Por Mariano Ciafardini
A partir del año 2000 aproximadamente, comenzó lo que podría llamarse el momento de mayor auge de la globalización capitalista. La acumulación financiera llegó a niveles exorbitantes con las famosas burbujas.
La prepotencia imperial inició el plan de ocupación militar
de Oriente medio. Sin embargo, así como en el siglo XX el despegue
industrialista del imperialismo tuvo como contrapeso el desarrollo del
comunismo en la URSS, China y otros países, hasta la cercana Cuba, la
era de 2000 asistió al crecimiento de los gobiernos del movimiento
popular latinoamericano en Venezuela, Bolivia Ecuador, Brasil y
Argentina, el crecimiento de la autónoma China y la recomposición
también autonomista de la Rusia de Putin.
Promediando la crisis del neoliberalismo americano y europeo, entre 2008 y 2011, ese período de la globalización fue llegando a su fin. El mundo capitalista en el que hacen pie los grandes grupos financieros internacionales está en crisis. Una crisis terminal.
Pero esa crisis repercute inevitablemente en el resto del planeta. Así la empiezan a sentir China, Rusia y también Latinoamérica. Es en este marco que deben entenderse los sucesos recientes de Venezuela. El hecho de que el presidente Nicolás Maduro haya propuesto sentarse a negociar con el caprilismo, después de un asedio orquestado y financiado por los EE UU –aunque basado también en el alto porcentaje que obtuvo Capriles en las últimas elecciones (producto en gran medida de la muerte de Chávez, pero además de la crisis económica que no permite el despegue venezolano)– es un claro síntoma de esta nueva situación, en la que el imperio del capital financiero se pone a la ofensiva desesperada. Producto de esto también es claramente la situación ucraniana.
Sin embargo, a diferencia del desenlace vigesimista, esta vez el capitalismo mundial no tiene demasiado espacio geográfico ni sistémico para reciclarse. Está encerrado en el callejón sin salida de su propia senilidad. Por eso la batalla venezolana no está perdida. Eso sí, necesita de un cambio integral de la disposición de las fuerzas antineoliberales de la región para salir del impasse que les ha generado el impacto de la crisis global.
A diferencia también del siglo XX la lucha contra el imperialismo de hoy no se puede llevar adelante solamente país por país, sino que es preciso que se desarrolle el proyecto regional, con su programa económico y político en torno del cual se estructure el sujeto histórico de la patria grande que soñaron Bolívar y San Martín. De esto no se sale con prudencia, sino yendo por más, y eso es lo que le está pidiendo la hora histórica a Venezuela y a toda América Latina.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/02/25/mundo-126358-venezuela-no-esta-vencida.php
Promediando la crisis del neoliberalismo americano y europeo, entre 2008 y 2011, ese período de la globalización fue llegando a su fin. El mundo capitalista en el que hacen pie los grandes grupos financieros internacionales está en crisis. Una crisis terminal.
Pero esa crisis repercute inevitablemente en el resto del planeta. Así la empiezan a sentir China, Rusia y también Latinoamérica. Es en este marco que deben entenderse los sucesos recientes de Venezuela. El hecho de que el presidente Nicolás Maduro haya propuesto sentarse a negociar con el caprilismo, después de un asedio orquestado y financiado por los EE UU –aunque basado también en el alto porcentaje que obtuvo Capriles en las últimas elecciones (producto en gran medida de la muerte de Chávez, pero además de la crisis económica que no permite el despegue venezolano)– es un claro síntoma de esta nueva situación, en la que el imperio del capital financiero se pone a la ofensiva desesperada. Producto de esto también es claramente la situación ucraniana.
Sin embargo, a diferencia del desenlace vigesimista, esta vez el capitalismo mundial no tiene demasiado espacio geográfico ni sistémico para reciclarse. Está encerrado en el callejón sin salida de su propia senilidad. Por eso la batalla venezolana no está perdida. Eso sí, necesita de un cambio integral de la disposición de las fuerzas antineoliberales de la región para salir del impasse que les ha generado el impacto de la crisis global.
A diferencia también del siglo XX la lucha contra el imperialismo de hoy no se puede llevar adelante solamente país por país, sino que es preciso que se desarrolle el proyecto regional, con su programa económico y político en torno del cual se estructure el sujeto histórico de la patria grande que soñaron Bolívar y San Martín. De esto no se sale con prudencia, sino yendo por más, y eso es lo que le está pidiendo la hora histórica a Venezuela y a toda América Latina.
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