Por Juan Chaneton
(11/7/14)
Con ambos pies bien asentados en la “libertad de expresión”,
tan cara esta libertad al programa
ideológico que se irradia desde Washington para consumo de la “opinión pública”
(democracia, derechos humanos, libre mercado, división de poderes), hemos
vertido juicio, oportunamente (v. nos-comunicamos, nota “Los miedos y los
persas”), sobre la pobre performance que el seleccionado argentino tuvo
ante el modesto Irán en la ronda que clasificaba
a octavos.
Lo acontecido desde allí en adelante (partidos con Nigeria,
Suiza, Bélgica y Holanda) nos obliga a ejercer el rol del opinólogo una vez
más… y no jodemos más…
En aquella nota se decían muchas cosas pero, básicamente, se
decía una: el director técnico argentino no tiene estrategia ni táctica, no
sabe a qué juega, dispone que el equipo se plante de una manera en un partido y
de otra en otro, está indeciso sobre un punto crucial: defender o atacar. A
esta grave fisura en un equipo que está metido entre los mejores del mundo y
con aspiraciones de ser el mejor de todos, se refirió Messi cuando dijo, al día
siguiente de jugar mal con Bosnia, lo siguiente: “Somos Argentina, no hay que
fijarnos quién está enfrente. En un partido, se puede cambiar, manejar otro
tipo de sistemas, pero personalmente opino que debemos ser protagonistas…”.
Nuestra selección, siguiendo indicaciones de su técnico,
entró a jugar ese partido con un esquema de 5-3-2 y en el segundo tiempo Messi
impuso su criterio: 4-3-3. Se ganó
apenas y mal, pero pudo ser peor, ya que es grave que un técnico no tenga idea
de cómo jugarle a Bosnia.
Hasta el partido con Holanda, la selección argentina no
había jugado con nadie que exhibiera peso específico, estatura estratégica,
tradición futbolística y sitiales privilegiados en el podio de los campeones.
Y, frente a esas módicas formaciones, Argentina jugó mal. Ganó, pero jugó mal,
que no es lo mismo que decir que jugó mal pero ganó. Y así como Johann Cruyff
puede decir que a un mundial no se va a enseñar sino a ganar (se refería a las
causas por las que la Naranja
perdió con Alemania en el ’74), así también nosotros podemos decir que, en un
mundial, para ganar, hay que jugar bien o, por lo menos, hay que saber a qué
queremos jugar. Y esto es así porque no estamos hablando de cualquier equipo.
Estamos hablando de la
Argentina.
Lo acontecido anteayer, miércoles 9 de julio, en el Arena
Corinthians (esto de “arena” no es casual, ahora todo es arena, en fútbol, en
tenis, en hochey, en rugby, en badminton y en bochas) obliga a rectificar un
juicio ciertamente duro vertido en la nota aludida en el primer párrafo de la
presente. Por la presente, me dirijo a Ud./s, lectores de nos-comunicamos, a
fin de poner en su conocimiento lo siguiente: erré cuando, después de examinar
el “currículum” de Sabella desde Estudiantes en adelante, supuse que sus
conocimientos de fútbol eran inferiores a los que supo exhibir como jugador. La
nueva verdad es otra: Sabella “siente”, en lo más recóndito de sus emociones y
en su palpitante corazón, el planteo defensivo a ultranza y no sabe, no quiere
o no puede jugar a la ofensiva.
El aserto anterior se halla lejos de ser una crítica. Ni por
asomo es la crítica de un hincha o de un opinólogo, calidades, ambas, que ostenta
con módico orgullo el autor de esta nota. Sabella es un experto catador de los
planteos conservadores en el juego. Iba media hora del partido con Holanda y
estuve a punto de llamar por teléfono a un amigo para preguntarle qué le había
pasado a Robben, si se había lesionado y no había podido jugar. En eso estaba
cuando divisé la ya famosa pelada un poco más allá, en un montón de naranjas y
era una naranja más en el cajón del verdulero. No lo podía creer. No era que no
jugaba; era que Sabella lo había anulado
recurriendo a un inmenso Martín Demichellis, a quien también le caben los
honores, por cierto. Sabella dispuso que Martín Demichellis lo marcara al
peligrosísimo punta de Holanda, pero no dejó de prescribir que Mascherano
anduviera por ahí cerca por si se le escapaba al ex River. Por obra de Sabella,
Holanda no pudo jugar; y por obra de Van Gaal, Argentina no tuvo a Messi ni
pudo, tampoco, jugar bien.
