Juan José Cristóbal explicaba a los Méndez de
aquella época que "si se trata de prosperidad del Estado, es necesario
proteger la industria y comercio del país y no despreciar (sus)
clamores."
Decíamos en nuestra nota del domingo pasado que, una vez derrotada
la Revolución de Mayo y ante el ascenso triunfal del libre mercado, las
autoridades porteñas comenzaron a recibir una lluvia de reclamos por
parte de los incipientes sectores manufactureros de Buenos Aires y del
Litoral. La desprotección de la producción local dejaba de ser una
sensación para convertirse en una amenaza concreta. Para frenar las
importaciones sin control, exigían, fundamentalmente, una Aduana
regulada, con aranceles que fueran más allá del simple objetivo
recaudador. Si bien la mayoría de los pedidos fueron rechazados o
cajoneados, las condiciones objetivas y subjetivas para el nacimiento de
la primera gran medida de nacionalismo económico en el Plata avanzaba a
paso firme. Más allá del triunfo del capitalismo inglés a través del
partido rivadaviano, las fuerzas progresistas –herederas del Plan de
Operaciones– tenían aún mucho que dar. Su apogeo fue la Ley de Aduanas
de 1835, hecho neurálgico de nuestras guerras civiles del siglo XIX y
que modelará la política y la economía en las Provincias Unidas hasta la
presidencia de Mitre. Pero concentrémonos ahora en los antecedentes de
dicha norma, desconocidos en su inmensa mayoría, y recuperados del
Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires así como de los brillantes trabajos de un historiador
ignoto pero notable en sus aportes sobre el conocimiento de la industria
y los industriales durante las primeras décadas luego de 1810. Hablamos
de José M. Mariluz Urquijo.
PRIMERA LECCIÓN A LOS MÉNDEZ DE 1810 Y POCO MÁS.
El Primer Triunvirato liberó las tarifas aduaneras para los artículos de importación y colocó a los comerciantes extranjeros en un pie de absoluta igualdad con los nativos. Las medidas prohibitivas en cuanto a exportación de oro y plata, como los aranceles proteccionistas del Plan de Operaciones (a su vez transmitidos desde Cisneros) fueron borradas de un plumazo –aunque transitoriamente contrarrestados por la Asamblea del Año XIII–. Las voces de reprobación no se hicieron esperar. Paradójicamente, uno de los primeros y más firmes reclamos provinieron de un Anchorena (Juan José Cristóbal). En 1814, presenta un escrito en calidad de consiliario al Consulado porteño. El texto es largo y razones de espacio nos impiden colocarlo entero. Algunos pasajes de la mayor importancia:
El Primer Triunvirato liberó las tarifas aduaneras para los artículos de importación y colocó a los comerciantes extranjeros en un pie de absoluta igualdad con los nativos. Las medidas prohibitivas en cuanto a exportación de oro y plata, como los aranceles proteccionistas del Plan de Operaciones (a su vez transmitidos desde Cisneros) fueron borradas de un plumazo –aunque transitoriamente contrarrestados por la Asamblea del Año XIII–. Las voces de reprobación no se hicieron esperar. Paradójicamente, uno de los primeros y más firmes reclamos provinieron de un Anchorena (Juan José Cristóbal). En 1814, presenta un escrito en calidad de consiliario al Consulado porteño. El texto es largo y razones de espacio nos impiden colocarlo entero. Algunos pasajes de la mayor importancia:
"Señores: Que el comercio se halla destruido y poco menos que
aniquilado, que la importación de todos los efectos ultramarinos y la
exportación de frutos del país se hallan monopolizados por los
extranjeros y que de consiguiente los comerciantes nacionales se ven con
las manos atadas, la mayor parte de los artesanos sin ocupación y
reducidos a la miseria, destruida la industria del país... Por desgracia
nuestra, se ha prestado hasta ahora demasiada atención a discursos y
razonamientos superficiales de algunos individuos que se han empeñado en
demostrar la necesidad de dar a los extranjeros una preponderancia en
el comercio, no obstante la ruina de los nacionales, fundados en que por
este medio tomará la nación inglesa principalmente interés en el sostén
de nuestra causa con respecto a España..."
