Arriba: Martín Sabatella y Vilma Ibarra
Abajo : En política cada uno se pone la camiseta que quiere, pero es importante saber elegir al enemigo.
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Culminadas las “Paso” no ha culminado nada en la Argentina, pero a estar al clamoroso jolgorio de la oposición al gobierno pareciera que una etapa política y social ha tocado a su fin y que otra, de muy diferente entidad y naturaleza, viene a sustituirla.
Busco, entonces, la palabra. Busco la ironía y el humor. Son herramientas indispensables para abordar la política. Porque la política es un capítulo de la tragedia y ésta es prima hermana de la muerte. Sólo los frívolos irrecuperables o los que han entrado a la política en busca de una salida laboral no caen en la cuenta de cómo son las cosas. Y son muchos. A la inmortalidad no accederán. Pero lo han hecho, ya, a la inmoralidad. E lascia dir le genti…
Veamos a la política en clave no de comedia, pero sí de drama, esto es, exornándola con los arabescos del ditirambo, del tropo y de la vaselina, que torna, ya lo sabía Platón, la herida en bálsamo.
El FpV ha respondido a los golpes de sus derrotas presentes con la profecía de sus victorias futuras. No está mal, sobre todo en tiempos en que ya nadie canta y ya nadie se muere de amor y, sobre todo, nadie habla de “lucha de clases”.
Es que vivimos una época de relativismo. Y las épocas de relativismo se caracterizan -entre otros caracteres que también las caracterizan- porque cunde el uso de las comillas en el relato escrito. Como nada es pasible de ser tenido como verdadero en estas épocas en que todo puede ser y no ser, hay que apelar a la licuefacción del concepto expresado en la palabra cuando ese concepto tiene su origen en los tiempos que el relativismo quiere sepultar; y uno de los modos de operar esa licuefacción de los conceptos es “entrecomillarlos”. De ese modo, lo que se está diciendo es: creo en esto, pero en realidad no creo mucho.
Alguna vez, en uno de sus “auges”, el kirchnerismo nos deparó la pelea de fondo entre la señorita Sarlo y el panel de 6-7-8. Hoy estamos ante un módico semifondo. Vilma Ibarra versus Martín Sabatella con el arbitraje -manifiestamente parcial- de Edgardo Mocca. Este ha devenido un referí bombero, pero es su rol, porque él se ha venido jugando, sin rubores, por lo que cree justo y bueno para su Polis. Su Polis es la nuestra. Aquí no hay suplentes. Somos cuarenta millones de titulares, como supo filosofar Binner, que votó a Capriles.
Las esquirlas del 11 de octubre nos rozan el cuerpo. En unos cuantos párrafos urdidos para Clarín (hay que tener un cierto qué sé yo para escribir en Clarín; escribir en Clarín es como escribir en Perfil), la ex senadora ungida para ese curul por el dedo de su hermano, acomete contra Martín Sabatella y lo excomulga del “progresismo”.
Pero no de entrada. Primero, el introito. No le gusta a Vilma que Elisa Carrió “se presente” como “líder de un importante espacio de centroizquierda”. Break, dice Mocca, y las separa. Deja de lado la heideggeriana distinción entre ser-ahí y “aparecer como”. No se sabe –dice el columnista de Página 12- si hay un ser de la política por fuera o más allá del “presentarse como”. Ser o existir, that is la “cuestion”.
Pero Mocca yerra el golpe ahí. Lo central no es “el discreto encanto de la ambigüedad” que le atribuye a la expresión “se presenta”, sino el hecho de que la otrora filokirchnerista Vilma Ibarra comienza a olfatear, ella también, el clima de “fin de época” que pregona la derecha y, como “progresista” que es, comienza a progresar hacia el cuadrante opositor, de a poco y sin que se note mucho.
Así son estos progres. Ver en cierne un líder opositor en Carrió y aclarar que “no le gusta” (es lo que hace Vilma) recuerda al voto favorable a la obediencia debida de Freddy Storani “tapándose la nariz”. Huelen mierda pero se la bancan porque la “realpolitik” aconseja mandar la pilcha a la tintorería y empezar a mirar en el ropero para elegir qué vestido me pondré mañana.
Sigue con Macri la ex senadora, del cual, sin embargo, dice poco. Profundizar en Macri habría sido realmente progre. Pegarle a Sabatella -como hará ella conforme su pluma vaya avanzando al ritmo de su fogoso corazón- sólo la muestra de cabello largo e ideas cortas, como dijo Shopenahuer que eran todas las mujeres lo cual no es mi opinión en absoluto.
En la historia social y política de América Latina no ha habido gobierno progresista o revolucionario que no haya sido tildado de corrupto por las clases dominantes a las que esos mismos gobiernos disputaban el poder y la distribución de la renta. La corrupción es una bandera de la derecha, aunque todos abominemos de la corrupción. Al pueblo no le molesta la corrupción de Macri. Le molesta la de Cristina porque esa es la agenda instalada, sin piedad ni escrúpulos, en la cabeza de un votante que ayer se inclinaba por Ibarra y hoy lo hace por Macri.
