Redescubrir la figura del revolucionario es
clave para responder a no pocas preguntas del presente. El martes se
cumple el aniversario de su muerte.
En los países que hasta ayer fueron llamados "del Tercer
Mundo" y hoy son denominados "emergentes" o "en camino del desarrollo"
se polemiza habitualmente sobre varias cuestiones fundamentales: ¿Existe
una burguesía nacional? Si ella existe, ¿es capaz de desarrollar un
capitalismo autónomo? Si ella no existe, ¿quien asumirá la tarea del
crecimiento económico y la integración nacional? Y también otros, como:
si surge un movimiento nacional, ¿debe priorizar las inversiones o el
mayor consumo de los sectores sociales postergados?
¿Pero si los gobiernos conservadores le dijeron al pueblo que "se
apretase el cinturón", esa burguesía –o ese gobierno que pretende
representarla– debería permitirle un mayor consumo y, por tanto, no usar
el excedente económico para la inversión? ¿O por el contrario, aumentar
la inversión y decirle que ahora también deberá "ajustarse el
cinturón"? Y otros más: ¿Aquellos sectores privilegiados por la
naturaleza –sean mineros o agropecuarios– o por el latrocinio deberían
restringir sus consumos para emprender las inversiones de base? ¿O
tienen derecho a usar esa riqueza para derrocharla y vivir
parasitariamente?
Asimismo, se discute: ¿El capital extranjero puede cubrir la falta o
debilidad de esa burguesía para provocar el desarrollo? O por el
contrario, ¿por cada peso que invierte se lleva tres, deformando las
economías y acentuando la miseria? ¿Los dueños del petróleo o de las
vacas tienen pleno derecho exclusivo a gozar de sus rentas o, en cambio,
son propiedades robadas a los pueblos originarios y pertenecen a la
nación?
Las ideas morenistas motivan tanto a la
historiografía mitrista, como al revisionismo rosista y "la historia
social" de Halperín Donghi.
Cabe también la pregunta: ¿estas polémicas obedecen a meras
disidencias teóricas, y en ese caso resultaría absurdo que subsistieran
desde 1810, o se trata de intereses económicos contrapuestos y de ahí
proviene su permanencia?
La historia de Mariano Moreno –un revolucionario cuya muerte se
produjo un 4 de marzo, hace 213 años– puede darnos las pistas sobre la
verdad de estas cuestiones.
Moreno fue el hombre fuerte de la revolución entre mayo y diciembre
de 1810 y se planteó la necesidad del crecimiento económico, de la
soberanía, de la distribución de la riqueza, y dio respuestas aunque,
por supuesto, con categorías diversas a las que utilizamos actualmente.
Esas respuestas tienen validez todavía y por ello la Historia mitrista e
inclusive el Revisionismo rosista se han preocupado por silenciarlas. Y
hoy continuamos discutiendo.
Era imprescindible, en aquel entonces, crear fábricas,
especialmente de armas, para luchar contra las fuerzas extranjeras: en
octubre, una para fabricar fusiles, en Buenos Aires –calles Lavalle y
Libertad– a cargo de Juan Francisco Tarragona (que alcanzó más tarde,
en 1813, a ocupar a 67 operarios); otra, para fabricar pólvora,
inaugurada el lº de noviembre de 1810 en Córdoba, a cargo de José
Arroyo, y otra de fusiles en Tucumán, el 5 de noviembre de 1810, a
cargo de Clemente Zabaleta.
Asimismo, mandó explotar salitre en Santiago del Estero, maderas en
Santa Fe y Tucumán, cal en Córdoba y yeso en Santa Fe. Y Belgrano
aplaudía al secretario de la Junta (carta de Belgrano a Moreno del
13/10/1810).
No existiendo el empresariado capaz de tales empresas, Moreno
sostenía: "Se pondrá la máquina del Estado en un orden de industrias...
para desarrollar fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos,
como así en agricultura y navegación." ¿Y con qué capitales, se
preguntará el lector? Él contestaba: "Hay que apropiarse de cerca de 500
o 600 millones de pesos pertenecientes a los mineros del Alto Perú.
Esto descontentará a cinco o seis mil individuos pero las ventajas
habrán de recaer sobre ochenta o cien mil... ¿qué obstáculos deben
impedir al gobierno, luego de consolidar el Estado sobre bases fijas y
estables, para no adoptar unas providencias que aun cuando parecen duras
para una pequeña parte de individuos... aparecen después las ventajas
públicas con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás
establecimientos a favor del Estado y de los individuos que las ocupan
en sus trabajos."
Y de dónde, uno se pregunta, resultaban estas conclusiones. Él
mismo lo explica: "Es máxima aprobada que las fortunas agigantadas en
pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son
perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no
solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado,
sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los
infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de
aguas estancadas que no ofrecen otras producciones sino para el terreno
que ocupan pero que si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las
partes de una a otra, no habría un solo individuo que no las disfrutase,
sacando la utilidad que le proporcionase la subsistencia política, sin
menoscabo y perjuicio."
Y agrega: "Las medidas enunciadas producirán un continente
laborioso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesita
para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas
manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son de un lujo
excesivo e inútil, que deben evitarse porque son extranjeras y se venden
a más oro de lo que pesan."
Estas ideas morenistas motivan que tanto la historiografía
mitrista, como el revisionismo rosista y "la historia social" de
Halperín Donghi oculten el Plan de Operaciones donde Moreno las
desarrolla. Explican también por qué French lo apodaba "el sabiecito
del Sur" y explican también la muerte de Moreno, en alta mar –con claros
indicios de haber sido envenenado– aquel nefasto 4 de marzo de 1811.
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