Arriba: El mundo unipolar del "Fin de la Historia" fenece. El Águila aún vuela, pero está vieja; el Oso ruge cada vez más fuerte; el Dragón, con paciencia milenaria, observa... y espera.
La relación político-económica de una nación
con el resto del mundo puede articularse como parte de un proceso
estratégico de desarrollo o transformarse en una herramienta de sumisión
frente a las potencias de turno.
La relación político-económica de una nación con el resto del mundo puede articularse como parte de un proceso estratégico de desarrollo o transformarse en una herramienta de sumisión frente a las potencias de turno.
La relación político-económica de una nación con el resto del
mundo puede articularse como parte de un proceso estratégico de
desarrollo o transformarse en una herramienta de sumisión frente a las
potencias de turno.
En la última década, el país ha hecho un esfuerzo por integrar un sistema de alianzas con los estados latinoamericanos a través de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Además del acercamiento a otras potencias emergentes como China y Rusia con el fin de romper con el maleficio que le han significado en términos políticos y económicos sus vínculos anteriores con el poder del norte.
Históricamente, la Argentina, desde su independencia formal, transformó su red de relaciones externas en un espejo de la política económica local basada en la visión entreguista de Buenos Aires, que erigió al país en un apéndice de Inglaterra, primero, y de los Estados Unidos, después.
Siempre existió un correlato casi perfecto entre el coqueteo político-diplomático de la Argentina con las potencias y las políticas económicas serviles del gobierno de turno. Hay cientos de casos que servirían para ilustrar esta idea pero el ejemplo más descarnado y reciente en el tiempo fue la idea de "relación carnal" a la que hizo referencia Guido Di tella, el canciller del entonces presidente, Carlos Menem en 1991. "No queremos tener relaciones platónicas: queremos tener relaciones carnales y abyectas", explicó Di Tella durante un encuentro con directivos del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, al referirse a la política que la Argentina quería mantener con los Estados Unidos. En la década siguiente, la frase de Di Tella se vio reflejada en una política económica de liberalización y apertura irrestricta que se tradujo en la praxis en un copamiento del mercado interno de la Argentina por parte de empresas estadounidenses y europeas.
Esta tradición, por alguna extraña razón, siempre estuvo acompañada e incluso impulsada por el sector económico predominante lugareño.
La Unión Industrial Argentina (como institución política del capital local) hizo silencio o directamente apoyó las medidas tendientes a facilitar la penetración del capital extranjero en el país, incluso, claro está, a sabiendas que los espacios económicos que se perdían pertenecían hasta entonces a las empresas que ellos aparentemente representaban.
Una dicotomía más de esta Argentina a la que le cuesta que el sector privado local asuma como propio un proyecto nacional pero que a su vez está dispuesto a amplificar cualquier propuesta que beneficie a los grandes actores políticos internacionales y a dichos intereses económicos.
La burguesía local ya no tiene interés en alimentar una visión de poder local sino que se ha convertido en un exponente de la cosmovisión de las multinacionales en el país.
Es decir, que la subordinación a las políticas extranjeras del Estado argentino ha sido acompañada también por la coptación del sector privado nacional por parte de los grandes grupos de poder foráneos.
El rechazo visceral de la UIA a la profundización de un acuerdo estratégico entre la Argentina y China podría considerase un indicio de que en realidad este acuerdo pone en peligro el concepto de la Argentina como socio-dependiente de los Estados Unidos.
Detrás del discurso mediático y empresario que dice estar preocupado porque los chinos vienen a quedarse con el trabajo y la riqueza de los argentinos se esconde el temor a que el país dejé atrás la matriz colonial que ha paralizado durante décadas la construcción de un proyecto alternativo.
Las bravuconadas de la cúpula de la UIA expresan también las dificultades de un sector del empresariado de comprender la importancia de establecer una relación más horizontal con las potencias actuales y de consolidar una sociedad de países regionales con un proyecto de largo plazo.
De hecho, el acercamiento a China y Rusia le ha permitido a la Argentina mejorar sus posibilidades de ingresar a los BRICS, el conjunto de grandes países emergentes que además de los dos mencionados incluye a Brasil, India y Sudáfrica.
En paralelo, es importante recordar que la relación de la Argentina con China se inscribe también en un marco de fortalecimiento de la CELAC y su acercamiento como bloque al gigante asiático.
La relación político-económica Sur-Sur, como un nuevo eje de poder alternativo, empieza a preocupar al eje de poder Washington-Londres. La escasa visión de algunos industriales refleja, en el mejor caso, la miopía para mirar un poco más allá o lo que es peor la dependencia de Estados Unidos y de los factores económicos internacionales.
