Una vez que el resultado deja de ser el dato
sobresaliente, una vez que cada una de las fuerzas participantes
abandona la imperiosa necesidad de obtener el máximo impacto discursivo
en la sociedad, una evaluación más seria de las PASO recobra su
condición de posibilidad. Esto es, un damero de preguntas rehace el
problema: ¿Qué porcentaje de los votantes repetirá su voto? O lo que
viene a ser parecido pero no lo mismo: ¿Cuántos están conformes con el
resultado electoral y cuántos no lo están? ¿Y cómo se proponen
modificarlo los que no lo están?
A la hora de formular estrategias electorales el hábito de los
profesionales malinterpreta el problema. Después de todo, la atención de
la demanda está regulada por quien paga. Y las preguntas y problemas de
los que no lo hacen, difícilmente cuelen en esa cuadrícula. Todos
admiten, por tanto, que los contendientes están obligados a realizar
ajustes en la campaña si quieren mejorar la performance. Lo que no suele
considerarse con igual seriedad es qué piensan los hombres y las
mujeres de a pie de su comportamiento en las PASO, cómo piensan ellos
modificar su "estrategia" para acercarse a su "objetivo". Para decirlo
con una fórmula tributaria de mi columna anterior: ¿Cómo los afecta el
mapa de sus sentimientos profundos?
El 72,4% de quienes votaron en las PASO en la Capital Federal y el
68% de quienes lo hicieron en el Conurbano bonaerense afirmaron que
repetirán su voto en las elecciones legislativas de octubre próximo. Ese
es el porcentaje de los satisfechos, de los que se reconocen
positivamente en el resultado. Al mismo tiempo queda claro que al menos
uno de cada cuatro votantes expresa distintos niveles de insatisfacción
y por tanto está considerando re direccionar su voto. Así surge de mi
personal lectura de la encuesta realizada por el Centro de Estudios de
Opinión Pública (CEdOP) de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, con ocasión de las pasadas elecciones
primarias del 11 de agosto. El trabajo, con metodología de boca de urna,
abarcó 1203 casos con un nivel de confiabilidad muestral del 95 por
ciento. En otra parte del mismo estudio quedó en evidencia que los
ciudadanos tienen poco "interés por la política" y los votantes de
Capital y GBA aseguraron que la política "no interesa" (31,2%) y "es
inútil" (20) sumando entre ambos grupos más de la mitad de quienes
fueron consultados, el 44% sostuvo que a pesar de ello "siempre" suele
informarse sobre los temas políticos y el 32% que lo hace "cada tanto".
Vale la pena detenerse en este salpicado informativo. Uno de cada
dos votantes opina pestes de la política como actividad, ya sea porque
no interesa o porque es inútil, y aun así tres de cada cuatro repetirán
su voto. Dicho de otro modo, no imaginan ninguna política que interese o
sirva, no imaginan un cambio en la política y todo lo que se proponen
es cambiar el nombre propio de los que deciden. Esto permite entender la
poca importancia que los votantes les dan a las propuestas de los
candidatos. En el conurbano bonaerense el 20,4% de los encuestados
sostuvo que decidió su voto en virtud de las propuestas exhibidas en la
campaña (entre ellos los índices más significativos corresponden a Massa
con el 24,1 y a Insaurralde con el 21,3). En la Capital, en cambio,
sólo el 16,4% decidió su voto por las propuestas, siendo los votantes de
Gil Lavedra (38,5) y los de Bergman (17,4) los que mayor importancia le
dan a este argumento. No hay una sola respuesta, por parte de los
entrevistados, para explicar por qué sucede esto, pero es claro que la
campaña, y sobre todo los spots publicitarios, apuntaron en otra
dirección.