"Para dar más importancia a su opinión, han hecho resonar por todas
partes el principio de que la libertad e igualdad son las bases de
fomento y prosperidad del comercio y que cualquiera restricción sólo
sirve para retardar el giro y obstruir los caudales que dan curso a la
riqueza." Anchorena brinda luego un ejemplo contundente de la
estratégica marina mercante inglesa, verdadera ley que regula el
comercio en el mundo y, de forma creciente, en el Plata. En este
sentido, exige a las autoridades la creación de una flota propia:
"...nada interesa más sobre este particular al Estado que el que todas
las especulaciones que se hagan sobre estas provincias sean por mano de
sus individuos para contar en todos los tiempos con marineros y buques,
facilitar su construcción, disponerse por grados a tener una escuadra
cuando lo exijan las circunstancias y para que las utilidades que
produzcan las especulaciones queden en manos de los nacionales y no en
las de los extranjeros que se retiran luego con ellas a sus países, y
principalmente en los tiempos desgraciados en que más que nunca se
necesita de ellas el Estado".
DE ANCHORENA A MÉNDEZ.
Recordará el lector de la primera parte de este artículo, publicado el domingo pasado, la frase del titular de la UIA y su rechazo al Estado, las leyes y los decretos en los "negocios". Libre mercado, apertura de la economía, liberalización del tipo de cambio, atraso y dependencia, etcétera. Pues bien, continuando con la misma carta escrita en 1814, sírvase el lector de la respuesta que Anchorena –a la sazón primo de Rosas– daba a los Méndez de su época: "Las potencias más comerciantes que no han desconocido el principio de la libertad e igualdad de comercio, no se han detenido solamente en el sonido de las voces sino que han procurado reducirlo a la práctica, dictando leyes y reglamentos acomodados a las circunstancias de cada Estado. Así se ve, que la Inglaterra recarga de derechos a las importaciones que se hacen en buques extranjeros y los frutos o manufacturas que vienen de otras partes iguales o de la misma clase que las que producen sus colonias; que la Francia y la Holanda han prohibido en diferentes ocasiones los efectos y primeras materias que perjudicaban a sus fábricas, industria y agricultura, y que aún los angloamericanos que han adoptado el sistema de liberalidad en todos los ramos obligan a todo extranjero a que afiancen con un nacional abonado los derechos que adeude a sus aduanas". Y cierra así su crítica a los exponentes criollos de la semicolonia, envalentonados por el arrollador capitalismo inglés y la ausencia de una clase manufacturara nacional: "¿De dónde, pues, sacan estos nuevos economistas esa libertad imaginaria, que no han conocido ni conocen las naciones maestras en el comercio que no se funda en cálculo alguno, que ha sido de un ensayo tan funesto hasta el presente y que sólo quieren que sea adaptable por ser de nueva invención y presentada con expresiones tan enfáticas como insignificantes? Si se trata de prosperidad del Estado, es necesario proteger la industria y comercio del país, no despreciar los clamores de nuestros comerciantes y artesanos como se ha hecho hasta ahora, no dejarse llevar de apariencias y superficialidades, meditar con detención y juicio sobre nuestros intereses; seguir el único camino descubierto por las naciones que han examinado con más empeño esta materia y proscribir para siempre las ideas de esos políticos, que encantados con las voces de 'libertad e igualdad', no se detienen en reducirlas a la práctica allanando los grandes obstáculos que están en oposición" (Archivo General de la Nación. Actas del Consulado 1814-1816, IX-29-2-1). Cabe destacar del citado texto que, no obstante la puntualización que el autor hace de los efectos nocivos del libre cambio sobre comerciantes y artesanos, las soluciones propuestas hacen caso omiso a los últimos, discriminación para nada menor. Vemos pues revelado el techo del sector más progresivo de la burguesía comercial porteña (ganaderos, para ser más precisos), pero que irán olvidando de forma acelerada y progresiva. Este Anchorena no deja de ser, sin embargo, el más rescatable en cuanto a sus ideas políticas. Como sea, las verdaderas fuerzas de la promoción y defensa de las manufacturas del país se concentrarán, como se dijo, en la Corrientes de Pedro Ferré y, fundamentalmente, en Artigas y su federalismo de masas. Para cerrar, una perlita sobre este inusual Anchorena, que en buena medida explica su posición nacional: no sólo apoyó el levantamiento de San Martín contra Rivadavia en 1812, sino que fue siempre opositor a las políticas del "hombre adelantado a su tiempo". En nuestra próxima nota seguiremos por el proyecto proteccionista más ambicioso surgido de la Ciudad de Buenos Aires, en 1815, aunque finalmente objetado por la Aduana, ya en poder de agentes locales del capitalismo inglés y del partido rivadaviano, precursor a su vez del mitrismo.
