A la hora de imaginarnos cómo sería un país organizado alrededor de una hegemonía política alternativa a la actual, de pensar el “poskirchnerismo” que vienen proclamando hace por lo menos cinco años los adversarios del actual gobierno, resultan de más utilidad ciertos discursos orgánicamente representativos de la Argentina crispada que los spots de las campañas opositoras. El presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere, fue el encargado de producir lo que tal vez sea el más importante documento político de la etapa.
Por Edgardo Mocca*
para La Tecl@ Eñe
Es muy curioso el hecho de que un país políticamente polarizado se exprese electoralmente bajo la forma de un alto grado de dispersión en la constelación opositora. Al parecer, el drama del clima irrespirable, del autoritarismo y la corrupción, del aislamiento internacional y la inminencia de una catástrofe económica y social no es el que organiza los movimientos de la política realmente existente, más empeñada en dirimir liderazgos parciales que en la construcción de un “amplio frente” de oposición. Para los analistas del establishment, esta conducta traduce la mediocridad de la clase política, incapaz de satisfacer “demandas sociales”, lo que no es más que una forma de la queja contra una realidad que no termina de someterse a su propio relato apocalíptico.
A la hora de imaginarnos cómo sería un país organizado alrededor de una hegemonía política alternativa a la actual, de pensar el “poskirchnerismo” que vienen proclamando hace por lo menos cinco años los adversarios del actual gobierno, resultan de más utilidad ciertos discursos orgánicamente representativos de la Argentina crispada que los spots de las campañas opositoras. El presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere, fue el encargado de producir lo que tal vez sea el más importante documento político de la etapa. Importante, no ciertamente por su originalidad o su espíritu creativo: la retórica contra el engaño, la politiquería, el populismo, la corrupción y la decadencia es, por lo menos, tan vieja como la Argentina peronista y las resistencias que abrió y sigue abriendo en las conciencias de las clases privilegiadas. Tiene un desagradable tufo que nos retrotrae a otras épocas, concretamente a los procesos de desestabilización política que preludiaron todas las usurpaciones cívico-militares del siglo XX y todas las operaciones de captura plena del poder político, aún bajo la vigencia de las instituciones democráticas en estas tres décadas. La importancia del documento político está en la explicitación abierta y sin eufemismos del parteaguas central de la política argentina: el que fractura a un proyecto de desarrollo autónomo, de reindustrialización y distribución progresiva de la renta del proyecto de restauración, del viejo proyecto oligárquico fundado excluyentemente en la explotación y valorización financiera de los commodities de la pampa húmeda. Periódicamente, las clases medias –asustadas por el ascenso social de sus vecindades populares- creen ver en este proyecto regresivo un atajo para acercarnos al mundo del consumo suntuario, los viajes por el mundo y la distinción social. No es, claro está, la repetición mecánica de otros ciclos históricos; el país actual es ya el resultado de duros procesos de reconfiguración social y cultural propios de su adaptación al “mundo feliz” de la globalización neoliberal, hoy envuelto en las incertidumbres de la crisis. Pero las fuerzas populares y las conservadoras se mueven con las herencias ideales del pasado, tienden a usar los viejos ropajes consagrados por la historia. En la fiesta de los ruralistas fue enunciado el programa alternativo, ése del que buena parte de los políticos de la oposición no quiere hacerse cargo públicamente: el del fin de las retenciones y el intervencionismo estatal, el de la plena “libertad de mercado”, el de una ética pública definida por el marco de los intereses y valores de los grupos concentrados del poder económico local y trasnacional.
No estuvo todo el staff de la política opositora en el predio que Menem le regalara y la Cámara en lo Civil y Comercial que defiende a la Sociedad Rural. Estuvieron Macri, De la Sota y De Narváez; algunos dirigentes radicales, como Gil Laavedra, prefirieron visitas más recoletas y sin tanta repercusión política, no sin dejar expresamente formulado su respaldo a las demandas de “los productores”. La presencia de Buzzi y la del Momo Venegas arrimaron al festejo la presencia fantasmal de sellos agrarios y sindicales que alguna vez representaron otras voces y otras causas. La gran apuesta de la derecha, el intendente de Tigre, Sergio Massa, no fue de la partida; los contertulios corporativos y políticos con los que hubiera compartido fotografías no cuadran en su estrategia política.
