REFLEXIONES ACERCA DEL DÍA DEL MAESTRO:
Los docentes realizamos una tarea que
implica una enorme responsabilidad porque somos parte importante de la
formación de los chicos que ponen a nuestro cargo; no sólo de la formación como alumnos, sino
como personas. Cuando comienza nuestra tarea, en nivel inicial, nuestros
alumnos son unos niños chiquitos que acaban de dejar los pañales; cuando
dejamos partir a esos mismos alumnos, una década y media después, son casi adultos.
Algunos incluso ya trabajan o han tenido
un hijo. En esos largos años los alumnos permanecen muchas horas en las
escuelas, que comparten con nosotros.
Nos transformamos querámoslo o no en parte ineludible de sus recuerdos
de la infancia y adolescencia. Nuestras virtudes y nuestros defectos; nuestros
aciertos, nuestros errores y nuestras locuras serán recordados por décadas por
esos miles de chicos que a lo largo de los años pasan por nuestras manos. Nos
pueden amar u odiar; podemos ser sus héroes o sus antihéroes; pero es difícil
que les seamos indiferentes.
La tarea docente ha pasado por tiempos
mejores. Hace muchas décadas, la escuela como institución social tenía un rol
indiscutible; y los docentes, habitantes habituales de sus aulas, compartían esa
consideración social. A lo largo de estos años esta imagen se ha ido
deteriorando, desdibujando, debido a
cambios sociales, económicos y culturales ajenos a nuestro control. Se
cuestiona la validez y modernidad de la escuela, y con ella a sus docentes.
Seguimos escuchando decir que “trabajan
cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones”, cuando todos sabemos que nadie
puede vivir con sólo 4 horas de trabajo, y que esos mentados tres meses de
vacaciones no son tales desde tiempos muy lejanos. El que les habla, que
recorre su año 24 como docente, jamás tuvo semejante etapa de receso veraniego…
La nuestra es una profesión rara, pues volvemos a casa tras una larga y agitada
jornada pensando en lo que hay que corregir para mañana, en la prueba que hay
que preparar o las fotocopias que se deben sacar, en que se acerca la fecha de
presentar diagnósticos, planificaciones o planillas de incompatibilidad
horaria. No conozco el caso de otros trabajadores que se lleven el trabajo a la
casa en la misma medida…. Uno no se imagina a un bancario portando a su
domicilio la cola completa de clientes para seguirlos atendiendo.
Muchas veces sentimos que nuestro trabajo
no es comprendido. La gente se escandaliza cuando ante un paro docente se
paralizan las escuelas, cuando esto es lo lógico: que ante un paro de su sector
los docentes no trabajen. Y se nos pide que pensemos medidas de fuerza que no
interrumpan el desarrollo de las clases. Esas mismas personas han naturalizado
que, por ejemplo, ante un paro de transportistas las escuelas dejen de
funcionar, aún para aquellos que viven a escasas cuadras del establecimiento en
el que estudian o trabajan. Y a nadie se le ocurriría, por supuesto, pedirle a
los colectiveros que cuando hacen paro transporten igual a alumnos y docentes
para evitar que se paralicen las escuelas.
Hay muchas características de nuestro
trabajo que se complejizan cada vez más. Cuando hay problemas sociales las
escuelas pasan a ser una mezcla de guarderías y comedores escolares, amén de
que esos problemas que sufren nuestros alumnos y sus familias siempre llegan al
aula. Andamos acosados por crecientes responsabilidades
burocrático-administrativas (que no nos gustan y no hacemos bien), por el
fantasma de la responsabilidad civil, y por decisiones a niveles ministeriales
de insignes profesionales que seguramente han estudiado mucho y tienen impresionantes curriculums, pero que
adolecen de una impactante falta de tiza, que no entienden cómo funciona
realmente una escuela. Vivimos en una época que gusta del cambio permanente, lo
cual es muy pernicioso para la educación, ya que las escuelas son instituciones
con una gran inercia, por lo que si un cambio no se aplica durante un tiempo
más o menos prolongado nunca llega realmente a las aulas. Los cambios tecnológicos
nos brindan posibilidades educativas maravillosas, pero ni nuestra posibilidad
de capacitación ni los cambios de las infraestructuras escolares le pueden
seguir el ritmo a esos avances.
Más allá de estas dificultades, los
docentes ingresamos al aula todos los días. Tomamos decisiones todo el tiempo
frente a cosas que pasan en ella. Y entre desvalorizaciones sociales, problemas
de la comunidad, agobios burocráticos, cuestiones personales e instrucciones
ministeriales a veces realmente extravagantes, continuamos con nuestra tarea.
Como aquellos capitanes de barco que se
subían a una cáscara de nuez para enfrentar al Océano, nos levantamos cada
mañana y partimos hacia las escuelas, dispuestos a encontrarnos con aventuras
maravillosas o con monstruos inimaginables.
Adrián Corbella, 27 de agosto de 2014
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