Miradas al Sur. Año 5. Edición número 201. Domingo 25 de marzo de 2012
Por
Eric y Alfredo Calcagno Diputado nacional / Doctor en Ciencias Políticas
En su última sesión, la Cámara de Diputados de la Nación rindió homenaje a Arturo Sampay. Miradas al Sur ya lo había hecho en julio de 2011, con motivo de cumplirse cien años de su nacimiento. Reiteramos el homenaje ahora, ya que siempre es reconfortante recordar a los grandes pensadores.
Uno de los temas en los que más insistía Sampay era el de “la revolución de nuestro tiempo”. Observaba que por primera vez en la historia, todo el género humano puede participar de los beneficios de la civilización y hacer suyas las condiciones de vida ofrecidas por la civilización científica; pero sólo pueden aprovechar esta posibilidad gran número de habitantes de los países desarrollados y una minoría privilegiada de personas de los países subdesarrollados.
Planteaba entonces la pregunta vital para nosotros: ¿puede la Argentina realizar la revolución de nuestro tiempo? Su respuesta –que sigue siendo válida– es incuestionablemente afirmativa: poseemos las riquezas naturales necesarias; tenemos una población con un buen índice de salud y un elevado nivel intelectual; la estructura jurídica del Poder Ejecutivo es robusta; y los sectores populares, en especial nuestra organizada clase obrera, con máxima inteligencia política, se proponen operar la transformación necesaria. Ahora podemos agregar que tenemos un gobierno que está consolidando un modelo de desarrollo económico con inclusión social.
Soberanía nacional. Dos de los ejes de ese modelo están hoy en la discusión pública y fueron considerados con lucidez por Sampay: la soberanía nacional y la intervención del Estado. Vale la pena recordar algunas de sus observaciones.
Sampay analizó los casos en los que el eje de la dominación es comercial, económico y financiero. En 1964 sostenía que “la manera moderna con que el país de desarrollo avanzado controla, gradúa y conforma la economía del país indesarrollado, no es ya mediante la anexión pura y simple del territorio de éste, como fue el método durante los siglos XVIII y XIX, sino manejándole su propio crédito y moneda. En efecto, el desarrollo de un país se desenvuelve a través de su política de inversiones, y quien da las órdenes sobre el crédito y sobre la expansión o contracción de la circulación monetaria, tiene en sus manos el desarrollo de ese país y lo maneja de manera imperceptible pero firme, como los dedos del titiritero los movimientos del títere” (La revolución de nuestro tiempo).
Un cuarto de siglo después de su muerte, se empezaron a cumplir varios de sus anhelos. El primero fue la paulatina recuperación de la soberanía económica y financiera. La Argentina la había enajenado a través de la deuda externa, la renuncia a fijar el valor de la moneda nacional (con la convertibilidad) y la sujeción al Fondo Monetario Internacional (FMI). Esos tres factores fueron eliminados: se salió de la convertibilidad; se renegoció la deuda externa, con una quita del 65%; se ejecutó una política de desendeudamiento (en 2002 la deuda externa del sector público nacional era el 95,3% del PIB, y en 2011, el 15,9%); y se pagó toda la deuda al FMI, con lo cual ya no puede influir más en la política económica interna. El Estado recobró su soberanía para elaborar y aplicar su política económica y financiera.
Pero debe entenderse bien la cuestión, como lo hizo Sampay. El endeudamiento externo y el constante drenaje de recursos hacia el exterior no reflejan una pugna entre argentinos y extranjeros, sino que son el resultado del saqueo del país cometido por el establishment económico nacional e internacional, en contra de la Nación y el pueblo argentinos. “El aliado interno de nuestro dominador es el pequeño grupo designado oligarquía. (…) Al participar de los beneficios de la explotación extranjera sobre la gran masa de los sectores populares y al moverse a guisa exclusiva de sus intereses individuales, se hacen adictos francos o vergonzantes del statu quo inicuo, y partidarios del ostracismo político de esos sectores populares, ostracismo al que ineludiblemente tiene que recurrir la oligarquía para gobernar” (La revolución de nuestro tiempo).
El estado. El análisis realista de Sampay se refiere también a la acción del Estado: En su discurso como miembro informante del despacho de mayoría en la Convención Constituyente de 1949, expresó que la no intervención del Estado en materia económica, “significa dejar libres las manos a los distintos grupos en sus conflictos sociales y económicos, y por lo mismo, dejar que las soluciones queden libradas a las pujas entre el poder de esos grupos. En tales circunstancias, la no intervención implica la intervención a favor del más fuerte, confirmando de nuevo la sencilla verdad contenida en la frase que Talleyrand usó para la política exterior: ‘la no intervención es un concepto difícil; significa aproximadamente lo mismo que intervención’”.
Esta no es sólo una disputa teórica, porque en el fondo lo que se discute es el problema del poder o, con más precisión, quiénes lo van a ejercer. La tendencia neoliberal busca transferir el poder de decisión del Estado al mercado, lo que equivale a dejarlo en manos de los grandes grupos económicos privados, como si eso fuera inevitable o deseable; de tal modo, los conglomerados que detentan el poder económico avanzan sobre el poder político.
En tales condiciones, una política de fortalecimiento del Estado responde a una necesidad de salvaguarda de la soberanía (democracia) y la unidad nacional (solidaridad social); se enfrenta así a un problema que excede en mucho a la discusión sobre la amplitud o restricción de las atribuciones del Estado.
El propósito de fortalecimiento del Estado fue permanente en Sampay y se materializó en la Constitución Nacional de 1949. Dentro de ese contexto aparece el tema de las empresas del Estado, que Sampay trata con sabiduría. Era impensable entonces la liquidación del sector público estatal que se cometió en el decenio de 1990.
Sostiene Sampay que es “correcta la institución de empresas estatales dirigidas a promover un desarrollo integral y armónico de los recursos naturales, humanos y financieros con que cuenta el país, apuntando exclusivamente al bienestar moderno de toda la población”. Agrega: “Creo muy reflexivamente que la empresa estatal, inserta en una economía políticamente planificada, es el instrumento adecuado para que los sectores populares ejecuten el tramo inicial y fundamental de la revolución de nuestro tiempo”. Sintetiza: “Sabido es que cuando los particulares manejan como propiedad privada la capacidad social de trabajo y el trabajo social acumulado, los vuelcan a lo que les acarrea inmediatas y máximas ganancias”. (Las citas son de La revolución de nuestro tiempo).
La constitución de 1949. La sabiduría y el sentido nacional y popular de Sampay se sintetizaron en la Constitución de 1949, que institucionalizó las conquistas del primer peronismo. Se ratificó así “la irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. En su discurso como miembro informante de la mayoría, sostuvo que la reforma económica propuesta tenía dos fines: primero, la supresión definitiva de la desocupación cíclica provocada por las sucesivas depresiones económicas; y segundo, brindar a todos los habitantes las condiciones materiales necesarias para el completo desarrollo de su personalidad. Al mismo tiempo, consideraba a la justicia social como “el fiel que balancea el uso personal de la propiedad con las exigencias del bien común”.
En síntesis, puede afirmarse que así como Alberdi fue el mayor jurista político argentino del siglo XIX, Sampay lo fue en el siglo XX. Cuánto ayudaría ahora en el siglo XXI, su presencia de filósofo y cientista político, conocedor de la naturaleza humana y de la historia, de la filosofía y del derecho, de la política y de la economía. A un siglo de su nacimiento y 35 años de su muerte, sus escritos siguen marcando el rumbo.
Publicado en :
http://sur.infonews.com/notas/homenaje-arturo-enrique-sampay
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