Un sentimiento que no se apaga
Las calles de Venezuela hace un año. El duelo, el llanto de un pueblo, el dolor inmenso, la marea roja que despidió los restos de su caudillo. Y la frase de una morocha caraqueña que resume cabalmente el sentimiento popular.
...pero mi historia es difícil/
no voy a hablarles de un hombre común / haré la historia de un ser de otro mundo/ de un animal de galaxia...
La Canción del elegido, de Silvio Rodríguez, se escuchaba por los
altoparlantes. El volumen era alto, pero por momentos quedaba superado
por el canto de miles de voces.
El tema del cubano, crease o no, resonaba en una guarnición militar
latinoamericana. No en cualquiera. Era el Fuerte Tiuna. Era en Caracas.
Allí, en el edificio de la Academia Militar, estaba la capilla ardiente
con el cuerpo del comandante Hugo Chávez.
La canción recuerda al Che Guevara. Y la imagen del Che estaba
junto a la de Chávez en los gorros rojos que tenían una frase en la
visera: "Hasta la victoria siempre… venceremos."
Gorros rojos en las cabezas de miles. De cientos de miles que
formaban fila a lo largo de los dos kilómetros del Paseo de los
Próceres. Una marea roja que durante siete días esperó para despedir a
su líder.
Se calculó que 2 millones de personas que pasaron junto al féretro
con los restos de Chávez. Llegaron de todos los rincones de Venezuela
para despedirlo, para llorarlo y para jurarle lealtad. Por eso esa marea
roja cantaba bajo el fuerte sol caraqueño: "Chávez vive, la lucha
sigue".
Hace un año viajé a Caracas para cubrir la muerte del líder
bolivariano. Su velatorio, la despedida del pueblo y de las decenas de
líderes mundiales que se hicieron presentes, y también para intentar
descubrir cómo continuaba la historia. Cómo iba a reaccionar el pueblo
venezolano después de la bisagra en su historia que significó Hugo
Chávez. Cómo sería el "chavismo sin Chávez".
Tez oscura, ojos brillantes, con una remera roja en la que estampó
el rostro del comandante, una mujer en la extensa fila dio una
respuesta: "No lo tenemos más, pero nos dejó una revolución que no se va
a morir nunca. Todo lo que nos dio ya es nuestro, y nos toca a nosotros
tener que defenderlo." Bajo el sol caribeño, con un cielo de un celeste
rabioso, la seguridad de la gente sorprendía al visitante. Sus
palabras, sus gestos, hasta su vestimenta hablaban de un empoderamiento
de su destino, una fortaleza ideológica que se hizo carne junto a los
derechos que conquistaron con la llegada del socialismo bolivariano. Una
parte de la población olvidada por los partidos y políticos
tradicionales, que ni siquiera iba a votar en las elecciones de décadas
pasadas –el voto en Venezuela no es obligatorio–, tomó conciencia de lo
que tenía en sus manos.
"Chavez, Maduro, mi voto está seguro", cantaban en el Paseo de los
Próceres. Y Nicolás Maduro, nombrado por Chávez poco antes de morir como
su heredero político, ganó las elecciones un mes después. Por un margen
estrecho, es cierto, pero esta circunstancia para no pocos observadores
venezolanos obedeció a una interna en el chavismo. En el último año
hubo dos elecciones más, una de gobernadores y otra de concejalías, y el
chavismo ganó en las dos por más de diez puntos de diferencia.
Por más que le pese al antichavismo, dentro y fuera de Venezuela,
de las 19 elecciones que hubo en el país desde que Hugo Chávez llegó al
poder, 18 fueron triunfos chavistas.
Este cronista vio en aquellos días a un pueblo llorar. Con el
sentimiento con el que llora un pueblo. Era un dolor que contagiaba, que
ahogaba, que se sentía en el estómago. El cáncer se había llevado a un
líder irremplazable. A un hombre que había parido una revolución. Porque
hay hombres que paren. Y fueron muchos los hijos que Chávez les dejó a
los venezolanos y a Latinoamérica. Por eso su partida se siente hoy en
día no sólo fronteras adentro de Venezuela. Sudamérica toda lo siente.
Decía que esos días vi a un pueblo llorar. Al menos a la mayor
parte de él. Porque también se percibía una Caracas que no lloraba su
muerte. Que la celebraba. Un odio que no se exteriorizaba como sí había
ocurrido en distintas oportunidades mientras el comandante estaba
internado en La Habana. Se notaba que había una Caracas que esperaba
agazapada. Especialmente en los barrios pudientes, desde donde los
rostros doloridos en el Fuerte Tiuna se percibían como un peligro.
En los días de crisis que hoy vive Venezuela ese odio agazapado
mostró su rostro. La ciudad dividida que era Caracas en aquellos días de
la despedida de Chávez, hoy salió a las calles. Y, como siempre, el
pueblo tendrá en sus manos el futuro.
Lo que hoy se ve en las calles de Caracas ya entonces se percibía.
Pero en aquellos días que hoy recordamos las calles eran rojas. Un río
humano que fluía continuamente. Con dolor, claro, pero a la vez con una
convicción política envidiable. En aquellos días me explicaba un
político venezolano: "Los que hasta la llegada de Chávez eran
invisibles, se acostumbraron a decidir. Con Chávez tuvieron 15
elecciones y plebiscitos, porque todos los cambios políticos se
plebiscitaron. Y este poder de decisión es lo que le dio forma a esta
convicción de las bases chavistas."
Esto se nota aún hoy, en estos días de crisis.
Un año atrás, Maduro recordaba en la capilla ardiente un diálogo
que habían mantenido Chávez y Fidel Castro. El primero le contaba al
cubano cómo a lo largo de la historia de Venezuela, sus máximos líderes
fueron traicionados y murieron en el exilio, como le ocurrió al propio
Simón Bolívar. Entonces, Fidel le pronosticó a Chávez: "No te preocupes,
ni tu ni yo vamos a morir así. Nos iremos victoriosos y con el amor de
nuestros pueblos."
Y lo dicho por Fidel se cumplió.
A lo largo del Fuerte Tiuna mientras resonaba la voz de Silvio Rodríguez.
...lo más terrible se aprende enseguida / y lo hermoso nos cuesta la vida / la última vez lo vi irse entre humo y metralla contento y desnudo / iba matando canallas, con su cañón de futuro."
Publicado en:
http://tiempo.infonews.com/2014/03/05/especiales-119941-una-revolucion-que-no-morira.php
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