No es malo quedar como odioso haciendo, cada tanto, algunas comparaciones. En realidad, son odiosas para el que queda en desventaja con la comparación. Además, algunas saltan a la vista sin demasiado esfuerzo. Quince minutos ante más de tres horas. Demasiado obsceno. Por eso nadie critica a Macri, el huésped a desgano de la ciudad de Buenos Aires, porque no dice nada. Y no porque sea sintético. No tiene nada para decir. Ni de lo que hizo ni de lo que va a hacer. Quince minutos le sobran. A simple vista, hasta para la mirada más superficial y prejuiciosa, hay una diferencia notable a favor de CFK. En cuanto al tiempo ocupado, al menos. Algo sugiere esa diferencia y no es sólo la capacidad de oratoria. Una sanata puede durar una hora, tal vez un poco más. Pero la apertura del año legislativo de Cristina en el Congreso no fue sanata, sino un plan a futuro y una invitación a participar de él. Lo del jueves fue una construcción colectiva con sabor a futuro, un proyecto para abandonar definitivamente los lastres que arrastramos de décadas anteriores. Ahora sí, los que se opongan rabiosamente y sin sentido podrán ser considerados algo más que adversarios. Y no tendrán demasiados argumentos para protestar.
Si La Presidenta ocupó más de tres horas en su discurso de apertura es porque hay mucho que narrar. Memoria y balance. Todo lo que se hizo y sus resultados. Y lo que queda por hacer y cómo se va a hacer. Una actitud expansiva. La Presidenta vuelca sobre el micrófono todo lo que tiene para decir, todo lo que piensa, todo lo que quiere hacer. Mal o bien, hay una voluntad de acción y de narración. Algo que molesta muchísimo a la oposición: el relato. Ellos no tienen relato porque no pueden relatar lo que piensan. Si es que piensan. No pueden decir lo que van a hacer ni tampoco lo que hicieron. Por eso esta derecha destructiva que encarna Mauricio Macri no habla, sólo repite consignas. Si hablan, revelan todo lo que son. Necesitan esconder bajo gruesas corazas lo que piensan del país, de sus habitantes, de sus recursos. El gesto despreciativo del Jefe de Gobierno porteño cuando se refiere a La Presidenta o a algunos de sus funcionarios es una muestra evidente del asco que reprime. Cuando habla de ella, parece que estuviese hablando de su mucama.
Macri es un iletrado forrado en plata que cree ser noble. El y muchos de sus colaboradores sueñan estar en una corte rodeados de súbditos y servidores; creen pertenecer a la casta que otrora actuaba como dueña del país. El conflicto por el traspaso del subte es algo más que un cortocircuito local. La Presidenta lo expresó claramente en el momento de mayor exaltación: “gastamos más aquí que en todo el NEA y NOA empobrecido y necesitado de inversiones desde hace tiempo y que no conocen un subte ni por foto”. El traspaso del servicio de subterráneos a la CABA no es un capricho del Gobierno Nacional. Desde hace mucho que los sucesivos jefes de gobierno reclamaron ese traspaso y Macri incluyó esas demandas en sus dos campañas. Todo el país está administrando y sosteniendo un medio de transporte que sólo funciona en Buenos Aires. No es un problema local, sino nacional. Parece la vieja discusión decimonónica: el interior vs Buenos Aires; los intereses federales vs la angurria de la oligarquía porteña.
La disputa por el subterráneo parece una reedición a colores y en 3D de la batalla de Pavón. El 17 de septiembre de 1861 se enfrentaron las tropas de Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza. Dos modelos se oponían: el oligarca agroexportador y el interior industrialista. La sospechosa victoria del primero condujo al país que disfrutaron las minorías selectas y explotadoras del primer Centenario, de la Década Infame, de la Revolución Libertadora; esas minorías que condicionaron a los gobiernos semi-democráticos de Frondizi e Illia y que casi ordenaron la Revolución Argentina y la Dictadura Cívico-Militar del ‘76. Y disfrutaron del menemismo. Eso es lo que está en juego. Todo el país sosteniendo los privilegios de una clase que se resguarda en una fortaleza de la CABA.
Después del revoleo del subte realizado por el alcalde de Buenos Aires, todos sus secuaces salieron a repetir lo mismo: las medidas unilaterales del Gobierno (nunca dicen nacional) y la necesidad de trabajar en equipo. Analizar estas dos ideas puede aclarar un poco el panorama. Cuando dicen medidas unilaterales están hablando de desobediencia; como el Gobierno Nacional no les da todo lo que desean, cuando Cristina –la mucama, la señora de acá enfrente- desobedece, está tomando medidas unilaterales. Y puede resultar muy bonito cuando esgrimen la necesidad de trabajar en equipo. Pero eso es lo que uno –plagado de buenas intenciones- piensa. En el equipo con que ellos sueñan, son los amos, los patrones, los jefes; los demás son servidores, súbditos. Trabajar en equipo para la gente de Macri es la obediencia absoluta a sus caprichos. En la conferencia de prensa del miércoles Macri renunció a gobernar. En su discurso de apertura declaró algo así como “háganme todo que después yo me llevo los aplausos”. Macri no representa un Estado dispuesto a servir sino a ser servido.
Ya no gobierna lo que antes era la Capital Federal, dependiente del Gobierno Nacional. Ahora es una ciudad autónoma, que es como una provincia, aunque él y muchos de sus seguidores la piensen como una ciudad privilegiada que debe vivir a costa de los recursos del resto del país. Macri, con esa actitud caprichosa, está instaurando un campo plagado de minas. No le importa el subte ni sus usuarios; no le importa ocupar el lugar que ocupa; no le importa gobernar sino estar en la cima.
Por ahora agita las aguas; después, cuando se acerque algún acto electoral, provocará tormentas. Macri es la derecha que no se asume como tal; es la oligarquía que pretende encarnar los valores de un país que no le interesa más que como materia prima para sus negocios. Macri y el partido que lo secunda no son adversarios políticos porque niegan la política. Más allá de los chistes que puedan hacerse sobre ellos, son peligrosos. No tienen límites en su accionar. Cuando se ceban, son capaces de cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos. Personajes como éstos atraviesan la historia de nuestro país; representan el hilo conductor de las más sangrientas luchas. Pero lo más peligroso que tienen es su manto de inocencia, un halo que los previene de cualquier mácula. Pura apariencia. Fieras que se mimetizan como criaturas inocentes. Pero son voraces y hábiles. Y están deseosos de volver a gobernar los destinos del país para moldearlo a su antojo. El viejo cuento de los ratones que ideaban la manera de colocar un cascabel en el cuello de un gato malvado para estar advertidos de su proximidad. Pero no hay gatos ni ratones en esta historia que estamos protagonizando. Aunque sí hace falta un cascabel, no para felinos, sino para bestias más peligrosas.
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