En el cumpleaños de Clarín, el tribunal
sentará en un pie de igualdad al gobierno y a una corporación para
debatir sobre la Ley de Medios.
La Corte Suprema de Justicia convocó a una
audiencia pública al gobierno y al Grupo Clarín SA antes de decidir
sobre la constitucionalidad de algunos artículos que están en suspenso
de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, sancionada hace ya
cuatro años.
La fecha fijada puede ser una casualidad del calendario o un
adelanto de su consecuencia: será el 28 de agosto, cuando se cumpla el
68º aniversario de la fundación por Roberto Noble del diario que dio
origen a la empresa de comunicación y derivados más concentrada del
país.
Vale decir que la Ley 26.522, que lleva la firma de la presidenta
constitucional Cristina Fernández de Kirchner, tiene ganada la primera
batalla política, simbólica y cultural, porque vino a remplazar el
decreto-ley 22.285, que tenía estampadas las rúbricas del dictador
genocida Jorge Rafael Videla y su ministro de Economía, José Alfredo
Martínez de Hoz.
La llamada "Ley de Medios" impulsada por el kirchnerismo y la
sociedad civil, hoy, es no sólo democrática en su factura y promulgación
sino además incuestionablemente constitucional en 162 de sus 166
artículos.
Pero el Grupo Clarín SA logró que cuatro artículos, y más
específicamente algunos de sus incisos o párrafos, fueran congelados
judicialmente en su aplicación hasta la intervención definitiva del
máximo tribunal del país.
Lo que está en debate, según la convocatoria, "es la validez
constitucional de los artículos 41 y 161; del artículo 45, apartado 1,
incisos a) y apartado 2, incisos a) y b); y la validez constitucional
del artículo 45, apartado 1, inciso c) y párrafo final; apartado 2,
incisos c) y d), y párrafo final; y apartado 3; y la validez
constitucional del segundo párrafo del artículo 48".
En resumidas cuentas, sin objetar el resto del articulado que está
absolutamente vigente, la Corte habilitó el debate entre el gobierno
democrático y un privado sobre lo que se considera el núcleo
antimonopólico de la ley.
Es decir, sobre su corazón: el de la adecuación al nuevo paradigma.
Precisamente, es el pasaje que está apuntalado doctrinaria y
jurisprudencialmente por los pactos internacionales –como el de San José
de Costa Rica–, a los que la Nación Argentina suscribe desde 1994,
cuando se consagró la nueva Constitución.
Lo que sigue son algunas de las definiciones del sistema
interamericano de justicia y Derechos Humanos –la comunicación y la
libertad de expresión son Derechos Humanos– que fundamentan y justifican
los artículos en cuestión.
En su Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión
(artículo 12), de octubre del 2000, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) dejó por escrito:
"Los monopolios u oligopolios en la propiedad de los medios de comunicación deben estar sujetos a leyes antimonopólicas por cuanto conspiran contra la democracia al restringir la pluralidad y diversidad que asegura el pleno ejercicio del derecho a la información de los ciudadanos (…) Las asignaciones de radio y televisión deben considerar criterios democráticos que garanticen una igualdad de oportunidades para todos los individuos en el acceso a los mismos."
Y es el Estado el que debe regular la actividad de los medios de
comunicación. La propia CIDH reconoció que la potestad que tiene
"abarca tanto la posibilidad de definir la forma en que se realizan las concesiones, renovaciones o revocaciones de las licencias, como de planificar o implementar políticas públicas sobre dicha actividad, siempre y cuando se respeten las pautas que impone el derecho a la libertad de expresión".
La Corte Interamericana de Derechos Humanos y la CIDH contemplan
que uno de los requisitos fundantes del "derecho a la libertad de
expresión es la necesidad de que exista una amplia pluralidad y
diversidad en la información". Es interesante repasar qué dicen al
respecto los textos de la Relatoría para la Libertad de Expresión de la
Organización de Estados Americanos (OEA):
"Si estos medios son controlados por un número reducido de individuos, o bien por sólo uno, se está, de hecho, creando una sociedad en donde un reducido número de personas, o sólo una, ejercen el control sobre la información, y directa o indirectamente, la opinión que recibe el resto de las personas.Esta carencia en la pluralidad en la información es un serio obstáculo para el funcionamiento de la democracia".
