Por Luis Bruschtein
Para Elisa Carrió las exequias del ex presidente Néstor Kirchner fueron organizadas por Fuerza Bruta. “Usted se confunde con el Bicentenario”, aclaró, en su almuerzo del miércoles, Mirtha Legrand. “Esa también”, le soltó la candidata de la Coalición Cívica. El tamaño de los mitos urbanos que construyen sus adversarios describe también por regla inversa el tamaño de lo que se quiere denigrar. Todos los cuentos que se inventaron de Perón y Evita se correspondían de alguna manera con la obra que generaron. Los aspectos negativos de cualquier gobierno se critican con argumentos. Los que son más difíciles de desvirtuar son los hechos positivos, que son la causa de cuentos que sólo pueden ser creídos desde el odio. De los Kirchner se ha dicho que Néstor la emprendía a puñetazos con Cristina y que después de la derrota del 28 de junio descargó tanta furia a piñas sobre su esposa que debieron internarla. Se ha dicho que Cristina es bipolar. Se ha dicho que el cuerpo de Néstor Kirchner no estaba en el cajón delante del cual desfilaron decenas de miles de personas.
En realidad, fue Mirtha Legrand la que difundió la historia del cajón vacío, aunque después le dijo a Carrió que no creía que Fuerza Bruta hubiera organizado las demostraciones populares de pesar. Pero de alguna manera los dos cuentos están ligados porque se refieren a una especie de gran engaño organizado por una mujer que acababa de perder de manera inesperada a su pareja de toda la vida, y además ese engaño tan maquiavélico estuvo relacionado con los restos del ser querido que acababa de fallecer.
Es estúpido explicar algo tan absurdo, pero el cuento de Carrió dice que en el poco tiempo que pasó entre el fallecimiento de Néstor Kirchner y sus exequias en Buenos Aires, su viuda contrató a Fuerza Bruta y Fuerza Bruta contrató a decenas de miles de extras para que lloraran en la Plaza de Mayo, para que escribieran mensajes en papelitos, para que aguantaran horas y horas hasta llegar al cajón donde estaban los restos del ex presidente, para que esos miles y miles gritaran consignas, recitaran poesías o cantaran al pasar delante del féretro. ¿Y el cuerpo?, ¿dónde podía estar si no estaba en el cajón? A lo mejor está vivo y toda la historia de su muerte sorpresiva fue para que Cristina creciera en las encuestas.
Tanto las leyendas denigrantes como las elogiosas tienen cierta ingenuidad infantil y sus orígenes son difíciles de ubicar, como la de las orgías de Perón con las púberes de la UES o la de las noches de sexo ardiente entre el General y el campeón de boxeo de los medio pesados, el norteamericano Archie Moore, que había pasado por Argentina. Pero en este caso el origen es una candidata a presidente que pone la cara por televisión para iniciar el cuento haciendo polvo cualquier vestigio de su credibilidad. Es un cuento infantil, de una ingenuidad cruel, pero es un cuento increíble y la candidata puso cara de esfinge y dijo: “Alguna vez se va a saber lo que pasó en el velatorio de Kirchner”, con lo que dejó en ascuas a su anfitriona que, ni corta ni perezosa, le exigió que contara lo que sabía.
Nobleza obliga, hay que reconocer que Mirtha Legrand repreguntó, porque la mayoría de los periodistas se hubieran quedado con la cara de misterio de Carrió cuando lanzó su primera frase. Y después, con su veteranía inimputable, le dijo que no le creía. El relato no se puede creer ni haciendo mucha fuerza. Carrió da una versión corrupta de la historia porque le conviene políticamente. La conveniencia personal o grupal es la justificación de todas las formas de corrupción.
En la sociedad se acuñan leyendas sobre vidas, amores y muertes de los presidentes que han dejado una marca en la historia. La mayoría de las veces tienen algún elemento de verdad o tratan de afirmarse en hechos reales, incluso los menos creíbles, como aquellos que inventó la llamada Revolución Libertadora para desacreditar al peronismo.
