Arriba: El modelo neoliberal de los noventa se sostuvo echando dólares al pozo sin fondo de la deuda, para mantener la ficción del 1 a 1. El "realismo" económico de los neoliberales consiste en endeudarse hasta morir...
[Imagen y pie de la misma es responsabilidad exclusva de "Mirando hacia adentro"]
Panorama político
La presidenta se dispone a debatir el
modelo con los actores económicos, pero sostendrá los ejes de una
política que resultó exitosa.
Cualquier gobierno acumula en diez años en el
poder un rosario de reclamos que terminan expresándose inevitablemente
en el cuarto oscuro, pese a los éxitos obtenidos durante su gestión. El
domingo pasado, en las urnas, pesaron más la inflación, las
restricciones al atesoramiento de dólares y las denuncias de corrupción,
que la innegable prosperidad conseguida desde 2003 hasta hoy.
Como en 2009, los opositores volvieron a pronosticar un fin de ciclo y
a exigir cambios en las políticas oficiales, a lo cual la presidenta
respondió con su intención de abrir un debate sobre el modelo con los
"titulares" y no con los "suplentes". Es saludable que la jefa de Estado
se muestre dispuesta al diálogo con los agentes económicos, pero en
verdad, es impensable que surjan de allí modificaciones esenciales a una
política que, pese a sus achaques, demostró ser capaz de crecer durante
una década a un ritmo promedio superior al 7 por ciento anual, reducir
drásticamente el desempleo del 23 al 7 por ciento y bajar la pobreza.
Buena parte de esos logros se produjo mientras el capitalismo sufre su
peor crisis a nivel mundial.
Cuando el gobierno ratifique finalmente su intención de profundizar
el modelo en vez de cambiarlo radicalmente, los opositores repetirán
seguramente que el gobierno no escucha sus reclamos. Pero más que de
sordera, se trata en verdad de dos proyectos distintos.
El antikirchnerismo bate el parche con la inflación, pero no dice que
para controlarla con métodos ortodoxos es preciso aplicar un plan de
estabilización que tiene costos sociales elevadísimos. Sostiene que el
gobierno se ha desentendido, o más aún, que niega la inflación, pero lo
cierto es que se niega a darle a la sociedad la amarga pócima del
ajuste.
Toda medida económica puede tener un beneficio, pero seguramente
también un costo. En la Argentina, parece demostrado que no existe
industrialización sin inflación. No es que el gobierno no escuche el
reclamo de los sectores de ingresos fijos que son los más perjudicados
por las remarcaciones, sino que optó por pagar ese precio a cambio del
crecimiento.
El gobierno no provoca la inflación como le endilga la oposición,
sino que la padece políticamente en las urnas. Son los empresarios los
que apelan al expediente de la remarcación en lugar de satisfacer la
mayor demanda con inversiones tendientes a aumentar la oferta. En un
clima de expansión del consumo promovido por el salario, es difícil
entender por qué no aumenta la oferta de un modo que calme a los
precios.
Los opositores medran electoralmente batiendo el parche de la
inflación y a veces se atreven a decir que hay que reducir el nivel de
emisión monetaria. Pero no explican que esa emisión solventa inversiones
públicas que generan empleo y sostiene los planes de contención social.
Claman por frenar el flagelo, pero no se atreven a decir claramente
que, en términos ortodoxos, sólo es posible frenar la inflación con
menor consumo, es decir con salarios y jubilaciones más bajas. Proponen
una tregua que se parece a la paz de los cementerios, porque
efectivamente los precios se frenarían ante la merma de consumidores en
capacidad de pagarlos.
El menemismo es un ejemplo claro y cercano del costo social de un
plan de estabilización: consiguió frenar el alza de los precios en 1991
con la convertibilidad, pero la experiencia terminó con una cuarta parte
de la mano de obra activa desempleada. En diez años, el modelo
neoliberal trocó la hiperinflación por hiperdesempleo. En un lapso
similar, el kirchnerismo logró poner en marcha a la industria, crecer a
niveles inéditos, reducir la desocupación y bajar la pobreza, pero a
cambio reapareció la inflación. De todos modos, es cierto que ni medida
por los indicadores privados, la tasa de inflación es similar a las
existentes antes de la convertibildiad.