En 2004, la
Relatoría expresó:
"Desde hace algunos años se viene señalando que la concentración de la propiedad de los medios de comunicación masiva es una de las mayores amenazas para el pluralismo y la diversidad de la información. Aunque a veces difícilmente percibida por su carácter sutil, la libertad de expresión tiene un cercano vínculo con la problemática de la concentración (…) La Relatoría considera que el marco del derecho a la competencia en muchas ocasiones puede resultar insuficiente, particularmente en cuanto a la asignación de las frecuencias radioeléctricas. No se impide entonces la existencia de un marco regulatorio antimonopólico que incluya normas que garanticen la pluralidad atendiendo la especial naturaleza de la libertad de expresión".
La jurisprudencia es abundante y antimonopólica. Puede acudirse a
las publicaciones de los organismos citados para evacuar cualquier duda.
El Derecho comparado establece límites a la concentración. No sólo
cuando tienden a la formación de oligopolios o monopolios. También
cuando se producen procesos de abuso de posición dominante, como ocurre
con Clarín SA, en general y en particular. Sus empresas son, en algunos
casos, monopólicas. En otros, oligopólicas. Y tienen una indesmentible y
extrema posición dominante en el conjunto del país con casi 250
licencias radiales y televisivas.
Como antecedente, es interesante cotejar experiencias extranjeras.
No hace falta citar a Cuba ni a Venezuela ni a Ecuador para encontrar
leyes antimonopólicas. En Estados Unidos, por ejemplo, ante un planteo
por inconstitucionalidad contra la FCC (la autoridad federal de
comunicaciones, la AFSCA del país del norte), la justicia dictaminó que
"la diversificación de la propiedad de los medios de comunicación
enriquece la posibilidad de lograr una mayor diversidad de puntos de
vista". En aquel país, reflejo de la sociedad capitalista fundada en el
liberalismo antiestatal, la Communications Act, de 1996, establece que
no se pueden superponer bajo la misma propiedad diarios y TV abierta en
una misma zona. Las licencias de radio no pueden superar el 35% del
mercado local, la audiencia potencial nacional no debe superar el 35%
del mercado y no está permitido tener en simultáneo licencias de TV
abierta y radio. Todo eso es de un rigor que la ley argentina no
propone, aunque es presentada por Clarín como una avanzada contra el
derecho a la propiedad.
El Programa Internacional de Desarrollo de las Comunicaciones,
habitualmente citado en todas las academias del mundo, señaló que el
Estado debe asegurar el surgimiento de otros medios, y recomienda
"regulaciones eficaces para impedir la indebida concentración de la
propiedad y promover la pluralidad; y legislación específica sobre la
propiedad cruzada dentro de los medios y entre la radio y la TV y otros
sectores mediáticos para impedir la dominación del mercado".
La Ley 26.522 cumple con esos requisitos. Es, como ya se dijo,
menos exigente que legislaciones parecidas de EE UU, y también de
Inglaterra, Francia e Italia. No se mete con la tenencia de diarios, por
ejemplo. Su sanción está en línea con los pactos internacionales que
exigen a los Estados miembros leyes puntuales para evitar la
concentración. El actual mapa de medios audiovisuales, con Clarín SA
como caso más escandaloso –aunque no es el único–, viola esos mismos
principios. Revertirlo es una obligación del Estado argentino. El
Ejecutivo ya se expidió. El Parlamento también. La Corte ya dijo que no
está en juego la libertad de expresión con las cláusulas de adecuación,
sino un mero asunto patrimonial. Nadie pone en duda, entonces, lo obvio:
dictar leyes con espíritu antimonopólico es una exigencia. Lo mismo que
cumplirlas.
La pregunta fundamental, de cara a la audiencia pública del 28 de
agosto, es qué tiempo considera el máximo tribunal para que comiencen a
regir. La ley decía un año. La misma Corte, en una resolución, lo avaló.
Después la justicia cautelar extendió el plazo, de hecho, a cuatro.
No hay modo de aplicar reglas antimonopólicas con la total anuencia
de los afectados. Estos van a resistirse y tratarán de estirar los
plazos hasta el infinito. En el caso de Clarín, además, con mucho éxito,
como se viene dando, provocando un daño a la legitimidad del Estado
como autoridad en la aplicación de normas, inconmensurable.
