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Miradas al Sur. Año 7. Edición número 303. Domingo 09 de Marzo de 2014
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A un año de la muerte del comandante Hugo Chávez, líder indiscutido de la Revolución Bolivariana inspirada en el ideario liberador de la Patria Grande y el socialismo del siglo XXI, Venezuela enfrenta la agresión del Imperio.
No hay forma de separar la violenta embestida actual de la oposición venezolana, de la ausencia del Comandante muerto que presidió el proceso político conocido como “revolución bolivariana”, hasta su muerte el 5 de marzo del año pasado. Esa relación es tan directa en el tiempo, el espacio y el programa de la derecha, que es uno de los cuatro componentes del llamado “Atajo”, esa estrafalaria idea rectora de la rebelión derechista de febrero.
Para los autores de esa comprensión de la coyuntura, Venezuela entró en un momento propicio para echar al chavismo del gobierno. Ese momento propicio, cuyo desarrollo está en marcha desde febrero, aunque se originó el año pasado, se basa, según ellos, en una sensible combinación del fuerte malestar en el chavismo con su gobierno, debido a los efectos demoledores de la devaluación, la inflación y el desabastecimiento.
Todo eso marcado por lo que suponen la debilidad de un gobierno al que evalúan como débil, frágil e inconsistente, además de “inútil”, “ilegal” y “anticonstitucional”. Eso tiene expresiones televisivas inimaginables hace apenas un año. Los conductores de la CNN, TN y NTN24 descubrieron sin aviso que Chávez fue un gran estadista y un hombre carismático, mientras Maduro no está maduro para gobernar.
Estas definiciones son las más usadas en las declaraciones y discursos por los dirigentes opositores desde abril del 2013, y reproducidas en sus más variadas expresiones en los carteles y gritos registrados en febrero.
El grado de amoralidad en la conducta opositora ha penetrado la mente de sus seguidores más elementales. Llega al extremo de borrar de su memoria emocional todo lo que decían y sentían por Hugo Chávez hasta marzo del año pasado.
De repente, sin que medie alguna racionalidad justificatoria, la ausencia del “líder fuerte” produjo dos efectos sorprendentes en el mismo acto y en apenas pocos meses. El odiado, vilipendiado, mico y ridículo, “habluchento” y grosero Hugo Chávez, se volvió bueno y Maduro ocupó el lugar del malo. Borraron de sus mentes todos los epítetos salvajes que antes le enrostraban al Comandante, lo convirtieron en un “estadista” y un “líder carismático”, y trasladaron la suma de todos sus odios al nuevo joven presidente. O sea, también borraron de sus cabezas lo que decían de Nicolás Maduro. Hasta finales del año 2012, algunas veces, se podía escuchar entre los miembros dirigentes y empresarios de la oposición, frases como estas o similares: “Maduro es una figura simpática dentro de este gobierno de patoteros”.
El 14 marzo del año 2012, mientras Hugo Chávez reposaba en su lecho de enfermo irremediable y el futuro era cada día más incierto tras la segunda operación, el gerente general de la empresa Ford dijo en una reunión con sindicalistas en el Estado Carabobo, que “Lo mejor para Venezuela sería que Maduro reemplace al presidente”. Usó dos adjetivos para justificar su deseo: “Sabe negociar” y “Es simpático”.
La disociación psíquica que estamos presenciando en los voceros y seguidores de la derecha en las calles, trocando a Chávez en “bueno” y a Maduro en “malo”, deberá entenderse como la necesidad absoluta de justificar el grado de violencia de sus acciones y la urgencia insoportable de salir del chavismo de una buena vez y por los medios que sean.
El atajo. Uno de esos efectos brotó del colapso del sistema de abastecimiento de alimentos, medicinas y otros productos vitales como los de higiene personal. Este boicot organizado por las grandes casas comerciales comenzó a finales de junio de 2013 y explotó como crisis social a finales de octubre, cuando algunos saqueos o intentos de saqueo señalaron que la cosa había comenzado a desmadrarse. Luego vino la devaluación de más del 40% decidida en enero, que sumada a la del año anterior, trituró el llamado Bolívar Fuerte.
