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sábado, 17 de septiembre de 2011

Cuando no se tiene respuesta, uno le busca el porqué a las cosas, por Jorge Ferrara (para el “Facebook” del autor, 17-09-11)



Sábado, 17 de septiembre de 2011, 1:41.


Quiero pensar que si el mundo sería ideal, los sociólogos, economistas, psiquiatras y psicólogos se quedarían sin trabajo.

Cuando las décadas pasan y quienes levantan la voz solo leyeron los procesos en libros y no lo pasaron en carne propia, le llamo falta de sentido común y humildad para saber escuchar y luego analizar cada punto formando así su propio criterio.

En más de una ocasión tenemos ejemplos como padres que lucharon para tener algo en la vida, su terreno, su casita hecha de material y formar con el sacrificio una familia, donde alimentar cotidianamente, darles un estudio a los hijos y aconsejarlos para su bien en el futuro, con equivocaciones y con aciertos.

Este proceso era lo más común en Argentina, reinaba la armonía y quizás el sueldo no alcanzaba a llegar a fin de mes, los carnavales eran alegres y la gente silbaba por las calles con el diario debajo del brazo, yendo a su trabajo.

Su primer autito usado invitaba a que los buenos vecinos sean los primeros en felicitarlo sin envidia, una palmada en el hombro y un “que lo disfrutes, che”. El mecánico de la vuelta cuya parra daba sombras y entre espacios perdidos un rayo de sol que te hacía correr para seguir compartiendo un mate y charlando del problemita de tu auto descompuesto, sin ánimo ese mecánico de sacarte ventaja ni robarte para vivir mejor.

El almacén de la esquina que te esperaba para que le pidas lo que tu vieja te ordenó y sin plata le pagabas con el dicho “anótelo, Don Juan”.

Al crecer, mis amigos, vecinos algunos y otros compañeros de la escuela provocaban el estímulo de hacer pronto los deberes para salir a jugar a la calle, que lo máximo que te podía pasar era romperle un vidrio al oso de enfrente y que te saque la pelota para que no lo jodas más.

Cada padre conocía al otro y así encadenados, un saludo fraternal compartiendo quizás un cigarrillo y, mientras de reojo nos miraban, hablaban de fútbol.

El doctor de la vuelta, un señor, el que sin horarios tenías turno en cualquier emergencia y que trabajaba en el hospital municipal. Todo un “bacán”, claro, era Doctor.

Ese doctor que tenía el auto más nuevo de la cuadra y todos entre labios se decían: Este es el doctor que atiende en el Hospital Garrahan, gana muy bien y es municipal. Ahí sí que se gana bien.

El policía de la esquina que saludaba y enrollando el silbato caminaba la cuadra haciendo tiempo entre charlas con sus vecinos conociéndose recíprocamente y brindando seguridad porque esa era su función y por supuesto respetado.

Los abuelos que esperaban el domingo para centrar la mesa larga familiar, mientras a media mañana tomaban un vermut entre suegros, yernos y nueras mientras que nos mezclábamos con la barra de la casa de la abuela donde teníamos amigos que nos esperaban para el picadito de la tarde en la plaza, si es que el guardián miraba para otro lado, caso contrario, a correr porque no se podía pisar el césped.

Luego, el estudio secundario, el primer cigarrillo suelto (de tabaco) comprado a Don Fidel, el kiosquero de mitad de cuadra que se hacia cómplice de las pitadas pero nos daba el consejo de no fumar que hace mal.

Le abríamos la heladera colorada y con un grito de: “Le saco una Don Fidel”, nos tomábamos una fría Coca Cola, compartiéndola con los amigos que esperaban su turno para un trago.

En mi caso el colegio industrial del estado me esperaba, en una tarde que sabía iba a ser dura por la exigencia que este requería. Las horas eran siglos y las materias eran montañas que pasar en medio de una cordillera de conocimientos.

Profesores que no faltaban y preceptores que nos invitaban a saludar con respeto.

Boletines a fin de mes teñidos de rojo en algunos casilleros, eran seguro motivo de una “penitencia” de nuestros viejos y un grito: “Hoy no salís a ningún lado, hasta que no levantes la nota”. Miércoles, agachabas la cabeza y estudiabas porque se venía el despelote. Mamá y Papá cómplices de que hoy no salgo por traer un uno.

Los años pasaban, algunos compañeros en el camino de la secundaria y otros faltando poco para el diploma, apretando el acelerador, porque te venia encima la colimba (servicio militar) y te cortaba por el medio.

El número de teléfono en el bolsillo hecho un bollito de la chica que conocí y, entre descuidos, el llamado que, al atender una voz grave del otro lado, podía más el miedo y la vergüenza de mi parte que me incitaba a “cortar”.

Estudios, noviecita, mis viejos y la colimba eran una ensalada de elementos extraños que me hacían pensar en cómo poder cumplir con todo.

