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Por Claudio Scaletta
El llamado blanqueo de capitales
anunciado esta semana por el Gobierno, con sus tres alternativas financieras,
representa una vía heterodoxa para comenzar a resolver uno de los problemas más
ruidosos de la coyuntura: la escasez relativa de dólares a un tipo de cambio y
tasa de interés interna dados.
Tipo de cambio y tasa de interés
son apenas dos variables económicas. A la corriente principal de la economía le
encanta hablar de estas variables en forma aislada. Es incluso capaz de
subordinar toda la macroeconomía en pos de que estas variables estén
“equilibradas”. Desde la actual perspectiva de la política económica, en
cambio, lo que importa es que las variables se alineen a los objetivos y no al
revés. La frase noventista “estamos mal, pero vamos bien” es el mejor
contraejemplo. En la última década del siglo XX, la última de auge del
neoliberalismo local, todo se justificaba en función de las variables. “Los
fundamentals están bien”, se repetía al son del desplome del empleo y los
salarios en la economía real. Visto en retrospectiva, la zanahoria más patética
fue la del “grado de inversión”, al que se subordinó el crecimiento y el
empleo. Los superávit relativos, esos de los que se decía falsamente que no son
ni de izquierda ni de derecha, se publicitaban como más importantes que los
indicadores sociales. Para cualquiera que haya vivido los prolegómenos de la
última gran depresión argentina, resulta muy triste leer cómo hoy en Europa se
ejecutan las mismas falacias con los mismos resultados a la vista.
Desde 2003 la política económica
local es otra. Luego del desenlace, con desastre social, de 2001-2002 se optó
por priorizar los objetivos. Al tope de la lista no se ubicó al investment
grade o a la “confianza de los mercados”, sino al crecimiento. Y no cualquier
crecimiento, sino uno con inclusión y sostenido por la demanda. Dicho de otra
manera, el bienestar de las mayorías por sobre el equilibrio presunto de las
variables. Esto y no otra cosa significa oponerse al mainstream. Lo que no
quiere decir, parece obvio, que las variables no importan, sino, de nuevo, que
pueden subordinarse a un objetivo.
Quienes desde el propio gobierno
sostenían que el dólar negro no importaba, que era una cosa puramente ilegal y
marginal de la que la macroeconomía podía desentenderse sin más deberán
reconocer su apresuramiento. Lo mismo deberían hacer quienes afirmaban que la
única salida era “alinear las variables” y volver a las devaluaciones sin más,
al estilo de los viejos ciclos Stop & Go. Existe un concepto explicativo
que deleita a los sociólogos y viene al caso, el del “imaginario social”. Si
una sociedad, por ejemplo, tiene un emperador o un zar durante milenios o
centurias, por más que exista una revolución que socialice los medios de
producción, seguirá teniendo a un líder supremo, aunque ahora se llame
secretario general del partido. Se trata de “la persistencia del imaginario”.
Como repitió el viceministro Axel Kicillof en sus sendas exposiciones públicas
de esta semana, Argentina es el país, fuera de los Estados Unidos, con más
dólares per cápita en circulación, alrededor de 1300 por habitante. También es
el segundo del mundo, detrás de Rusia, en términos de volumen total: hay cerca
de 50.000 millones de dólares en el país, de los cuales sólo 7200 millones están
a la vista en los bancos. Eso sin contar los 120.000 millones de residentes
locales que se estiman en el exterior. Con estos números, más la “persistencia
del imaginario”, una pesificación forzada no podía durar para siempre. Si a
ello se suman las tasas negativas en pesos, el resultado es explosivo: mucha
presión sobre el mercado paralelo.
Hasta aquí el razonamiento fue
estrictamente financiero, es decir; por fuera de las variables reales de la
economía. Mirando desde el lado real, se destaca el aumento de la escasez
relativa de dólares como un fenómeno propio de la estructura productiva local
asociado al crecimiento. Es verdad que todavía sin restricción externa, pues el
superávit comercial es un dato, pero con tendencia hacia dicha restricción.
Luego, escapar de un shock devaluatorio era un objetivo para esquivar el freno
de la economía en un contexto mundial desfavorable, lo que además está asociado
a una distribución regresiva del ingreso, es decir; a los deseos de daño de la
oposición política frente a la proximidad de elecciones. Pero al mismo tiempo,
si bien frenar el dólar y mantener tasas negativas aportó al crecimiento y al
consumo, significó un incentivo para la dolarización de los excedentes. Todos
los caminos conducían a Roma.
Frente a este panorama, las
alternativas de política económica no eran muchas. La ortodoxia noventista
propuso la receta ya probada: el shock devaluatorio. Incluso se llegó a ponerle
número: 40 por ciento. La lógica era que con una brecha del ciento por ciento
entre oficial y paralelo, al margen de las causas reales detrás de cada número,
la fuerte devaluación era un hecho a sincerar. Otras propuestas incluyeron una
devaluación compensada y el manejo de tasas, con desdoblamiento cambiario. La
realidad es que para mantener el tipo de cambio se necesitan dólares. En el
pasado cuando no se devaluaba, se recurría a endeudamiento. La convertibilidad
de los ‘90, por ejemplo, terminó cuando luego de las privatizaciones no fue
posible seguir endeudándose. Desde que fue evidente que ya no ingresarían
dólares, la pésima administración del “Banco Central independiente” permitió
que las reservas internacionales se volatilicen.
El actual equipo económico cambió
la lógica de estos razonamientos. Apostó a la “exteriorización voluntaria” de
una parte mínima de los 160.000 millones de dólares que poseen los residentes,
dentro y fuera del país. Con estos números, el blanqueo de un piso de 5000
millones es altamente probable. Luego apostó a que esos recursos motoricen el
circuito energético, actual fuente de défict externo, y a dinamizar el mercado
más afectado por las restricciones cambiarias y “la persistencia del
imaginario”, el inmobiliario. Se trata de decisiones tomadas desde la
realpolitk, pero dentro de la propia matriz ideológica.
El dato positivo, respecto de una
semana atrás, es que el Gobierno asumió la necesidad de administrar “todos” los
tipos de cambio. En sentido amplio puede preverse que las medidas anunciadas
funcionarán, de hecho, como una devaluación compensada con desdoblamiento
cambiario
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