Pensar que la CIDH, cuando promovió sus principios de 2000,
marcando la urgencia de la diversidad y el pluralismo contra los
monopolios y los oligopolios, lo hizo con la intención de esperar a que
las licencias se esfumen por efecto del paso del tiempo, simplemente, es
una interpretación cándida que termina privilegiando los derechos
empresarios por sobre los derechos de toda la sociedad democrática. La
libertad de los propietarios sobre los propietarios de la libertad.
¿Cuánto tiempo interpreta la Corte como "urgente" para que empiece a
regir una ley antimonopólica como la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual? ¿Uno, como decía le ley? ¿Cuatro, como se le extendió de
hecho por vía de cautelares a los grupos concentrados? ¿Trece, como el
tiempo que transcurrió desde que la CIDH declaró sus principios? La
respuesta la tienen los supremos.
Será televisada y habrá una multitud pacífica esperándola frente al Palacio de Tribunales.
Una de Capusotto
En la edición de ayer de La Nación, Hugo y Pablo Moyano se
despachan como quien habla con un amigo. Ante una pregunta del psicólogo
Diego Sehinkman, después de una larga enumeración de quejas, los
sindicalistas que eran oficialistas hasta hace un año y ahora son
furiosos opositores, cayeron en la trampa del diario de los Mitre.
Pregunta el psicólogo de La Nación: "¿Por qué se rompe el vínculo entre ustedes y el gobierno?"
Responde Pablo Moyano: "Creo que el Gobierno, o directamente la
presidenta, detesta al movimiento obrero. No se olvidan de que Perón los
echó de la Plaza y se quedó con el gremialismo, y la bronca de esa
época la siguen manteniendo."
Insiste el psicólogo de La Nación: "El conflicto de fondo todavía es Montoneros vs…"
Responde Pablo Moyano: "Sí, versus sindicalismo, por supuesto.
Fijate el desprecio que tienen y lo que han hecho con el sindicalismo,
lo han dividido todo y a los que quedaron en la CGT oficial no les han
dado ningún puesto en las listas."
Un espanto. Revivir la pelea fraticida entre sectores del peronismo
para dejar en evidencia que lo único preocupante son los carguitos, es
tener muy mala memoria. Fue este diario el que propició un encuentro
entre el líder de la Juventud Sindical, Facundo Moyano, y Camilo Juárez,
el hijo del desaparecido líder de la JTP setentista, Enrique Juárez, en
la ESMA.
La cita fue un homenaje y una posibilidad de sintetizar y superar
los desencuentros. Después de aquella pelea de 1974 que el psicólogo de
La Nación y Pablo Moyano trajeron de los pelos al presente, ocurrió una
tragedia. La mayor de la historia argentina.
Los Montoneros ya no existen, salvo por el humor de Capusotto y sus
videos. La disyuntiva hoy no es entre los montoneros que Pablo Moyano
imagina y los sindicalistas, como dice el camionero. Es democracia vs.
corporaciones, las mismas que se beneficiaron del genocidio que tuvo a
los trabajadores entre sus principales blancos. Y eso no es chiste.
Duda / Vigencia
¿Cuánto tiempo interpreta la Corte como "urgente" para que empiece
a a regir una ley antimonopólica? ¿Uno, como decía la ley?, ¿cuatro,
como se extendió por las cautelares?
Comer la cena en el desayuno
Sergio Massa superó en dos puntos y medio los resultados que
pronosticaban las encuestas antes de las PASO y su alter ego, Felipe
Solá, ya avisa que el intendente de Tigre va a competir por la
presidencia de la Nación en 2015. Parece que el Frente Renovador gusta
servirse la cena en el desayuno. Lo que viene son dos meses y medio
antes de las elecciones legislativas y todavía falta bastante más para
las presidenciales.
Es una lectura excesivamente triunfalista de su equipo de campaña.
Tal vez producto de la adrenalina electoral. En 40 días instalaron a su
candidato y vencieron por 5,5 puntos al otro más votado en la provincia
de Buenos Aires: el también intendente, en este caso de Lomas, Martín
Insaurralde, del Frente para La Victoria. Aprovecharon muy bien el
conocimiento previo de su figura –Massa tuvo exposición en el PAMI, en
la jefatura de Gabinete y también en el club Tigre–, eligieron un
marketing apropiado –que concentró la oferta en él distrayendo la
atención sobre sus compañeros de andanzas, el PRO y el duhaldismo
residual, con Jesús Cariglino, Miguel Ángel Toma, la mujer de Luis
Barrionuevo, Alberto Fernández y Juan José Álvarez– y contaron con un
fabuloso e impagable aparato de propaganda que incluye nada menos que a
los dos diarios hegemónicos y a las centenares de licencias
audiovisuales ilegales del Grupo Clarín SA, del Grupo Pierri y del Grupo
Vila-Manzano.