Para controlar el flagelo y satisfacer las demandas de estabilidad
expresada en las urnas, el gobierno tendría que cambiar de signo.
Debería abandonar su razón de ser y adoptar precisamente las políticas
de las cuales reniega y a las cuales denunció desde un principio como
causantes de muchos males.
Las estadísticas demuestran por ejemplo cómo fue creciendo la
inseguridad a medida que aumentaba el desempleo durante el menemismo.
Los precios estaban calmos, pero cada vez más argentinos eran arrojados a
la marginalidad. Muchos cruzaron los límites y no todos volvieron a la
legalidad cuando la situación social mejoró. Atravesados ciertos
límites, el retorno es sumamente difícil. Quienes viven esperando que
sus hijos vuelvan a casa tienen derecho a ilusionarse con las propuestas
del ganador del domingo. Pero el gobierno sabe que tampoco en esta
materia existen soluciones mágicas, sino que se trata de un cóctel de
trabajo, educación, policías honestos y jueces justos. Obviamente, el
gobierno no puede confesar que no hay solución en el corto plazo. Y si
se decidiera brutalmente militarizar la sociedad, no es improbable que
los muertos fueran más de los que se intenta evitar.
Los asesores del ganador del domingo plantearon la necesidad de
"tocar el tipo de cambio". Sin eufemismos, eso quiere decir devaluar
drásticamente y no como lo hace el gobierno en cuentagotas. De ese modo,
el gobierno se evitaría por ejemplo el costo político que tiene la
restricción al atesoramiento de dólares. Sólo un pequeño sector puede
dedicarse a atesorar en divisas verdes, pero millones de trabajadores se
verían perjudicados por semejante medida, ya que la devaluación
implica siempre una brutal transferencia de ingresos. Dicho de otro
modo, el gobierno obtendría tal vez con el voto de muchos que no lo
votaron el domingo, pero perdería el de mucho más que lo votaron. En
cada caso, el dilema es si pensar en los seis puntos perdidos frente a
2009 o en los 25 logrados.
También dijeron los asesores económicos de Sergio Massa que el
gobierno debería "aprovechar" la abundancia de capital financiero
existente en el mundo, pero el gobierno prefiere pagar deuda con
reservas internacionales porque la Argentina debería oblar tasas de
interés usurarias para obtener dinero fresco, en virtud del default al
cual se llegó precisamente después del abuso de reiterados préstamos y
refinanciaciones para pagar la deuda externa.
El gobierno se ha limitado a "vivir con lo nuestro" y sólo acepta
tomar asistencia internacional para proyectos productivos, pero no para
pagar la hipoteca externa que heredó y contribuyó a disminuir en
términos de PBI. Prefiere pagar el costo de restringir el acceso al
dólar, los engorros de limitar las importaciones y saldar deuda con
reservas internacionales antes de salir del problema con crédito
externo. En términos políticos, probablemente le hubiera resultado más
conveniente tomar financiación externa que, en última instancia, la
pagarían las administraciones venideras, pero prefirió aferrarse a una
estrategia que es central para el modelo.
En suma, no es improbable que se produzcan algunos cambios a partir de
las propuestas de los actores económicos o que sean motorizados por el
propio gobierno en atención al mensaje de las urnas. Pero es impensable
que el gobierno persiga metas antiinflacionarias o "toque" el tipo de
cambio como proponen algunos opositores. Porque es cierto que debe
tratar de desentrañar por qué perdió media docena de puntos a nivel
nacional en relación con la peor elección legislativa que fue la de
2009, pero no puede olvidar que una cuarta parte de los votantes siguió
adhiriendo al modelo, pese a los efectos no deseados. A ellos se debe.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2013/08/17/politica-92592-el-dilema-oficialista-ante-el-mensaje-de-las-urnas.php
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