“Jesucristo,
Don Quijote y yo, somos los tres mayores necios que ha habido jamás, por soñar
con un mundo mejor.”
Simón
Bolívar
“Hace
mucho tiempo que albergo la más profunda convicción de que, cuando la crisis
llega, los líderes surgen. Así surgió Bolívar, cuando la ocupación de España
por Napoleón y la imposición de un rey extranjero crearon las condiciones
propicias para la independencia de las colonias españolas en este hemisferio.
Así surgió José Martí, cuando llegó la hora propicia para el estallido de la
Revolución independentista en Cuba. Y así surgió Chávez, cuando la terrible
situación social y humana en Venezuela y América Latina determinaba que el
momento de luchar por la segunda y verdadera independencia había llegado”
Fuidel
Castro Ruz
“[…]
lo que nosotros queremos es pasar de la democracia representativa a una
democracia participativa, más directa. O sea queremos más democracia y no
menos. Con una mayor intervención del pueblo en todos los niveles de decisión.
Para mejor oponernos a cualquier violación de los derechos humanos”
“La
democracia no es únicamente la igualdad política. Es también, e incluso antes
que nada, la igualdad social, económica y cultural. Todo ello en la libertad.
Éstos son los objetivos de la Revolución Bolivariana.”
Hugo
Chávez Frías
“[….] con su genio coloquial, me contó cómo, en aquellos
primeros meses de su mandato, se le acercaron obsequiosamente los grandes
empresarios, las grandes fortunas, los que se pensaban ‘dueños naturales’ de
Venezuela, para proponerle toda suerte de regalos y tentaciones –vehículos,
apartamentos, negocios- como habían hecho con tantos presidentes anteriores.
Creyendo que Chávez sería uno más de esos que tienen doble discurso y doble
moral. Pero Chávez los expulsó de Miraflores ‘como Cristo expulsó a los
mercaderes del Templo’, me dijo. Y a partir de ahí, esos oligarcas comenzaron a
conspirar contra él. ‘No lo podemos comprar, entonces lo vamos a derrocar’. Ése
fue, a partir de aquel instante, el plan de la oligarquía venezolana. Ahí
empezaron las conspiraciones, los ataques, las campañas mediáticas de
demonización, la preparación del golpe de Estado de 2002, los sabotajes…
¿Y cuál era su programa económico?. Chávez me expresó con
claridad su deseo de alejarse del modelo neoliberal y resistirse a la
globalización. ‘Queremos construir un Estado más horizontal, me declaró. El
trabajo, y no el capital, debe ser el verdadero productor de riqueza. El ser humano es lo principal. Debemos poner
la economía al servicio del pueblo. Nuestro pueblo merecer lo mejor. Nos hace
falta buscar el punto de equilibrio entre el mercado, el Estado, y la sociedad.
Hay que hacer que converjan la ‘mano invisible’ del mercado y la ‘mano visible’
del Estado en un espacio económico en el
interior del cual el mercado existe tanto
como es posible y el Estado tanto como es necesario’
Me recordó que ‘…el imperialismo impuso a Venezuela, hace
cien años, en el marco de la división internacional del trabajo, una tarea
única: producir petróleo. Pagaba una
miseria por ese petróleo; y todo lo demás –alimentos, productos industriales-
debíamos importarlo. Ahora, uno de nuestros objetivos es la independencia
económica y la soberanía alimentaria; en el marco de la protección del medio
ambiente y de los imperativos ecológicos’. Me precisó que la propiedad privada
y las inversiones extranjeras estaban garantizadas, pero en los límites del
interés superior del Estado, el cual velaría por conservar bajo su control (o
rescatar) aquellos sectores estratégicos cuya venta significase la cesión de
una parte de la soberanía nacional. O sea ni más ni menos que lo que propuso el
Consejo Nacional de la Resistencia (CNR) en Francia al final de la Segunda
Guerra Mundial, o lo que hizo el general De Gaulle cuando instauró la Quinta
República en 1958. Pero en el contexto de la globalización neoliberal y de la
fiebre de las privatizaciones, esas medidas parecían aún más revolucionarias.
Oyéndole enunciar
esos objetivos, me dije para mí mismo: ¿qué otra cosa pueden hacer los
protagonistas principales de la globalización, dueños de tantos medios masivos
de información, sino diabolizar a Chávez y su Revolución Bolivariana?
