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domingo, 30 de agosto de 2015

LA IMPOTENCIA OPOSITORA, por Roberto Caballero (para "Tiempo Argentino" del 30-08-15)


Los candidatos antikirchneristas pidieron cambiar el sistema electoral. Lo quieren suplantar por otro que designe ganador al que saca menos votos, como sucede en los diarios que ellos leen. Así están viendo la realidad.

Si la oposición quiere ganar el 25 de octubre, lo que debería cambiar son sus propuestas y no exigir de la noche a la mañana un nuevo sistema electoral nacional.

Con boleta única electrónica, con la sábana habitual, con señales de humo, con conteo a mano o usando el más poderosos de los software, si la mayoría decide no elegirlos porque no prende lo que sus candidatos prometen, va a caer derrotada igual.

La foto del hotel Sheraton con Mauricio Macri, Sergio Massa, Ernesto Sanz, Margarita Stolbizer y Ricardo Cano, tratando de sacar algún tipo de provecho de las denuncias de fraude en la provincia de Tucumán, es el óleo vivo de la impotencia política opositora, independientemente de lo que se opine, o decida la justicia del accidentado escrutinio tucumano.

Lo que devuelve la imagen del Sheraton es insuficiencia, falta de resto, agotamiento de recursos, no el comité de salvación republicano para el que los protagonistas del encuentro se viven autopostulando.

Hay una exagerada, por no decir fantasiosa, preferencia de los candidatos antikirchneristas por los atajos mediáticos. Cuando no logran ganar una elección en las urnas, luego pretenden remontarla desde las páginas de los diarios. Subestiman así, incluso, a su propio electorado, que existe y es tan respetable como el kirchnerista. Por las dudas, vale la aclaración, después de tanta campaña demonizante: electorado oficialista que también existe y se expresa, y le otorga triunfos al FPV.

Esa foto del Sheraton dice más por lo que omite, que por lo que expone. No refiere a la ley electoral, sino a los ingratos efectos que ésta reserva a los que no resultan victoriosos.

Exigir como posible un nuevo sistema electoral cuando es prácticamente imposible ejecutarlo en tiempos tan escasos, es arrojar una cortina de humo, como sacar de apuro un conejo de la galera para evitar asumir lo que se torna evidente para cualquier elector sensato: los preocupa afrontar otro revés en las urnas, al que van a tratar de explicar por la tangente, con airadas denuncias de trampa de antemano buscando deslegitimar al triunfador. Son tan obvios, tan previsibles, que si después ganan otros que hacen mejor las cosas, no deberían quejarse.

Están presos de un infantilismo político sorprendente. Fueron tan malcriados por el paternalismo mediático, que los trata indulgentemente como dirigentes de mayorías sociales cuando no llegan a evidenciarlo en los papeles, que en vez de desarrollar estrategias de poder convincentes, capaces de aglutinar y capturar adhesiones masivas rotundas, solo saben hacer pucheros. La foto del Sheraton es eso: refunfuñar porque las cosas no salen como ellos creen o ansían que van a salirles.

Sergio Angelini, el dueño de MSA, la empresa que Mauricio Macri contrató para hacer el escrutinio porteño con boleta única electrónica, ya alertó que no hay "ninguna posibilidad" de desplegar de acá a octubre ese modelo a escala nacional.

Le dijo a La Nación: "Si se pusiera en marcha sería un voto calificado, porque habría gente que entendería el sistema y otra que no." Se calcula que habría que capacitar a 200 mil personas que deberían hacerse cargo del control y la gestión de la votación, además de la población en general. "Modificar el sistema –explicó Angelini–, sería cambiar las reglas de juego en medio del partido. A la vez, tendrían que aprobarse varias leyes que requieren mayorías especiales en el Congreso".

