Miradas al Sur. Año 4. Edición número 175. Domingo 25 de septiembre de 2011
Por
Eric Calcagno, senador de la Nación
La generalidad de los estudiosos de la política y la economía internacionales razonan en función de la acción de los Estados-Nación y analizan su comportamiento, su composición de clase, sus alianzas y conflictos. En cierto modo, la historia corriente es el relato de lo ocurrido a los Estados-Nación; ellos son el eje de la política de cada país, de las relaciones entre los países dominantes y los dominados, entre el centro y la periferia económica, financiera y de las comunicaciones.
Sin embargo, ahora ha aparecido en el escenario mundial un nuevo protagonista. A nuestro juicio, la actual crisis que conmueve a la economía mundial es el resultado de la irrupción incontrolada del sector financiero internacional, que desafía a los Estados-Nación. Se percibe un eco histórico, que recuerda los siglos XIII y XIV de Italia, con el conflicto entre los Güelfos que representaban al papado, en contra el poder estatal del emperador, que encarnaban los Gibelinos. Era un conflicto por la riqueza y el poder, que se dirimía tanto en el campo de batalla como en los manejos políticos e intrigas del medioevo italiano. Se enfrentaban, por una parte, el embrionario sentido nacional del gobernante político, y por la otra, la vocación hegemónica de la Iglesia.
Ahora, al cabo de muchos siglos, también se manifiesta la avidez por la riqueza y el poder; pero esta vez ha variado la conducta de algunos protagonistas. Después de la caída del bloque comunista, el alineamiento estaba claro: los Estados-Nación de los países capitalistas dominantes eran los dueños de la escena y el sector financiero era un importante y disciplinado integrante de ese bloque; por su parte, los países subdesarrollados defendían sus intereses como podían –con bastante poco éxito– frente a los países desarrollados y al sector financiero.
La novedad es que ahora lo que conviene al sector financiero, está comenzando a perjudicar a los Estados-Nación de los países desarrollados, sobre todo a los menos adelantados (como Grecia, Irlanda y España). Las consecuencias más evidentes de esta situación son los ajustes y la paulatina eliminación del Estado de Bienestar en los países desarrollados; el peligro de quiebra que amenaza a algunos países desarrollados débiles; el fortalecimiento de algunos países emergentes (aunque no quedarían inmunes si la crisis explotara a escala mundial), y la irrupción de los agentes financieros con fuerza e intereses propios. Así, el sector financiero mundial enfrenta al Estado-Nación o trata de ponerlo a su servicio. Ahora, el designio que impulsaba al Papa en el medioevo, lo asumen los bancos internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las empresas calificadoras de riesgos.
Existen tres vías principales por las cuales el sector financiero va tomando la dirección de la cosa pública: una es extrayendo del ámbito del debate y la decisión políticos parte importante de la política económica de los países. Esto se logra, en particular, mediante la independencia de los Bancos Centrales, a los que además se asigna como tarea central, cuando no única, controlar la inflación mediante tasas de interés elevadas y apreciación cambiaria… todo lo cual favorece a los rentistas financieros. También los organismos financieros internacionales operan fuera del control de órganos elegidos e imponen políticas de ajuste económico y reformas estructurales neoliberales afines al poder financiero. De este modo se aísla de la soberanía popular aspectos importantes de la política económica y se los deja a merced de los poderes fácticos de la finanza.
Una segunda vía consiste en la creciente compenetración entre el sector financiero y los poderes del Estado: basta ver que tanto el equipo económico de Bush como el de Obama provienen de la gran banca de inversión.
Por último, el sistema financiero ha logrado imponer sus propios intereses en la agenda de los gobiernos, independientemente de su origen político. Habiéndolos convencido que es esencial mantener o recobrar la confianza de los mercados financieros para (según la situación) recuperar el crecimiento o evitar una debacle, los gobiernos adoptan las medidas que creen agradables a dichos mercados, empezando por el ajuste fiscal que demuestre la férrea voluntad de pagar las deudas, aunque sea a costa del nivel de vida de la mayoría de la población.
