Difícil dilucidar qué ven los votantes en la
diputada Elisa Carrió. Más difícil aún es comprender
qué esperan de ella. Algunos consideran que es valiente porque dice la verdad. Otros afirman que es honesta.
Mientras tanto, los medios le siguen dando cabida y los políticos de la
oposición, muchas veces, bailan a su ritmo. Nada de lo que denuncia tiene
fundamento y ninguna propuesta surge de sus intervenciones. Carrió es como una cacerola gigante cuyo único fin es meter mucho ruido. Errática,
divertida, molesta, manipuladora, pintoresca, inevitable, mentirosa. Todo esto
y mucho más puede apuntarse sobre ella. Destituyente, también. Destructiva,
individualista, despiadada, irrespetuosa. Pero lo que más
abunda en ella es el desprecio y el resentimiento. Quizá sea
esto lo que más valoran sus seguidores, ese sentimiento irracional de rechazo
hacia lo que no se esfuerzan en comprender. No importa lo que diga, siempre y
cuando contenga dicterios hacia el kirchnerismo y cualquier cosa que se le
parezca. Todo lo que venga de ella será aceptado sin dudar por
esos sujetos que se le parecen bastante. Porque al desprecio, se le suma la
desconfianza permanente y la sospecha hacia todo. Una mirada no-política que amenaza seriamente la vida institucional de
nuestro país.
El Instituto Hannah Arendt dirigido –es un decir-
por ella fue el escenario del último de sus exabruptos, quizá el más llamativo,
por desencajado. Los cincuenta asistentes a su charla deben haber quedado
satisfechos después de escuchar tantos improperios inaceptables. En líneas
generales, los dichos de Carrió rebajan el nivel de toda
discusión y confunde a cualquiera que los escucha. No sólo por
inverosímiles o incoherentes, sino porque no se puede entender que alguien así
tenga semejante notoriedad. Por más que se haya transformado en una parodia de
sí misma, hay que comenzar a tomarla con más seriedad. La mirada psiquiátrica de otrora la ha transformado en inimputable y
por eso se ha tornado peligrosa. Menos mal que se sinceró: “cuando estoy cansada digo muchas
pavadas", aclaró después de noventa minutos de
vomitar agravios hacia todas las latitudes.
Como siempre, inundó su disertación con palabras
como "régimen",
"destrucción", "nazismo", "exterminio",
"libertad", "holocausto"
e igualó los discursos de CFK con los del dictador Galtieri en
tiempos de la Guerra
de Malvinas. También manifestó el alivio de librarse, después de las elecciones
de 2011, “de una enorme responsabilidad
de años, de tener que conducir a estos imbéciles opositores”. No todos
merecen tal calificativo, aunque son más de lo conveniente. Después, profundizó
la idea: “no son malos, son estúpidos”. Más
allá de estas evaluaciones insultantes que no han recibido mucho repudio por
parte de los aludidos, una duda sobrevuela su figura: ¿quién le dijo que es ella la que tiene que comandar a la oposición?; ¿quién le
habrá hecho creer que puede dirigir a alguien? De acuerdo a sus conceptos, para
no ser imbécil hay que seguirla. ¿No será al revés?
Pero lo más interesante de sus dichos no se
encuentra entre lo más difundido. Quizá algunos lo consideren como un fallido o
como un sincericidio extremo. Sin
embargo, más parece una declaración de principios. De Sus Principios, vale
aclarar. “Me aburre
hablar de política, por eso no fui guerrillera”,
explicó, como si estuviera pronunciando una genialidad. Para la diputada
Elisa Carrió, que ocupa una banca en la que debe hablar de política para
elaborar y aprobar las leyes, su trabajo es aburrido. Pero lo más grave es que el hablar
de política es un paso hacia la guerrilla. Esto no lo piensa alguien que
padece alteraciones mentales, sino quien se coloca en la derecha más extrema
que se puede concebir. Pensar en este sentido es
desterrar la democracia, que tiene la política como espíritu; es negar la República, que tiene el
interés público como meta. Esta frase tan principista contiene una renuncia
a su futuro: Carrió se despide porque no puede conducir imbéciles y no quiere
ser guerrillera.
Estas consideraciones realizadas sobre los
conceptos de la diputada no pretenden construir una demonización porque no la
necesita. Quien se sienta atraído por ella sabe lo que está comprando: un personaje destructivo,
casi siniestro. Y en lugar del vacío que merece, algunos insisten con escucharla y
propagar su voz. Y hasta premiarla con sus votos.
Publicado en:
http://www.apuntesdiscontinuos.blogspot.com.ar/2013/11/que-ven-cuando-la-ven.html
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Leer subnota de Gustavo Rosa: INMADUROS DENUNCIAN FALLIDOS
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