Siempre es difícil evocar palabras como revolución, que parecen destinadas al cofre de los recuerdos, por las nuevas lógicas neoliberales, que apuntan a conservar un mundo congelado en privilegios, que a raíz de ello, está atravesando una crisis civilizatoria final.
Sin embargo las revoluciones se suceden: la de las mujeres, la revolución tecnológica, la del conocimiento, de los nuevos derechos de las minorías, sin que el sistema de poder, las enfrente o combata. Es que esas revoluciones, no afectan el proceso de acumulación de las riquezas, ni la situación social controlada por la exclusión de grandes sectores del pueblo, necesaria para los procesos de ajuste y flexibilización, con que se los somete.
Pero en nuestro caso, frente a un proceso de deterioro de 50 años, de la solidaridad social compartida, del modelo de Justicia Social que pregonamos, en el que sólo pudimos avanzar en los doce años de gobierno popular, pero sin lograr vencer en la batalla cultural necesaria, para construir los nuevos paradigmas solidarios, que determinan que los pueblos, en busca de un destino común, puedan vencer.
Entonces es necesaria una determinación firme, de valores y virtudes, que nos pongan en camino de recuperar los ejes estratégicos, que recompongan un proceso nacional, que nos encuentre a los argentinos, en la lucha por la recuperación de la identidad y la memoria colectiva necesaria, para sacudir el coloniaje que instala el poder hegemónico, construyendo sentido, a través de los medios hegemónicos, que se naturaliza en el pueblo, por años de ataque sistemático al Estado como ordenador social, propugnando un individualismo egoísta que lleva a la diáspora social.
Para iniciar ese camino, de “volvimos para ser mejores”, está la recuperación de las consignas revolucionarias y las prácticas transparentes, que han caracterizado desde siempre la militancia política del campo popular, con mochilas cargadas de utopías y esperanzas de construir una sociedad más justa, junto al pueblo, sin privilegios ni opresores, sin operadores políticos ni nuevas monarquías políticas. Todas ellas son prácticas viciosas desprendidas del tronco neoliberal que va inundando las conciencias colectivas, alterando los sistemas de valores que sustentan el compromiso pleno con el pueblo.
No es con dinero como se construye poder popular, ni tampoco con operaciones políticas de espaldas al pueblo, menos aun siendo complacientes con los dueños del poder. Se milita desde otro lugar, desde la escucha atenta a las demandas del pueblo, con la decisión plena de los objetivos estratégicos de la Patria, de caminar las decisiones tácticas con determinación estratégica, esas que alimentan las esperanzas del pueblo, en recuperar su protagonismo y dignidad, avasallada por el neoliberalismo dominante.
La ética, palabra tan nombrada en estos días, es la capacidad de mirarse a sí mismo, pero se puede hacer desde el cultivo del ascetismo de la humildad o desde el posicionamiento del poder para dominar. Nicocles, Rey de Chipre, cuenta Jenofes, decía que él era asceta para demostrarse que se dominaba a sí mismo, sus pulsiones y emociones, entre ellas la abstinencia, entonces podría conducir a su pueblo.
Sin embargo la sociedad de los objetos, del correr detrás de las nuevas tecnologías y la incorporación de valores ajenos a uno mismo, por el tema del consumismo y la necesidad de “ser alguien”, establece el ser uno, como objeto individual de proyección egoísta meritocrática, dañando el concepto de solidaridad social, de compañero y hermano, llevando a la fragmentación funcional al enemigo.
Al revés de esa situación, el “estar siendo” que describe con precisión Rodolfo Kush, determina la posibilidad de pensarnos como Comunidad Organizada, como tenían los pueblos originarios en donde privaba el bien común, el cuidado de la naturaleza, el respeto por el “otro”. Ese respeto perdido en la militancia política, por el proceso de degradación producido desde los años 90, debe ser revertido en el tiempo, construyendo en la base misma del despliegue territorial, sindical, social o sectorial en los cuales se milite, desplazando el dinero como factor de acumulación de poder, proceso instalado por el posibilismo de acceso al funcionariado, enterrando los sueños militantes construidos por décadas de luchas.
Es esa recuperación de sueños, el mejor compromiso que podemos asumir frente al pueblo, para comenzar a revertir una situación de militancia electoralista, que el sistema demo liberal burgués nos ofrece como zanahoria de una vida militante.
El cargo no hace al hombre, decía Perón en aquel tiempo, el hombre, dispuesto a cambiar la historia, es el que hace al cargo.
Es esa convicción revolucionaria, de amar al pueblo, escuchando y promoviendo su participación activa, en la gestión del poder, como constituyente del poder popular, en el marco de una Comunidad Organizada. Esa sola acción cambia la conciencia moral de la militancia política, entusiasma a nuestros jóvenes, derrota los que quieren desplazar la política del poder, para instalar los poderes hegemónicos y permite recuperar los sueños postergados por generaciones.
La política es un acto de amor, de compromiso pleno, para algunos de nosotros constituye un proyecto de vida, no para vivir de eso, sino para vivir por esa causa.
Por esas causas dieron su vida, en los últimos 70 años de historia resistente, miles de jóvenes idealistas, asesinados siempre por los mismos, los que gobernaron los últimos 4 años neoliberales y todos los procesos represivos, desde las dictaduras cívico militares a los gobiernos que llegaron con proscripciones.
Esa es nuestra demanda histórica, la de nosotros los dinosaurios a los jóvenes, casi como una transmisión de experiencia necesaria, de la oralidad transmitida de generación en generación.
por JORGE RACHID
PRIMERO LA PATRIA
www.lapatriaestaprimero.org
CABA, 23 de febrero de 2021
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