Miradas al Sur. Año 5. Edición número 198. Domingo 4 de marzo de 2012
Por
Eduardo Blaustein
En la que fue por lejos la semana más difícil del Gobierno desde las elecciones de octubre, Cristina Fernández de Kirchner volvió a hacer una demostración de temple y un ejercicio de autoridad política, lo que no necesariamente significa que su discurso haya sido satisfactorio para ese sujeto enorme, diverso y contradictorio que ella misma identifica como “los cuarenta millones de argentinos”. Las tres horas y cuarto que usó para hablar, traducidas a un formato standard de Word, equivalen a unas 35, 40 o más páginas. En ese maratón fidelcastrista la Presidenta empleó más de una hora en reivindicar mediante cifras y conceptos lo actuado por los gobiernos kirchneristas en el pasado. Muchas de esas cifras –con una base estadística que en cierto momento Cristina explicitó: FMI y no el Indec– ilustran la elección de políticas y rumbos determinados, en general exitosos. Casi siempre esa elección de la Presidenta de apoyarse en cifras y conceptos hace a una didáctica fundada por ella, una opción discursiva que la ubica por encima de la chatura general. Es también parte de un esfuerzo de argumentación, docencia y fortalecimiento de vínculos enormemente valioso.
Esta vez, sobre todo por el contexto en que habló y por las expectativas previas, quizás el discurso se demoró de más en los datos de lo hecho. Puede que la afirmación sea injusta por el valor político y “reconstructivo” que encierra cada dato, o ante la necesidad oficial de afirmar las cosas que el Gobierno hizo y otros niegan, silencian, distorsionan o esconden. Aun así, comparando los tiempos dedicados a los diferentes temas, emerge esta percepción: mucho dato acumulado versus un puñado de anuncios. Cuando se trata de anuncios, lo que importa en la expectativa previa es responder a viejas y nuevas demandas, robustecer la conocida articulación entre imaginario kirchnerista, capacidad de transformación, mejor futuro. La excepción más valiosa a esa relativa ausencia de interpelaciones al futuro fue el anuncio del envío al Congreso del proyecto de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, un tema que había encarado Mercedes Marcó del Pont como diputada y que hoy parece concretarse ante el nuevo escenario financiero global y las necesidades locales . También sobresalen las novedades anunciadas en torno del Código Civil.
Inmediatamente antes del discurso, los rostros de Cristina y de los miembros del gabinete parecían reflejar el clima de unas semanas complicadas para el Gobierno. Había sucedido la tragedia de Once, un mazazo espantoso para la sensibilidad de todos, pero específicamente para el balance de las políticas ferroviarias. Se venía de las denuncias contra Amado Boudou, de los ruidos generados por la quita gradual de subsidios, de las movilizaciones antimineras, de las disputas con Repsol, de las críticas contra Gendarmería. Había en las caras del oficialismo una expectativa más tensa que confiada. El gran mérito del discurso presidencial fue devolver confianza, mística y potencia política a la tropa propia y a la gestión. Aun así, la respuesta a lo sucedido en la estación de Once fue corta y débil. “Tres minutos sobre tres horas”, ironizó Margarita Stolbizer, exagerando con cierta malicia, pero con alguna razón. La Presidenta reiteró una frase sobre la que no parece que pueda haber dudas: que “no le temblarán las manos” en caso de tener que pasar de la intervención provisoria de TBA a medidas más drásticas.
Otro país. Algunas cifras del discurso presidencial impresionan, como la conocida del crecimiento del 7,8 por ciento anual. “El coeficiente de Gini –subrayó la Presidenta– bajó desde el tercer trimestre del 2003 al tercer trimestre del 2011 del 0,53 al 0,43”. Según la Cepal, añadió, Argentina tiene la mejor distribución del ingreso de América latina. Otras cifras demuestran que ciertas políticas de creación de infraestructura fueron muy superiores a las ferroviarias: 1.320 escuelas construidas, haber llegado a una capacidad de generación eléctrica de 8.122 megavatios (un aumento del 45,4 por ciento), un incremento del 46,7 por ciento de las líneas de alta tensión. Explicó la Presidenta que el mayor pico de demanda de consumo en gigas-día en 2003 era de 273 y que el pasado 7 de febrero hubo otro pico pero de 454,8 gigas-día. Es un aumento del 66,6 por ciento que habla de un país muy distinto, infinitamente más activo, funcionando casi a pleno.