Es obvio que no trataron de poner sobre la mesa un programa
parlamentario, en elecciones para la renovación del Parlamento. Dicho de
otro modo, el desinterés es un dato compartido y nadie cree, desde el
otro lado del mostrador, que ese comportamiento revierta. Comentario
aparte corresponde para la excelente campaña del Frente de Izquierda. En
lugar de las consabidas apelaciones genéricas planteó un conjunto de
escenas pequeñas, casi cotidianas, con las que buscó y logró interpelar a
su potencial audiencia. La palanca militantes–estrategia comunicacional
funcionó, y de lograr estabilizarla la izquierda clásica se terminará
reinsertando en el mapa político electoral. Esa no es una novedad
pequeña.
En contraposición a lo que suele dominar las agendas de los medios
de comunicación de mayor audiencia, la corrupción (1% ), los bajos
salarios (0,8) y la falta de libertad (0,7) son los temas menos
mencionados de manera negativa por los votantes de las PASO. Sin
embargo, el 42,9% de quienes opinaron sostienen que los medios de
comunicación conforman el sector que más poder tiene frente al gobierno.
Sólo el 13% de los entrevistados dice que "nunca" se informa sobre
temas políticos y el 11 que lo hace solamente en "acontecimientos
importantes".
Dos problemas requieren adecuada formulación. Los voy a formular
como preguntas. ¿Por qué las propuestas no ocupan el centro de la
estrategia comunicacional de la actividad política? ¿Y por qué si la
agenda de los medios incide en tan baja proporción en las decisiones
electorales, tanto votantes como fuerzas políticas le atribuyan tanto
poder?
Hace mucho tiempo que la política, ni la nacional ni la
internacional, no tiene contenidos parlamentarios precisos. La crisis se
los devora. Y las respuestas que el poder pone en circulación se
parecen más a consignas genéricas de comprobada ineficacia, que a
medidas positivas. En estas condiciones los "programas" pierden su
capacidad orientadora, salvo para una crítica de otra calidad. Como casi
nadie se propone nada fuera del orden realmente existente, estas
propuestas carecen de verosimilitud. Entonces, estamos frente a un perro
que se muerde la cola. La pobreza de los contenidos facilita el
desinterés, la despolitización, por tanto la martingala publicitaria
reduce la oferta de candidatos a una patética lista de nombres propios.
El tema de los medios es de otro orden. Es cierto que el peso de
los temas de su agenda no define, no menos cierto que el clima que
instalan permite que la estructura de los sentimientos profundos alcance
un punto de fusión. En una sociedad todas las posiciones tienen un
carácter relativo, ubicar al "otro" forma parte de ocupar el lugar
propio. Un corrimiento, una variación de la distancia con el otro, se
vive como ataque virtual; y si se quiere la "inseguridad" remite sobre
todo a esta cambiante percepción. No en vano el 80% de la sociedad
alucina que integra la clase media, y eso de ninguna manera supone que
se sienten iguales. Más bien se trata de una batalla por pertenecer a la
codiciada clase media, y en ese imaginario la posibilidad de cerrar el
paso, los que deben quedar del otro lado de la muralla para seguir
perteneciendo no es exactamente un asunto menor.
El 45,7% de aquellos que votaron en los municipios del conurbano
por Insaurralde y el 40,7 de quienes apoyaron a Juan Cabandié en la
Capital lo hicieron de manera explícita para "apoyar al gobierno", según
la misma encuesta. El 26,1% de los que dieron su voto a Sergio Bergman
(PRO) en las comunas capitalinas y el 22,4 de quienes se inclinaron por
Francisco de Narváez en la provincia lo hicieron para "oponerse al
gobierno". En la Capital quienes quisieron mostrarse en contra del
gobierno se inclinaron también por los candidatos de Unen (19,6% por
Terragno-Lousteau y 18,5 por Solanas-Carrió) y en la provincia de Buenos
Aires el 15,3% de los votantes de Massa y el 13,8 de quienes lo
hicieron por Néstor Pitrola adoptaron esa posición también para
manifestar su descontento con el gobierno. Ergo, apoyar al gobierno u
oponerse sigue siendo el instrumento privilegiado para conservar la
distancia relativa, por tanto este tipo de "programa" no puede sino ser
un instrumento oficialista, y esta ausencia consentida toda la
estrategia de la oposición convencional.
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