Algunas
semanas atrás desde esta misma columna les hablaba de un elefante argentino.
Para los que no lo recuerdan, me refería más específicamente a un libro de un
cognitivista estadounidense y asesor del partido demócrata llamado George
Lakoff que en 2004 publicó un libro llamado No
pienses en un elefante. En ese libro, Lakoff sostiene, entre otras cosas,
que la ciudadanía no decide su voto por razones económicas sino por valores
morales. Tal hipótesis es la que permite comprender que sectores bajos y medios
puedan, eventualmente, apoyar a aquellos candidatos cuyos intereses son
representativos de las clases más acomodadas. Pero quiero ahora retomar otro
aspecto del libro, que derriba uno de los grandes mitos existentes en política
y en comunicación. Me refiero a aquel presupuesto del siglo de la ilustración
que afirma que, como la gente es racional, alcanza con mostrarle los hechos
para que cambie su parecer y llegue a la verdad. Dicho de otra manera, los
hechos acabarían imponiéndose a los prejuicios y a la ideología previa. Desde
este punto de vista, un antikirchnerista rabioso debería reconocer los logros
del gobierno y un kirchnerista ferviente aceptar que puede que algunas de las
cosas que dice Clarín no sean viles operaciones de prensa y mentiras. Sin
embargo, Lakoff opina lo contrario y para apoyar su hipótesis “antiilustrada”
se basa en estudios de la neurociencia. En sus propias palabras: “La gente
piensa mediante marcos. (…) La verdad, para ser aceptada, tiene que encajar en
los marcos de la gente. Si los hechos no encajan en un determinado marco, el
marco se mantiene y los hechos rebotan. (…) Los hechos se nos pueden mostrar,
pero, para que nosotros podamos darles sentido, tienen que encajar con lo que
ya está en la sinapsis del cerebro. De lo contrario, los hechos entran y salen
inmediatamente”.
Para
comprender este párrafo cabe hacer algunas aclaraciones terminológicas. Para
Lakoff, basado, insisto, en estudios neurocientíficos, nuestro pensamiento está
estructurado a partir de conceptos que se han ido forjando con el tiempo y que
se encuentran “incrustados” (SIC) en el cerebro. Esto quiere decir que no se
los puede remover con simpleza ante uno o dos hechos que vayan contra ellos.
Para ilustrar
esto se puede tomar cómo influyó en el plano de la creencia el hecho de que en
octubre de 2004 la administración Bush admitiera que no existía prueba alguna
de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Una encuesta realizada
seis meses antes arrojaba que un 51% de los estadounidenses creía que Saddam
Hussein tenía armas de destrucción masiva. Sin embargo, casi 2 años después, el
número de estadounidenses que seguía creyendo lo mismo prácticamente no se
había modificado y llegaba al 50%. De nada había servido que la propia
administración republicana hubiera reconocido el error: los marcos de buena
parte de la ciudadanía estadounidense no permitieron que los hechos afectaran
su cosmovisión.
En el ámbito
vernáculo ejemplos sobran pero cabe mencionar la contraposición entre la mirada
estigmatizante que se tiene sobre los jóvenes en relación con el delito y los
datos concretos. En este sentido, el último estudio de la Corte Suprema sobre homicidios
dolosos en Capital Federal y Buenos Aires arrojó que sólo el 1% de los delitos
fue cometido por menores de edad. Esto no ha variado sustancialmente pues el
mismo estudio, en 2010, arrojaba que de 168 homicidios sólo 2 habían sido
cometidos por menores de 16 años. A su vez, en ese mismo año, el índice de
homicidios dolosos alcanzaba el 5,81 por 1000 contra el 8,5 por 1000 de la
segura y emblemática ciudad de Nueva York.