"Creo que recién en 2017, si la política se pone de acuerdo y evita las especulaciones, podríamos tener en todo el país voto electrónico o incluso sistema de boleta única. Antes sería un mamarracho", sentenció el empresario; se supone, primer interesado en ganar millonadas con el cambio, que hoy ve, según él mismo dice, inviable.

Fuegos de artificio. Eso son, como puede advertir cualquier persona avispada, las demandas histéricas de Macri, Massa, Stolbizer y Sanz por un sistema de imposible ejecución en los plazos perentorios que proponen. La explicación, entonces, hay que buscarla por el lado de la motorización de una campaña de deslucimiento del sistema actual, cuyo mayor pecado es que no traduce el aval de votantes que ellos mismos se atribuyen.

Los hechos ocurridos en Tucumán merecen atención. La injustificable represión de la policía provincial, sobre todo. Porque no sólo los bastones y los gases no dan razones en democracia, sino que esos mismos hechos terminan siendo la plataforma que abona y da verosimilitud a las confusas denuncias de fraude posterior con las que la oposición puso en terreno de incertidumbre absolutamente todo, hasta que el sol sale por el Este. La interpretación ladina de los medios opositores contribuyó al intento de escarnio público, es cierto, pero el recurrente maltrato de esos medios no exime de responsabilidad a los funcionarios inhábiles que tutelan con impericia a fuerzas se seguridad desbordadas o fuera de control. 

Sin los palazos, sólo cabía esperar el recuento definitivo y a otra cosa. Como puede ser, como debe pasar. Con los episodios violentos de por medio, la oposición se envalentonó al punto de exigir una nueva votación provincial y un nuevo sistema nacional electoral, nada menos. Aún en la hipótesis que señala a dirigentes o militantes opositores quemando urnas o queriendo copar la Casa de Gobierno, es tarea indelegable del funcionariado tucumano evitar que este tipo de provocaciones lleguen a mayores. Neutralizarlas con anterioridad sin el uso desmedido de la fuerza es la destreza mínima que puede exigírseles a hombres y mujeres que conocen la situación política local. O, por lo menos, la teoría exige eso.

Dicho esto, no se puede pasar por alto el festival morboso de interpretaciones derivadas del pleito tucumano. Son temerarias. Joaquín Morales Solá, en su columna del miércoles 26 en La Nación, titulada "El peor final: violencia y sangre", se despacha con un párrafo de apertura que se parece a una amenaza. ¿Sólo se parece? "Un viejo presagio sostiene que el kirchnerismo no se irá del poder sin violencia y sangre". Después sigue con un rosario de acusaciones de fraude, feudalismo, clientelismo y todos los lugares comunes del manual del antiperonismo decimonónico.

La ya inclasificable Laura Alonso volvió a twittear. Esta vez no para tratar de zonzo al Papa por plegarse al pedido de diálogo por Malvinad, sino para reclamar, con algo de decepción por la falta de aguante de sus adherentes, al parecer, que los tucumanos debían haberse quedado a vivir en la Plaza Independencia. Es textual: "En Ucrania, estuvieron más de 100 noches en la plaza Maidan. Mataron e hirieron a muchos. La gente no se movió hasta que no logró su objetivo."

Esto no es Ucrania. Esto es Tucumán. La Plaza Independencia no es la Plaza de Maidán. Allí existe una guerra con separatistas pro-rusos que lleva 6000 muertos. Si las comparaciones son odiosas, ¿las exageraciones qué son? No hay en Tucumán ningún problema que se solucione con la matanza o la herida de muchos.

¿Por qué insistir en descalificar las instituciones nacionales o provinciales, que todos sabemos que no son perfectas, ni inmaculadas, ni ejemplares muchas veces, pero que son las únicas vigentes en nuestro país?

¿A qué tipo de revuelta, a qué costo y con qué saldo en víctimas humanas llaman Laura Alonso y el partido de Macri? ¿Contra qué se quieren levantar que no puedan resolver con propuestas que cautiven a las mayorías sociales que son las que se expresan en las urnas? ¿Qué tipo de fraude no pueden controlar con sus propios fiscales y las autoridades legales de cada mesa, que ahora invitan a las multitudes a inmolarse en las plazas públicas como si fuera una revolución clase B?