Pero entusiasmarse con el sillón principal de la Casa Rosada,
cuando los resultados actuales surgen de una elección provisional, es de
una glotonería que la política desaconseja. Nadie está exento de
equivocarse así. Su equipo lo sabe, pero trabaja con otra idea: generar
la sensación de que el éxito de Massa fue extraordinario –tanto como
estacionar una Interisleña frente a Balcarce 50– para atraer a los
votantes que suelen identificarse con el vencedor, sin grandes
conflictos ideológicos; y también para poner en marcha el "Operativo
Garrochas" hacia el estómago del peronismo provincial.
Cuando más indigesto sea el resultado para los cuadros del
peronismo bonaerense –el de las urnas, claro, pero sobre todo la batalla
interpretativa de los números que se da a través de los medios que
trabajan para Massa, no hay que olvidarlo–, se prevé un salto en
garrocha hacia el bando ganador. El objetivo es la cabeza de los
intendentes con mentalidad de localía, preocupados por retener el
control de los concejos deliberantes que podrían destituirlos y acabar
con sus mini reinados.
Por estas horas, las metáforas sobre calas y olores tanáticos están
pensadas y promovidas con ese fin. Comunicar que algo entró en
descomposición y puede arrastrarlos a la debacle. El "Operativo
Garrochas" les ofrece a futuro una imaginaria supervivencia al lado del
campeón. Imaginaria porque el campeón, todavía, es peso pluma. No es
Tyson. Ganó pero lo hizo por puntos. Y la pelea sigue. Está abierta
hasta el 27 de octubre, por la noche.
Los 5,5 puntos de ventaja, aunque en el territorio de sentidos
dominado por la prensa hegemónica sean interpretados y comunicados como
una paliza irremontable, no hablan de una cifra indescontable para el
kirchnerismo. Después de una década de gobierno que va camino al onceavo
año, inéditamente el oficialismo –como nunca sucedió antes en la
historia: ni con Roca, ni con Perón, ni con Menem– sigue obteniendo más
votos que el resto a nivel nacional.
Presentar esto como un fin de ciclo es demasiado. Suma alguna
verosimilitud sólo por el artículo 90 de la Constitución Nacional. Al no
tener Cristina habilitada la reelección, la oposición y una parte del
movimiento que acaudilla creen cumplido el tiempo político biológico de
su experiencia. Hay una confusión de roles entre Estado, partido y
movimiento preocupante dentro del espacio oficial. Es parte de los
debates no saldados. Son varios. El más complejo, sin embargo, es el que
obliga a encontrar una respuesta a qué va a pasar el día que Cristina
abandone la Casa Rosada, concluido su mandato.
Es indispensable abrirlo y no sólo en términos de candidaturas o
males menores. La identidad peronista pudo sobrevivir a través de las
décadas al exilio de su líder, las proscripciones, las persecuciones y
las matanzas reportando a una doctrina expresada en 20 verdades
sencillas que traducían cosas nada sencillas. ¿Cuáles son las del
kirchnerismo? Es un lindo ensayo para Hernán Brienza.
Volviendo a las elecciones bonaerenses de octubre, sin irnos por
las ramas, hay tres escenarios probables con dos resultados posibles:
las puede dar vuelta el kirchnerismo, las puede ganar Massa o las puede
perder el kirchnerismo. Una elección es una encrucijada donde se cuentan
votos. El que más obtiene, gana. El que menos, pierde. Cuando es
democrática, se basa en una premisa universal: un hombre, un voto. Es
decir: vale lo mismo el voto del físico cuántico del distraído que pasó
por ahí, vio luz y metió el sobre. Cualquier expresión política que
proponga la vuelta al voto calificado, queda fuera de juego.
Para disgusto de los que idealizan todo, los convencidos siempre
son los menos. Las razones de un sufragio son múltiples y elásticas. El
sesudo hipermilitante tendrá unas. El políticamente menos interesado
puede tener otras. Para la planilla de la urna, al final de la jornada,
son idénticas. ¿Qué sucede cuando convergen votos de estereotipos
antagónicos? Se consigue una mayoría exitosa que permite cambiar la
historia, dentro de los límites que impone el propio sistema.