Recordará el lector de la primera parte de este artículo, publicado el domingo pasado, la frase del titular de la UIA y su rechazo al Estado, las leyes y los decretos en los "negocios". Libre mercado, apertura de la economía, liberalización del tipo de cambio, atraso y dependencia, etcétera. Pues bien, continuando con la misma carta escrita en 1814, sírvase el lector de la respuesta que Anchorena –a la sazón primo de Rosas– daba a los Méndez de su época: "Las potencias más comerciantes que no han desconocido el principio de la libertad e igualdad de comercio, no se han detenido solamente en el sonido de las voces sino que han procurado reducirlo a la práctica, dictando leyes y reglamentos acomodados a las circunstancias de cada Estado. Así se ve, que la Inglaterra recarga de derechos a las importaciones que se hacen en buques extranjeros y los frutos o manufacturas que vienen de otras partes iguales o de la misma clase que las que producen sus colonias; que la Francia y la Holanda han prohibido en diferentes ocasiones los efectos y primeras materias que perjudicaban a sus fábricas, industria y agricultura, y que aún los angloamericanos que han adoptado el sistema de liberalidad en todos los ramos obligan a todo extranjero a que afiancen con un nacional abonado los derechos que adeude a sus aduanas". Y cierra así su crítica a los exponentes criollos de la semicolonia, envalentonados por el arrollador capitalismo inglés y la ausencia de una clase manufacturara nacional: "¿De dónde, pues, sacan estos nuevos economistas esa libertad imaginaria, que no han conocido ni conocen las naciones maestras en el comercio que no se funda en cálculo alguno, que ha sido de un ensayo tan funesto hasta el presente y que sólo quieren que sea adaptable por ser de nueva invención y presentada con expresiones tan enfáticas como insignificantes? Si se trata de prosperidad del Estado, es necesario proteger la industria y comercio del país, no despreciar los clamores de nuestros comerciantes y artesanos como se ha hecho hasta ahora, no dejarse llevar de apariencias y superficialidades, meditar con detención y juicio sobre nuestros intereses; seguir el único camino descubierto por las naciones que han examinado con más empeño esta materia y proscribir para siempre las ideas de esos políticos, que encantados con las voces de 'libertad e igualdad', no se detienen en reducirlas a la práctica allanando los grandes obstáculos que están en oposición" (Archivo General de la Nación. Actas del Consulado 1814-1816, IX-29-2-1). Cabe destacar del citado texto que, no obstante la puntualización que el autor hace de los efectos nocivos del libre cambio sobre comerciantes y artesanos, las soluciones propuestas hacen caso omiso a los últimos, discriminación para nada menor. Vemos pues revelado el techo del sector más progresivo de la burguesía comercial porteña (ganaderos, para ser más precisos), pero que irán olvidando de forma acelerada y progresiva. Este Anchorena no deja de ser, sin embargo, el más rescatable en cuanto a sus ideas políticas. Como sea, las verdaderas fuerzas de la promoción y defensa de las manufacturas del país se concentrarán, como se dijo, en la Corrientes de Pedro Ferré y, fundamentalmente, en Artigas y su federalismo de masas. Para cerrar, una perlita sobre este inusual Anchorena, que en buena medida explica su posición nacional: no sólo apoyó el levantamiento de San Martín contra Rivadavia en 1812, sino que fue siempre opositor a las políticas del "hombre adelantado a su tiempo". En nuestra próxima nota seguiremos por el proyecto proteccionista más ambicioso surgido de la Ciudad de Buenos Aires, en 1815, aunque finalmente objetado por la Aduana, ya en poder de agentes locales del capitalismo inglés y del partido rivadaviano, precursor a su vez del mitrismo.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/02/02/economia-122444-la-leccion-que-un-anchorena-le-dio-en-1814-al-hector-mendez-de-hoy.php
OTRAS NOTAS DE FEDERICO BERNAL:
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