Así lo aseguró la india Gayatri Spivak,
referente de los estudios poscoloniales. Su ensayo ¿Puede hablar el
subalterno? puso en cuestión la unidad de los explotados: no es lo mismo
un obrero alemán que una hindú analfabeta.
Nota de Tiempo Argentino
Gayatri Spivak nació en Calcuta, en febrero de 1942, en el seno de una familia de clase media urbana. Desde los comienzos de su formación universitaria en la India, los escritos de Carlos Marx fueron una referencia clave para indagar en el concepto de explotación. En ellos, esa joven estudiante de literatura comparada buscaba una referencia, pero también una pista para su revisión teórica, para superar los límites en los que esa noción se desplazaba: un proletariado industrial, blanco y europeo. En los Estados Unidos, en la Universidad de Cornell, conoció a Paul de Man, futuro director de su tesis de doctorado sobre la vida y poesía de W. B. Yeats, y unos años después, introdujo la deconstrucción de Jacques Derrida en el mundo anglosajón con la traducción de De la Gramatología. En 1983, Spivak escribió el ensayo que la convertiría en una referente mundial: ¿Puede hablar el subalterno?
Con el uso del concepto de subalternidad, una noción tomada de la obra de Antonio Gramsci, Spivak buscaba cuestionar la unidad de los explotados y exponer las distintas realidades que se escapaban al análisis de clase. ¿Una mujer hindú, colonizada, analfabeta, de piel oscura y campesina, cuenta con el mismo rango que un sindicalista alemán? La pregunta retórica del ensayo ponía en evidencia así el silencio estructural de quienes se ubicaban en lo más bajo del capitalismo, quienes no podían ser representados porque no había institución que legitimara ni escuchara sus palabras.
El texto se convirtió en un clásico de la teoría social contemporánea y de los trabajos poscoloniales, entre ellos, los del Grupo de Estudios Subalternos creado a principios de los '80 por historiadores de India, como Ranajit Guha. La iniciativa había surgido en respuesta a una historiografía india que, según el punto de vista de estos teóricos, respondía a los intereses de las elites locales y subordinaba la lucha de los más pobres a una propuesta nacional. Este trabajo influyó, años más tarde, en la creación de un Grupo Latinoamericano, conformado, entre otros, por Ileana Rodríguez y Walter Mignolo, quienes plantearon la necesidad de crear nuevas perspectivas para pensar las realidades regionales y dejar de lado el eurocentrismo y la lógica colonial de las ciencias sociales en Latinoamérica.
A pesar de su pertenencia al Grupo, Spivak nunca se sintió cómoda con las definiciones cerradas. Ni para las categorías, ni para ella misma. A principio de la década del noventa, Spivak se definía a sí misma desde una serie de controversias: "Soy vista por los marxistas como demasiado codificada, por las feministas como demasiado identificada con lo masculino y por los teóricos indigenistas como demasiado comprometida con la teoría occidental. Estoy inquietamente complacida por esto."
Durante su paso por Buenos Aires, invitada por el Programa Lectura Mundi de la Universidad de San Martín (UNSAM), Spivak dialogó con Tiempo Argentino sobre la llamada "primavera árabe", sobre India, Israel y el estado actual de la globalización, y aseguró: "Creo que la idea de resistencia global es muy bella, y definitivamente no tengo nada en contra de ella, pero no creo que sea ni un poco realista. No creo que el capital financiero, que es lo que mueve al mundo, esté remotamente interesado en lo que pasa allí."
–¿Cómo se puede pensar la categoría de "subalterno" hoy?
–No creo que sea necesaria esa categoría para el tipo de luchas que existen hoy. Los movimientos de resistencia en la calle no necesitan la idea de subalterno, porque es otro tipo de activismo. Sin embargo, es una categoría teórica que sí sirve para otros activistas políticos, especialmente la gente joven. Al Estado se lo ha desempoderado en función de una sociedad civil internacional que sólo justifica el interés por uno mismo. Por eso, la mayoría de los jóvenes no reconocen al Estado y responden a una variedad de anarquismos. Pero el Estado es la única herramienta que nos queda para los subalternos, porque todos esos otros modelos de ayuda desde arriba, son formas de voluntarismo.
–La idea de subalterno fue tomada de los textos de Gramsci. ¿Necesita de una redefinición teórica?