1.250 kilómetros de autovías, 4.100 kilómetros de otras rutas que fueron pavimentadas, 200 obras de infraestructura en universidades. Más o menos a la altura de ese repaso de logros el discurso se internó en el asunto de la minería. La Presidenta planteó la necesidad de establecer equilibrios entre una actividad que reivindicó y el cuidado del medio ambiente. Sus alusiones fueron generales, excepto por la referencia a las minas de Río Turbio, que no tienen exacta relación con las de Catamarca y La Rioja.
Cristina dejó las cosas en cierto suspenso (con inmediato efecto en las acciones de Repsol) en materia petrolera. En ese tema parece que el Gobierno dará pelea. Las últimas advertencias contra las petroleras de las autoridades de Chubut y Santa Cruz son elocuentes. Pero es evidente que si el Gobierno no habla más claro es porque está en una etapa de tanteos y negociaciones, entre otros actores, con España. Que haya que enterarse de las novedades leyendo el diario El País (más cercano al establishment español que a sus orígenes centroizquierdistas) es un dato sugestivo.
Te movés o perdés. Uno de los grandes méritos de los gobiernos kirchneristas es que imperiosamente debieron ser muy potentes y hacedores para poder superar obstáculos, confrontar contra el poder simbólico y real de la entente medios/oposición, y así ganar elecciones. Otras administraciones, más aguachentas o más conservadoras, hace mucho habrían tirado la toalla y perdido. Pero la batalla de poderes y hegemonías es permanente, cambiante, a menudo angustiante. Clarín y La Nación vienen siendo implacables, como lo son las derechas en todo el mundo. Eso está muy lejos de significar que el arte del buen discurso o del buen gobierno pueda reducirse a hablar mal de Clarín, una tentación y un camino fácil en el que siguen incurriendo amplios sectores del kirchnerismo. De lo que se hizo mal en política ferroviaria no se sale echándole las culpas al morbo de Telenoche sino con respuestas políticas, judiciales y de mejor gestión. El Gobierno, al respecto, hizo lo que mandan ciertos cánones de la política: no responder, tras la tragedia, ni con el apuro, ni con la espectacularidad, ni con la dramaticidad demandada o instalada por los medios. La consecuencia fue que durante una semana las respuestas resultaron desdibujadas: “Esperar las pericias de la Justicia” para, al día siguiente, intervenir TBA, presuntamente de manera “cautelar y provisoria”.
En su discurso, por emotividad y por contundencia, Cristina remontó la cuesta de la semana embromada también cuando dedicó una serie de parrafadas al tema Macri/subtes. Prologó esas alusiones con suspenso cuando usó la expresión del “episodio bochornoso”. Lo que vino después fue cierto tipo (sólo una variante) de kirchnerismo puro: jab de derecha, gancho al plexo, cross a la mandíbula. El día anterior, con las cejas levantadas, la carita algo asustada, el artificio y la pompa que confiere el ser guionado por otros, Mauricio Macri se había jugado a un tipo de astucia entre chiquita y pusilánime: explotar un momento de alta vulnerabilidad del Gobierno Nacional para quitarse de encima el desafío de gestionar los subterráneos (o, al menos, endureciendo su postura, negociar el traspaso en mejores condiciones). Sin proponérselo, al haber reinstalado la pelea por el tema subterráneos, Macri la puso en primer plano, diluyendo apenas la tragedia de Once que quiso aprovechar.
Lo que siempre llama la atención es cómo se enciende y potencia el discurso kirchnerista cuando hay un muñeco enfrente al cual pegarle. O cómo se encuentra novedad mediante iniciativas oxigenantes que bien pueden combinar el gesto conciliador con el innovador (ofensiva diplomática por Malvinas... pero tres vuelos de Aerolíneas). La extensión del discurso presidencial, la intensidad argumentativa, los picos emotivos, los anuncios, contrastaron una vez más con la pequeñez e inconsistencia de lo que dicen otros (del acto por la Bandera en Rosario, llamó la atención la irrelevancia de los discursos de dos centroizquierdistas líquidos: el gobernador Antonio Bonfatti y la intendente Mónica Fein).
Todo cristinista de ley espera en cada discurso presidencial el momento épico top tanto como el golazo argumental, así como todo amante del fútbol del Barça espera la maravilla de Messi. Siguiendo con la comparación, y a falta de más y mejores comunicadores del kirchnerismo (a Aníbal Fernández, aun con sus excesos, medio que se lo extraña), puede que el Gobierno tenga un problema delicado de Messidependencia, perdón, de Crisdependencia. Lo que implica para el conjunto del kirchnerismo y para cada ministerio nuevos desafíos a la hora de sostener, superar lo hecho, seguir haciendo.
Publicado en :
http://sur.infonews.com/notas/crisdependencia
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