Por Edgardo Mocca
Perturbado por una pregunta del periodista Jorge Rial, el secretario de redacción de Clarín, Ricardo Kirschbaum, reconoció la restricción de las libertades sindicales que practica el diario. Aclaró, eso sí, que él estaba en desacuerdo con esa situación. La escena quedó tapada por el espectacular alboroto mediático que fogonearon en los últimos días las empresas dominantes del sector. Esta vez no hubo ninguna excepción relevante en el elenco opositor: sus referentes coincidieron de manera unánime en que el domingo último los argentinos habíamos asistido a un grave ataque a la libertad de expresión, cuyo principal responsable había sido el gobierno nacional.
No pasó mucho tiempo para que los hechos pasaran a inscribirse en la dinámica de la disputa electoral. No habrá de aquí a octubre ningún acontecimiento más o menos relevante que no sea procesado y utilizado en esa perspectiva. Será esa dialéctica interpretativa y no los vistosos documentos programáticos de campaña los que dibujen el mapa de la lucha por el voto ciudadano. En este caso, el conflicto en la planta de Clarín dio lugar a un documento conjunto firmado por los principales dirigentes del PRO, el Peronismo Federal, el radicalismo y la Coalición Cívica. El texto del pronunciamiento no agrega nada a la catarata retórica que se desató los días siguientes del bloqueo a la salida de Clarín. La sustancia del documento debe buscarse en otro lado; no en el texto sino en el contexto (electoral).
La necesidad de la unidad de la oposición ha sido la consigna más transitada por los editorialistas de los medios de comunicación dominantes en los últimos años. La prédica empezó a conseguir ecos significativos. En los días siguientes a la elección en Catamarca, el dirigente radical Ernesto Sanz lanzó su botella al mar: dijo que la lección que debía extraerse del triunfo del Frente para la Victoria en esa provincia era que la oposición tenía que alcanzar una amplitud que superara las “fórmulas tradicionales” porque con el radicalismo “no alcanzaba”. ¿Se limitaba la propuesta a la gestión para el reingreso de Carrió en la alianza panradical? Interpretada de ese modo, la moción de Sanz no tenía la fuerza suficiente para alterar sustancialmente el clima político. La existencia de una movida estratégica por parte de las principales fuerzas opositoras quedó clara unos días después cuando, primero Macri y enseguida Duhalde, echaron a rodar la hipótesis de la unión de las fuerzas “sensatas y democráticas” para derrotar al Gobierno en las próximas elecciones. Ciertamente el documento opositor de referencia no propone ninguna unidad en lo electoral, pero crea el ambiente de ideas necesario para que la cuestión pase a ocupar un lugar en la política de los días que vienen. Es altamente significativo que el primer pronunciamiento común, el que inaugura la saga de la discusión sobre la unidad opositora, haya sido elaborado en estricta sintonía con la interpretación política de los sucesos que hicieron los principales multimedios. Unos días antes todos los bloques del Senado habían aprobado una declaración que rechaza el bloqueo de Clarín, al mismo tiempo que sostiene la corrección de la política gubernamental de no represión de los conflictos sociales y postula la necesidad de la plena vigencia de la libertad sindical y la negociación entre empresarios y trabajadores para solucionar las diferencias. Los mismos partidos cuyos bloques de senadores suscribieron en común con el oficialismo esa declaración ignoran en el documento opositor la existencia de esos elementos en el conflicto entre la empresa periodística y sus trabajadores. Es muy claro que el solo reconocimiento de la persistencia de graves problemas gremiales en la empresa afectada desautoriza la portada de “grave amenaza a la democracia” con el que se presenta el texto reciente.