–Como el concepto de Tercer Mundo, el de subalterno ha sido bastardeado, y por eso ha perdido parte de su utilidad. El concepto de Gramsci no ha sido revisado ni actualizado en gran medida. Un subalterno es una persona sin identidad, una posición negativa, para lamentar y destruir. Si alguien puede decir yo soy un subalterno, no es un subalterno. Lo único que le agregaría a Gramsci, que él no sabía, es que se puede tener subalternización, algo que se vio reflejado con el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Eso sí es nuevo, lo que se ve en la primavera árabe. Yo no estoy interesada en corregirla, pero si me hacen la pregunta, tengo que contestar que la categoría no es útil en el modelo de activismo de hoy.
–Occupy Wall Street, los levantamientos en los países árabes, las concentraciones en Brasil, fueron vistas como expresiones de una resistencia global. ¿Tiene sentido pensarlas colectivamente o lo nacional todavía tiene un valor explicativo?
–Creo que la idea de resistencia global es muy bella, y definitivamente no tengo nada en contra de ella, pero no creo que sea ni un poco realista. No creo que el capital financiero, que es lo que mueve al mundo, esté remotamente interesado en lo que pasa allí. Hace poco estuve en el Foro Económico Mundial de Abu Dhabi y la gente joven que fue al foro social me preguntaba acerca del futuro de la "primavera", de Occupy, y yo respondía lo que digo siempre: que la pasión política no llega al establishment. Sin embargo, es cierto que también hay otras miradas. En una de las sesiones del Foro, por ejemplo, se estaba hablando sobre las sociedades en transición, y una persona de Egipto pidió la palabra y aclaró que ella estaba trabajando en su país y que lo que necesitaba era adquirir práctica para regular el Estado y el capital, más que seguir las proposiciones entusiastas de conectar a todos estos lugares porque en todos hay descontento. Estaba tan feliz de escuchar eso.
–En ¿Puede hablar el subalterno? usted mencionaba un deseo de Occidente de conservarse como Sujeto sin determinaciones geopolíticas. ¿Sigue siendo útil esa categoría: Occidente?
–No tengo idea de dónde está ubicado Occidente. ¿Los Balcanes son occidentales? ¿Australia? ¿África es occidental? Yo trabajo en Estados Unidos hace 52 años. Si tuviera que rechazar a Occidente, debería proponerme un tipo de vida distinto. Cada vez que se habla de Occidente, se habla desde la mala fe o la envidia. Debemos pensar un modo distinto de abordar la cuestión, que no sea señalando a unos países u otros. Especialmente los académicos e intelectuales deberíamos repensarnos a nosotros mismos y dejar de mirarnos como Tercer Mundo.
–¿Entonces tampoco tiene sentido hablar hoy de una diferencia entre Occidente y Tercer Mundo?
–Yo me gradué en la escuela secundaria cuando se inauguraba la Conferencia de Bandung, en 1955. Los países recientemente independizados, que no estaban alineados ni al bloque oriental ni al bloque occidental, comenzaban a desarrollar la noción de Tercer Mundo. Esa idea particular se inició en Asia, en Indonesia, y también estaba vinculada al panafricanismo. Se generó un gran entusiasmo alrededor de esta idea. Sin embargo, yo creo que no dice nada nuevo, que lo que expresa, en general, es no europeo. La idea del Tercer Mundo hoy ya está un poco superada, hay un montón de Tercer Mundo que no está en el sur. No veo manera de distinguir al sur global del norte global o de Occidente. Mi geografía ética y política nunca ha estado comprometida con la oposición entre Oriente y Occidente, ni entre Occidente y Tercer Mundo, o entre India y no India. Las cosas han cambiado, como las formaciones históricas, pero en referencia a ese tipo de oposiciones, pienso lo mismo: nunca creí en ellas. Yo nunca las uso, y las considero tan inaceptable como cuando se habla de minorías visibles.
–Algunos ven en el desarrollo económico de las potencias emergentes, entre ellos India, un riesgo de neocolonialismo, ¿comparte ese temor?
–Nunca escribí apoyando a India. ¿Puede hablar el subalterno? es un texto completamente crítico de India y de la razón poscolonial de los migrantes. Yo soy muy crítica de esta gente, y no me llamo a mí misma una nacionalista, así como estoy en contra del identitarismo, de la compartimentación de la democracia en bloques: el voto latino, el voto de las mujeres. Así se traiciona a la democracia. Hoy en día estoy realmente en contra del nacionalismo competitivo de Asia, de China, India, Japón, porque enfatiza y exacerba la distinción entre ricos y pobres, y soslaya la integridad ética y política de los países. No estoy sola en esta crítica.