La suma de ambas cosas junto con la inflación, fueron drenando la capacidad adquisitiva de los asalariados y las capas sociales que viven del ingreso producido por su trabajo, aunque también afectó, en menor medida, a las clases medias acaudaladas y que viven de rentas pequeñas.
Un aspecto dislocante en medio de este desbarajuste económico comercial, fue la especulación comercial con escalas hasta del 3.000%.
Cuando el sistema comercial llegó a ese punto de descalabro, la sensación y el humor social se aceleraron y poco a poco fue apareciendo el disgusto creciente en la población.
Este disgusto creció a ritmos neurotizantes y se manifestó de múltiples maneras en los supermercados. Su expresión más peligrosa en términos de política, fueron las colas de gente nerviosa o angustiada para cazar algún producto.
Las principales declaraciones de los dirigentes de la oposición, y muchas pancartas, consignas y gritos vistos y escuchados en las marchas desde el 12 hasta el 27 de febrero, fueron dirigidas contra el presidente Nicolás Maduro, acusándolo de “incapaz”, “bruto”, “ignorante”, “pobre loco”, “anda a gobernar el metro”. Esto puede verificarse en el recorrido de los registros escritos de las redes sociales en los que la militancia derechista juvenil combina con las palabras necesarias.
El 4 de enero de este año, en una reunión nacional plenaria con sus principales militantes y cuadros, realizada en un local partidario en el este de Caracas, el líder de Voluntad Popular, Leopoldo López, autor de la rebelión derechista de febrero contra el gobierno venezolano, dijo una frase reveladora. “Amigos y amigas, nos llegó la hora, lo de las municipales ya es insoportable, las locuras de Maduro, sus estupideces... nos llegó el momento, Chávez no está para ayudarlos... Este hombre no gobierna a nadie.” Tan reveladora como una declaración de guerra.
Unos días más tarde, esa declaración oral adoptó forma escrita y se transformó en la idea rectora de lo que conocimos pocos días después.
Desde el 28 de enero, aparecieron en la web desde sitios venezolanos, hasta artículos de varios autores convocando a organizar acciones de calle. Uno de ellos dice: “Aprovechar este momento de debilidad, estamos ante la oportunidad de un atajo...”
Exactamente un año antes, uno de los intelectuales de ellos, Alberto Franceschi, escribió la siguiente declaración admonitoria de las acciones violentar que conocimos en abril del año pasado y febrero de este: “La presidencia de Maduro decidida con los Castro amenaza la unidad de las FFAA. En tres meses, así elijan a Maduro con las maquinitas el país estará ante el estallido de problemas mil veces postergados. La herencia de Chávez es sencillamente explosiva. El escrito se titulaba “Empezó la transición”.
Un año después, el 4 de febrero de 2014, el grupo armado Bandera Roja, derechista hoy, pero originado en el maoísmo de los años ’70, publicó un comunicado en la Universidad Central de Venezuela llamando a “la rebelión popular contra este gobierno espurio e ilegal”. Ocho días después, en el amanecer del 12 antes de marchar hasta el centro de Caracas, el mismo grupo repartió una veintena de armas cortas a sus militantes en la UCV y sendos aparatos de comunicación.
En su nuevo comunicado de esa mañana, repartido a las puertas de esa vieja Universidad, declaran: “Compañeros, llegó la hora, el pueblo no puede esperar más. Es la hora del atajo...”
El orientador más prolífico entre ellos, Franceschi, completó la información, para que nadie tenga dudas del objetivo: “Ha llegado la hora de que las Fuerzas Armadas hagan útil su función de resguardo de la integridad territorial. La república se está yendo por el barranco de la anarquía y el factor de caos es el gobierno” (tuit, 5/3/2014).
La oposición aprovecha un dato cierto: la ausencia de un líder fuerte deja un gobierno de transición, que funciona con la relativa fragilidad de todo gobierno por acuerdo. Pero olvidaron un detalle subjetivo de movimientos de este tipo. El líder transmuta, se trasciende y se corporiza en el movimiento, convirtiéndose en una presencia latente, un combustible ideológico que bien usado puede ser revolucionario.