El exitismo es una forma del oportunismo; es la fase
superior del cretinismo que curten casi todos los periodistas deportivos que
ayer criticaban duro a Sabella y hoy, anegados en lágrimas de emoción, llegan a
hasta encontrar virtudes lacanianas en el técnico. Se dicen estupideces con
generosa prodigalidad. Grave defecto en quienes hace veinte o treinta años que
vienen fungiendo de “periodistas deportivos”. Nunca seremos elitistas, aunque
nos equivoquemos, como equivocamos el juicio sobre Sabella según lo recién
dicho. El exitismo es la ideología de los yuppies. Para el exitismo todo tiene
precio. También es una forma de la cobardía, porque plegarse a la emoción
colectiva sólo por temor a contradecirla expone ante nosotros no otra cosa que
miseria moral.
Argentina, jugando mal, llegó a la final. Y ojalá se venga
con la Copa, con
nuestra Copa, aunque sea jugando mal. Pero hay vida después del mundial. Habrá
otro mundial en 2018. Y Sabella sigue sin ser el técnico ideal para dirigir a
jugadores que han sido enseñados para tener entre ceja y ceja al arco
contrario. Argentina tiene que jugar con Bielsa, con el Tata Martino, con
Pekerman o con Simeone: Tiene que jugar con el Kun, con Di María, con Higuaín,
con Messi… y con Carlos Tévez, de quién sólo cabe decir lo que ya sabíamos que
íbamos a decir: ¡Qué falta que le hace a este equipo…! Y qué medianía técnica y
moral han exhibido aquellos que no lo convocaron por razones estrictamente
extrafutbolísticas. Tévez podrá ser un rebelde, pero la rebeldía es la forma
inculta de la imaginación; de esa imaginación que no tienen los que sí saben
como revender entradas para robar un poco más.
Y para terminar: a “Chiquito” Romero lo descubrió Maradona.
Maradona siempre confió en él. Al final, otros tuvieron que venir a hacer lo
que prescribía Maradona: confiar en Romero. Maradona no sólo es más grande que
Pelé. Maradona anima De Zurda, el mejor programa de fútbol que este escriba ha
visto a lo largo de su ya cansada vida. En De Zurda, Maradona y Víctor Hugo
Morales saben que al fútbol nada le es
ajeno. Sobre todo, no le es ajeno el niño
en edad de jugar al fútbol que no puede hacerlo porque es parte de las
migraciones infantiles de miles y miles de hermosos querubines que, sin madre,
sin padre, sin hermanos, sin familia (¿se puede estar más solo en el mundo?)
deben cruzar la frontera para averiguar si es cierto que la vida es otra cosa
que el infierno. Obama los expulsa y lleva la muerte a todo el mundo. Lleva la
guerra. Siempre contra los débiles y los pobres. La FIFA es una asociación
ilícita que trabaja en esa línea: acaba de anunciar que expulsará a Nigeria del
fútbol porque en Nigeria el Estado interviene en el fútbol. Claro… , con un
Estado atento el padrino de la AFA
y de la FIFA no
podría hacer lo que hace: negocios.
El marco para estos tráficos es pura estética burguesa: se
cambiaron los nombres y el gladiador romano es, ahora, jugador; el estadio es
el circo y la arena donde las fieras comían también ha mutado sus formas: es
aditamento agregado al nombre para evocar aquella sangre, aquel poder imperial,
aquella injusticia, aquel oro y aquel lujo, aquella alienada ebriedad.
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FE DE ERRATAS:
Esta nota fue recibida por "Mirando hacia adentro" el 12 de julio... La demora en publicarla obedece exclusivamente a un error del editor, que es quien escribe estas líneas... Perdón...
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