Mientras Lanata se burla del lenguaje de señas para hipoacúsicos, el senador Aníbal Fernández fundamenta un proyecto de ley para eliminar un poco más de hipocresía. Y Macri, rodeado de sus mayordomos –con o sin micrófonos-, continúa renunciando a gobernar. Total, sus amigos de papel y tinta le perdonan la vida. Tanto que abandonaron por estos días la obsesión por el caos vehicular, ahora provocado por el TC 2000 en la 9 de julio y no por actos K ni desagradables piqueteros. Poca sutileza y mucho cinismo. Como falta más de un año para las elecciones legislativas, el alcalde porteño se puede dar el lujo de des-gobernar la ciudad. Ya tendrá tiempo de arreglar sus tropelías. O al menos, prometer los arreglos. Por el momento pide de todo, recursos, subsidios, seguridad, timba, puerto, como si en su cuerpo habitase el alma transmigrada de un decimonónico unitario; del atril donde recita excusas e incoherencias en publicitarias conferencias de prensa pasa al sillón destacado del obsecuente programa de turno con la misma expresión irritante en su rostro. Para los que consumen ciertos medios, nada malo hace el empresario con aspiraciones a presidente, salvo cerrar cursos, denegar transporte escolar, suspender viandas, abandonar la salud y concretar suculentos negocios. Las promesas de un país en ruinas subyacen en su figura.
Figura tan poco graciosa como la de Lanata haciendo morisquetas en su intención de parodiar a la traductora de señas de los discursos presidenciales. Si no se empeñara en ser tan desagradable, tal vez la promo de su programa en El Trece caería más simpática. Pero no, Lanata siempre busca provocar, aunque sea náuseas. Tan mal cayó el spot que inspiró denuncias en el INADI por discriminación. Y eso es lo que buscaba para poder victimizarse, para jugar al perseguido, para poder declamar diatribas al autoritarismo. “La Justicia exprés obedece a la intolerancia del Gobierno Nacional”, seguramente dirá. Los ecos radiales y televisivos también harán causa común con el sufriente colega. Y se sumarán los políticos de kermese que siempre buscan acertar a algún juego para ganar un peluche. Rostros serios, ceñudos, severos afearán hasta los más delicados diseños de la ingeniería televisiva y el éter se verá poblado de voces indignadas, compungidas y aterradas ante tanta intolerancia gubernamental. Operación que durará lo que permanece un residuo intestinal gasífero en un contenedor de mimbre. Pero son expertos en intentar, aunque con resultados cada vez más insignificantes. Además de lo mal que caen las burlas a la traductora de señas, lo que hace no tiene contenido ni resulta gracioso.
A diferencia del titular de La Nación del viernes: “Marcha atrás con la restricción a libros”. El jueves se había difundido la noticia de que el malvado Secretario de Comercio Interior, el tantas veces demonizado Guillermo Moreno, prohibía la entrada de libros al país. De inmediato, muchos se vieron tentados a reeditar la vieja consigna “alpargatas sí, libros no”. Claro, como Moreno ocupa su día en pergeñar planes malévolos para molestar a los nobles defensores del libre comercio, no tiene tiempo para leer. Entonces, cual si fuera un comisario de la Santa Inquisición, impide el ingreso de libros para sumergir en la ignorancia a todos los argentinos. En realidad, el Licenciado no dio marcha atrás, sino que destrabó un conflicto generado por “interpretaciones erróneas de la legislación” por parte de las empresas de correo. Gracias a la intervención de la Secretaría de Comercio Interior se pudo concretar la entrada al país de productos gráficos procedentes del exterior, que serán distribuidos en menos de una semana. Eso fue todo, pero todo sirve para inspirar un titular.