–¿Cómo define a la globalización hoy? ¿Es una categoría financiera, militar?
–En un sentido estricto, la globalización comenzó cuando los chips de silicio permitieron la conexión entre los grandes mercados de Bolsa globales, como los de Tokio, Shanghai, Londres, Bombay. Nosotros empezamos a hablar de esto cuando el término globalización no era una palabra permitida para los intelectuales, sino algo que remitía a los mercados. Esa fue para nosotros la definición de eso que estaba un paso más allá de lo multinacional. Y también cuando empezó a darse el auge del capital financiero en detrimento del comercio mundial, del capitalismo industrial. El balance entre ambos empezó a cambiar. Pero sería impreciso definirla sólo en estos términos. Como usted sugirió, la esfera militar, por ejemplo, es diferente en un mundo globalizado de lo que solía ser cuando nosotros enfatizamos las regiones y las posiciones imperialistas. Todas las guerras son ahora guerras mundiales, pero no se parecen a las dos guerras que nosotros llamamos así. La esfera militar también se ha globalizado.
–¿Hay algún cambio de índole epistemológico? ¿Qué opina sobre las propuestas de epistemologías alternativas vinculadas, por ejemplo, a tradiciones indígenas?
–El campo epistemológico ha sido globalizado pero del modo en que procede la epistemología. En general, lo que se reclama como epistemológico es la negación de lo epistémico, pero ese cambio se mueve con un ritmo muy diferente y va a ser diagnosticado por otros, en un futuro. Yo diría que las rupturas que se reclaman son también una repetición y que la proposición de que hay alternativas epistemológicas ubicadas en las tradiciones indígenas, debería tratarse con mucho cuidado. La mayoría de la gente vende epistemologías alternativas en el mercado mundial, y lo que están haciendo es, otra vez, un mal trabajo, que llaman intervenciones poscoloniales. Creo que es un término al que hay que temerle. No presto mucha atención al avance de las epistemologías alternativas como en épocas previas no le presté atención a las posiciones contra la modernización. Este tipo de proposiciones legitiman la epistemología que está en el poder, pero por la contraria.
–El surgimiento de los estudios poscoloniales estuvo ligado a los procesos de liberación nacional, ¿cuál es su potencial hoy?
–Cuando empecé a escribir acerca de estos temas, a principio de los años ochenta, no sabía que ese trabajo podía ser caracterizado como poscolonial. Cuando me di cuenta que eso era lo que estaba haciendo, inmediatamente hice una crítica muy dura al trabajo poscolonial migrante, así como ahora soy muy crítica de llamar a los trabajos de resistencia, trabajos poscoloniales. Porque son fenómenos diferentes. Los trabajos poscoloniales son de distinto orden y, en un sentido estricto, su tiempo ya pasó: el período de liberación nacional prácticamente se ha terminado, con excepción de Israel. Mi primer libro, a pesar de que lo definieron como poscolonial, es una crítica a lo poscolonial, pero nadie me tomó en serio. Y el ensayo que más se conoce, sobre el subalterno, es una crítica a los indios y no a los británicos. Es una crítica a mi propia tradición.
–¿En qué sentido Israel es una excepción?
–Israel procede de un modo que lo vuelve ilegal. Oprime a un grupo de personas ubicadas en cierto territorio, no permite que se muevan libremente, ni que tengan acceso libre a todos sus derechos, para luego reclamar ese espacio para sí. Eso es un imperialismo territorial del siglo XX, a pesar de que se llaman la única democracia en Medio Oriente. La mayoría de las víctimas de ese imperialismo encuentran que la violencia es demasiado costosa y se van. Hay otros tipos de colonialismo que no te atan a la territorialidad, pero esta es una característica propia de Israel.
–¿Se puede hablar de una institucionalización de los estudios poscoloniales?
–Los estudios poscoloniales desde siempre estuvieron institucionalizados. En su primera etapa, vinculada al panafricanismo, y luego en su segundo período, que comenzó en los Estados Unidos con los trabajos de Homi Baba y los míos, ya se encontraban completamente institucionalizados. No había una conexión con las naciones poscoloniales, con nuestros países de origen. Esos movimientos no tenían nada que ver con lo que nosotros estábamos escribiendo desde la posición de migrantes. Luego se incorporaron las visiones latinoamericanas de Ileana Rodríguez, Walter Mignolo, Alberto Moreira, que continuaron este movimiento, y hubo trabajos en la ex Unión Soviética y post soviéticos. Todos ellos ya estaban institucionalizados. Este no es un problema nuevo.