Pasamos horas conversando. Le pregunté si se definiría como
‘nacionalista’, y me contestó que se consideraba un ‘patriota’. Citando
precisamente a De Gaulle, me explicó: ‘Ser patriota es amar a la patria. Ser
nacionalista es detestar a los demás’. Acto seguido, en un gesto típico de
oficial de Estado Mayor, colocó un gran mapa de América Latina sobre su mesa
del despacho y me comentó que Venezuela estaba ‘mal vertebrada’, consecuencia
de la ‘vieja planificación colonial’. Me mostró cómo, en una geografía ideal,
la capital debería situarse en el centro del país… Describió las grandes obras
de infraestructura indispensables para conformar un Estado cohesionado:
ferrocarriles, autopistas, gasoductos y oleoductos, puentes, puertos, embalses,
túneles, aeropuertos…
Me habló del imperativo de la integración sudamericana,
anunciada y deseada por Simón Bolívar, y ‘soñada por todos los revolucionarios
latinoamericanos’. Señaló en el mapa como el Libertador había optado, para
liberar Sudamérica, por el ‘eje andino’ (Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia), y
me declaró que hoy para liberarlo de la influencia neoliberal, se podía optar
por una alianza del ‘eje atlántico’ (Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina). Me
impresionó su fino conocimiento de Brasil, de su historia, de su economía, cosa
poco frecuente en los dirigentes latino-americanos de lengua española. Me reveló también su intención de liberarse
de la dependencia de las relaciones verticales Norte-Sur, y establecer
‘conexiones horizontales’ con África, Asia y el mundo árabe-musulmán.
Su peculiar manera de razonar imbricando siempre teoría y
praxis, historia y sociedad, así como el alcance internacional de toda su
reflexión, me parecieron singularizar su perspectiva política. Me sedujeron sus
razonamientos originales, siempre fundamentados, nunca dogmáticos. Apoyados en
citas de pensadores progresistas, la mayoría de las veces latinoamericanos. No
había duda de que poseía una mente de izquierdas, estructuralmente marxista,
pero –por fortuna- liberado de las escolásticas referencias al ‘panteón
obligatorio’ de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, etc. Chávez pensaba por sí mismo,
de manera original. No era la réplica de nadie, ni la secuela de ningún sistema
existente.
Mientras le escuchaba exponer con ardor tantos y tantos
proyectos de toda índole, me convencía de que ese hombre no había llegado por
casualidad a la presidencia. Ni estaba de paso por Miraflores. Iba a crear
escuela y doctrina, no había duda. Se le
notaba ‘habitado’ por una ardiente y ambiciosa misión: darle la vuelta a
Venezuela, ponerla por fin de pie, transformarla de punta a cabo, recolocarla a
la cabeza de América Latina como en tiempos de Bolívar, liberarla de la pobreza
y de la marginalidad, devolverle a los humildes la dignidad de personas
humanas, restaurar el orgullo del patriotismo… En suma, como decía, hacer de
Venezuela, como decía el, un ‘país potencia’. En ningún momento sentí cualquier
pretensión o apetencia personal. Aborrecía el caudillismo. Y su voluntad de
crear patria era infinita.
Me pareció que el ‘enigma de los dos Chávez’ se resolvía
constatando que, en su personalidad,
coexisten sencillamente dos temperamentos: una mente racional, lógica,
cartesiana, pragmática; y un talante altruista, afectivo, entusiasta,
tumultuoso, sentimental. Por sus circunstancias sociales, Chávez entendió muy
pronto que la sociedad no regala nada, y que un individuo debe enfrentar, desde
muy pequeño, los determinismos que lo rodean. Se percató que la condiciones
materiales de existencia determinan la conciencia social. Tuvo que vencer el
peso de la historia y el asedio de fuerzas poderosas. Descubrió las relaciones de dominación, y las
diferentes formas de violencia, tanto material como simbólica. Ello podía haber
hecho de él una persona amargada, rencorosa o resentida. No lo era en absoluto,
porque pronto decidió no aceptar el desorden del mundo. En ese sentido, Chávez
fue –desde siempre- un ‘indignado’, un rebelde que supo conquistar la libertad
a lo largo de su existencia social, oponiéndose a las coacciones y a las
obligaciones cada vez que éstas le parecían absurdas o injustas. Lo constante
de su personalidad fue su rechazo de la resignación. De ahí su espíritu de
resistencia y su denuncia del carácter intolerable de una situación económica y
social sometida a la hegemonía de las relaciones de fuerza.
Salí de aquel primer encuentro convencido de que algo nuevo
estaba pasando en América Latina. Que este hombre crearía corriente y doctrina.
Y que el ‘huracán Chávez’ no tardaría en recorrer el continente levantando
polémicas y controversias. También entusiasmos, pasiones y adhesiones. Contacté
con amigos periodistas e intelectuales de Europa y Latinoamérica, progresistas,
para trasladarles mis impresiones positivas, invitarles a visitar Caracas, que
vieran con sus propios ojos esa revolución democrática en marcha… Salvo
contadas excepciones, todos me respondieron lo mismo: ‘¡Milicos no!”,
‘¡Golpistas nunca!’ Se equivocaban. Pero su reacción indicaba que, para el
líder del bolivarianismo, la tarea de convencerles no sería sencilla”.
Fragmento tomado de:
Hugo Chávez. Mi
primera vida. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Editorial Debate, Buenos
Aires, 2013, pags. 37 a 42 y 48-49.
Selección de texto e imagenes y digitalización a cargo de "Mirando hacia adentro"
Selección de texto e imagenes y digitalización a cargo de "Mirando hacia adentro"
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