia reciente, la de la década del ’90.
Una herencia impiadosa. La externa, de la cual nuestro gobierno tuvo que hacerse cargo, como también lo hizo de la interna, mucho más dura. Porque fueron años de destrucción de dos pilares fundamentales de una Nación y sobre todo, de una democracia real: el trabajo y la familia. Por eso la primera fue posible revertirla. Por decisión política del ex presidente, Néstor Carlos Kirchner, reafirmada ahora por la presidenta, Cristina Fernández, nos desendeudamos. Vivimos con lo nuestro. Pagamos, muchas veces en intereses acumulados, las deudas del “uno a uno”.
La otra, la interna, la que tiene que ver con la justicia social, es más gravosa. Contabiliza vidas y no divisas. Y la cuenta está plagada de pagarés a mediano y largo plazo. Compromete a generaciones anteriores y a las futuras. Sólo eso amerita no mirar hacia el costado. Encarar la cuestión social de frente. Como lo hemos venido haciendo en estos últimos ocho años. Porque la memoria también nos permite comprometernos en el presente.
Nosotros también tenemos nuestro “uno a uno”. Pero la figura no es el dólar. Es la persona, la búsqueda de la igualdad y de la justicia distributiva para cada argentino y argentina. De ese tiempo no tan lejano, hemos ido desandando un camino tortuoso. Y como en la ciencia, ha sido con avances y retrocesos, pero no bajamos los brazos. De ese “uno a uno” del ajuste, incluso con rebaja de sueldos y jubilaciones, hemos llegado a la movilidad jubilatoria. Pasamos de 3 millones de jubilados y pensionados a
6,4 millones del sistema contributivo y no contributivo, y también los salarios pactados en paritarias libres, entre empresarios y trabajadores.
Del desempleo rampante, a la apertura de nuevas y crecientes fuentes de trabajo. De un Estado ausente, servil a los intereses de las minorías, a un Estado activo, presente, promotor, recuperador de empresas que conforman el patrimonio nacional y los recursos estratégicos. Y también rescatador de los fondos de los trabajadores en la previsión social, que habían sido entregados a bancos y financieras para que hicieran sus propios negocios.
De un país sumido en la pobreza y la indigencia, a otro con un escenario de creciente participación popular, pero sobre todo con la esperanza del cambio. Con menos indigentes y con menos pobres, aunque como lo reitera permanentemente la presidenta, Cristina Fernández, ningún argentino debería poder vivir tranquilo si hay un solo hermano al que le falta la justicia social.
De niños y niñas sin futuro, al aumento de la matrícula escolar como consecuencia directa de la Asignación Universal por Hijo para la Protección Social. Que además, garantiza la prevención en la salud y permite remplazar progresivamente los comedores comunitarios y escolares, por el “volver a comer en casa”.
De un país desarticulado y sin conectividad a otro modelo en el que todas las regiones interesan por igual y deben estar integradas. Hay que recordar aquella época, cuando se sentenció “ramal que para, ramal que cierra”. Y los cerraron. Y dejaron en los ramales ferroviarios pueblos fantasmas, con familias desarticuladas por el exilio interno de los más jóvenes a los centros urbanos. En estos ocho años la infraestructura en rutas y caminos volvió a crecer en todo el país. Y nuevamente volvimos a ver construir viviendas para los que menos tienen. Y avanzamos en la tecnología, permitiendo que llegue a las nuevas generaciones a través del programa Conectar Igualdad.
Porque como Estado nos importa el crecimiento y la igualdad de oportunidades para todos y todas. Por eso también les abrimos las puertas a cientos y cientos de científicos que habían emigrado como consecuencia del “uno a uno”. Cambiamos la matriz del desarrollo del país. No creemos que alguien que nació con menos recursos que otros deba permanecer de por vida sin ascenso social. Integrarnos exige equidad social, porque “nadie se realiza en una sociedad que no se realiza”. Y no nos aislamos del mundo por pensar y gobernar como lo hacemos. Vivimos con lo que producimos y del intercambio de nuestra producción, a la que, cada vez más, le aportamos valor agregado. Y generamos una integración del Sur, como base sustantiva de la unidad latinoamericana. Sin que por esto desconozcamos las estrategias de un mundo multipolar, en el que nosotros elegimos a nuestros amigos.
Por eso es bueno acordarse del “uno a uno”. Desde 2003 se dio un giro rotundo. Nuestro centro es la persona, nuestro país es a lo largo y a lo ancho. Nuestra ecuación es social, distributiva, de justicia y equidad, para “todas y todos”.