En cambio, el estrechamiento de las relaciones de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con Beijing muestra que el kirchnerismo es consciente que el viraje económico de la Argentina y Latinoamérica sólo es sostenible en el tiempo si se aferra a un tejido de alianzas estratégicas internacionales que incluya a un grupo sólido de países emergentes o en vías de desarrollo. Dejar atrás el concepto de sumisión para hacer prevalecer el de independencia política y económica.
En la última década, el país ha hecho un esfuerzo por integrar un sistema de alianzas con los estados latinoamericanos a través de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Además del acercamiento a otras potencias emergentes como China y Rusia con el fin de romper con el maleficio que le han significado en términos políticos y económicos sus vínculos anteriores con el poder del norte.
Históricamente, la Argentina, desde su independencia formal, transformó su red de relaciones externas en un espejo de la política económica local basada en la visión entreguista de Buenos Aires, que erigió al país en un apéndice de Inglaterra, primero, y de los Estados Unidos, después.
Siempre existió un correlato casi perfecto entre el coqueteo político-diplomático de la Argentina con las potencias y las políticas económicas serviles del gobierno de turno. Hay cientos de casos que servirían para ilustrar esta idea pero el ejemplo más descarnado y reciente en el tiempo fue la idea de "relación carnal" a la que hizo referencia Guido Di tella, el canciller del entonces presidente, Carlos Menem en 1991. "No queremos tener relaciones platónicas: queremos tener relaciones carnales y abyectas", explicó Di Tella durante un encuentro con directivos del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, al referirse a la política que la Argentina quería mantener con los Estados Unidos. En la década siguiente, la frase de Di Tella se vio reflejada en una política económica de liberalización y apertura irrestricta que se tradujo en la praxis en un copamiento del mercado interno de la Argentina por parte de empresas estadounidenses y europeas.
Esta tradición, por alguna extraña razón, siempre estuvo acompañada e incluso impulsada por el sector económico predominante lugareño.
La Unión Industrial Argentina (como institución política del capital local) hizo silencio o directamente apoyó las medidas tendientes a facilitar la penetración del capital extranjero en el país, incluso, claro está, a sabiendas que los espacios económicos que se perdían pertenecían hasta entonces a las empresas que ellos aparentemente representaban.
Una dicotomía más de esta Argentina a la que le cuesta que el sector privado local asuma como propio un proyecto nacional pero que a su vez está dispuesto a amplificar cualquier propuesta que beneficie a los grandes actores políticos internacionales y a dichos intereses económicos.
La burguesía local ya no tiene interés en alimentar una visión de poder local sino que se ha convertido en un exponente de la cosmovisión de las multinacionales en el país.
Es decir, que la subordinación a las políticas extranjeras del Estado argentino ha sido acompañada también por la coptación del sector privado nacional por parte de los grandes grupos de poder foráneos.
El rechazo visceral de la UIA a la profundización de un acuerdo estratégico entre la Argentina y China podría considerase un indicio de que en realidad este acuerdo pone en peligro el concepto de la Argentina como socio-dependiente de los Estados Unidos.
Detrás del discurso mediático y empresario que dice estar preocupado porque los chinos vienen a quedarse con el trabajo y la riqueza de los argentinos se esconde el temor a que el país dejé atrás la matriz colonial que ha paralizado durante décadas la construcción de un proyecto alternativo.
Las bravuconadas de la cúpula de la UIA expresan también las dificultades de un sector del empresariado de comprender la importancia de establecer una relación más horizontal con las potencias actuales y de consolidar una sociedad de países regionales con un proyecto de largo plazo.
De hecho, el acercamiento a China y Rusia le ha permitido a la Argentina mejorar sus posibilidades de ingresar a los BRICS, el conjunto de grandes países emergentes que además de los dos mencionados incluye a Brasil, India y Sudáfrica.
En paralelo, es importante recordar que la relación de la Argentina con China se inscribe también en un marco de fortalecimiento de la CELAC y su acercamiento como bloque al gigante asiático.
La relación político-económica Sur-Sur, como un nuevo eje de poder alternativo, empieza a preocupar al eje de poder Washington-Londres. La escasa visión de algunos industriales refleja, en el mejor caso, la miopía para mirar un poco más allá o lo que es peor la dependencia de Estados Unidos y de los factores económicos internacionales.
En cambio, el estrechamiento de las relaciones de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con Beijing muestra que el kirchnerismo es consciente que el viraje económico de la Argentina y Latinoamérica sólo es sostenible en el tiempo si se aferra a un tejido de alianzas estratégicas internacionales que incluya a un grupo sólido de países emergentes o en vías de desarrollo. Dejar atrás el concepto de sumisión para hacer prevalecer el de independencia política y económica.
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