La pasión del líder del Frente Renovador por transformarse en un producto no puede sino despertar cierta desconfianza. Primero fue la marca electoral, “+a”, que bien podría tomarse por una nota excelente puesta al revés, y ahora, en una movida que no fue suficientemente advertida por las glándulas detectoras de grotesco de la sociedad argentina: Llegó la aplicación oficial para celulares: “MassApp”. Es fuerte, pero es así.
Por Sebastián Lalaurette*
(para La Tecl@ Eñe)
La tentación inicial es
señalar que una cosa es convertirse en un símbolo y otra muy diferente
es convertirse en un chiste, y que quien aspira a convertirse en líder
de algo (de cualquier cosa) debería apuntar a lo primero teniendo mucho
cuidado de no caer en lo segundo. Pero la estrategia funciona, aquí,
hoy. Le sirvió a Francisco de Narváez, que pasó del eslogan vacuo
(“Votame, votate”) al paródico televisivo (“Alica, alicate”) y de ahí,
sin escalas, a un escaño legislativo. Y parece funcionarle a Sergio
Massa, empeñado en exprimir hasta el límite las posibilidades de su
breve apellido.
Primero fue la marca
electoral, “+a”, que bien podría tomarse por una nota excelente puesta
al revés, y ahora, en una movida que no fue suficientemente advertida
por las glándulas detectoras de grotesco de la sociedad argentina, llegó
la aplicación oficial para celulares: “Massapp”. Es fuerte, pero es
así.
Para el lector no
interiorizado en estos temas hay que aclarar un poco. Los teléfonos
celulares modernos son, más que teléfonos, pequeñas computadoras. Como
tales, tienen un sistema operativo (similar al Windows o Linux en las PC
de escritorio) y admiten la instalación de aplicaciones (programas) que
permiten realizar las tareas más variadas: hay aplicaciones para
organizar las tareas, para escribir documentos, para sacar fotos y para
retocarlas; para escuchar música, para grabar entrevistas... en fin, el
espectro es amplísimo. Entre las aplicaciones más descargadas en todo el
mundo se encuentra una que se llama “Whatsapp”, que sirve para chatear y
enviar mensajes de audio en forma básicamente gratuita. El nombre de la
aplicación es un juego de palabras entre app, la abreviatura de application,
y la frase “What’s up?”, que vendría a significar algo así como “¿Qué
tal?”. Desde el punto de vista del marketing, el nombre del programita
es un hallazgo brillante.
“Massap” añade a todo
este proceso derivativo una capa adicional de referencialidad. No sólo
remite a “Whatsapp”, sino también a wassup,
una versión deformada de “What’s up” que fue popularizada por un video
viral (“Wasuuuuuuuuup”) que más tarde fue tomado por otro fenómeno de
Internet, The Annoying Orange (La Naranja Molesta) en uno de sus propios
videos: allí la frase se transformaba en “Wasaaaaaaaaaaaabi”.
Más allá del nombre,
¿cómo funciona la aplicación en sí? +a- (massamenos). La instalé en mi
celular y no hubo forma de ingresar en ella a través de Facebook, ya que
el proceso se colgaba sin un error definido, esto a pesar de que la
página de la aplicación en la tienda de Google asegura que el problema
ya fue subsanado. Contra mi voluntad, tuve que crear una cuenta,
ingresando un nombre (falso) y mi dirección de correo electrónico (quién
sabe para qué la quiere el ex superministro kirchnerista), ya que de
otra manera me habría sido imposible utilizar la aplicación.
Quisiera sorprenderme,
pero no puedo (un signo de vejez, acaso), de que para obtener algo de un
político que pretende representarme haya tenido que entregar algo
primero, en este caso mi dirección de email. El mismo fenómeno se
repitió en el caso de la encuesta: imposible enterarme del resultado
hasta el momento (la pregunta era “¿Fuiste vos o tu familia víctima de
algún hecho de inseguridad?”) sin antes dar mi propia respuesta. En fin.