Honoris causa
Gayatri Spivak recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional de San Martín. Antes, fue galardonada con el Kyoto Prize en Artes y Filosofía en Japón, y con el Padma Bhushan, una de las distinciones más importantes de India.
"Controlar la información no es pensar ni juzgar"
–Usted trabaja en el campo de la educación. ¿Qué opina sobre el avance de lo digital? ¿Cuáles son sus límites y sus potencialidades?
–La mente trabaja como una computadora pero no se mueve a la misma velocidad que lo digital. Pensar que lo digital es una solución, es un error. Voy a poner un ejemplo muy sencillo. Estuve trabajando en África, en Ghana, porque estoy terminando un libro sobre William Edward Du Bois. La primera vez que fui a la biblioteca, trabajé con mi laptop. El único trabajo que hacía era mover mis dedos, y toda la organización se hizo muy rápido porque lo hacía la máquina. En cambio, la segunda vez decidí trabajar con mis manos, y como lo hacía a la velocidad de mi mente, todo eso fue internalizado. Dos días después de que me fui de Ghana, eso seguía en mi cabeza. Con esto quiero decir que lo digital es muy útil para el mercado, el capital financiero, para la medicina, para que los artistas usen hipotextos, para todo tipo de trabajo científico, quiero decir, de ciencias duras. Pero el trabajo que requiere pensamiento cualitativo, necesita una educación temprana que entrene a la cabeza para pensar. Porque pensar y juzgar no es lo mismo que controlar la información. Y hablando políticamente, lo que se llama social media es útil cuando la pasión política está en su lugar, como en la "primavera árabe". Pero la calidad de lo que aparece en los medios sociales depende de un entrenamiento anterior de quienes lo usan. No estoy diciendo nada nuevo, sino algo que ya grandes científicos, como Albert Einstein, dijeron antes: si no se entrena la imaginación, no vamos a poder usar la tecnología salvo como bastón.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2013/11/30/sociedad-111821-la-idea-de-resistencia-global-es-muy-bella-pero-creo-que-es-poco-realista.php
Gayatri Spivak nació en Calcuta, en febrero de 1942, en el seno de una familia de clase media urbana. Desde los comienzos de su formación universitaria en la India, los escritos de Carlos Marx fueron una referencia clave para indagar en el concepto de explotación. En ellos, esa joven estudiante de literatura comparada buscaba una referencia, pero también una pista para su revisión teórica, para superar los límites en los que esa noción se desplazaba: un proletariado industrial, blanco y europeo. En los Estados Unidos, en la Universidad de Cornell, conoció a Paul de Man, futuro director de su tesis de doctorado sobre la vida y poesía de W. B. Yeats, y unos años después, introdujo la deconstrucción de Jacques Derrida en el mundo anglosajón con la traducción de De la Gramatología. En 1983, Spivak escribió el ensayo que la convertiría en una referente mundial: ¿Puede hablar el subalterno?
Con el uso del concepto de subalternidad, una noción tomada de la obra de Antonio Gramsci, Spivak buscaba cuestionar la unidad de los explotados y exponer las distintas realidades que se escapaban al análisis de clase. ¿Una mujer hindú, colonizada, analfabeta, de piel oscura y campesina, cuenta con el mismo rango que un sindicalista alemán? La pregunta retórica del ensayo ponía en evidencia así el silencio estructural de quienes se ubicaban en lo más bajo del capitalismo, quienes no podían ser representados porque no había institución que legitimara ni escuchara sus palabras.
El texto se convirtió en un clásico de la teoría social contemporánea y de los trabajos poscoloniales, entre ellos, los del Grupo de Estudios Subalternos creado a principios de los '80 por historiadores de India, como Ranajit Guha. La iniciativa había surgido en respuesta a una historiografía india que, según el punto de vista de estos teóricos, respondía a los intereses de las elites locales y subordinaba la lucha de los más pobres a una propuesta nacional. Este trabajo influyó, años más tarde, en la creación de un Grupo Latinoamericano, conformado, entre otros, por Ileana Rodríguez y Walter Mignolo, quienes plantearon la necesidad de crear nuevas perspectivas para pensar las realidades regionales y dejar de lado el eurocentrismo y la lógica colonial de las ciencias sociales en Latinoamérica.