El lanzamiento de Massa es el primer acto de reconocimiento del fracaso de la estrategia del “todo o nada” trazado por el bloque de poder tradicional y divulgado por los grandes medios, que llevara a la oposición al tobogán del grupo A y a la catástrofe electoral de 2011. La sensación de que recorriendo el mismo camino suele llegarse al mismo lugar convenció al establishment de modificar su táctica. Había que encontrar un hombre relativamente identificado con la época kirchnerista, con un perfil propio y modales diferenciados, con buena relación con el establishment económico y mediático y con capacidad de tallar en el complicado universo peronista del conurbano. Acaso las urgencias de la acefalía en el aún nonato “poskirchnerismo” aceleraron los tiempos de la cocción. Las encuestas de opinión, objetos fundamentales de la idolatría de una política personalizada y sometida a las reglas de la publicidad, dieron el veredicto: era el momento indicado para lanzar al ruedo una novedad política que, consagrada en 2013, pudiera alterar el decisivo tablero de las presidenciales de 2015. El libreto lucía sencillo: pararse en el país real de los cambios y las conquistas de estos años y no en el del imaginario neurótico de los cacerolazos; reconocer lo avanzado, “apoyar lo positivo y criticar lo negativo”, tal como propugnaba la fórmula codovillista ante el peronismo fundacional. Una operación quirúrgica que extirpara todo lo que daña la perspectiva estética de las clases medias y las asusta con aluviones zoológicos y dejara en pie las condiciones que hicieron que el mismo país para el que se había propuesto la declaración de quiebra y su administración por un comité de “expertos internacionales”, hubiera recuperado su condición soberana y su, siempre relativa, paz social.
Desde el punto de vista publicitario parece un objetivo fácil el de separar “lo bueno de lo malo”. Alcanza con hacer una lista de lavandería y separar los trapos sucios (conflicto con los medios de comunicación, avance contra las AFJP, enfrentamientos con la Mesa de Enlace) de los luminosos (asignación universal, expansión de derechos jubilatorios y movilidad de sus ingresos, aumentos salariales y convenciones colectivas). Una magnífica diagonal que nos lleva al mundo feliz en el que todos estaremos igualmente contentos: los dueños del poder económico, los Ceos de los grandes medios, los trabajadores, los jóvenes…La publicidad electoral permite esas construcciones, tanto como identifica la posesión de un automóvil con los momentos más lindos e interesantes de la vida. Lo que puede arruinar y de hecho arruina estas ensoñaciones, es el mundo real en el que nos movemos los hombres y las mujeres. Un mundo de recursos escasos, lleno de desigualdades, de necesidades no satisfechas, de ambiciones nunca colmadas. Un mundo, además, cargado de historia, de representaciones, de pertenencias, de memorias y tradiciones político-culturales. Este mundo es más difícil de transitar para las alquimias de la equidistancia y el justo medio.
La gobernabilidad de estos años es el fruto de una fórmula política hegemónica. Una fórmula no escrita y acaso no premeditada pero plenamente operativa. Es la fórmula presidida por el simple principio de que el gobierno gobierna. No es un derecho que tenga el que gana la elección, es una obligación democrática de principios. No gobiernan ni los economistas, ni los grupos de poder, ni los militares, ni los ruralistas, ni los organismos de crédito: gobierna el gobierno. La gobernabilidad de estos años no tuvo como principio central el que lo era hasta 2001, el de no asustar a los poderosos. El nivel de empleo y el salario ocupó el lugar del termómetro que antes tenía el “riesgo país”, con que nos calificaban los terapeutas que eran parte de nuestra enfermedad. El principio de gobernabilidad fue el de asegurar un piso de bienestar a millones que habían ido quedando afuera de todo en los años del neoliberalismo y habían terminado por ser hundidos en la crisis de principios de siglo. Bienestar que fue aparejado a un nivel de movilización y de conflicto social, la primera de cuyas reglas fue la de su no criminalización ni judicialización. Fue y es una gobernabilidad conflictiva. No a todos les gusta, no todos están conformes. Para eso, no este gobierno sino el sistema constitucional y legal argentino garantiza plena libertad de expresión y transparencia del sufragio como modo más elevado de expresión de la soberanía popular. La utopía de salir del conflicto no solamente es, como toda utopía, imposible; también es regresiva y antidemocrática. Quiere devolvernos al mundo de los consensos obtenidos sobre la base de la invisibilización de los más débiles, esos que en los noventa perdieron el empleo y la dignidad social y no tuvieron voz en los asuntos públicos.
No habrá, con seguridad, camino intermedio ni equidistancia. El candidato ecuménico ya está jugando el partido real y no el que se imagina el pizarrón del técnico. Ya empezó a tomar nota de que el conflicto político no es un invento de caprichosos y malintencionados; está en la vida. Y es inevitable, tarde o temprano adoptar una posición definida. Massa va en camino de convertirse en un aspirante más, bien ubicado pero uno más, en el vasto casting de la oposición mediático-político a constituirse en alternativa al kirchnerismo.
*Politólogo y Periodista
Publicado en:
http://www.redaccionpopular.com/articulo/el-programa-de-la-sociedad-rural-y-la-equidistancia-politica
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