Los argentinos tenemos memoria frágil. Ni hablar de nuestra historia, contada a retazos en la primaria y secundaria, con la pluma de los vencedores. Hoy quiero hablar de la historia reciente, la de la década del ’90.
Una herencia impiadosa. La externa, de la cual nuestro gobierno tuvo que hacerse cargo, como también lo hizo de la interna, mucho más dura. Porque fueron años de destrucción de dos pilares fundamentales de una Nación y sobre todo, de una democracia real: el trabajo y la familia. Por eso la primera fue posible revertirla. Por decisión política del ex presidente, Néstor Carlos Kirchner, reafirmada ahora por la presidenta, Cristina Fernández, nos desendeudamos. Vivimos con lo nuestro. Pagamos, muchas veces en intereses acumulados, las deudas del “uno a uno”.
La otra, la interna, la que tiene que ver con la justicia social, es más gravosa. Contabiliza vidas y no divisas. Y la cuenta está plagada de pagarés a mediano y largo plazo. Compromete a generaciones anteriores y a las futuras. Sólo eso amerita no mirar hacia el costado. Encarar la cuestión social de frente. Como lo hemos venido haciendo en estos últimos ocho años. Porque la memoria también nos permite comprometernos en el presente.
Nosotros también tenemos nuestro “uno a uno”. Pero la figura no es el dólar. Es la persona, la búsqueda de la igualdad y de la justicia distributiva para cada argentino y argentina. De ese tiempo no tan lejano, hemos ido desandando un camino tortuoso. Y como en la ciencia, ha sido con avances y retrocesos, pero no bajamos los brazos. De ese “uno a uno” del ajuste, incluso con rebaja de sueldos y jubilaciones, hemos llegado a la movilidad jubilatoria. Pasamos de 3 millones de jubilados y pensionados a
6,4 millones del sistema contributivo y no contributivo, y también los salarios pactados en paritarias libres, entre empresarios y trabajadores.
Del desempleo rampante, a la apertura de nuevas y crecientes fuentes de trabajo. De un Estado ausente, servil a los intereses de las minorías, a un Estado activo, presente, promotor, recuperador de empresas que conforman el patrimonio nacional y los recursos estratégicos. Y también rescatador de los fondos de los trabajadores en la previsión social, que habían sido entregados a bancos y financieras para que hicieran sus propios negocios.
De un país sumido en la pobreza y la indigencia, a otro con un escenario de creciente participación popular, pero sobre todo con la esperanza del cambio. Con menos indigentes y con menos pobres, aunque como lo reitera permanentemente la presidenta, Cristina Fernández, ningún argentino debería poder vivir tranquilo si hay un solo hermano al que le falta la justicia social.
De niños y niñas sin futuro, al aumento de la matrícula escolar como consecuencia directa de la Asignación Universal por Hijo para la Protección Social. Que además, garantiza la prevención en la salud y permite remplazar progresivamente los comedores comunitarios y escolares, por el “volver a comer en casa”.
De un país desarticulado y sin conectividad a otro modelo en el que todas las regiones interesan por igual y deben estar integradas. Hay que recordar aquella época, cuando se sentenció “ramal que para, ramal que cierra”. Y los cerraron. Y dejaron en los ramales ferroviarios pueblos fantasmas, con familias desarticuladas por el exilio interno de los más jóvenes a los centros urbanos. En estos ocho años la infraestructura en rutas y caminos volvió a crecer en todo el país. Y nuevamente volvimos a ver construir viviendas para los que menos tienen. Y avanzamos en la tecnología, permitiendo que llegue a las nuevas generaciones a través del programa Conectar Igualdad.
Porque como Estado nos importa el crecimiento y la igualdad de oportunidades para todos y todas. Por eso también les abrimos las puertas a cientos y cientos de científicos que habían emigrado como consecuencia del “uno a uno”. Cambiamos la matriz del desarrollo del país. No creemos que alguien que nació con menos recursos que otros deba permanecer de por vida sin ascenso social. Integrarnos exige equidad social, porque “nadie se realiza en una sociedad que no se realiza”. Y no nos aislamos del mundo por pensar y gobernar como lo hacemos. Vivimos con lo que producimos y del intercambio de nuestra producción, a la que, cada vez más, le aportamos valor agregado. Y generamos una integración del Sur, como base sustantiva de la unidad latinoamericana. Sin que por esto desconozcamos las estrategias de un mundo multipolar, en el que nosotros elegimos a nuestros amigos.
Por eso es bueno acordarse del “uno a uno”. Desde 2003 se dio un giro rotundo. Nuestro centro es la persona, nuestro país es a lo largo y a lo ancho. Nuestra ecuación es social, distributiva, de justicia y equidad, para “todas y todos”.
por Alicia Kirchner
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