A pesar de su pertenencia al Grupo, Spivak nunca se sintió cómoda con las definiciones cerradas. Ni para las categorías, ni para ella misma. A principio de la década del noventa, Spivak se definía a sí misma desde una serie de controversias: "Soy vista por los marxistas como demasiado codificada, por las feministas como demasiado identificada con lo masculino y por los teóricos indigenistas como demasiado comprometida con la teoría occidental. Estoy inquietamente complacida por esto."
Durante su paso por Buenos Aires, invitada por el Programa Lectura Mundi de la Universidad de San Martín (UNSAM), Spivak dialogó con Tiempo Argentino sobre la llamada "primavera árabe", sobre India, Israel y el estado actual de la globalización, y aseguró: "Creo que la idea de resistencia global es muy bella, y definitivamente no tengo nada en contra de ella, pero no creo que sea ni un poco realista. No creo que el capital financiero, que es lo que mueve al mundo, esté remotamente interesado en lo que pasa allí."
–¿Cómo se puede pensar la categoría de "subalterno" hoy?
–No creo que sea necesaria esa categoría para el tipo de luchas que existen hoy. Los movimientos de resistencia en la calle no necesitan la idea de subalterno, porque es otro tipo de activismo. Sin embargo, es una categoría teórica que sí sirve para otros activistas políticos, especialmente la gente joven. Al Estado se lo ha desempoderado en función de una sociedad civil internacional que sólo justifica el interés por uno mismo. Por eso, la mayoría de los jóvenes no reconocen al Estado y responden a una variedad de anarquismos. Pero el Estado es la única herramienta que nos queda para los subalternos, porque todos esos otros modelos de ayuda desde arriba, son formas de voluntarismo.
"Los movimientos de resistencia en la calle no necesitan la idea de subalterno, porque es otro tipo de activismo".
–Como el concepto de Tercer Mundo, el de subalterno ha sido bastardeado, y por eso ha perdido parte de su utilidad. El concepto de Gramsci no ha sido revisado ni actualizado en gran medida. Un subalterno es una persona sin identidad, una posición negativa, para lamentar y destruir. Si alguien puede decir yo soy un subalterno, no es un subalterno. Lo único que le agregaría a Gramsci, que él no sabía, es que se puede tener subalternización, algo que se vio reflejado con el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Eso sí es nuevo, lo que se ve en la primavera árabe. Yo no estoy interesada en corregirla, pero si me hacen la pregunta, tengo que contestar que la categoría no es útil en el modelo de activismo de hoy.
–Occupy Wall Street, los levantamientos en los países árabes, las concentraciones en Brasil, fueron vistas como expresiones de una resistencia global. ¿Tiene sentido pensarlas colectivamente o lo nacional todavía tiene un valor explicativo?
–Creo que la idea de resistencia global es muy bella, y definitivamente no tengo nada en contra de ella, pero no creo que sea ni un poco realista. No creo que el capital financiero, que es lo que mueve al mundo, esté remotamente interesado en lo que pasa allí. Hace poco estuve en el Foro Económico Mundial de Abu Dhabi y la gente joven que fue al foro social me preguntaba acerca del futuro de la "primavera", de Occupy, y yo respondía lo que digo siempre: que la pasión política no llega al establishment. Sin embargo, es cierto que también hay otras miradas. En una de las sesiones del Foro, por ejemplo, se estaba hablando sobre las sociedades en transición, y una persona de Egipto pidió la palabra y aclaró que ella estaba trabajando en su país y que lo que necesitaba era adquirir práctica para regular el Estado y el capital, más que seguir las proposiciones entusiastas de conectar a todos estos lugares porque en todos hay descontento. Estaba tan feliz de escuchar eso.
–En ¿Puede hablar el subalterno? usted mencionaba un deseo de Occidente de conservarse como Sujeto sin determinaciones geopolíticas. ¿Sigue siendo útil esa categoría: Occidente?
