Desde esta pequeña columna de cine que me propusieron mis compañeros de Peronia, hoy voy a hablar de uno de los engendros más nombrados y quizás menos conocidos de la historia de la humanidad: Jesucristo Superstar.
Esta ópera rock/obra de teatro/película de cine/adaptación de teatro nuevamente y traducida a todos los idiomas del mundo cristiano fue mal comprendida y mal aceptada por los sectores más rígidos y dogmáticos de la iglesia catolica porque no se dieron cuenta que en realidad les generaba un beneficio: en el auge de su historia logró captar generaciones descreidas de la guerra de vietnam y hippies que se habían alejado para convertirse en la evangelización más efectiva del siglo XX. Gracias a Jesucristo Superstar, florecieron bandas de rock cristiano que arriaron el rebaño de la juventud a las huestes del cristianismo. Pero esa historia no tiene mucho que ver con Peronia. Perdon que me vaya por las ramas, pero ya van a entender el por qué.
Entre los datos formales de Jesucristo Superstar, sabemos que nació en la década de los 70, en sus albores, donde las óperas rock iniciadas con The Who demuestran el compromiso político de quienes las escribían y las actuaban. Fueron verdaderas revoluciones culturales, banderas ideológicas en una época donde todo estaba tan ciclotímico y cambiante que era difícil llamar la atención. Primero fue una ópera rock, luego fue obra de Broadway, luego película y como corolario interminable cantidad de versiones de teatro alrededor del mundo; según uno de sus creadores, la versión protagonizada por Camilo Sesto, fue muy superior a la original y es difícil destronar.
Pues bien, ¿de qué trata Jesucristo Superstar? Claramente nos cuenta la pasión de Cristo en una versión increíblemente psicodélica. Jesus se ha convertido en una estrella de rock, adorado por todos y desviado del camino original por el cual vino a este mundo: la revolución. Salvar al pueblo cristiano de las crueles manos del Imperio Romano. La hoguera de las vanidades representada en Jesús, tiene su contrapunto en un Judas terriblemente atormentado. El único discípulo filosófica y moralmente superior. La película comienza con El Traidor reclamando a Jesus. Y termina con su traición, que en realidad no es tal; sino que, en el fondo, es devolverle su divinidad. Aunque tenemos que reconocer que en esta obra, se juega permanentemente con la divinidad de Jesús. Su padre lo ignora en sus rezos, rompe las reglas de la época y convenientemente, el giro en la trama, el final, es que Jesus no resucita. La obra termina con su muerte. Decidieron dejar en tela de juicio la divinidad del Guerrillero Primigenio. Antimilitarista, pacifista y claramente, hippie. Un Jesús escapado de Woodstock y un Judas que nos recuerda a Jimi Hendrix
Seguimos sin entender porque estos romanos con metralletas, este Jesús estrella de rock y este Judas atormentado es tan importante en la cultura argentina. A eso vamos, corría el año 1973 y Alejandro Romay, más conocido como el zar de la televisión, había gastado toneladas de dólares (Doscientos mil para ser precisos) para traer la obra a la Argentina. Iba a ser una superproducción de poquisimas funciones en el Teatro Argentino. Se estrenaba el 2 de Mayo de 1973, cosa que nunca ocurrió. En el ensayo general, entraron 7 encapuchados con armas, dispararon tiros al aire para amedrentar a los trabajadores y con 12 bombas molotov redujeron a cenizas el teatro que se encontraba a pocos días de cumplir 89 años. Otra vez, los soldados del Imperio actuaron como gestores de la moral e impedían que la posibilidad de germinar semillas de libertad en la gente de bien fuera truncada. Otra vez la violencia. Otra vez, apagar una posible revolución.
Los medios de la época dijeron que fue un error técnico, que había demasiado líquido volátil en el utileria. Pero fuera de las fronteras del país, Andrew Lloyd Weber relataba la verdad. Otra vez ocultar el sol con la mano. La quema de El Argentino fue una tragedia y una metáfora de lo que vendría después. De la historia de las revoluciones en la Argentina.
Si quieren ver Jesucristo Superstar, la película resulta interesante, por los meta textos: son un grupo de actores, que van a representar la obra a las locaciones originales que llegan en un colectivo signado por el 666. Si les tengo que recomendar, busquen la versión de Camilo Sesto, no se van a arrepentir.
Jesucristo Superstar tiene la cucarda de tener el primer Jesus y el primer Judas Marxista. De establecer en el siglo I la búsqueda del hombre nuevo. De la idea de revolución. Esta aberración de película, y demases, solo fue superada por otra, también pergeñada por Tim Rice, guionista de Jesucristo Superstar y partenaire de Andrew Lloyd Weber. La “Evita” de Madonna. Pero ese es otro cuento, que hoy no viene al caso.
Mina Peroggi - @minaperoggi
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