En el que las inventa o las cree hay un mecanismo tan ingenuo como en sus historias. Igual que un niño impedido de crecer que mira a un adulto como el que nunca podrá ser. Además del odio que las motiva, expresan también cierta fascinación resignada por los protagonistas que los enojan. Hay un complejo de inferioridad en los cimientos de esa mirada frente a la épica que sustentan los cuentos. Porque hay una épica real sobre la que se monta la fantasía. Es la fascinación que siente por Evita el coronel de los servicios de inteligencia que oculta el cuerpo embalsamado, como lo relata Rodolfo Walsh en “Esa mujer”. Ese coronel existió, igual que el ocultamiento del cadáver, en el mismo servicio de inteligencia que estaba generando los mitos contra un peronismo derrocado pero fuertemente enraizado en las culturas populares.
Ingenuamente, el objetivo de esos cuentos era arrancar esa raíz. El mito denigrante como antídoto del mito favorable. Lo más irónico de la situación era que el jefe de la institución que generaba esos cuentos estaba totalmente subyugado por los mitos de esas raíces, sobre todo por el más potente, que era Evita, como lo relata también Tomás Eloy Martínez en Santa Evita. Mito contra mito, igual que ahora los partidarios del Gobierno se definen irónicamente como “la mierda oficialista”, en aquella época, los peronistas respondían: “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”. No creían en las orgías de la UES ni en la encamada con Archie Moore. En el peor de los casos, esos cuentos contribuían a exaltar un nivel de sexualidad, por la que, en realidad, Perón nunca mostró mucho entusiasmo.
Esa leyenda negra tejida sobre las exequias de Kirchner ofrece el primer síntoma de que hay un hecho que desencaja, que produce rupturas y nacimientos, que necesita del mito para ser explicado. Y si para los protagonistas, los que asistieron a la Plaza y a la Casa Rosada, todo fue sorpresivo y desbordante, la leyenda negra deja vislumbrar un sentimiento de sorpresa atrapado en la propia mezquindad de quien ha tejido esa fantasía. Ante sus ojos todo aparece hiperdimensionado de gestos y emociones, con una épica que la deslumbra aunque la rechace. La impresión es tan fuerte que no se asimila y necesita su propia mentira para explicar ese rechazo. Entonces todo lo que ve se tiene que entender como una gran escena teatral, con el poeta Carlino pagado para leer sus poesías o Bauer para cantar el Ave María o el presidente de la SRA de una localidad cordobesa para darle fuerza a Cristina o los mozos de la Casa Rosada para llorar, o los miles de chicos que levantan el puño o hacen la “V”. Todo fue orquestado y guionado por Fuerza Bruta. Es un gran escenario montado alrededor de un cajón que ni siquiera tiene el cuerpo. Sin tristeza, sin lágrimas, sin espontaneidad, sin muerto.
Resulta extraña esa idea del cajón sin el muerto. Siempre hay una apropiación de los cuerpos, como con Evita o los desaparecidos. Hay una disputa por los restos de los que lucharon. Porque los que luchan no pasan inadvertidos, son odiados y son amados y trascienden en esos sentimientos, pero sus restos no tienen resplandores ni secretos. Quizá sus restos simbolicen esos sentimientos que los trascienden.
La leyenda negra circulará en las sobremesas de los countries, en las reuniones de las cámaras empresarias, se seguirá alimentando y de vez en cuando, algún periodista “independiente” dirá otra vez que la gente dice que el cuerpo de Néstor no estaba en el cajón. Otro dirá “Fuerza Bruta” por lo bajo. La leyenda crecerá en detalles y en veneno y con el tiempo hasta se podrá convertir en argumento político. Habrá sociólogos de la izquierda y la derecha académica que estudiarán las barbaridades que hacen los populismos.
Muchos de estos sociólogos se hicieron famosos investigando los mitos populares, es decir, “la estupidez” de los pueblos que generan mitos como los de Gardel, Maradona, Evita o el Che y los cuentos que los rodean. Los pueblos han generado esos mitos o leyendas blancas que enaltecen a esas figuras. Sería bueno que ahora estudiaran el fenómeno inverso. Porque en este caso no ha sido el pueblo el que inventó las historias, sino la “gente de bien”, o “las capas medias y altas blancas y urbanas”, como diría el sociólogo brasileño Emir Sader, o directamente la tilinguería, como le gustaba decir a don Arturo Jauretche. Sería interesante también subrayar que, a diferencia de los mitos populares –que la mayoría de las veces son enaltecedores–, en estos casos se trata de relatos denigrantes. Sobre todo, habría que reconocer que todavía no existe una leyenda para Néstor Kirchner, que sigue siendo un ser humano. Extrañamente, esta vez el antimito ha surgido antes que el mito.
por Luis Bruschtein
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