–No tengo idea de dónde está ubicado Occidente. ¿Los Balcanes son occidentales? ¿Australia? ¿África es occidental? Yo trabajo en Estados Unidos hace 52 años. Si tuviera que rechazar a Occidente, debería proponerme un tipo de vida distinto. Cada vez que se habla de Occidente, se habla desde la mala fe o la envidia. Debemos pensar un modo distinto de abordar la cuestión, que no sea señalando a unos países u otros. Especialmente los académicos e intelectuales deberíamos repensarnos a nosotros mismos y dejar de mirarnos como Tercer Mundo.
–¿Entonces tampoco tiene sentido hablar hoy de una diferencia entre Occidente y Tercer Mundo?
–Yo me gradué en la escuela secundaria cuando se inauguraba la Conferencia de Bandung, en 1955. Los países recientemente independizados, que no estaban alineados ni al bloque oriental ni al bloque occidental, comenzaban a desarrollar la noción de Tercer Mundo. Esa idea particular se inició en Asia, en Indonesia, y también estaba vinculada al panafricanismo. Se generó un gran entusiasmo alrededor de esta idea. Sin embargo, yo creo que no dice nada nuevo, que lo que expresa, en general, es no europeo. La idea del Tercer Mundo hoy ya está un poco superada, hay un montón de Tercer Mundo que no está en el sur. No veo manera de distinguir al sur global del norte global o de Occidente. Mi geografía ética y política nunca ha estado comprometida con la oposición entre Oriente y Occidente, ni entre Occidente y Tercer Mundo, o entre India y no India. Las cosas han cambiado, como las formaciones históricas, pero en referencia a ese tipo de oposiciones, pienso lo mismo: nunca creí en ellas. Yo nunca las uso, y las considero tan inaceptable como cuando se habla de minorías visibles.
–Algunos ven en el desarrollo económico de las potencias emergentes, entre ellos India, un riesgo de neocolonialismo, ¿comparte ese temor?
–Nunca escribí apoyando a India. ¿Puede hablar el subalterno? es un texto completamente crítico de India y de la razón poscolonial de los migrantes. Yo soy muy crítica de esta gente, y no me llamo a mí misma una nacionalista, así como estoy en contra del identitarismo, de la compartimentación de la democracia en bloques: el voto latino, el voto de las mujeres. Así se traiciona a la democracia. Hoy en día estoy realmente en contra del nacionalismo competitivo de Asia, de China, India, Japón, porque enfatiza y exacerba la distinción entre ricos y pobres, y soslaya la integridad ética y política de los países. No estoy sola en esta crítica.
–¿Cómo define a la globalización hoy? ¿Es una categoría financiera, militar?
–En un sentido estricto, la globalización comenzó cuando los chips de silicio permitieron la conexión entre los grandes mercados de Bolsa globales, como los de Tokio, Shanghai, Londres, Bombay. Nosotros empezamos a hablar de esto cuando el término globalización no era una palabra permitida para los intelectuales, sino algo que remitía a los mercados. Esa fue para nosotros la definición de eso que estaba un paso más allá de lo multinacional. Y también cuando empezó a darse el auge del capital financiero en detrimento del comercio mundial, del capitalismo industrial. El balance entre ambos empezó a cambiar. Pero sería impreciso definirla sólo en estos términos. Como usted sugirió, la esfera militar, por ejemplo, es diferente en un mundo globalizado de lo que solía ser cuando nosotros enfatizamos las regiones y las posiciones imperialistas. Todas las guerras son ahora guerras mundiales, pero no se parecen a las dos guerras que nosotros llamamos así. La esfera militar también se ha globalizado.
–¿Hay algún cambio de índole epistemológico? ¿Qué opina sobre las propuestas de epistemologías alternativas vinculadas, por ejemplo, a tradiciones indígenas?
–El campo epistemológico ha sido globalizado pero del modo en que procede la epistemología. En general, lo que se reclama como epistemológico es la negación de lo epistémico, pero ese cambio se mueve con un ritmo muy diferente y va a ser diagnosticado por otros, en un futuro. Yo diría que las rupturas que se reclaman son también una repetición y que la proposición de que hay alternativas epistemológicas ubicadas en las tradiciones indígenas, debería tratarse con mucho cuidado. La mayoría de la gente vende epistemologías alternativas en el mercado mundial, y lo que están haciendo es, otra vez, un mal trabajo, que llaman intervenciones poscoloniales. Creo que es un término al que hay que temerle. No presto mucha atención al avance de las epistemologías alternativas como en épocas previas no le presté atención a las posiciones contra la modernización. Este tipo de proposiciones legitiman la epistemología que está en el poder, pero por la contraria.
