Era un secreto a voces, la cuestión ucraniana no es —solo— un problema interno, sino que está atizada, dirigida, organizada y apoyada por la Unión Europea, la OTAN y, sobre todo, por Estados Unidos. Esta palmaria afirmación no es una interpretación política nacida apriorísticamente de la mente de una persona de izquierdas, las evidencias se acumulan de tal manera que es imposible ocultar por más tiempo esta reedición de la guerra fría 2.0 en el corazón de la vieja Europa. Quien piense que se trata de un problema relacionado con la economía ucraniana es un absoluto iluso o se guía exclusivamente por sus filias y fobias más que por el análisis serio de la realidad.
Si tuviésemos medios de comunicación realmente independientes, la noticia de las conversaciones telefónicas interceptadas entre el embajador de EE.UU. en Ucrania, Geoffrey Pyatt y la subsecretaria de Estado de EE.UU. para Asuntos Europeos, Victoria Nuland, sería la portada de telediarios y periódicos. Pero con una prensa «libre» secuestrada por intereses comerciales y por la sumisión a un sistema político y económico concreto, prácticamente el tema se quedará en la anécdota del desprecio a Europa de la subsecretaria por ese «que se joda la UE» sin entrar mucho más en el fondo de la cuestión. ¿Y cuál es ese fondo? —se preguntarán algunos. Pues no es muy compilado de entrever, se trata de la injerencia en los asuntos de un país del tamaño de la copa de un roble ucraniano.
No estoy hablando de declaraciones de aliento a los manifestantes de Kiev. Tampoco de la protección implícita a los neonazis que incendian las calles de Ucrania, ni a la guardia pretoriana de yihadistas de Crimea recién llegados de servir a al Qaeda en Siria para hacerle el trabajo sucio a los violentos opositores de la derecha y la ultraderecha del país. No me refiero a la presencia de políticos europeos o estadounidenses en las manifestaciones ucranianas, ni si quiera a las declaraciones del secretario general de la OTAN, Anders Rasmussen, sobre el conflicto. La idea del establecimiento de un régimen de sanciones económicas contra el gobierno del país por la brutalidad policial empleada por los manifestantes sí que ya suponía un salto cualitativo en la injerencia que cruzaba todas las líneas rojas. ¡Como si Estados Unidos no se empleara a fondo contra los manifestantes en su propio país! De haberse repetido hechos similares en suelo gringo, probablemente ya habría muchos manifestantes procesados por terrorismo e incluso un número considerable de muertos.
Oír al embajador en Kiev diseñar el futuro gobierno ucraniano con la subsecretaria de asuntos europeos es más de lo que podría esperarse: este tipo de cosas normalmente se sospechan pero nunca se refrendan tan claramente apoyadas por grabaciones que la hacen incuestionable. Las disculpas de Nuland por unas declaraciones «falsas» sí que son un insulto, pero a la inteligencia. La mano que mece la cuna de las revueltas violentas en Ucrania es la misma que o hace en Siria, en Libia, en Chechenia y en tantos otros lugares. Europa ha fallado, su maltrecha situación económica ha obligado a ponerse al frente de las barricadas de Kiev al mismísimo Obama y a darle a la manivela de la imprenta de billetes verdes para comprar dirigentes, pagar mercenarios y «convencer» a la población para que se arroje en manos de occidente y que sirva de cabeza de puente frente a las mismísimas fronteras rusas para ubicar escudos antimisiles, infraestructuras bélicas y privar a Rusia de uno de sus más fuertes aliados regionales. Al parecer, les da igual que la agitación que están produciendo conduzca a una guerra civil o a la desmembración del país. Ya lo hicieron con Yugoslavia y parece que están deseando repetir la historia con Ucrania.
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