El feudalismo, las prácticas clientelísticas, los sistemas más o menos eficientes de votación; hablando en criollo, las "avivadas", existen y gozan de un salud para nada reivindicable en la democracia argentina del siglo XXI, pero desde 1983 a la fecha no definen las votaciones. Eso lo sabe cualquier político. Ninguna de estas prácticas corruptas ha sido sustantiva ni determinante a la hora de modificar los resultados de elecciones finalmente validadas por el sistema político en su conjunto, atendiendo siempre a las leyes electorales en vigencia. Son la excepción, no la regla.

Decir otra cosa, plantear una duda ilimitada, de carácter sideral, poner en tela de juicio el todo por el todo, no es una crítica a las fallas o irregularidades puntuales de cada votación, que las hay: es empujar a la ciénaga de la sospecha inevitable la voluntad popular libremente expresada en todos estos años. Como pretender abrir, de la noche a la mañana, porque así se los ocurrió a Macri & Cía, las urnas de todas las elecciones de Raúl Alfonsín para acá. Un disparate.

La foto de todos los candidatos opositores cantando fraude tiene un problema para esos mismos candidatos. En todo caso, por el mal uso que hicieron de las PASO. Si creyeran en serio, como afirman con rostros circunspectos que remiten al trato que se le da a asuntos de verdadera vida o muerte, que enfrente tienen a un sistema tan eficazmente corrupto administrado por adversarios venales capaces de torcer resultados electorales adversos con tanta impunidad, ¿cómo es que no se juntaron antes y van por separado a las elecciones que valen, las de octubre, sin resignar personalismos, confluyendo en una alianza que los una a todos? ¿O, acaso, los temas trascendentes no implican renunciamientos así? Al parecer, no. Se pusieron de acuerdo en tejer la sospecha sobre el kirchnerismo, el peronismo tucumano, las instituciones en general, la justicia electoral, los mecanismos de votación, como si Argentina fuera la Rumania de Ceacescu, y cuando llega la instancia donde podrían derrotar la suma de calamidades que denuncian a los cuatro vientos, cada uno atiende su kiosco. Algo no cierra. O es tan grave que merecía reunirlos. O no lo es, y eso explica que cada uno vaya por su lado a probar suerte.

Para que se entienda. Si se unen para denunciar que enfrente tienen a las siete plagas de Egipto, ¿por qué Macri va por un lado, Massa por el otro y Stolbizer de contramano? Si eso que denuncian es tan terrible, ¿cómo es que no lo vieron antes de las PASO y recién lo advierten ahora, que no tienen chances de aliarse legalmente, con la dimensión dramática, border, que le dan, infundiendo miedo y desconfianza entre la gente?

Así no vale. Eso de “no gano porque me hacen trampa” e introducir en el debate público un nuevo eje abismal, evitando explicar cuáles son las medidas económicas y sociales que podrían aplicar si llegaran a ser gobierno, es una estrategia que degrada el sentido de la política.

Claro que es mejor para ellos denunciar que el gobierno prepara imaginarias celadas electorales, que reconocer que son la fotografía de la devaluación y el ajuste.

Esa foto del Sheraton dice más por lo que omite, que por lo que expone. No refiere a la ley electoral, sino a los ingratos efectos que ésta reserva a los que no resultan victoriosos. El que más votos saca, gana. El otro, el que sacó menos, pierde.

Dos más dos es cuatro y no cinco. Aunque se cambie de calculadora o se la estrelle contra la pared. Pretender cambiar el sistema electoral por otro que designe ganador al que saca menos votos, solo ocurre en los diarios que ellos leen. Será otra cosa, pero no la realidad.



Publicado en:
http://www.infonews.com/nota/245233/la-impotencia-opositora

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