Los alimentos, como muchos productos de esta economía tan globalizada, tienen un mercado a nivel mundial y precios internacionales. Y esto es previo a nuestra posmoderna globalización ; existe al menos desde el siglo XIX.
Como marca el ABC de cualquier teoría económica, el precio internacional de éstos productos lo fija el que produce MÁS CARO. Es decir, si un productor rural de Europa Occidental produce por ejemplo, el trigo, a “8 euros” la tonelada (póngale la moneda y los ceros que quiera, da igual cuál es el valor real) , puede venderlo a 9, y tiene un margen de ganancia razonable. Entonces, el productor de otra área con otro clima, suelo y otras condiciones económicas, digamos de la llanura pampeana argentina, que puede producir el mismo trigo a 1 o 2 “euros”, lo vende también a 9 obteniendo una renta fantástica. Observemos que la mayor renta del productor argentino no tiene que ver con una mayor inversión, con que haya trabajado más, o con que sea más sagaz, sino simplemente con condiciones naturales del territorio en el que cultiva.
Si yo puedo cultivar sin fertilizantes y sin riego, y usted necesita si o si de ambas cosas para producir algo, sus costos de producción y los míos serán diametralmente opuestos. Lo mismo sucede si yo trabajo con empleados en blanco y usted con un sistema de trabajo que hace recordar los tiempos de Pedro Picapiedra.
La Argentina del siglo XIX creció en esta realidad, con “propietarios” rurales que habían obtenido sus tierras teñidas de sangre tras asesinar a sus habitantes originarios o a los gauchos, y que conseguían ganancias fantásticas por el solo hecho de cultivar en suelo argentino. Que vivían gracias a esas ganancias de una forma fastuosa (“más rico que un argentino”, decían los europeos de la época), y que mantenían en la pobreza tanto a sus peones rurales como a los habitantes de las ciudades que les eran tan necesarios para sostener toda la infraestructura (vial, portuaria, ferroviaria) que era vital para desarrollar sus actividades agropecuarias.
Este modelo tenía un escaso futuro. No sólo porque las actividades agropecuarias nunca han generado mucho trabajo (y hoy, con el campo tan mecanizado, menos aún) sino porque los fabulosos márgenes de ganancia de esta burguesía agroexportadora desalentaban la inversión en cualquier otra área productiva.
¿Quién iba a invertir en la industria si en el agro se obtenían ganancias varias veces superiores?...
Esta situación fue la que sostuvo viento en popa al “modelo agroexportador” desde el último cuarto del siglo XIX hasta al menos 1930.
Por supuesto que ya la Primera Guerra Mundial dio las primeras señales de que el modelo se acercaba a su fin, en la medida en que los Estados Unidos comenzaron a desplazar a los ingleses como potencia hegemónica (1). Y la crisis del treinta fue claramente el fin de un ciclo económico ; pero la mayoría de la clase dominante estanciera y agroexportadora se negaba a tomar nota de las modificaciones debido a que emprender un nuevo modelo productivo, que diera un rol más relevante a la industria, significaba romper un estructura económica y política que ponía al “campo” en el centro de las preocupaciones estatales. Y que hacía por lo tanto de los estancieros los protagonistas centrales de la historia.
El ominoso Pacto Roca-Runciman (2), que puso negro sobre blanco la condición semicolonial de la Argentina, y el fraude y corrupción de la Década Infame fueron intentos desesperados de mantener con vida artificialmente un modelo insostenible, agonizante, en virtual estado de coma.
Fue con el peronismo la primera vez que el Estado decidió dejar de lado la estructura agroexportadora y comenzar a pensar en un modelo distinto. Y si bien se han hecho y se pueden seguir haciendo muchas críticas a los alcances del modelo industrialista del primer peronismo, resulta evidente que lo que temía la burguesía agroexportadora era correcto : la industrialización de Argentina significaba limitar la relevancia política, social y económica de esa clase dominante estanciera. De allí las reacciones histéricas contra el régimen de Perón , que significaba para ellos el principio del fin de su mundo, de su estilo de vida.
La caída de Perón en 1955 abrió un largo período en el cual distintos sectores políticos, sociales e intelectuales de la sociedad han luchado por imponer uno u otro de los modelos.
Muchas de las atipicidades de la sociedad y la economía argentinas del siglo XX y XXI tienen que ver con el hecho de que éste conflicto entre un modelo agroexportador que se niega a morir y un modelo más inclusivo basado en la industria se siguió luchando durante décadas y AÚN NO SE HA RESUELTO.
Y lo que muestra con meridiana claridad esta situación son los conflictos con las patronales del “campo” que ha enfrentado este gobierno, desde la crisis de la retenciones en 2008 hasta las discusiones actuales respecto del trigo y las condiciones de trabajo de los peones rurales.