Características de la crisis. Ésta es una crisis insólita, que nos aparta de la previsibilidad y linealidad de las crisis anteriores. Veamos algunas de esas peculiaridades.
Primero, cambian los alineamientos de fuerzas. Los Estados-Nación se fraccionan entre los desarrollados fuertes, los desarrollados débiles y los emergentes; y surge con prepotencia el sector financiero. Difieren los intereses y las políticas de cada uno.
Segundo, los roles aparecen cambiados: sufren la crisis con mayor intensidad los países desarrollados débiles y después los desarrollados fuertes, mientras los emergentes continúan con su crecimiento económico.
En tercer lugar, se presenta a los programas de ajuste como si fueran pociones mágicas; pero en los hechos equivalen a la cicuta, que antes hacían tomar a los países subdesarrollados y que ahora la consumen ellos.
En cuarto término, los Estados nacionales europeos basaron sus conquistas en el progreso técnico que generaba su excelencia industrial y su poderío bélico; fueron la famosa división internacional del trabajo y las conquistas coloniales. Ahora, crearon un monstruo, que es el sector financiero, que se está devorando no sólo a la industria y al comercio locales, sino también a los propios Estados nacionales. La historia de las hipotecas basura, vendidas y revendidas varias veces con la misma garantía (para cobrar las comisiones), excede el descuido y cae en la delincuencia. La falta de regulación de los agentes financieros revela la sumisión o la complicidad de los gobiernos más poderosos. Baste señalar, como lo hizo la Presidenta de la Nación en su discurso en las Naciones Unidas, que en los años 1980, a escala mundial, la relación entre el producto interno bruto global (PIB) y el stock financiero era de 1 a 1; en cambio, en 2008 a 1 punto del PBI correspondían 3,6 puntos del stock financiero. Es el paraíso de la especulación financiera.
Un quinto problema son los gruesos errores conceptuales y técnicos en los que se fundamenta la actual política económica. Varias medidas típicas de los procesos de ajuste son la reducción del gasto público, el aumento de la tasa de interés y la disminución del crédito interno. La reducción del gasto público no financiero se traduce en caídas en la demanda y la inversión, en un peor funcionamiento del Estado y en un achicamiento del gasto social, todo lo cual implica menos crecimiento económico y más bajos ingresos fiscales. Si a los menores ingresos se responde con una nueva reducción de los gastos fiscales, el proceso se cierra con un círculo vicioso. Así, están dados los elementos de una crisis financiera. Otro resultado terrible es el aumento explosivo de la desocupación.
Una sexta cuestión radica en las implicancias políticas de la hegemonía económica del sector financiero. Ya no se trata de torpeza ideológica, sino de una transferencia planificada de poder económico y político a favor del sector financiero. Este proceso se evidenció durante el proceso neoliberal argentino, que comenzó en 1976 y culminó en el decenio de 1990, que aplicó con rigor las normas del Consenso de Washington. Tuvo dos pilares:
los programas de ajuste (señalados en el párrafo anterior) y las privatizaciones.
Como los planes de ajuste no alcanzan y son lentos –afirma el Fondo Monetario Internacional (FMI)– se impone un proceso de privatizaciones, que recaude pronto sumas sustanciales que
se aplicarían al pago de la deuda.
Con ello se cumple además otro propósito del Consenso de Washington, que consiste en otorgarle más poder económico
a los grupos financieros y económicos transnacionales. Quienes se queden con las empresas privatizadas, serán los que detentarán una gran parte del poder económico real en esos países. Así ocurrió en América latina con el proceso de privatizaciones impuesto por el FMI en el decenio de 1990.
Se cierra así el ciclo tradicional, con un importante agregado. De acuerdo con los usos y costumbres, se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias; pero además se transfiere una enorme masa de recursos y de poder económico del Estado a las empresas privadas (en especial a las transnacionales, que tienen el volumen necesario para operaciones de esa magnitud).
De tal manera, el sector financiero puede sentarse a esperar tranquilamente que les caiga a sus pies el poder político.
Publicado en :
http://sur.elargentino.com/notas/la-irrupcion-del-sector-financiero-mundial
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