Por Belisario Beckford Gatti
Las guerras nos acompañan desde tiempos inmemoriales. Son acontecimientos terribles, plagados de sudor, sangre, muerte y sufrimientos. Terminadas las guerras, el infierno no termina. Los veteranos de guerra siempre sufren terribles consecuencias sicológicas. Rara vez un ex combatiente cuenta sus experiencias. Muchos mantienen inestabilidades que se perpetúan en el tiempo, y que los llevan al suicidio. El inferno terminó, pero los recuerdos de ese infierno los torturan, no los dejan vivir en paz.
Pero… ¿Qué pasaría en guerras donde no se sufriera dolor, no se escucharan los lamentos agónicos de los moribundos, no se oliera el sudor, no nos salpicara la sangre, o no tuviéramos que caminar entre cadáveres? ¿Qué pasaría si matar fuera fácil?. La pregunta hace mucho que ha dejado de ser teórica, porque la moderna tecnología bélica, los drones militares, permiten evitar todo esto y transformar algo tan espantoso como una guerra en una especie de videojuego.
El mayor Thomas Egan [Ethan Hawke] es un militar norteamericano, es piloto de aviones caza. Pero lo han destinado a otra tarea. Vive en una casita en los suburbios de una pequeña ciudad del interior profundo de los Estados Unidos. Una casa con un pequeño patio donde prepara barbacoas.
Thomas sale todas las mañana de su casa vestido con su uniforme militar y manejando su auto, y cumple un horario de oficina. Su lugar de trabajo no es una base militar. No hay ninguna base militar en esa ciudad (¿No hay? ¿Están seguros?). El se dirige a un predio lleno de containers, e ingresa a uno, donde está su “oficina”. Allí maneja una computadora. Cuando vuelve del trabajo pasa a comprar por un mercadito cercano a su casa. El comerciante siempre se burla de él, porque piensa que está disfrazado de soldado…
Thomas está cada vez peor. Enojado, deprimido, tomando en exceso, y pidiendo a los dioses que lo trasladen, que lo envíen a Irak, a Afghanistan o a cualquier otro lugar donde puede combatir cara a cara a un enemigo. Molly Egan [January Jones], su esposa, no entiende que le pasa a Ethan. No entiende por qué quiere abandonar una vida tan cómoda y segura para irse a muchos miles de kilómetros de su familia a arriesgar su vida todos los días. Y su marido tampoco se lo explica, le dice que su trabajo es ultrasecreto y no puede hablar de él.
Thomas maneja una computadora. Controla imágenes de satélites espías, que siguen a personas que son blancos militares de los Estados Unidos, que están marcadas como terroristas, como enemigos. Vigilan sus casas y lugares donde se supone que pueden aparecer.
Cuando el objetivo es ubicado, Thomas da una orden y un misil sale en su búsqueda. El misil tarda algunos segundos en impactar, y en ese interín puede aparecer en el blanco algún inocente, unos niños jugando a la pelota, una mujer con un bebé, un anciano. Cuando eso sucede, ya no puede hacer nada: son daños colaterales.
El trabajo es realmente duro, difícil de digerir para estómagos sensibles. Disparan contra la casa de un líder musulmán sindicado como enemigo de los Estados Unidos. Lo matan. Pero Thomas ve en las imágenes de las cámaras como los vecinos remueven los escombros y sacan media docena de cadáveres, incluyendo mujeres y niños. Luego ve cómo se organiza el sepelio, al que concurren vecinos, amigos y familiares. Entre los familiares aparece el hermano del muerto, que también era buscado por los norteamericanos. Otro misil. Hacen volar por los aires el sepelio y muchos de los concurrentes.
Thomas no soporta más. Thomas prefiere matar a alguien que le dispara, en lugar de asesinar mientras toma café sentado en una oficina con aire acondicionado, siguiendo las instrucciones de una voz anónima que le habla por teléfono.
Están siguiendo la pista de otro dirigente musulmán, y tienen vigilada la casa. Thomas controla todos los días las imágenes. Y todos los días ve el mismo “espectáculo”. Una joven encargada de la limpieza barre el patio, y uno de los guardias de seguridad del líder musulmán la viola salvajemente, todos los días. La mujer acomoda sus ropas y sigue trabajando.
Thomas no soporta más. Thomas decide renunciar. Pero antes de concretarlo se propone hacer algo por sí mismo, matar a alguien que para él realmente lo merece. Cuando el guardia violador se acerca a la mujer, aprieta el botón. Y la pesadilla se repite, porque en los segundos que el misil tarda en llegar la mujer va quedando cada vez más cerca del objetivo, y es alcanzada por la explosión. Thomas mira la pantalla espantado, hasta que ve a la mujer levantarse, sacudirse el polvo, y seguir su camino. Apaga la computadora.
¿Qué pasa cuando matar es “fácil”? ¿Es fácil matar?
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