Las retenciones no fueron ni más ni menos que el regreso de una vieja discusión que se remite al control estatal del comercio exterior por parte del primer peronismo : si se deja al sector agroexportador el control de toda la renta adicional que le producen las excepcionales condiciones naturales de Argentina, las demás actividades económicas, que son las que dan trabajo a la inmensa mayoría de los argentinos, tienden a desaparecer debido a la abismal diferencia en los márgenes de ganancia del sector agropecuario y la industria.
Y las discusiones actuales respecto a la reducción a una situación lindante con la esclavitud de importantes sectores de la mano de obra rural muestran hasta qué punto el factor trabajo es totalmente irrelevante en la concepción económica e ideológica de los empresarios rurales.
En definitiva, hoy como ha sido desde hace mucho tiempo, las cosas son bastante claras. Si dejamos que el país se organice con los criterios de los sectores agroexportadores, Argentina está superpoblada con apenas 15 millones de habitantes. Los otros 25 millones estamos sobrando, y con algo de suerte nos harán un lugarcito en los cordones de villas miseria del Gran Buenos Aires, el Gran Rosario, y de otras ciudades del interior, que crecerán de una forma difícil de imaginar. (3).
Si dejamos que las políticas del Estado respondan a los intereses de los sectores agroexportadores del mal llamado “campo” , los problema de los argentinos tienen una sola salida : EZEIZA.
Adrián Corbella, 14 de enero de 2011.
NOTAS :
(1) : Inglaterra era una potencia que necesitaba vitalmente productos argentinos tales como carne, trigo, lana y cuero. En cambio los Estados Unidos alentaban a sus posesiones indirectas a desarrollar monoproducciones primarias, pero de otros productos, tales como azúcar y bananas.
(2) : Poco después del golpe de 1930 el gobierno argentino firmó un acuerdo comercial con Gran Bretaña en el cual, a cambio de que los ingleses continuaran comprando a Argentina carne tal como lo hacían hasta ese momento, se entregó a Londres el control del Banco Central y se le dieron un montón de beneficios a las empresas británicas de servicios públicos (colectivos, subtes, trenes, agua, electricidad, etc). Lisandro de la Torre denunció estos manejos y sufrió en consecuencia un intento de asesinato en el propio recinto del Senado.
(3) : El desplazamiento del cultivo del algodón por el de la soja en una provincia como la del Chaco, que apenas supera el millón de habitantes, ha expulsado del campo chaqueño a 300.000 personas, la mayoría de las cuales terminaron en el Gran Resistencia, el Gran Rosario o el Gran Buenos Aires.
Como marca el ABC de cualquier teoría económica, el precio internacional de éstos productos lo fija el que produce MÁS CARO. Es decir, si un productor rural de Europa Occidental produce por ejemplo, el trigo, a “8 euros” la tonelada (póngale la moneda y los ceros que quiera, da igual cuál es el valor real) , puede venderlo a 9, y tiene un margen de ganancia razonable. Entonces, el productor de otra área con otro clima, suelo y otras condiciones económicas, digamos de la llanura pampeana argentina, que puede producir el mismo trigo a 1 o 2 “euros”, lo vende también a 9 obteniendo una renta fantástica. Observemos que la mayor renta del productor argentino no tiene que ver con una mayor inversión, con que haya trabajado más, o con que sea más sagaz, sino simplemente con condiciones naturales del territorio en el que cultiva.
Si yo puedo cultivar sin fertilizantes y sin riego, y usted necesita si o si de ambas cosas para producir algo, sus costos de producción y los míos serán diametralmente opuestos. Lo mismo sucede si yo trabajo con empleados en blanco y usted con un sistema de trabajo que hace recordar los tiempos de Pedro Picapiedra.
La Argentina del siglo XIX creció en esta realidad, con “propietarios” rurales que habían obtenido sus tierras teñidas de sangre tras asesinar a sus habitantes originarios o a los gauchos, y que conseguían ganancias fantásticas por el solo hecho de cultivar en suelo argentino. Que vivían gracias a esas ganancias de una forma fastuosa (“más rico que un argentino”, decían los europeos de la época), y que mantenían en la pobreza tanto a sus peones rurales como a los habitantes de las ciudades que les eran tan necesarios para sostener toda la infraestructura (vial, portuaria, ferroviaria) que era vital para desarrollar sus actividades agropecuarias.
Este modelo tenía un escaso futuro. No sólo porque las actividades agropecuarias nunca han generado mucho trabajo (y hoy, con el campo tan mecanizado, menos aún) sino porque los fabulosos márgenes de ganancia de esta burguesía agroexportadora desalentaban la inversión en cualquier otra área productiva.
¿Quién iba a invertir en la industria si en el agro se obtenían ganancias varias veces superiores?...
Esta situación fue la que sostuvo viento en popa al “modelo agroexportador” desde el último cuarto del siglo XIX hasta al menos 1930.