Comprender esto no tiene que ver con la ideología solamente. Es la
voluntad de poder lo que cuenta. Es sabido que las convicciones nunca
deben ser dejadas de lado. Ni en las puertas de la Rosada, ni en las de
una intendencia, ni en las del Congreso. Esa pueda ser una de las
verdades trascendentes de la identidad kirchnerista –ahora a Brienza le
quedan 19 por encontrar–. Pero salvo para el testimonialismo romántico,
en un acto electoral la sociedad diversa y plural en la que vivimos vota
a los convencidos y también a los que se sonríen de oreja a oreja. ¿Se
puede estar convencido de algo y a la vez reírse? No está prohibido. Se
elige porque se está de acuerdo con una propuesta y también por empatía.
En política, ser exitoso en los argumentos es ganar. Nadie puede
sentirse victorioso si está convencido de que tiene los mejores
argumentos y finalmente estos terminan cediendo ante otros, que aunque
no tan buenos ni tan trascendentes, están mejor comunicados. Refugiarse
en el culto de la derrota, contentarse con ser una vanguardia inmolada,
espanta a las masividades necesarias para ganar una simple elección. Es
frustrante tener la razón y que no te la reconozcan. Lo inverso, en
cambio, es el objetivo de cualquier política que busca transformar la
realidad.
Los mejores argumentos, para ser revalidados, tienen que ganarles a
los otros. En democracia, obteniendo más votos que el resto. Vale
convencer, persuadir, enamorar y seducir. El marketing no es una ciencia
del capitalismo financiero: es un instrumento que promueve conductas.
No es mentir: es hacer más atractiva una verdad. En ese terreno, en
el de las verdades, el kirchnerismo lleva ventaja. Es mucho mejor y más
previsible que sus competidores. El único que habla de un nuevo orden y
todavía concita la adhesión del 30% del electorado. Si lo comunica
mejor, seguramente podrá incrementar el apoyo. ¿O qué fue el 54 por
ciento?
Pero el kirchnerismo también tiene que vencer a un sector del
kirchnerismo que cree que hasta acá llegó si pretende ganarle al
massismo.
La propuesta personalista del intendente de Tigre trabaja sobre ese
déficit. Es la respuesta mala a un interrogante concreto que el
oficialismo aún no saldó. El artículo 90 no puede ser el techo de
cristal de una experiencia cuya riqueza política y cultural está fuera
de toda discusión.
En octubre, hay que volver al cuarto oscuro. Para llorar se hicieron las iglesias.
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En la edición de ayer de La Nación, Hugo y Pablo Moyano se
despachan como quien habla con un amigo. Ante una pregunta del psicólogo
Diego Sehinkman, después de una larga enumeración de quejas, los
sindicalistas que eran oficialistas hasta hace un año y ahora son
furiosos opositores, cayeron en la trampa del diario de los Mitre.
Pregunta el psicólogo de La Nación: "¿Por qué se rompe el vínculo entre ustedes y el gobierno?"
Responde Pablo Moyano: "Creo que el Gobierno, o directamente la
presidenta, detesta al movimiento obrero. No se olvidan de que Perón los
echó de la Plaza y se quedó con el gremialismo, y la bronca de esa
época la siguen manteniendo."
Insiste el psicólogo de La Nación: "El conflicto de fondo todavía es Montoneros vs…"
Responde Pablo Moyano: "Sí, versus sindicalismo, por supuesto.
Fijate el desprecio que tienen y lo que han hecho con el sindicalismo,
lo han dividido todo y a los que quedaron en la CGT oficial no les han
dado ningún puesto en las listas."
Un espanto. Revivir la pelea fraticida entre sectores del peronismo
para dejar en evidencia que lo único preocupante son los carguitos, es
tener muy mala memoria. Fue este diario el que propició un encuentro
entre el líder de la Juventud Sindical, Facundo Moyano, y Camilo Juárez,
el hijo del desaparecido líder de la JTP setentista, Enrique Juárez, en
la ESMA.
La cita fue un homenaje y una posibilidad de sintetizar y superar
los desencuentros. Después de aquella pelea de 1974 que el psicólogo de
La Nación y Pablo Moyano trajeron de los pelos al presente, ocurrió una
tragedia. La mayor de la historia argentina.