Lo que impulsa la jugada unificadora de la oposición es claramente la situación política que vivimos pocos meses antes de las elecciones. Los resultados electorales favorables al oficialismo (incluido el indeterminado escrutinio de Chubut) han sido un sonoro alerta a la oposición. La sola presencia de la presidenta en las provincias que votan produce un visible corrimiento de las expectativas electorales; el panradicalismo pierde en Catamarca su principal bastión provincial, el Peronismo Federal ve cómo un agradable paseo de su caudillo provincial se convierte en un reñido conteo de votos y en una vergonzosa acumulación de irregularidades en el procedimiento electoral a favor de su candidato. Las encuestas, mientras tanto, coinciden en la presunción de una amplia diferencia a favor de Cristina Kirchner que, según varios de los consultores, podría hacer prever su triunfo en la primera vuelta de octubre. Y esa tendencia ya atravesó incólume unos cuantos episodios conflictivos en los que la oposición mediático-político creyó ver –y trabajó para que fueran– otros tantos momentos de debilitamiento gubernamental. En estos pocos meses del año electoral asistimos al naufragio de la mesa de enlace agropecuaria antigubernamental, a la asunción de una conducción empresarial aliada al rumbo gubernamental en reemplazo de otra que lo combatía. No habrá interna radical y la del Peronismo Federal es un gris desfile de figuras del pasado. Con amor o con espanto, todo el mundo reconoce la existencia de un momento de entusiasmo en las filas del kirchnerismo, claramente expresado por la movilización de sus apoyos en la juventud. No hay a la vista sacudones económicos ni sociales y las “caóticas” paritarias que pronosticaba el establishment mediático tienden a convertirse en lo que han sido todos estos años: sensatas pulseadas distributivas que tienen como marco una economía en continuo crecimiento.
Frente a este cuadro, la idea de la unidad opositora tiene el discreto encanto de la lucha por la supervivencia. Si no hay fuertes golpes de timón, el escenario preelectoral adquirirá una consistencia que lo hará irreversible. El sustrato ideológico lo pusieron los grandes medios concentrados: en el país y con este gobierno “peligra la democracia”. Es algo así como el fraseo de los “amplios frentes antifascistas” que supieron unir en los años de la Segunda Guerra Mundial un heterogéneo y hasta autocontradictorio arco de fuerzas que iba desde la derecha liberal hasta el comunismo. En la práctica, la arqueológica operación de desenterramiento de los frentes democráticos muestra una sola cosa que, en realidad, ya sabíamos: la oposición solamente puede juntarse en su antikirchnerismo, su unidad carece de cualquier otro cemento ideológico-político. Queda por ver la suerte que tenga la operación unificadora. De entrada, la posibilidad de que el radicalismo y el macriperonismo coincidan en una fórmula presidencial no parece alta. La carencia más ostensible es la de un liderazgo y una promesa política capaz de convertir las operaciones aritméticas de suma y resta de votos en un espectacular viraje del ánimo ciudadano a favor de un cambio de rumbo. Los consejeros mediáticos tratan de convencer a sus líderes amigos de que la mayoría antigubernamental ya existe. Que si se suman todos los votos de la oposición son más que los del oficialismo. La reducción aritmético-céntrica de la política da por hecho que los votantes radicales podrían predisponerse masivamente a votar por Macri, o que los votantes de la derecha no tendrían ninguna dificultad para votar a Alfonsín. Todo lo que habría que hacer sería “deponer ambiciones personales” y darles prioridad a los “principios democráticos”. No sería imposible el impulso de una ingeniería electoral unificada en el vértice presidencial y diferenciada en todo el resto de las candidaturas, lo que, en este caso, no serían unas vergonzosas “colectoras”, como cuando las emplea el oficialismo, sino virtuosos recursos democráticos.
La movida es interesante y dará lugar a un nivel de sinceramiento político-electoral de mucha trascendencia. Hay dos preguntas que los operadores de la “unidad antifascista” deberán responder en tiempos muy breves. La primera atañe a los líderes. Y consiste en dilucidar si su objetivo principal es llegar ellos al Gobierno o derrotar al actual oficialismo. Para que la prioridad sea la derrota del Gobierno no alcanzará con poner en un documento que la política democrática está en riesgo, sino que será necesario creerse realmente esa afirmación. Solamente así podrían unirse fuerzas que no tienen ninguna historia común. La segunda concierne a los votantes y tendría validez en el caso de que la unidad se concrete: ¿la insatisfacción de quienes están en contra del Gobierno tiene la magnitud suficiente como para apoyar una alianza electoral que no responde a ninguna confluencia político-cultural y que tiene claramente como único sustento la voluntad de desbancar al kirchnerismo? En el actual escenario la unidad opositora luce altamente improbable. Por eso hay que esperar que muchos de quienes despotrican contra la polarización política jueguen fuerte en estos meses a favor de esa polarización.
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