El diseño de “Massapp” es
limpio, como corresponde a toda buena aplicación de este tipo, y al
parecer el contenido se actualiza frecuentemente. La aplicación es,
también, blanda. ¿Qué otra cosa cabría esperar de un producto construido
para simular la interacción entre el político y el pueblo sin el barro y
el humo de la realidad? La apuesta más fuerte no es el contenido, que
es exactamente lo que uno esperaría, sino justamente el nombre, una
pieza de marketing político que parece retomar la huella de Narváez. Con
chistes malos se amassan victorias, aparentemente.
La pasión del líder del
Frente Renovador por transformarse en un producto no puede sino
despertar cierta desconfianza. No, mejor borremos eso, porque es
justamente lo contrario de lo que ocurre: esa pasión es la manera que
Massa encontró de generar confianza, de evitar la suciedad de los
límites borrosos y las cuestiones ambiguas de la realidad social. Es el
mundo de las etiquetas, como “inseguridad”, como el cuadradito negro con
la leyenda “+a” que se ubica en la base de la foto del diputado en la
pantalla de apertura y que parece literalmente una etiqueta como las de
la ropa que informan el talle o avisan que la prenda se puede planchar
pero hay que lavarla en frío. Somos pocos, somos siempre menos, los que
desconfiamos de estas cosas porque, qué sé yo, somos así. En una campaña
dirigida a la intelectualidad vernácula, el exministro pierde; en una
campaña dirigida a “la gente”, la reducción de sí mismo a un símbolo un
poco ridículo es exitosa.
En el fondo lo que existe
detrás de esto es una concepción de la política que ha venido calando
hondo en la Argentina desde 1989, con una breve interrupción entre 2003 y
2009 aproximadamente. Es la presentación del político como
antipolítico, la destilación de lo complejo social en fórmulas límpidas y
de poco riesgo. Hay una curiosa continuidad en este afán
autodenigratorio que trasciende las ideologías y los partidos: “Dicen
que soy aburrido”, confió alguna vez Fernando de la Rúa, y también ganó.
Alivianar el peso de la propia personalidad es deshacerse de todo lo
que puede jugar en contra porque la personalidad tiene dobleces y
defectos y un pasado, cosas que no están presentes en un mero eslogan (y
si aparecen, se lo desecha: ver el ejemplo de “la Casa está en orden”).
Todo esto no sería
posible si el público, es decir el pueblo, se rehusara a entrar en el
chiste y exigiera algo de seriedad para variar. Pero la seriedad está
devaluada. Pertenece al ámbito de lo programático, de la ideología que
planifica remitiéndose a raíces siempre cuestionables y a veces hasta
contradictorias. Como lo recordara recientemente Andrew O’Hehir para Salon, “todo el drama de la elección de 2012 tuvo que ver con los hilarantes esfuerzos de Mitt Romney para aparecer como un outsider”.
No queremos ideología, queremos candidatos que no salgan de ninguna
parte, que reflejen, a lo sumo, nuestras confusas ideas de hoy.
Desde ese punto de vista,
incluso llama la atención que el rótulo (porque eso son los apellidos,
además) no haya sido más explotado. Podemos imaginar una línea de
preservativos con la que el Frente Renovador apuntaría a las fantasías
masculinas de poder y dominación, sin explicitar estas oscuras
connotaciones y reduciendo la idea a una atractiva marca publicitaria:
Massadentro. El paquete de alimentos para su futuro programa
asistencialista: Massamorra. Un libro escrito por él, o encargado a un ghost writer,
denunciando con documentos y testimonios las atrocidades del
kirchnerismo post su salida: Nunca +a. Y por último podría directamente
plagiar la estrategia Narváez/Tinelli y convocar al voto con un nuevo
eslogan: “Amassame, amassate”. Un llamado que terminaría de anular a la
persona Sergio Massa para transformarla en un concepto abstracto, una
suerte de lifestyle que uno se
calzaría como una capa, al mejor estilo New Age, desprovisto de más
conflictividad que la lucha de uno contra sí mismo para aceptar el
cambio y animarse a ser feliz.
*Periodista y escritor
Publicado en:
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene#!17-sebastin-lalaurette/cbs4
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http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene#!17-sebastin-lalaurette/cbs4
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