Y, ¿para que te voy a contar?… 434 me sortearon. Reunidos en la esquina, solo se escuchaba una pregunta de mis amigos: ¿Qué te toco? – Tierra.

El baile del cuartel y el grito del dragoneante sumado con la temprana mañana helada no eran como en casa, que la vieja me traía de vez en cuando el desayuno en la cama.

Entre borceguíes de distintos números había que formar en un patio lleno de escarcha y estar alerta a la voz de mando del teniente.

No te digo nada de la bendita instrucción. Había que ensayar para pelear en la guerra y solo sabía manejar la regla “T” y el tablero de dibujo.

¡Cuerpo a tierra!, ¡Carrera march!, tres palabras tatuadas en el recuerdo entre barro y cardos con púas que te sonreían al verte sangrar.

La comida fría y contadas raciones nos dejaban estilizados para las olimpiadas.

En tanto, los viejos preocupados, de cómo estará el nene, la vieja con el delantal secándose sus manos y consolándose con la vecina que tenía a su hijo en la misma situación, contando los días que faltaban para que llegue el final.

Allá por el 82, el alcohol y la miseria hizo salir al General al balcón de la Rosada, diciendo que “no nos van a usurpar ni un metro cuadrado de nuestro territorio, que vengan, le presentaremos batalla”, en cadena nacional.

¿Batalla? ¿A quién? ¿Nosotros? ¿Los que usábamos los compases y tiralíneas en el colegio? ¿Los que una mina de lápiz recién sacada punta nos hacia pegar un grito por pincharnos? ¿Nosotros, que solo tensábamos las cuerdas de una guitarra para hacer algún tema de Vox Dei?

El beodo artista de esta película sumado a una historia de mentiras nos mandó a matar, pero él no fue.

En las pantallas de la TV se disputaba el mundial y se comparaba con los goles la cantidad de aviones que bajábamos. Era como una especie de ciencia ficción. Mientras los tiros y bombas marcaban nuestras vidas haciéndonos olvidar de todo y acordar de nuestras esencias, el miedo no contemplaba y nos promovían a ser criminales.

Aquí la batalla era otra. Era generar y promover donaciones con periodistas que aún algunos viven pidiéndole a la ciudadanía que donen la pulsera de oro para que nuestros soldados tengan valor y podamos ofrecerle lo mejor.

Allá, la carencia de alimentos, la falta de costumbre a temperaturas bajo cero, un arma que no sabíamos cómo se llamaba, un gatillo o balas húmedas que no salían, sumadas al hambre, eran las realidades que comparadas con departamentos alfombrados y calefacción, se pasaba de canal a ver cómo iba el partido y como estábamos ganando la guerra. Eso era Malvinas, esa era la gente que se quedó mirando por TV como el hijo de una madre moría por su patria sin saber por qué.

Entonces gente, miren como tengo que hacer el prólogo para que se entienda, que pocos sufrieron, como padres y hermanos, como víctimas reales de sentir dolor en su cuerpo por caprichos y decisiones de enfermos de poder militares y civiles cómplices de una orden mal dada pero refugiada en una ambición desmedida sin medir consecuencias, insensibilidad por el prójimo y una iglesia ausente, por no decir asociada.

Ahí está el tango, en la miseria de los que se hicieron millonarios a costa de los pobres engañados, hoy herederos y parásitos que hablan solo por tener lengua y no saber ni si quiera salir de su barrio a más de 4 cuadras sin GPS.

El diario que nos mintió siempre, el que dijo que íbamos ganando la guerra, el que alentó a las donaciones que fueron robadas y nunca llegó ni un chocolate a las islas, el diario que tengo que hoy todavía, soportar que a las nuevas generaciones siga mintiéndoles, drogándolas, rompiéndoles el cerebro para el consumismo y tratar que no piensen, para que en el momento de la votación, 3 cumbias y 80 globos digan: “este es mi candidato”.

Herederos de la calefacción, de los campos sin saber qué es la teta de una vaca, de las 4x4 sin conocer un jeep Willys.

De aguantar como jefes del capitalismo a inútiles que pusieron el titulo de empresarios.

De soportar tener que pasar hambre cuando no pagan los sueldos en épocas gloriosas neoliberales de estudiantes graduados en otros países piratas.

Generadores de la inseguridad porque fue y es un buen negocio, narcotraficantes o explotadores de personas de bien.

Los que solo saben el palpitar de un corazón con dinero y poco de apagar el fuego sin agua, todavía ofendidos, sumergidos entre el escondite del odio cuando la tortilla se da vuelta.

Los que con el uno a uno iban dando hambre y hoy obligan y echan culpas a quienes nos gobiernan en la actualidad.

Los corruptos que jamás trabajaron y que siempre por y con el oportunismo vivieron como garrapatas de los demás.

Los que el olor a peluquería los hace coherentes, sin interpretar el desastre que generaron en el pasado argentino.