De 2010 a la fecha las cosas no han empeorado pues en CABA, en 2012, el
índice estuvo en el 5,46 por 1000. Pero estos datos duros no modifican la
opinión de los creen que la Argentina se ha convertido en México y responden a
estos datos fríos (con los que se deben constituir políticas públicas), con la
incontestable imagen del horror de una víctima que pide justicia.
El ejemplo que utiliza Lakoff para que se
comprenda su idea de marco es la expresión de “alivio fiscal” utilizada por
Bush para justificar una baja en los impuestos de los más ricos. En palabras
del científico cognitivista: “Pensemos en el enmarcado de “alivio”. Para que se
produzca un alivio, ha tenido que haberle ocurrido a alguien antes algo
adverso, un tipo de desgracia, y ha tenido que haber también alguien capaz de
aliviar esa desgracia, y que por tanto viene a ser un héroe. Pero si hay gentes
que intentan parar al héroe, esas gentes se convierten en villanos (…). Cuando
a la palabra “fiscal” se le añade “alivio”, el resultado es una metáfora: los
impuestos son una desgracia; la persona que los suprime es un héroe, y
quienquiera que intente frenarlo es un mal tipo. Esto es un marco”. Volviendo a
nuestras latitudes e independientemente de la posición que cada uno tenga al
respecto, sucede algo parecido con la idea de “cepo” al dólar. Pues recuérdese
que el cepo ha sido un instrumento de tortura. Un cepo inmoviliza, esclaviza,
castiga y, por lo tanto, no es adecuado para este mundo contemporáneo en que no
hay esclavitud y los castigos son de cualquier índole pero nunca físicos. También
supone que la condición natural del dólar es “la libertad”. En ese sentido,
¿quién puede estar de acuerdo en que se le ponga cepo a algo? Esto significa
que una vez instalada, la idea de “cepo al dólar” activa un marco mental que se
defenderá activamente de cualquier intento de explicación o de hecho que
pudiera justificar la decisión gubernamental de ponerle límite a la compra de
dólares.
Estos últimos
dos ejemplos sirven para comprender el funcionamiento de los marcos y para
advertir que hay que prestar atención al rol que cumple el lenguaje y la
decisiva acción del nombrar. Según Lakoff, el gran error de los demócratas es
que han dejado que los republicanos nombren y con ello constituyan realidad,
pues cualquier discusión que se intente librar en los términos del adversario
está perdida de antemano. Pero bastante antes que éste, ya Platón se preguntaba
quién ponía los nombres y en ese diálogo, llamado Crátilo, nunca queda del todo claro si los que vinculan los nombres
con las cosas son semidioses individuales o la propia comunidad como un todo en
algún momento mítico y originario. Lo que pasaba por alto Platón es que la decisión
del nombrar, esto es, insisto, el de vincular una cosa con un signo, es siempre
una decisión arbitraria, forzada y violenta porque no existe el signo perfecto
para un hecho concreto. Todo nombrar es un recorte atravesado por la misma actividad
del nombrar y apoyado en una cosmovisión previa, esto que Lakoff traduce en
términos de “marcos” y “conceptos” y que otros, como el epistemólogo Thomas
Kuhn, llamarían “paradigma”.
Para
finalizar, Lakoff afirma que “el ala derecha ha utilizado mucho tiempo la
estrategia de repetir continuamente frases que evocan sus marcos y que definen
las cuestiones importantes a su manera. Tal repetición consigue que su lenguaje
parezca normal, que el lenguaje cotidiano y sus marcos parezcan normales, modos
cotidianos de pensar acerca de las cuestiones importantes. (…) Los periodistas
tienen la obligación de no aceptar esta situación y de no utilizar sin más
aquellos marcos del ala derecha que han llegado a parecer naturales. Y los
periodistas tienen la obligación especial de estudiar el enmarcado y de
aprender a ver a través de marcos motivados políticamente”. A este tipo de pedidos tan razonables, los
marcos instituidos de la prensa en Argentina lo llaman despectivamente “hacer
periodismo militante”.
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