Publicado en:
http://sur.infonews.com/notas/la-presencia-de-chavez-en-la-rebelion-derechista
A un año de la muerte del comandante Hugo Chávez, líder indiscutido de la Revolución Bolivariana inspirada en el ideario liberador de la Patria Grande y el socialismo del siglo XXI, Venezuela enfrenta la agresión del Imperio.
No hay forma de separar la violenta embestida actual de la oposición venezolana, de la ausencia del Comandante muerto que presidió el proceso político conocido como “revolución bolivariana”, hasta su muerte el 5 de marzo del año pasado. Esa relación es tan directa en el tiempo, el espacio y el programa de la derecha, que es uno de los cuatro componentes del llamado “Atajo”, esa estrafalaria idea rectora de la rebelión derechista de febrero.
Para los autores de esa comprensión de la coyuntura, Venezuela entró en un momento propicio para echar al chavismo del gobierno. Ese momento propicio, cuyo desarrollo está en marcha desde febrero, aunque se originó el año pasado, se basa, según ellos, en una sensible combinación del fuerte malestar en el chavismo con su gobierno, debido a los efectos demoledores de la devaluación, la inflación y el desabastecimiento.
Todo eso marcado por lo que suponen la debilidad de un gobierno al que evalúan como débil, frágil e inconsistente, además de “inútil”, “ilegal” y “anticonstitucional”. Eso tiene expresiones televisivas inimaginables hace apenas un año. Los conductores de la CNN, TN y NTN24 descubrieron sin aviso que Chávez fue un gran estadista y un hombre carismático, mientras Maduro no está maduro para gobernar.
Estas definiciones son las más usadas en las declaraciones y discursos por los dirigentes opositores desde abril del 2013, y reproducidas en sus más variadas expresiones en los carteles y gritos registrados en febrero.
El grado de amoralidad en la conducta opositora ha penetrado la mente de sus seguidores más elementales. Llega al extremo de borrar de su memoria emocional todo lo que decían y sentían por Hugo Chávez hasta marzo del año pasado.
De repente, sin que medie alguna racionalidad justificatoria, la ausencia del “líder fuerte” produjo dos efectos sorprendentes en el mismo acto y en apenas pocos meses. El odiado, vilipendiado, mico y ridículo, “habluchento” y grosero Hugo Chávez, se volvió bueno y Maduro ocupó el lugar del malo. Borraron de sus mentes todos los epítetos salvajes que antes le enrostraban al Comandante, lo convirtieron en un “estadista” y un “líder carismático”, y trasladaron la suma de todos sus odios al nuevo joven presidente. O sea, también borraron de sus cabezas lo que decían de Nicolás Maduro. Hasta finales del año 2012, algunas veces, se podía escuchar entre los miembros dirigentes y empresarios de la oposición, frases como estas o similares: “Maduro es una figura simpática dentro de este gobierno de patoteros”.
El 14 marzo del año 2012, mientras Hugo Chávez reposaba en su lecho de enfermo irremediable y el futuro era cada día más incierto tras la segunda operación, el gerente general de la empresa Ford dijo en una reunión con sindicalistas en el Estado Carabobo, que “Lo mejor para Venezuela sería que Maduro reemplace al presidente”. Usó dos adjetivos para justificar su deseo: “Sabe negociar” y “Es simpático”.
La disociación psíquica que estamos presenciando en los voceros y seguidores de la derecha en las calles, trocando a Chávez en “bueno” y a Maduro en “malo”, deberá entenderse como la necesidad absoluta de justificar el grado de violencia de sus acciones y la urgencia insoportable de salir del chavismo de una buena vez y por los medios que sean.
El atajo. Uno de esos efectos brotó del colapso del sistema de abastecimiento de alimentos, medicinas y otros productos vitales como los de higiene personal. Este boicot organizado por las grandes casas comerciales comenzó a finales de junio de 2013 y explotó como crisis social a finales de octubre, cuando algunos saqueos o intentos de saqueo señalaron que la cosa había comenzado a desmadrarse. Luego vino la devaluación de más del 40% decidida en enero, que sumada a la del año anterior, trituró el llamado Bolívar Fuerte.