Aquí están, estos son, los que disfrutan del feriado largo de luto cagándose en todos y planificando sus vidas con tarjetas de créditos refinanciadas, comiendo mierda con aceto balsámico en vez de vinagre. Vinagre que tratan de cambiarle el nombre para no sentirse identificados con su mala onda que caracterizan en solo verles las caras caminando por los barrios republiquetas oligárquicas, creyéndose los dueños del país y del mundo por papeles pintados devastados por una salud pobre de vitaminas en la felicidad. Maltratados por la vida y egoístas de ver el triunfo ajeno.

Generadores de odio y envidia por si es más linda, más flaca o más inteligente, sin mirarse al espejo y tenerse lástima de no saber cómo hacer para cambiar, recurriendo al psicólogo a que le dé pista para encontrar la felicidad.

Esta es la realidad actual, cuando nos quejábamos que la construcción no crecía y el país estaba estancado, jugando al dólar en sube y baja sin laburar, sentados frente a una timba financiera o mesa de dinero.

Hoy creció la construcción y el vecino se queja porque la señora no puede tomar sol. Hoy creció el parque automotor y los medios agitan a los usuarios diciendo que no hay nafta para fomentar el caos.

Hoy se abren las puertas a la juventud dándole oportunidades cerrando Ezeiza para que gocen de su país en adelantos técnicos y de todo orden. Los grupos de poder no quieren que eso ocurra, porque vivieron mintiéndole a la gente.

Porque recordar que un pueblo engañado es dominable, es el caldo de cultivo de la oligarquía y sumado al “divide y triunfarás”, ni te cuento por donde tenés los pantalones de bajos.

Hoy que las bellezas arquitectónicas las pagamos todos y las disfrutan unos pocos. Deben ser de todos y hoy siento que mi representante quieren que sea así, de todos.

Jamás me interesó la política. No voté por 10 años porque nadie me representaba, porque soy el que gritó “que se vallan todos”. Hoy estoy casi igual, hoy tengo ganas que se vayan todos y que se quede Cristina Kirchner, nuestra presidenta, con valentía, acompañando a un pueblo que se hizo notar cuando el líder de este movimiento murió (Néstor Kirchner), quien me devolvió las ganas de hacer y fomentó en mi regla “T” el cambio por las nuevas tecnologías, que muestran lo que quiere Argentina y la posiciona ante el mundo como un país en crecimiento y ejemplo de unos cuantos.

Tecnópolis, la poca difundida mega obra GRATIS para saber de qué se trata la cultura.

Sin difusión por aquellos que quieren esclavos en vez de trabajadores, mostrando toros de raza en la rural que no son los que comemos en el asado de la obra.

Quiero escuchar a alguien que revierta con fundamentos estas palabras, que no sea hipócrita, que no tenga especulaciones solo personales y que no use a la gente.

Quiero dejarle a mis hijos, lo que mis padres me dejaron: educación hacia el prójimo con respeto y con ideales de progreso, no zapatillas de marca y dos mangos con una familia destruida.

Quiero regresar a ver vecinos saludándose y sabiendo cómo nos llamamos por el nombre, no por la indiferencia e intolerancia.

Quiero ver al Doctor tener su 0Km trabajando en el mismo Hospital municipal y al barrendero pagar la cuota del mismo auto dejando limpia mi ciudad.

Quiero pagar televisión por cable para ver y escuchar algo realmente divertido, cultural, musical etc, no pagar una cuota para tener 5 canales entre cientos de basura.

Quiero que la educación de mis hijos sea para que cedan el paso y den el asiento arriba del colectivo a una abuela o embarazada, no para que se hagan los dormidos con un auricular en el oído.

Quiero que valoren el esfuerzo y el crecimiento que un empresario gana con un buen trabajador gratificándolo con buenos salarios.

Quiero ver los ríos sin desechos tóxicos, contaminado aguas por ambición personal.

Quiero ver sensibilidad de un poderoso ante la desigualdad.

Quiero ver dialogar y acordar un equilibrio

Si alguien de aquí no quiere algo de esto, es porque netamente sin vueltas, estás en la vereda de enfrente, de la que ya mencioné, carcomido por el odio y la soledad, por la gordura que no te hace adelgazar y por más que los zapatos sean los más caros, lo peor que puede pasarte es que nadie te mire y que te sientas solo ante una multitud.

Quiero la democracia sana y la oposición constructiva.Quiero a mi ARGENTINA porque SOY ARGENTINO

Ahora sí, votá a quien quieras, yo ya elegi, te respetaré como me lo enseñaron, también me gustaría ser tu amigo, que luchemos juntos cualquiera sea tu estatus y que seamos de cuadros distintos pero siempre ARGENTINOS JUNTOS, PORQUE LOS ARGENTINOS SOMOS BUENA GENTE


ESTOY CON EL MODELO


ESTOY CON CRISTINA



por JORGE LUIS FERRARA


1 comentario:

KOLINA COMUNA 8 dijo...

bueno adrían se pasó este señor!
hoy salimos del closet varios!!


abrazo!!!!!!!!!!!