por CLODOVALDO HERNÁNDEZ
En política suele ocurrir como en algunos juegos: el ganador se lo lleva todo. El resultado de una medición de fuerzas no tiene que ser una paliza en términos de votos para que el vencedor obtenga todos los premios, para que haga, como suele decirse, caída y mesa limpia.
El reciente proceso municipal es una muestra muy apropiada de ese fenómeno: el chavismo derrotó a la contrarrevolución en forma clara --aunque no aplastante-- pero el resultado de esa consulta electoral ha sido una victoria política abrumadora, mucho más honda y contundente que la derivada de lo estrictamente numérico.
Analicemos uno de los síntomas más notables de lo ocurrido: a pocos días de los comicios, el presidente Nicolás Maduro ha logrado reunir en Miraflores a la casi totalidad de los alcaldes y gobernadores de la oposición, un hecho lleno de significados que extiende y profundiza su victoria electoral del domingo 8 de diciembre, la traduce en una genuina conquista de territorios políticos y comporta un cambio de ritmo no solamente en relación con los siete meses precedentes de su mandato, sino con respecto al período revolucionario completo.
LOS (MUCHOS) SIGNIFICADOS DE LA REUNIÓN
El encuentro presidencial con los gobernadores y alcaldes significó, en primer lugar, la sofocación de la que había sido una de las líneas más intensas de la oposición desde el 14 de abril: la negativa a reconocer el triunfo de Nicolás Maduro en ese proceso electoral y, en consecuencia, el afán de atribuirle la condición de presidente ilegítimo.
Con la presencia en el palacio presidencial de los funcionarios regionales y municipales, esta postura queda restringida al excandidato presidencial Henrique Capriles Radonski --quien estuvo ausente del cónclave-- y al ala rabiosa del antichavismo.
Al plantear la reunión, Maduro colocó a la camada de funcionarios electos (muchos de ellos reelectos) frente a dilemas muy gruesos. En primer lugar, ¿cómo seguir hablando de fraude y de ilegitimidad, y por tanto, cuestionando al sistema y la autoridad electoral, si cada uno de ellos viene de ganar unos comicios con ese mismo sistema y bajo esa misma autoridad? Y, segundo, ¿cómo iniciar (o continuar) una gestión positiva en sus ámbitos estadales o municipales si se declaraban abiertamente en rebeldía contra el gobierno central, negándose a concurrir a la cita?
Para el liderazgo nacional de la oposición, en tanto, la iniciativa de Maduro implicaba el mismo dilema sobre el sistema y la autoridad electoral y, adicionalmente, otro de mucho peso: ¿qué clase de “alternativa democrática” encarna alguien que reclama diálogo y, al mismo tiempo, se niega a hablar con el jefe del Estado?
La dirigencia principal de la Mesa de la Unidad Democrática terminó autorizando a sus gobernadores y alcaldes para ir al encuentro. En rigor, no podía hacer otra cosa. De haberles ordenado no asistir, era muy grande el riesgo de que al menos una buena cantidad de los funcionarios desobedeciera la instrucción, lo cual a todas luces era peor, pues hubiese mostrado a la MUD como una coalición en plena desbandada.
Acorralada en esos dilemas, colocada a la defensiva, la oposición acudió a la cita y con ello entregó una de las armas fundamentales que, desde abril, ha utilizado contra Maduro al unísono, como una especie de mantra: el alegato de ilegitimidad.
Una de las mejores demostraciones del estado de aislamiento en que quedó esa tesis es un análisis del jurista socialcristiano Asdrúbal Aguiar, publicado en el diario El Universal bajo el título Ilegítimo, a pesar del 8-D, en el que desempolva el predicamento de que Maduro no podía ser candidato en abril pasado (dada su condición de vicepresidente en ejercicio) y, por tanto, adolece de una ilegitimidad de origen. Se trata de un asunto que el Tribunal Supremo de Justicia dirimió en su momento, pero Aguiar apela a él, poniendo en evidencia que la nueva realidad política dejó al grupo de formadores de opinión del antichavismo, como dice el refrán, con una mano adelante y otra atrás.
CAPRILES NOCAUT
En las situaciones políticas como las ya señaladas, en las que el ganador se lo lleva todo, en contrapartida, el perdedor queda en la ruina.
Los dilemas que enfrentaron los gobernadores y alcaldes opositores, la dirigencia de la MUD y los opinadores contrarrevolucionarios no fueron nada comparados con la disyuntiva en la que se vio el excandidato presidencial Capriles, en su doble condición de jefe de la coalición opositora y gobernador de Miranda.
Capriles venía de ser el más notorio impulsor de la idea de que las elecciones municipales serían un plebiscito mediante el cual el electorado nacional reprobaría de manera aplastante la gestión del Presidente. El resultado electoral en sí había sido una gran derrota para él, pero su negativa a asistir al encuentro le ha dado a ese revés una profundidad mucho mayor. Hoy existe prácticamente un consenso entre revolucionarios y opositores en el sentido de que Capriles es el gran perdedor no solo de la jornada comicial, sino también de los acontecimientos políticos posteriores. A duras penas se mantiene a flote gracias a los salvavidas que le han lanzado varios medios de comunicación, los mismos que se han empeñado desde 2012 en llamarlo “el líder de la oposición venezolana”.