Por supuesto que ya la Primera Guerra Mundial dio las primeras señales de que el modelo se acercaba a su fin, en la medida en que los Estados Unidos comenzaron a desplazar a los ingleses como potencia hegemónica (1). Y la crisis del treinta fue claramente el fin de un ciclo económico ; pero la mayoría de la clase dominante estanciera y agroexportadora se negaba a tomar nota de las modificaciones debido a que emprender un nuevo modelo productivo, que diera un rol más relevante a la industria, significaba romper un estructura económica y política que ponía al “campo” en el centro de las preocupaciones estatales. Y que hacía por lo tanto de los estancieros los protagonistas centrales de la historia.
El ominoso Pacto Roca-Runciman (2), que puso negro sobre blanco la condición semicolonial de la Argentina, y el fraude y corrupción de la Década Infame fueron intentos desesperados de mantener con vida artificialmente un modelo insostenible, agonizante, en virtual estado de coma.
Fue con el peronismo la primera vez que el Estado decidió dejar de lado la estructura agroexportadora y comenzar a pensar en un modelo distinto. Y si bien se han hecho y se pueden seguir haciendo muchas críticas a los alcances del modelo industrialista del primer peronismo, resulta evidente que lo que temía la burguesía agroexportadora era correcto : la industrialización de Argentina significaba limitar la relevancia política, social y económica de esa clase dominante estanciera. De allí las reacciones histéricas contra el régimen de Perón , que significaba para ellos el principio del fin de su mundo, de su estilo de vida.
La caída de Perón en 1955 abrió un largo período en el cual distintos sectores políticos, sociales e intelectuales de la sociedad han luchado por imponer uno u otro de los modelos.
Muchas de las atipicidades de la sociedad y la economía argentinas del siglo XX y XXI tienen que ver con el hecho de que éste conflicto entre un modelo agroexportador que se niega a morir y un modelo más inclusivo basado en la industria se siguió luchando durante décadas y AÚN NO SE HA RESUELTO.
Y lo que muestra con meridiana claridad esta situación son los conflictos con las patronales del “campo” que ha enfrentado este gobierno, desde la crisis de la retenciones en 2008 hasta las discusiones actuales respecto del trigo y las condiciones de trabajo de los peones rurales.
Las retenciones no fueron ni más ni menos que el regreso de una vieja discusión que se remite al control estatal del comercio exterior por parte del primer peronismo : si se deja al sector agroexportador el control de toda la renta adicional que le producen las excepcionales condiciones naturales de Argentina, las demás actividades económicas, que son las que dan trabajo a la inmensa mayoría de los argentinos, tienden a desaparecer debido a la abismal diferencia en los márgenes de ganancia del sector agropecuario y la industria.
Y las discusiones actuales respecto a la reducción a una situación lindante con la esclavitud de importantes sectores de la mano de obra rural muestran hasta qué punto el factor trabajo es totalmente irrelevante en la concepción económica e ideológica de los empresarios rurales.
En definitiva, hoy como ha sido desde hace mucho tiempo, las cosas son bastante claras. Si dejamos que el país se organice con los criterios de los sectores agroexportadores, Argentina está superpoblada con apenas 15 millones de habitantes. Los otros 25 millones estamos sobrando, y con algo de suerte nos harán un lugarcito en los cordones de villas miseria del Gran Buenos Aires, el Gran Rosario, y de otras ciudades del interior, que crecerán de una forma difícil de imaginar. (3).
Si dejamos que las políticas del Estado respondan a los intereses de los sectores agroexportadores del mal llamado “campo” , los problema de los argentinos tienen una sola salida : EZEIZA.
Adrián Corbella, 14 de enero de 2011.
NOTAS :
(1) : Inglaterra era una potencia que necesitaba vitalmente productos argentinos tales como carne, trigo, lana y cuero. En cambio los Estados Unidos alentaban a sus posesiones indirectas a desarrollar monoproducciones primarias, pero de otros productos, tales como azúcar y bananas.
(2) : Poco después del golpe de 1930 el gobierno argentino firmó un acuerdo comercial con Gran Bretaña en el cual, a cambio de que los ingleses continuaran comprando a Argentina carne tal como lo hacían hasta ese momento, se entregó a Londres el control del Banco Central y se le dieron un montón de beneficios a las empresas británicas de servicios públicos (colectivos, subtes, trenes, agua, electricidad, etc). Lisandro de la Torre denunció estos manejos y sufrió en consecuencia un intento de asesinato en el propio recinto del Senado.
(3) : El desplazamiento del cultivo del algodón por el de la soja en una provincia como la del Chaco, que apenas supera el millón de habitantes, ha expulsado del campo chaqueño a 300.000 personas, la mayoría de las cuales terminaron en el Gran Resistencia, el Gran Rosario o el Gran Buenos Aires.
Este artículo fue publicado el 17 de enero de 2011 por el periódico digital "elDiario24.com" :
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