Un poder judicial que tiene al ejecutivo bajo fuego graneado, con un fuero federal que no es precisamente coto kirchnerista sino de la derecha (porque la justicia nunca fue ni será “independiente”) ha podido avanzar bastante con “el caso Jaime; y si no ha mandado a la cárcel a nadie más y no ha podido hacer de Cristina un Collor de Melo argentino, es un poder judicial que está buscando pero no encuentra, aunque la dictadura mediática asegure todos los días que nunca hubo un gobierno más corrupto que el actual en la historia de este país.
Si se es inteligente y se mira al país, a la región y al mundo, nadie se sube al carro de La Nación, Clarín y sus repetidoras para clamar contra la “corrupción”. Que actúe la justicia y que cada quién se ponga el sayo que le calce. ¿Qué puede aportar Vilma Ibarra al expediente de Lázaro Báez o de Boudou? ¿Su nota periodística? ¿Eso es progresismo?
Reclama, la columnista de Clarín, el “apartamiento” de los cargos de aquellos “sospechados de ilícitos con fundamentos sólidos”. Es lo mismo que le reclamaban a Aníbal Ibarra quien, con toda razón y lógica, no puso su cargo a disposición de una encuesta sino que dejó actuar a las instituciones y se atuvo a sus decisorios. Mientras tanto, contra viento y marea, trató de gobernar.
Y el kirchnerismo –sigue asegurando la hermana de Aníbal- ha “desertado” de la lucha por los valores que, implícitamente, configuran el progresismo, a saber: el rechazo a la re-reelección; la independencia de los jueces; el “pensamiento crítico”; la “normalización” del INDEC; el rechazo del clientelismo político y de la ya manida corrupción y la ley de acceso a la información pública (¡!).
Pero, ¿puede alguien creer seriamente que en los sistemas políticos demoliberales alguna ley garantizará el acceso del ciudadano común a la información pública? Una normativa de tal guisa, ¿no constituiría, más bien, un maquillaje en clave de funcionalismo sistémico, es decir, un simulacro de transparencia muy apto para que las oscuridades de los sótanos conclávicos sigan albergando aquello sobre lo cual el poder no puede echar ningún chorro de blanca y esclarecedora luz? El gobierno anterior, el de la “Alianza”, y el que vendrá algún día, ¿le contarán al pueblo, día a día, todo lo que hacen? Vilma Ibarra, ¿cree realmente en la transparencia del poder y en la división de poderes? ¿No se da cuenta de que esa “división”, de cuño francés, constituye un original y creativo artilugio para perpetuar la dominación del uno por ciento sobre el restante noventa y nueve?
En otro orden de cosas, creo, con toda sinceridad y franqueza, que no se puede ser progresista sin estar a la izquierda del gobierno de turno, incluso del propio, lo cual no significa combatirlo desde las trincheras de la derecha y con los argumentos de ésta. No es cierto –como lo dice Vilma Ibarra- que el progresismo anti-Menem fue mejor que el progresismo kirchnerista. Aquél desembocó en la Alianza y en Flamarique. Dónde nos llevará este, es demasiado pronto para saberlo, pero si el puerto de arribo es el archivo de la ley de medios y Papel Prensa en manos de quienes presuntamente la robaron, en ese caso, no preguntemos por quién doblan las campanas porque, en ese caso, doblarán por el gobierno y por la progresía que se le opone, Vilma Ibarra incluida. Y el capítulo siguiente será la restauración neoliberal.
El error del progresismo kirchnerista –cree quien esto escribe- es ir detrás del gobierno, correr detrás de Cristina, cuando su rol social, político e ideológico es plantear un programa de profundización de lo actuado hasta hoy. Escondiéndose detrás de Cristina, la dejan sola. El progresismo “K” debería plantear que el “capitalismo en serio”, en caso de que exista, es el que se está practicando hoy en todo el mundo occidental. Hoy no puede haber otro tipo de capitalismo más que el basado en el crimen, en el robo y en la guerra. Los intentos de generar otra cosa serán barridos si no se profundizan. Tal vez lo esté intuyendo Cristina cuando dice: “…mi sueño es que los argentinos estén lo suficientemente informados para tomar sus determinaciones con la mayor libertad y nadie pueda meterles el perro porque esto pasó en la Argentina y no quiero que vuelva a pasar…”.
Diez años de kirchnerismo han dejado un activo de conciencia y de resabio cultural que quien mañana pretenda desvirtuar tendrá que saber que no le será fácil engañar, robar, desemplear y entregar los recursos al capital extranjero. Es uno de los tantos saldos positivos que deja un kirchnerismo que, a fin de cuentas, todavía no se ha ido y que, si se cambian algunas cosas, hasta tal vez vuelva, en octubre, remozado y nuevamente lozano.