–El surgimiento de los estudios poscoloniales estuvo ligado a los procesos de liberación nacional, ¿cuál es su potencial hoy?
–Cuando empecé a escribir acerca de estos temas, a principio de los años ochenta, no sabía que ese trabajo podía ser caracterizado como poscolonial. Cuando me di cuenta que eso era lo que estaba haciendo, inmediatamente hice una crítica muy dura al trabajo poscolonial migrante, así como ahora soy muy crítica de llamar a los trabajos de resistencia, trabajos poscoloniales. Porque son fenómenos diferentes. Los trabajos poscoloniales son de distinto orden y, en un sentido estricto, su tiempo ya pasó: el período de liberación nacional prácticamente se ha terminado, con excepción de Israel. Mi primer libro, a pesar de que lo definieron como poscolonial, es una crítica a lo poscolonial, pero nadie me tomó en serio. Y el ensayo que más se conoce, sobre el subalterno, es una crítica a los indios y no a los británicos. Es una crítica a mi propia tradición.
–¿En qué sentido Israel es una excepción?
–Israel procede de un modo que lo vuelve ilegal. Oprime a un grupo de personas ubicadas en cierto territorio, no permite que se muevan libremente, ni que tengan acceso libre a todos sus derechos, para luego reclamar ese espacio para sí. Eso es un imperialismo territorial del siglo XX, a pesar de que se llaman la única democracia en Medio Oriente. La mayoría de las víctimas de ese imperialismo encuentran que la violencia es demasiado costosa y se van. Hay otros tipos de colonialismo que no te atan a la territorialidad, pero esta es una característica propia de Israel.
–¿Se puede hablar de una institucionalización de los estudios poscoloniales?
–Los estudios poscoloniales desde siempre estuvieron institucionalizados. En su primera etapa, vinculada al panafricanismo, y luego en su segundo período, que comenzó en los Estados Unidos con los trabajos de Homi Baba y los míos, ya se encontraban completamente institucionalizados. No había una conexión con las naciones poscoloniales, con nuestros países de origen. Esos movimientos no tenían nada que ver con lo que nosotros estábamos escribiendo desde la posición de migrantes. Luego se incorporaron las visiones latinoamericanas de Ileana Rodríguez, Walter Mignolo, Alberto Moreira, que continuaron este movimiento, y hubo trabajos en la ex Unión Soviética y post soviéticos. Todos ellos ya estaban institucionalizados. Este no es un problema nuevo.
Honoris causa
Gayatri Spivak recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional de San Martín. Antes, fue galardonada con el Kyoto Prize en Artes y Filosofía en Japón, y con el Padma Bhushan, una de las distinciones más importantes de India.
"Controlar la información no es pensar ni juzgar"
–Usted trabaja en el campo de la educación. ¿Qué opina sobre el avance de lo digital? ¿Cuáles son sus límites y sus potencialidades?
–La mente trabaja como una computadora pero no se mueve a la misma velocidad que lo digital. Pensar que lo digital es una solución, es un error. Voy a poner un ejemplo muy sencillo. Estuve trabajando en África, en Ghana, porque estoy terminando un libro sobre William Edward Du Bois. La primera vez que fui a la biblioteca, trabajé con mi laptop. El único trabajo que hacía era mover mis dedos, y toda la organización se hizo muy rápido porque lo hacía la máquina. En cambio, la segunda vez decidí trabajar con mis manos, y como lo hacía a la velocidad de mi mente, todo eso fue internalizado. Dos días después de que me fui de Ghana, eso seguía en mi cabeza. Con esto quiero decir que lo digital es muy útil para el mercado, el capital financiero, para la medicina, para que los artistas usen hipotextos, para todo tipo de trabajo científico, quiero decir, de ciencias duras. Pero el trabajo que requiere pensamiento cualitativo, necesita una educación temprana que entrene a la cabeza para pensar. Porque pensar y juzgar no es lo mismo que controlar la información. Y hablando políticamente, lo que se llama social media es útil cuando la pasión política está en su lugar, como en la "primavera árabe". Pero la calidad de lo que aparece en los medios sociales depende de un entrenamiento anterior de quienes lo usan. No estoy diciendo nada nuevo, sino algo que ya grandes científicos, como Albert Einstein, dijeron antes: si no se entrena la imaginación, no vamos a poder usar la tecnología salvo como bastón.
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