Los Montoneros ya no existen, salvo por el humor de Capusotto y sus
videos. La disyuntiva hoy no es entre los montoneros que Pablo Moyano
imagina y los sindicalistas, como dice el camionero. Es democracia vs.
corporaciones, las mismas que se beneficiaron del genocidio que tuvo a
los trabajadores entre sus principales blancos. Y eso no es chiste.
Duda / Vigencia
¿Cuánto tiempo interpreta la Corte como "urgente" para que empiece
a a regir una ley antimonopólica? ¿Uno, como decía la ley?, ¿cuatro,
como se extendió por las cautelares?
Comer la cena en el desayuno
Sergio Massa superó en dos puntos y medio los resultados que
pronosticaban las encuestas antes de las PASO y su alter ego, Felipe
Solá, ya avisa que el intendente de Tigre va a competir por la
presidencia de la Nación en 2015. Parece que el Frente Renovador gusta
servirse la cena en el desayuno. Lo que viene son dos meses y medio
antes de las elecciones legislativas y todavía falta bastante más para
las presidenciales.
Es una lectura excesivamente triunfalista de su equipo de campaña.
Tal vez producto de la adrenalina electoral. En 40 días instalaron a su
candidato y vencieron por 5,5 puntos al otro más votado en la provincia
de Buenos Aires: el también intendente, en este caso de Lomas, Martín
Insaurralde, del Frente para La Victoria. Aprovecharon muy bien el
conocimiento previo de su figura –Massa tuvo exposición en el PAMI, en
la jefatura de Gabinete y también en el club Tigre–, eligieron un
marketing apropiado –que concentró la oferta en él distrayendo la
atención sobre sus compañeros de andanzas, el PRO y el duhaldismo
residual, con Jesús Cariglino, Miguel Ángel Toma, la mujer de Luis
Barrionuevo, Alberto Fernández y Juan José Álvarez– y contaron con un
fabuloso e impagable aparato de propaganda que incluye nada menos que a
los dos diarios hegemónicos y a las centenares de licencias
audiovisuales ilegales del Grupo Clarín SA, del Grupo Pierri y del Grupo
Vila-Manzano.
Pero entusiasmarse con el sillón principal de la Casa Rosada,
cuando los resultados actuales surgen de una elección provisional, es de
una glotonería que la política desaconseja. Nadie está exento de
equivocarse así. Su equipo lo sabe, pero trabaja con otra idea: generar
la sensación de que el éxito de Massa fue extraordinario –tanto como
estacionar una Interisleña frente a Balcarce 50– para atraer a los
votantes que suelen identificarse con el vencedor, sin grandes
conflictos ideológicos; y también para poner en marcha el "Operativo
Garrochas" hacia el estómago del peronismo provincial.
Cuando más indigesto sea el resultado para los cuadros del
peronismo bonaerense –el de las urnas, claro, pero sobre todo la batalla
interpretativa de los números que se da a través de los medios que
trabajan para Massa, no hay que olvidarlo–, se prevé un salto en
garrocha hacia el bando ganador. El objetivo es la cabeza de los
intendentes con mentalidad de localía, preocupados por retener el
control de los concejos deliberantes que podrían destituirlos y acabar
con sus mini reinados.
Por estas horas, las metáforas sobre calas y olores tanáticos están
pensadas y promovidas con ese fin. Comunicar que algo entró en
descomposición y puede arrastrarlos a la debacle. El "Operativo
Garrochas" les ofrece a futuro una imaginaria supervivencia al lado del
campeón. Imaginaria porque el campeón, todavía, es peso pluma. No es
Tyson. Ganó pero lo hizo por puntos. Y la pelea sigue. Está abierta
hasta el 27 de octubre, por la noche.
Los 5,5 puntos de ventaja, aunque en el territorio de sentidos
dominado por la prensa hegemónica sean interpretados y comunicados como
una paliza irremontable, no hablan de una cifra indescontable para el
kirchnerismo. Después de una década de gobierno que va camino al onceavo
año, inéditamente el oficialismo –como nunca sucedió antes en la
historia: ni con Roca, ni con Perón, ni con Menem– sigue obteniendo más
votos que el resto a nivel nacional.
