Miradas al Sur. Año 6. Edición número 267. Domingo 30 de junio de 2013
La primera gran causa de división es la desigualdad. El nivel de vida de cada uno en una sociedad depende de una cantidad de factores: la riqueza o pobreza del hogar, el entorno social y las posibilidades de ascenso, la voluntad y la cultura de cada uno y de todos, y una gran cantidad de elementos conexos. Todo ello se inserta en un entorno económico y político que facilita u obstruye los propósitos personales o familiares. En síntesis, existen relaciones de poder, una determinada distribución de la riqueza, del ingreso y estructuras sociales que llevan a la desigualdad. Esta no es natural, ni conveniente, ni se soluciona mediante el libre juego de las fuerzas de mercado. A la desigualdad se la combate desde la política.
De las cifras expuestas surge que, entre 2003 y 2011, la clase media y la clase obrera calificada incorporaron en conjunto a tres millones de personas. En la clase media, los que más crecieron fueron los técnicos y docentes, así como los trabajadores de la salud y los empleados administrativos de rutina; en la clase obrera, disminuyeron los trabajadores manuales no calificados y aumentaron los trabajadores integrados en el estrato medio de ingresos. En este ascenso, se sumó la movilidad individual de trabajadores que pasaron del sector informal al formal. Además, el 80% de los salarios se fijan por negociaciones colectivas; recordemos que en 2011 hubo 1.600 convenios, mientras en los años 1990 sólo se llegaba a los 200 convenios.
Esta estructura social tiene un claro reflejo en los resultados electorales. Por supuesto, la realidad es mucho más compleja que un simple razonamiento binario, con las categorías de pobres y ricos, que no votan por bloques enteros. Sin embargo, estos grandes ejes suelen marcar tendencias gruesas; por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 2011, el Frente para la Victoria obtuvo el 54% de los votos, y las clases populares eran el 53% de la población ocupada.
Se duplicó la clase media. El poder que ejercen las fuerzas políticas de un país, depende en alto grado de la configuración de la sociedad de que se trate. En ese aspecto, una de las conquistas de la “década ganada” es la duplicación de la clase media en la Argentina, como lo muestra un informe del Banco Mundial (Economic mobility and the rise of of the Latin American middle class, Washington, 2012). Se considera que integran la clase media quienes perciben un ingreso por habitante de entre 10 y 50 dólares por día. Según esas cifras, nuestra clase media, entre 2003 y 2009 aumentó de 9,3 millones de personas a 18,6 millones. Es la comprobación del éxito de la política de desarrollo con inclusión social.
Algunas causas de la división. Entre otras causas, la división que vive hoy la Argentina obedece a dos factores importantes. El primero es cultural: todavía hay gorilismo militante (gorila es quien en nombre de un prejuicio se niega a pensar, según la definición de Horacio González); de allí la oposición cerrada a todo lo que haga el Gobierno.
El segundo es la defensa de intereses afectados por la política de desarrollo con inclusión social: distribución del ingreso a favor de los asalariados, ley de medios de comunicación audiovisual, estatización de las jubilaciones, jubilación a quienes le faltaban aportes, nacionalización de YPF, masividad de los convenios colectivos de trabajo, Asignación Universal por Hijo, aumento de la presión fiscal, política de desendeudamiento, entre otras muchas medidas.
Reversibilidad de la situación. Hemos enumerado varias de las conquistas obtenidas; pero, sin embargo, estos logros son reversibles: si el establishment recuperara el gobierno, quienes ascendieron volverán a descender. Éste no es un ejercicio de adivinación. Ya sucedió con el retroceso brutal que provocó el neoliberalismo desde 1976: en 26 años, entre 1976 y 2002, se redujo el producto interno bruto por habitante de 8.000 a 7.200 dólares; por el contrario, en los 10 años de gobierno de los presidentes Kirchner aumentó a 13.000 dólares por habitante; por eso y por la política redistributiva y de empleo, se duplicó la clase media y bajó drásticamente la pobreza. Fue el resultado de una vigorosa acción política comenzada en 2003, dificultada por un arco opositor recalcitrante y violentas operaciones de los medios de comunicación.
Politización de los problemas. Frente a esta situación, el gobierno continúa con su política de unidad nacional, democracia y justicia social. No se buscan consensos fofos, ni declaraciones altisonantes, ni beneficios personales.
El primer principio que se aplica consiste en volver a politizar la realidad, porque proponer soluciones técnicas a problemas sociales, es la barbarie total. La politización de los conflictos implica hacerlos públicos y discutirlos, que es la condición previa para resolverlos.
Puede que una perspectiva razonable sea la consideración y solución política de los conflictos, que permitan la elaboración de consensos, siempre que promuevan la inclusión de todos los argentinos dentro de la Nación. Esta es la real línea divisoria entre conflicto y consenso, y eso es conflictivo. El regreso de la política, en esencia, significa la sublimación de la violencia en reglas y procedimientos que llamamos Constitución o leyes. Al mismo tiempo, se regula el conflicto. No necesitamos anular a los ocasionales adversarios, sino llevar el problema a la discusión; y si no hay acuerdos, regirá el resultado del voto popular. Es la forma democrática de solucionar los problemas generados por las divisiones.
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