“Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” . Ese fue el hit del 2001. Era el canto desesperado y desesperanzado de un pueblo que había perdido la confianza, la fe. No la fe en un candidato político o en un partido ; sino la confianza en general en un sistema ; había dejado de tener la convicción de que el pueblo votando y participando puede controlar su destino y llegar a alcanzar sus metas.
El “Que se vayan todos” representaba el triunfo del nihilismo…
Hoy vivimos en un país diferente, muy diferente. La discusión política y la militancia está a la orden del día, para unos partidos y para otros. Porque todo el que lea esta nota y deje un comentario, poco importa que sea a favor o en contra, es un militante, es una persona que piensa que dando a conocer sus opiniones puede ayudar a que en el país triunfen sus ideas políticas, su forma de ver la realidad.
Todos los que leen notas como esta son personas que esperan con expectativa las elecciones de octubre, que van a votar a un candidato (unos o unos y otros a otros), y que piensan que si su candidato gana al país le irá mejor.
El “Que se vayan todos”, esa actitud nihilista de no creer en nada ni en nadie, está muerta y enterrada.
En este cambio de actitud mucho tiene que ver un hombre que ya no está con nosotros. Un hombre que supo despertar pasiones dormidas, que llevaron a unos a amarlo y a otros a odiarlo.
Fue un personaje extraño.
Alto, flaco y desgarbado ; bizco y narigón ; desaliñado, desprolijo y un poco torpe…
En este envase, ideal para un actor cómico, nos llegó a los argentinos el que estoy convencido que será con el correr de los años una de nuestras máximas figuras. Un hombre construido con la materia prima de los héroes.
Un hombre que llegó al poder casi por casualidad, siendo para muchos una incógnita, pero que tuvo la capacidad y la valentía de dar el golpe de timón necesario para poner a la Argentina en una nueva senda, en un nuevo camino. Con tozudez y un arrojo a veces suicida él y su socia política, Cristina Fernández, su eterna compañera, enfrentaron factores de poder que parecían invulnerables, dentro y fuera del país. Y lo hicieron manteniendo la democracia, fortaleciendo la libertad de prensa, garantizando la independencia del poder judicial y negándose fanáticamente a reprimir cualquier tipo de protesta. En absoluta paz y libertad. Demostrando que el poder político puede contra las corporaciones que retienen el poder económico.
Uno puede hacer una larga lista de logros políticos, económicos y sociales. Y de cosas que aún faltan. Pero quizás más importante es el cambio de mentalidades, el cambio de paradigma.
Néstor fue un hombre que nos devolvió la esperanza; que nos devolvió los sueños ; que nos demostró que algunas “utopías” son bien reales, están a la vuelta de la esquina tapadas por unos “molinos de viento” que son en realidad bestias monstruosas ; que nos devolvió la fe en la política, en la democracia y en la militancia. Un hombre que puso a un país moribundo de pie.Un hombre que, a diferencia de otros grandes líderes, que mueren sin herederos directos, nos dejó a su socia y compañera con el bastón de mando en las manos. Y esa compañera es una auténtica Leona. Una fiera indomable.
Fue un hombre que consumió su vida al servicio de sus ideales. Que murió en la suya, con las botas puestas. Haciendo aquello en lo que creía. Inmolándose.
Fue un hombre que le devolvió a un país moribundo la confianza en la capacidad transformadora de la política, es decir, le devolvió a los ciudadanos la confianza en sí mismos y en el sistema democrático.
Fue un hombre que nos convenció que los problemas de un país democrático se resuelven comprometiéndose, participando y votando. Votando...
Por eso yo pienso humildemente que todos los que lean esta nota, aquellos que votaron a Néstor, aquellos a los que les resultaba indiferente y aquellos a los que no les gustaba nada la figura del pingüino, deberían coincidir conmigo en mi exhortación final.
¡Gracias Néstor, por devolvernos la confianza en la democracia!
Adrián Corbella, 27 de enero de 2011.
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