Una demonización tiene la
mentira y la exageración como ingredientes principales y es una estrategia
propia de los medios hegemónicos. También necesita periodistas
manipuladores o, cuanto mucho, obedientes a lo que susurran los productores por
los auriculares. Y por último, un público que consuma los editados, no para acceder a la información, sino para alimentar sus prejuicios. Con
recordar algunos ejemplos, alcanza y sobra para demostrar esto. El 6 de
septiembre del año pasado, en uno de sus discursos, CFK se quejaba por la
paralización de algunas obras públicas por medidas cautelares o por detección
de sobreprecios. Y explicó que un juez cobraba multas a los funcionarios por controlar demasiado. Entonces advirtió a
sus subalternos que no debían aterrorizarse
pues “solamente hay que tenerle temor a
Dios, y a mí en todo caso también un poquito”. No quedan dudas de que el temor debían
tenerlo los funcionarios tentados por la corrupción o por las presiones
judiciales, no todos los argentinos. Pero la
tergiversación estaba cantada: a Cristina
hay que tenerle miedo.
Algo parecido a lo que están haciendo ahora con las
declaraciones de Axel Kicillof respecto a la expropiación del 51 por ciento de
las acciones de Repsol en YPF. Y lo que a nivel internacional difunden sobre
Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. Como con el discurso de Cristina, al del Mandatario Bolivariano lo recortaron, lo descontextualizaron y
lo re-significaron. El resultado: un acto fallido que lo convierte, no sólo en un corrupto confeso, sino en un torpe con honores. Por complicidad o por inoperancia,
muchos periodistas llegaron a burlarse del venezolano que dicen que dijo: "los capitalistas que especulan y roban
como nosotros”. Sólo un tonto puede creer que
Maduro expresó algo así, al estilo del “tenemos
que dejar de robar al menos dos años” del sindicalista a perpetuidad Luis
Barrionuevo, a comienzos de los noventa.
Quizá le falló la entonación que confundió el
sentido, pero la perversa intencionalidad del recorte se
contagió en gran parte del mundo y todos opinaron a partir de una mentira. Y buena
parte del público lo ha creído, porque no utiliza ningún filtro para las informaciones
mediáticas, a pesar de las infinitas desmentidas, de las que seguramente no se
enteran. O no les importe, porque lo único que buscan son excusas para seguir
odiando, despreciando, deslegitimando. Alguna sanción
deberían tener estos atentados contra la vida democrática, porque nos cuesta
mucho levantarnos después de las caídas que los carroñeros provocan. Lo hemos
experimentado muchas veces y no es saludable insistir con las pesadillas. Sobre todo ahora, que estamos comenzando a concretar nuestros mejores
sueños.
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