Parece ser cuestión de tiempo que en el seno de la MUD se produzca algún tipo de discusión que apunte al relevo, si se juzga por los movimientos y declaraciones que han realizado algunos de sus dirigentes, como el propio coordinador de la Mesa, Ramón Guillermo Aveledo; el secretario general de Acción Democrática, Henry Ramos Allup; y los cabecillas del ala rabiosa, Leopoldo López y María Corina Machado. El relieve adquirido por el alcalde metropolitano reelecto, Antonio Ledezma, como consecuencia de su participación en el cónclave de Miraflores y de su posterior designación como vocero de la MUD para el diálogo con el Ejecutivo, es otro síntoma de un posible desplazamiento de Capriles cuando se abran los fuegos de la batalla política de 2014.
MEDIOS NEUTRALIZADOS
La doble victoria revolucionaria (la del resultado electoral y la de los hechos posteriores) no solo activó movimientos y reacomodos dentro de la oposición política. También lo hizo en la oposición mediática.
El balance electoral, por sí solo, había reducido casi a cero el margen de maniobra de los medios de comunicación nacionales e internacionales aliados de la oposición para llevar a cabo sus tradicionales manipulaciones.
De hecho, los medios internacionales se apresuraron a reconocer la victoria electoral desde un principio, renunciando así a una de las tareas que han desempeñado en ocasiones anteriores: la creación de matrices de duda sobre los resultados.
Esta actitud de la prensa extranjera sorprendió, por cierto, a una parte de la dirigencia opositora, que ya se había acostumbrado a recibir ese apoyo, al margen de que sus denuncias de fraude nunca han tenido sustento objetivo.
Los medios nacionales opositores, en cambio, sí se empeñaron en repetir el ritual e intentaron durante los primeros días aplicar unas matemáticas elásticas para atribuirle el triunfo al antichavismo. Sin embargo, tan solo lograron convencer a los segmentos más radicalizados de sus públicos. Ante la imposibilidad de torcer la percepción colectiva de lo ocurrido, pretendieron borrar el tema de la agenda de la opinión nacional, pero la actitud proactiva del Gobierno ha impedido que cumplan ese plan. El impacto que ha tenido la reunión de Miraflores hace imposible que la parafernalia mediática contrarrevolucionaria mire hacia otro lado.
EL SIGNIFICADO INTERNACIONAL
El resultado electoral y sus secuelas en la política concreta han prácticamente borrado del escenario internacional los cuestionamientos a la legitimidad del presidente Maduro y al sistema electoral venezolano, es decir, han dejado sin argumentos a factores intervencionistas tales como gobiernos enemigos, partidos de otras naciones aliados de la derecha venezolana, grandes corporaciones y falsas organizaciones no gubernamentales.
El plan de generar una “primavera venezolana”, es decir, de utilizar los comicios municipales como el punto de partida de un derrocamiento mediante olas de protestas y presión internacional, ha fracasado, al menos por ahora.
Naturalmente, sería iluso esperar que este repliegue sea una situación permanente. Por el contrario, tras la asimilación del descalabro de esta estrategia específica, vendrán nuevas ideas para el ataque a la Revolución Bolivariana, especialmente en el campo económico. Pero la victoria en las municipales, y, sobre todo, la brillante administración de la etapa postelectoral, ha desactivado lo que se presentaba como una bomba de relojería diseñada por los tanques pensantes imperiales.
CONQUISTA DE TERRITORIOS Y CAMBIO DE RITMO
El lance de convocar a todos los electos a un encuentro público ha tenido el efecto inmediato de consolidar al presidente Maduro como un líder propositivo, con iniciativa, el que lleva las riendas del país.
Esto tiene una consecuencia hacia lo interno del movimiento revolucionario, que quedó profundamente marcado por el estilo de mando siempre vigoroso y firme del Comandante Hugo Chávez. Conquistar ese terreno tan exigente del arte del liderazgo era –y sigue siendo-- uno de los retos más difíciles del sucesor. En esta coyuntura ha dado un paso significativo.
Maduro, acosado permanentemente por quienes le negaban la legitimidad y pretendían revocarlo antes de cumplir su primer año en el cargo, había concentrado sus esfuerzos en defenderse y, en consecuencia, había lucido más bien como un líder reactivo durante buena parte del período entre las dos citas electorales.
El salto hacia una dirección más proactiva ha tenido un momento estelar en el sereno pero enérgico manejo de la relación con los alcaldes opositores electos. Sin embargo, el punto de inflexión en este viraje fue su manejo de la ofensiva contra la especulación y la usura, llevada a cabo en noviembre, cuyos efectos sobre las elecciones están aún por determinarse.
Más allá de lo intrarrevolucionario, Maduro se pone en puertas de conquistar también territorios políticos que hasta ahora le habían estado vedados, como el de los grupos opositores moderados y el de los ni-ni que siempre han objetado a la Revolución su postura demasiado beligerante ante los adversarios políticos.
En este sentido, la convocatoria al palacio podría anunciar un cambio de ritmo en el debate político nacional, no solo con respecto a los meses previos de Maduro, sino también a los 14 años de la presidencia del Comandante Chávez, quien siempre quiso un acercamiento al otro sector del país, pero no logró concretarlo.
Por supuesto que tanto la conquista de espacios políticos nuevos como ese cambio de ritmo son apenas posibilidades cuya cristalización dependerá de lo que hagan tanto el gobierno como la oposición en episodios del futuro inmediato, entre los que ya se vislumbran como cruciales los relativos a temas de la realidad económica nacional. Por lo pronto solo se puede concluir que en las últimas tres manos del juego (la ofensiva contra la especulación y la usura, las elecciones municipales y la relación con los alcaldes electos y con los gobernadores opositores), la Revolución, ganadora, se lo ha llevado todo. Caída y mesa limpia, le dicen.
Publicado en:
http://nos-comunicamos.com.ar/content/chavismo-consolidado
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