“Yo no lo voté”. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado? ¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo han ganado las elecciones determinados personajes, si nadie los votó?. Menem, De La Rúa, Macri… la lista es larga
Voy a romper esa tradición. Yo si lo voté. Yo voté (en 1989) a Carlos Saúl Menem, y lo voté por buenos motivos.
En las elecciones de 1989 se presentaba el ingeniero Álvaro Alsogaray, con su plan liberal de siempre, el plan de ajuste que siempre proponía. El candidato oficialista del Presidente Alfonsín era el gobernador cordobés Eduardo Angeloz, que hablaba del “lápìz rojo”, de un plan tan similar al del Capitán-Ingeniero, que Alsogaray afirmaba que el dirigente radical había encontrado un borrador de su plan económico.
Frente a estos dos candidatos claramente neoliberales se encontraba la fórmula Carlos Saúl Menem-Eduardo Duhalde, un gobernador del interior con aires de caudillo federal, y un cacique del Conurbano que tenía ciertos méritos en su rol de intendente. Toda la campaña de Menem hacía pensar en un shock keynesiano, a eso sonaban el “salariazo” y la “revolución productiva”, y más aún un corte publicitario muy largo, de unos 20 minutos, que protagonizaba el “Cabezón” Duhalde, donde explicaba con detalle un plan de desarrollo de las PYMES según modelo italiano.
Yo voté a Carlos Saúl Menem, en 1989, para derrotar a los candidatos neoliberales. Voté en contra del plan de ajuste de Alsogaray y del lápiz rojo de Angeloz. No creo que sea necesario explicitar cuánto me molestó el viraje ideológico posterior del candidato riojano. En realidad mi decepción fue bastante temprana, pues comencé a sospechar que no había votado lo que yo suponía haber votado cuando se anunció el gabinete y me encontré a Jorge Triaca como Ministro de Trabajo. Recuerdo haber pensado: “Esto no es para mí. Yo me bajo”.
La verdad es que no me equivoqué, pues del salariazo, las pymes y la revolución productiva se pasó a un plan neoliberal al que le importaba poco cualquiera de las tres cosas.
En esos primeros años se daba un fenómeno muy patético: muchos que habíamos votado a Menem estábamos furiosos, y lo criticábamos impiadosamente. ¿Quiénes lo defendían con más vigor? ¡Los que no lo habían votado, por supuesto!
Mi decepción era tan grande que en 1991 cometí un pecado del que todavía me arrepiento, tan o más grave que haber sido seducido por los cantos del sirena del turco: voté al MAS.
Muchos sostienen que ese “peronismo” de Menem se plegó a una ola universal posterior a la caída del Muro de Berlin, como hicieron los socialismos europeos, e incluso muchos cuadros del apparatchik comunista del derrumbado bloque soviético.
La gran pregunta es si el peronismo puede ser neoliberal. Muchos sostienen que el peronismo es una fuerza política cambiante, que se adapta a los tiempos, y que en los noventa adoptó ese ropaje. Me encuentro más cerca de las opiniones que lo ven como un engendro, como algo absolutamente contrario a la naturaleza de un peronismo que nació para reemplazar a un sistema político liberal por otro nuevo. No en vano el peronismo siempre incluyó su propio centro, su propia izquierda y su propia derecha.
De lo que no queda duda es de que un núcleo muy importante de los votantes peronistas de Menem se sintieron estafados, engañados, por el giro inesperado de un líder carismático y simpático, pero flojo de principios.
El peronismo arrastrará siempre esta marca: haber apoyado un plan neoliberal en tiempos del dos veces presidente y oriundo de La Rioja. Pero, en defensa del peronismo, debemos decir que mientras fuerzas políticas europeas como la socialdemocracia fueron absorbidas por el tsunami neoliberal y asimiladas completamente, el peronismo tuvo al principio un puñadito de rebeldes, y luego una reacción total con el surgimiento, quince años después de esa elección nefasta, de una nueva versión del partido de Juan Perón, totalmente ajeno a los cantos de sirena de los neoliberales.
Carlos Saúl Menem se fue. Que descanse en paz. Y que no vuelva
Por Belisario Beckford Gatti
21 de febrero de 2021
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