En Olivos es un atolladero.
–Comunicame con Kichillof–, solicita Cristina, diligente.
Para la presidenta, el ministro de Economía es Kichillof, así, con
"ch". Nadie sabe bien por qué pero italianizó el apellido Kicillof.
–Llamalo a Coqui–, pide minutos más tarde a su asistente. Y el jefe
de Gabinete, Jorge Capitanich, aparece del otro lado del auricular.
Arriba: Axel "el soviético" Kicillof, ministro de economía, y Jorge "Coqui" Capitanich, Jefe de Gabinete.
La mandataria corta el sopor de la tarde con un tsunami de órdenes.
Pasa de la indulgencia y la terquedad a las sonrisas y los mohines.
El portón de la Residencia se abre y comienzan a ingresar
funcionarios y empresarios. Son todos de confianza. No hay ningún
advenedizo.
Máximo contempla la hiperactividad de su madre. De tanto en tanto
le acerca una sugerencia. No es el joven pasatista e inocuo que ven sus
detractores. Ocupa un lugar trascendente en la estructura de poder. Es,
además, una de las dos personas por las que Cristina pone las manos en
el fuego. La otra, ya se lo confesó a Jorge Rial, es Florencia, la hija
menor.
La política o la salud, o probablemente ambas cosas, empujaron a un
cambio de diseño. Cristina está como detrás de escena. Preservándose.
Pero manda. Sin contemplaciones ni cortapisas.
La nueva estrategia de comunicación viene surtiendo efecto, al
menos por ahora. A las 7:30 llega Capitanich a la Casa Rosada y hace un
repaso de los temas del día con sus colaboradores. Después se sube a la
cima más alta de su coraje y se lanza sin paracaídas al manojo de
micrófonos.
Además de mostrar iniciativa, Coqui instala la agenda. A media
mañana los títulos de los diarios envejecen o mueren prematuramente. Y,
en cambio, la radio y la televisión tienen un nuevo andarivel por dónde
transitar y difícilmente, por la envergadura de los temas, puedan
evitarlo.
Inflación, cepo, inseguridad, situación patrimonial, cambios de
Gabinete. El abanico de ítems es enorme. El funcionario es capaz hasta
de poner en duda la continuidad de Marcelo Araujo en Fútbol para Todos,
aunque su verdadera preocupación es la inversión que implica el
programa y por eso ya ordenó salir a la búsqueda de mayor pauta privada.
Hasta la llegada del ex gobernador del Chaco, el lugar por
excelencia de la voz oficial era 678. Por eso ahora asoma una pulseada
entre los sectores del staff oficial que buscan constreñirlo y los que
apuestan a refundarlo, a imprimirle otra lógica.
Juan Manuel Abal Medina tenía incidencia en el programa insignia
del gobierno. Su sucesor en la jefatura de Gabinete desembarcó en medio
de un proceso de apertura, donde la veda al Grupo Clarín se flexibilizó.
Hace rato que se presenta una puja con sordina en el Gabinete por
cómo asimilar el golpe electoral de octubre. La salida de Abal Medina es
una muestra de cambio de época, aunque el funcionario sigue teniendo la
sensación de haber sido cocinado a fuego lento desde antes.
Se sabe de su resistencia a ponerse el traje de embajador de Chile,
ofrecido como una salida elegante en medio del sacudón interno. Se
sentiría más a gusto con un plan B que le acercaron: una asesoría
política que lo dejaría más cerca de la coyuntura política aunque con un
grado de incidencia relativo.
Mientras resuelve su futuro masculla bronca y blasfema contra
Carlos Zannini. Señala al secretario de Legal y Técnica como el
responsable de su salida. Y extiende su mala espina hacia Sergio
Urribarri, a quien en un principio se mencionaba como su sucesor.
El gobernador de Entre Ríos se enteró del malhumor reinante y debió
pedir públicamente que no lo invocaran más, que él no ambicionaba
ningún lugar expectante en la Casa Rosada. Su buena performance
electoral aún le mantiene abierta las puertas para un cargo con mayor
visibilidad, que lo potencie como candidato presidencial.