Aunque no tan inspirado como el senador Aníbal Fernández al presentar el proyecto de despenalización del consumo de marihuana y otras yerbas. En el Salón Arturo Illia del Senado y en consonancia con el fallo Arriola de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el ex Jefe de Gabinete afirmó que busca “priorizar los derechos humanos de segunda generación: primero atender la salud de quien consume y después atacar el narcotráfico”. La actual legislación, evaluó el senador, “formó parte del fracaso de la política criminal en materia de persecución, represión y sanción de los delitos vinculados con el tráfico ilícito de estupefacientes, al direccionar la operatividad a los más débiles”. Conviene destacar que, desde la aplicación de esa norma a principios de los noventa, el consumo de cocaína y marihuana ha crecido considerablemente. Como en los tiempos de la Ley Seca, la prohibición no sólo alienta el consumo sino que fomenta la clandestinidad. La despenalización del consumo va a contribuir a que las energías se destinen a reprimir el accionar delictivo que el negocio de la droga trae consigo y no a molestar pibes que tienen un par de cigarritos en el bolsillo. Lo que propone el senador está lejos de ser una legalización de la droga, como seguramente propalarán algunos malintencionados. El proyecto de ley no impulsa una facilidad en el acceso; no dibuja un futuro en el que se pueda adquirir marihuana como si fuera una tira de aspirinas. Simplemente deja de perseguir al consumo privado y no ostentoso y la tenencia en pequeñas cantidades de canabis y hojas de coca. La discusión en torno a este tema será muy interesante y seguramente movilizará a los ciudadanos a intercambiar opiniones y experiencias. Un poco más de oscurantismo que comienza a esfumarse.
Quien parece esfumarse es el Jefe de Gobierno Porteño. Con cada aparición se desdibuja. O se dibuja algo que por primera vez se ve en estas tierras: un gobernante que se niega a gobernar. Macri clama por el federalismo con una actitud totalmente unitaria; habla de lo que no entiende; dice que hace lo contrario de lo que hace; exige diálogo cuando lo que quiere es obediencia. En la nada que expresa se esconde un todo. Esto es y será. Un gobernante para el caos que no duda en perturbar todos los mecanismos institucionales para satisfacer sus caprichos y facilitar negocios para sus amigos. Algunos consideran que cuando Los PRO confunden ‘gobierno nacional’ con ‘gobierno de la ciudad’ están expresando un deseo de que gobiernen por ellos. Puede ser un fallido con doble sentido. Pues esa confusión también puede basarse en que piensan que la CABA es todo el país, en una concepción absolutamente unitaria. Por eso reclama la administración del puerto, aunque por ahí pasen productos cuyo origen y destino es la totalidad del territorio nacional. Por eso no quiere el sistema de transporte, porque no será utilizado por “su gente” y presenta pocas posibilidades de hacer negocios. Lo que Macri quiere es que todo el país esté a disposición de Su Fortaleza, que no es toda la ciudad, sino una parte, algo más que un barrio cerrado. Por eso exige el traspaso de la Policía Federal a su jurisdicción, para poder destinarla a su concepto discriminatorio de seguridad.
El empresario gobierna para una ciudad chiquita pero con habitantes selectos. La sueña como una maqueta inmaculada y brillante, inmune a las fealdades de la periferia, rodeada de edificios imponentes que constituyen una muralla inexpugnable. Esbirros poderosos custodian sus límites, auxiliados por vociferadores mediáticos que señalan a los invasores. Esto lo sueña de noche. De día, actúa como si ese sueño fuera realidad. Para mantener la fortaleza debe ahorrar en la periferia. Por eso la suspensión del transporte escolar y de las viandas para chicos en situación de calle; por eso el cierre de cursos y la falta de vacantes en las escuelas públicas; por eso el incremento de los subsidios a escuelas privadas y el abandono de los establecimientos educativos estatales; por eso todo lo que hace y dice. Mauricio gobierna para un paraíso minoritario y genera un caos en el resto, que es lo que molesta pero en cierta forma, sirve. Mal que le pese, toda esa fealdad pululante cumple un rol. Entonces exige que Otro se haga cargo de controlarla, de contenerla, de administrarla, de ofrecerle algo parecido a la felicidad. Pero detrás de ese manto de desprecio con el que el alcalde mira al anónimo, hay ciudadanos con derechos y deseos. Deseos y derechos pisoteados hasta la humillación por un maniquí de escaparate disfrazado de gobernante, que pretende extender los límites de su vidriera.
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