Presentar esto como un fin de ciclo es demasiado. Suma alguna
verosimilitud sólo por el artículo 90 de la Constitución Nacional. Al no
tener Cristina habilitada la reelección, la oposición y una parte del
movimiento que acaudilla creen cumplido el tiempo político biológico de
su experiencia. Hay una confusión de roles entre Estado, partido y
movimiento preocupante dentro del espacio oficial. Es parte de los
debates no saldados. Son varios. El más complejo, sin embargo, es el que
obliga a encontrar una respuesta a qué va a pasar el día que Cristina
abandone la Casa Rosada, concluido su mandato.
Es indispensable abrirlo y no sólo en términos de candidaturas o
males menores. La identidad peronista pudo sobrevivir a través de las
décadas al exilio de su líder, las proscripciones, las persecuciones y
las matanzas reportando a una doctrina expresada en 20 verdades
sencillas que traducían cosas nada sencillas. ¿Cuáles son las del
kirchnerismo? Es un lindo ensayo para Hernán Brienza.
Volviendo a las elecciones bonaerenses de octubre, sin irnos por
las ramas, hay tres escenarios probables con dos resultados posibles:
las puede dar vuelta el kirchnerismo, las puede ganar Massa o las puede
perder el kirchnerismo. Una elección es una encrucijada donde se cuentan
votos. El que más obtiene, gana. El que menos, pierde. Cuando es
democrática, se basa en una premisa universal: un hombre, un voto. Es
decir: vale lo mismo el voto del físico cuántico del distraído que pasó
por ahí, vio luz y metió el sobre. Cualquier expresión política que
proponga la vuelta al voto calificado, queda fuera de juego.
Para disgusto de los que idealizan todo, los convencidos siempre
son los menos. Las razones de un sufragio son múltiples y elásticas. El
sesudo hipermilitante tendrá unas. El políticamente menos interesado
puede tener otras. Para la planilla de la urna, al final de la jornada,
son idénticas. ¿Qué sucede cuando convergen votos de estereotipos
antagónicos? Se consigue una mayoría exitosa que permite cambiar la
historia, dentro de los límites que impone el propio sistema.
Comprender esto no tiene que ver con la ideología solamente. Es la
voluntad de poder lo que cuenta. Es sabido que las convicciones nunca
deben ser dejadas de lado. Ni en las puertas de la Rosada, ni en las de
una intendencia, ni en las del Congreso. Esa pueda ser una de las
verdades trascendentes de la identidad kirchnerista –ahora a Brienza le
quedan 19 por encontrar–. Pero salvo para el testimonialismo romántico,
en un acto electoral la sociedad diversa y plural en la que vivimos vota
a los convencidos y también a los que se sonríen de oreja a oreja. ¿Se
puede estar convencido de algo y a la vez reírse? No está prohibido. Se
elige porque se está de acuerdo con una propuesta y también por empatía.
En política, ser exitoso en los argumentos es ganar. Nadie puede
sentirse victorioso si está convencido de que tiene los mejores
argumentos y finalmente estos terminan cediendo ante otros, que aunque
no tan buenos ni tan trascendentes, están mejor comunicados. Refugiarse
en el culto de la derrota, contentarse con ser una vanguardia inmolada,
espanta a las masividades necesarias para ganar una simple elección. Es
frustrante tener la razón y que no te la reconozcan. Lo inverso, en
cambio, es el objetivo de cualquier política que busca transformar la
realidad.
Los mejores argumentos, para ser revalidados, tienen que ganarles a
los otros. En democracia, obteniendo más votos que el resto. Vale
convencer, persuadir, enamorar y seducir. El marketing no es una ciencia
del capitalismo financiero: es un instrumento que promueve conductas.
No es mentir: es hacer más atractiva una verdad. En ese terreno, en
el de las verdades, el kirchnerismo lleva ventaja. Es mucho mejor y más
previsible que sus competidores. El único que habla de un nuevo orden y
todavía concita la adhesión del 30% del electorado. Si lo comunica
mejor, seguramente podrá incrementar el apoyo. ¿O qué fue el 54 por
ciento?
Pero el kirchnerismo también tiene que vencer a un sector del
kirchnerismo que cree que hasta acá llegó si pretende ganarle al
massismo.
La propuesta personalista del intendente de Tigre trabaja sobre ese
déficit. Es la respuesta mala a un interrogante concreto que el
oficialismo aún no saldó. El artículo 90 no puede ser el techo de
cristal de una experiencia cuya riqueza política y cultural está fuera
de toda discusión.
En octubre, hay que volver al cuarto oscuro. Para llorar se hicieron las iglesias.
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