Podría ser el Ministerio del Interior si es que prospera la idea de
desdoblar esa cartera y la de Transporte, hoy unificadas bajo la
conducción de Florencio Randazzo.
El ministro sabe la vidriera que significa estar en el Gabinete.
Tanto que ya blanqueó sus intenciones de ser presidente en el 2015 si
logra apuntalar el sistema de transporte.
Le ganó la ansiedad y Cristina no sólo lo reprendió sino que además
le ordenó ponerse un bozal. No fue técnicamente un veto al funcionario
sino un gesto de autopreservación: adelantar eventuales sucesores sería
licuar su propio poder con dos años de antelación.
A Daniel Scioli también le reprocharon su ambición. Pero el
gobernador bonaerense se siente fuerte y estimula el florecimiento de
competidores porque entiende que de haber una interna, siendo el dueño
del territorio más grande del país, sus chances están intactas.
Siempre la gestión parece el mejor trampolín hacia un lugar mejor:
si lo sabe Juan Manzur, quien desistió de asumir la banca de diputado
que acaba de obtener para seguir al frente del Ministerio de Salud.
El reincidente candidato testimonial –no es la primera vez que se
postula sólo para traccionar votos a favor de la lista kirchnerista–
tiene un objetivo mayor: la gobernación de Tucumán, habida cuenta de que
la Constitución provincial no permite una nueva reelección de José
Alperovich.
Se cayó así la versión de los enroques. O sea, que Abal Medina
remplazaría en Chile a Ginés González García para que este, a su vez,
vuelva a Salud para tomar la posta de Manzur. El ex ministro no es
bendecido por Cristina por su acercamiento a Sergio Massa y sus
políticas a favor de la despenalización del aborto.
La presidenta entiende que, en tiempos de un Papa argentino, la
nueva impronta oficial debe asignar a la Iglesia y sus doctrinas un
lugar preponderante. El nombramiento del cura Juan Carlos Molina al
frente del Sedronar, luego de conocerse un duro informe eclesiástico
sobre el narcotráfico en el país, habla por sí solo.
El propio Capitanich, autodefinido como un católico conservador,
contrario a la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario,
podría encuadrarse dentro de los mismos lineamientos.
Alguien podrá ver en Kicillof la excepción de las últimas movidas.
Es el error de los que asimilan su juventud a la irreverencia o su
keynesianismo al marxismo. Para ser justos, el prejuicio estaba
instalado en el propio gobierno, donde Guillermo Moreno, en las
reuniones con el sector cárnico, que desarrollaba cada viernes en "La
Escuelita", se refería al ministro como "el soviético".
El secretario de Comercio, formado en la derecha peronista, hacía
un juego de asociación libre, teñido de macartismo, cuya línea de
conexión era: ruso-judío de Rusia, la nación soviética que por décadas
gobernó el Partido Comunista.
No hay, sin embargo, mayor pragmatismo que el de Kicillof en el
proceso de reconversión de YPF, que terminó cerrando acuerdos con
multinacionales como Chevron para la explotación de Vaca Muerta.
Durante la expropiación de la petrolera, el ministro no apeló al
glosario marxista sino al peronista, haciendo alardes de "vandorismo
puro", en alusión a Augusto Timoteo Vandor, aquel dirigente gremial
cuya estrategia era "golpear para negociar".
Fue cuando dijo que Repsol iba a tener que pagar por el daño que le
hizo al país mientras el presidente de la compañía española, Antonio
Brufau, reclamaba al gobierno una indemnización de 18 mil millones de
dólares.
Finalmente se celebró un acuerdo por el cual la compañía recibirá
5000 millones de dólares de resarcimiento, lo que terminó siendo
festejado por el kirchnerismo.
"¿Nos corren porque le pagamos 5000 millones de dólares a Repsol?
Andá a comprar una empresa petrolera por esa plata", fue el descargo
privado que hizo en la Casa Rosada Capitanich, transformando en un
triunfo aquello que la oposición ve como una derrota o, en el mejor de
los casos, una corrección del relato.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2013/12/02/politica-112038-lo-que-me-conto-simon.php
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