Demetrio Iramain
La libertad de prensa a la argentina produce a menudo escenas pavorosas. Que Macri o Massa interpreten los resultados de las primarias de un modo demasiado alentador es, si se quiere, esperable. Y hasta entendible. Pero que los analistas de los medios hegemónicos tergiversen alevosamente los guarismos de manera que devuelvan una realidad absolutamente afín a potentes intereses económicos, y divergente de la verdad de los números, escapa a toda racionalidad. De los candidatos, se entiende; de los editorialistas mediáticos, indigna.
Para empezar, entonces, diremos una obviedad, pero que viene al caso. Si para Clarín y La Nación, Vidal fue la revelación de la jornada electoral porque resultó la candidata más votada en la provincia de Buenos Aires (8.2 puntos por encima de Aníbal Fernández), qué tendrían que decir de Scioli, que fue el más votado en todo el país (superó por 14.2 puntos al todavía alcalde porteño). Y de Máximo Kirchner, sin dudas el candidato provincial más bastardeado de todo el proceso electoral y que en su debut en las urnas alcanzó él solo el voto de casi la mitad del padrón, enfrentando a propios y extraños, y a una alianza con fecha de vencimiento y sin proyección alguna en el escenario nacional.
En la forzada interpretación de los resultados arriesgada en los medios que ya sabemos, el clan Magnetto no divide los votos de Cambiemos a nivel nacional (se los asignan todos aritméticamente a Macri, en una alquimia difícilmente transportable a octubre), con la misma alevosía que divide las voluntades del FPV en Buenos Aires (al vencedor Fernández no le suman los votos reunidos por su contrincante, Julián Domínguez). Naturalmente, con Máximo fue aplicada la ecuación inversa a la de Vidal.
Aunque diga todo lo contrario, la derecha sabe que la fotografía de las PASO proyecta un triunfo del FPV en primera vuelta. De ahí el próximo desafío: promover una especie particular de renunciamiento histórico entre los aspirantes de la oposición, que mejore sus chances. Aunque, ¿quién debería ceder en ese caso? ¿Vidal y Massa, o Macri y Solá? ¿Ninguno? ¿O cuál otra combinación? Sería un precio demasiado alto para los que promueven una “nueva política”.
El resultado del domingo, si bien claro aunque todavía no concluyente, le impone, al mismo tiempo, un reto al oficialismo: redoblar esfuerzos y sólo confiar en la organización, la capacidad de la palabra, la destreza para la argumentación y el convencimiento, en fin: la militancia. El notable desempeño de los candidatos de La Cámpora en la provincia de Buenos Aires y en Santa Cruz (ya había ganado en Ushuaia), demuestran el enorme mérito del trabajo territorial, que cuando está bien hecho, es paciente y obstinado, logra vencer la atroz campaña de estigmatización sufrida durante años contra sus militantes y dirigentes.
Por lo demás, el cansancio intrínseco que supone el ejercicio del poder gubernamental deja huellas. Sin embargo, existe otra razón todavía más notoria para advertir por qué el oficialismo no alcanzó el mismo caudal que en 2011: Cristina no es Scioli. El gobernador de Buenos Aires es sin dudas parte del complejo entramado político, social y cultural que representa el kirchnerismo, pero no su síntesis más acabada, que sigue siendo la presidenta. El candidato del FPV, en cambio, sí es la más lograda expresión que podía dar el proyecto nacional y popular para la actual encrucijada que atraviesa la alternativa emancipadora que transita la región. En tal sentido, la elección del domingo representó un compendio de lo que ocurre en América latina desde hace 10, 12, 15 años. Lo nuevo que no acaba de nacer y lo viejo que no termina de morir, aunque recargado: las aventuras golpistas en Brasil, Ecuador y Venezuela, más las habituales campañas desestabilizadoras y/o destituyentes en nuestro país, quizás sugieran cierta moderación y ampliación de consensos. Para que se entienda: el capítulo argentino de ese proceso tal vez esté reclamando un candidato que asegure el logro simbólico y cultural del Fútbol para Todos (por citar un solo ejemplo), pero que interpele y contenga al ciudadano que no se hace cargo de la lucha política que implica ese beneficio.
Un presidente que mantenga el ciclo de transferencia de ingresos hacia los sectores más postergados, pero que articule con eficacia al espectro conservador que no tiene “conciencia para sí” de la afectación de intereses que supone la distribución de riquezas. Ese hombre es Scioli, y su límite es su compañero de fórmula. Mérito para Cristina que advirtió el dilema, lo resolvió a tiempo, y que con el resultado puesto del domingo confirmó su capacidad como jefa política del espacio nacional y popular.
Después de 12 años en el ejercicio del poder político, terminando el tercer mandato consecutivo, el FPV mantiene su potencia y vitalidad electoral, y su conductora concentra una imagen positiva como ningún otro presidente constitucional al terminar su mandato. Sin embargo, ese mérito no alcanza para cerrar la discusión ni potenciar los rasgos más progresistas del espacio.
Mientras La Cámpora da el batacazo, Scioli parece contraerse en la cima. Previsiblemente, el candidato del FPV se volverá aún más conservador para contener (y atraer) al electorado independiente, de centro, cuyo aporte podrá resultar definitorio en octubre. Es lo que mejor sabe hacer.
En el mientras tanto, el kirchnerismo cultural, cool, tendrá tiempo y oportunidad de madurar lo inexorable, que el domingo quizás se resistió a hacer: no dar más vueltas y votar por la continuidad del proyecto nacional en la fórmula electoral que supo conseguir. ¿O qué creen que está haciendo allí Carlos Zannini? Esa adaptabilidad electoral del kirchnerismo, hija de la maquinita de mandar que es el peronismo, resulta imposible de descifrar desde afuera. No basta con pronunciar un discurso que abreve en sus consignas de superficie, dictadas de apuro por la pantalla del teleprompter. El kirchnerismo es una creación histórica, única, singular, con enunciaciones ideológicas en permanente reelaboración. Sus políticas son el genuino producto de sus circunstancias. De ahí su potencia inigualable. Ya lo dijo Caetano Veloso, “si tenés una idea increíble es mejor que hagas una canción. Está probado que sólo es posible filosofar en alemán”. El kirchnerismo quizás sea exactamente eso: la canción nacida de una idea increíble, en un país que no deja de ser burgués. Para filosofar en alemán está Durán Barba.
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http://www.infonews.com/nota/241471/otra-prorroga-para-el-fin-de-ciclo
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