La suma de ambas cosas junto con la inflación, fueron drenando la capacidad adquisitiva de los asalariados y las capas sociales que viven del ingreso producido por su trabajo, aunque también afectó, en menor medida, a las clases medias acaudaladas y que viven de rentas pequeñas.
Un aspecto dislocante en medio de este desbarajuste económico comercial, fue la especulación comercial con escalas hasta del 3.000%.
Cuando el sistema comercial llegó a ese punto de descalabro, la sensación y el humor social se aceleraron y poco a poco fue apareciendo el disgusto creciente en la población.
Este disgusto creció a ritmos neurotizantes y se manifestó de múltiples maneras en los supermercados. Su expresión más peligrosa en términos de política, fueron las colas de gente nerviosa o angustiada para cazar algún producto.
Las principales declaraciones de los dirigentes de la oposición, y muchas pancartas, consignas y gritos vistos y escuchados en las marchas desde el 12 hasta el 27 de febrero, fueron dirigidas contra el presidente Nicolás Maduro, acusándolo de “incapaz”, “bruto”, “ignorante”, “pobre loco”, “anda a gobernar el metro”. Esto puede verificarse en el recorrido de los registros escritos de las redes sociales en los que la militancia derechista juvenil combina con las palabras necesarias.
El 4 de enero de este año, en una reunión nacional plenaria con sus principales militantes y cuadros, realizada en un local partidario en el este de Caracas, el líder de Voluntad Popular, Leopoldo López, autor de la rebelión derechista de febrero contra el gobierno venezolano, dijo una frase reveladora. “Amigos y amigas, nos llegó la hora, lo de las municipales ya es insoportable, las locuras de Maduro, sus estupideces... nos llegó el momento, Chávez no está para ayudarlos... Este hombre no gobierna a nadie.” Tan reveladora como una declaración de guerra.
Unos días más tarde, esa declaración oral adoptó forma escrita y se transformó en la idea rectora de lo que conocimos pocos días después.
Desde el 28 de enero, aparecieron en la web desde sitios venezolanos, hasta artículos de varios autores convocando a organizar acciones de calle. Uno de ellos dice: “Aprovechar este momento de debilidad, estamos ante la oportunidad de un atajo...”
Exactamente un año antes, uno de los intelectuales de ellos, Alberto Franceschi, escribió la siguiente declaración admonitoria de las acciones violentar que conocimos en abril del año pasado y febrero de este: “La presidencia de Maduro decidida con los Castro amenaza la unidad de las FFAA. En tres meses, así elijan a Maduro con las maquinitas el país estará ante el estallido de problemas mil veces postergados. La herencia de Chávez es sencillamente explosiva. El escrito se titulaba “Empezó la transición”.
Un año después, el 4 de febrero de 2014, el grupo armado Bandera Roja, derechista hoy, pero originado en el maoísmo de los años ’70, publicó un comunicado en la Universidad Central de Venezuela llamando a “la rebelión popular contra este gobierno espurio e ilegal”. Ocho días después, en el amanecer del 12 antes de marchar hasta el centro de Caracas, el mismo grupo repartió una veintena de armas cortas a sus militantes en la UCV y sendos aparatos de comunicación.
En su nuevo comunicado de esa mañana, repartido a las puertas de esa vieja Universidad, declaran: “Compañeros, llegó la hora, el pueblo no puede esperar más. Es la hora del atajo...”
El orientador más prolífico entre ellos, Franceschi, completó la información, para que nadie tenga dudas del objetivo: “Ha llegado la hora de que las Fuerzas Armadas hagan útil su función de resguardo de la integridad territorial. La república se está yendo por el barranco de la anarquía y el factor de caos es el gobierno” (tuit, 5/3/2014).
La oposición aprovecha un dato cierto: la ausencia de un líder fuerte deja un gobierno de transición, que funciona con la relativa fragilidad de todo gobierno por acuerdo. Pero olvidaron un detalle subjetivo de movimientos de este tipo. El líder transmuta, se trasciende y se corporiza en el movimiento, convirtiéndose en una presencia latente, un combustible ideológico que bien usado puede ser revolucionario.
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