Pero, para eso, hay que saber que no hay capitalismo prolijo; que el capitalismo nunca es justo; y que hay que mirar a Brasil y Ecuador donde, respectivamente, Dilma y Correa han convertido en ley que el 60 y el 70 % de las regalías petroleras serán para inversión social: creación de empleo, educación, salud e innovación tecnológica.
De modo que, como corolario, nuestros progresistas, hoy encarnados en la oportunísima nota de Vilma Ibarra en Clarín, deberían saber que no es relevante que Sabatella sea independiente del gobierno. Sabatella es un socialdemócrata y un socialdemócrata nunca es independiente. Hasta es mejor que no lo sea. “El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir, a la par, los dos extremos -capital y trabajo asalariado- sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía” (Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, Cap. III).
Lo relevante es que la independencia sea el atributo de una fuerza política a construir en la sociedad reconstruida que el kirchnerismo nos dejó después del 2001. Dentro y fuera del kirchnerismo hay material de sobra para nuevas construcciones. Hasta los reemplazos de Chávez ya están en cierne.
Vilma Ibarra no distingue entre lo que ella es y lo que imagina ser. Ha desnudado su desnudez ideológica cuando, en vez de rescatar todo lo progresivo de este gobierno y llamarlo a profundizar, se asusta por los reveses, se cree lo del “fin de ciclo” y se pasa al otro lado, que no es necesariamente la derecha. Vilma Ibarra nunca será de derecha. Ya ha dado pruebas de ello. Pero puede equivocarse.
La clase media cree que los requisitos de su modelo de sociedad son los requisitos del modelo de sociedad de todas las clases. Nada le parece más natural que lo que ella piensa como proyecto de vida y acción. Ese medio pelo, esa clase media, no va más allá, en cuanto a mentalidad, de lo que va su en modo de vida. Por eso “no le gustan los extremos”. Cualquier alusión a la nueva columnista de Clarín es mera coincidencia.
Y queda Mocca, que salió a defender a Sabatella criticando a Vilma; o a criticar a Vilma defendiendo a Sabatella; o a defender el proyecto K como programa político que es. Bien por Mocca. Se banca a este gobierno y lo defiende.
Es cierto: Vilma Ibarra escribe poco después de las perdidosas “paso”; poco antes de que la Corte Suprema se tenga que expedir sobre la ley de medios ; y escribe en Clarín. No son tres casualidades, según Mocca. Para quien desgrana estas líneas tampoco. Ya fue dicho más arriba: la nota de Ibarra es “oportunísima”.
El nudo conceptual de la nota de Ibarra -según Mocca- es la relación entre el progresismo noventista y el progresismo kirchnerista de hoy. Sobre esto último, decimos que todo progresista es un desertor porque todo progresista sabe que con progresismo no se derrota a ningún enemigo sino que se le pavimenta el camino de retorno.
De todos modos, es cierto que aquellos progresistas que impugnaron al menemismo y sus prácticas e ideología no plantearon, ni por asomo, un proyecto de país con otro patrón de acumulación y de distribución de la riqueza. Se toparon con Machinea y Cavallo y ahí se quedaron. Entre los que se quedaron, estaba Vilma Ibarra cuya resurrección se produjo luego de la mano de su hermano y del kirchnerismo, al cual adhirió y ahora critica.
Es jodida la derrota. Y si no, que lo diga Sabatella, que pasó de joven brillante y adalid de la ética a desertor del progresismo, todo porque el Frente para la Victoria no pudo superar la fortísima identificación mediática de la letra “K” con la corrupción. Y -como con todo acierto dice Mocca- una vez que el antagonismo se desplaza al plano ético quedan afuera las cuestiones vinculadas al poder y al rumbo político del país.
Moralina medio pelo, lo de Vilma. Y de lo que se trata es de la política en la Argentina, en Sudamérica y en el mundo.
Celebra la derecha que se acerca el final de un proyecto hegemónico. Está por verse. Pero, si así fuera, es claro que cuando la política es “hegemónica” despierta del “en sí” en el que procura encerrarla la ideología para alcanzar su “para sí” y realizarse como tal, es decir, como poder. Tiene cómo y con qué mandar sobre la economía. Cuando la fragmentación y la “alternancia” son la regla, las reglas las ponen los conglomerados empresarios y financieros, a los cuales nadie, nada nunca les exige ni alternancia ni pluralismo.
Si en malhadada hora volvieran, volverán por las conquistas sociales, cualquiera sea la potencia y dimensión de éstas. Y esto será a nivel nacional. Porque en la región la defección de la Argentina, seguramente, significará el comienzo de la restauración neoliberal en escala continental.
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