La libertad no goza de buena prensa. Los cobardes, los conformistas, los cagones, la aborrecen. El que no vive con libertad, no comprende que detrás de una elección puede existir la convicción plena de estar eligiendo.
¡Mirá, yo puedo negar todo, vos podés negar todo! ¡Todos podemos negar todo! Pero hay algo que no se puede negar: la evidencia.
Enrique Santos Discépolo
Hoy a la mañana me senté en la arena a observar a mi hijo más chico. Corría y cantaba. Perseguía a los pájaros fascinado. El vuelo de las aves lo tiene totalmente extasiado. Con su cuerpo chiquito pero robusto, se acercaba hasta casi tocarlos, y nunca lo conseguía. El fracaso de la embestida no lograba frenarlo. Todo lo contrario, le daba más fuerzas para intentarlo una y otra vez. Él sólo quería tocar los “pipís”. En las torpes corridas caía de manera ridícula, pero nada lograba desviarlo de su objetivo. Su empecinamiento me daba ternura. Obviamente nunca lo logró, pero seguramente mañana lo vuelva a intentar.
Desde que soy mamá empecé a entender la vida de otra manera. Los hijos tienen la capacidad de enseñarnos cosas importantes. Sus actos tienen una coherencia que abruma. Simplemente van en busca de lo que quieren. Ninguna caída puede detener semejante certeza. La vida se ve tan fácil desde sus ojos. La frustración se transforma inmediatamente en determinación. Una y otra vez. Y otra vez, y otra. Nadie puede decir que no lo intentan. El fracaso no es una variable. Y si se enfrentan a esa posibilidad, el llanto o el berrinche sólo consiguen ponerlos nuevamente en carrera. Van por ello. Tan complejo y tan simple. Eso para mí es la libertad. Ese estado en que el afuera no se vuelve impedimento, tan sólo esa sensación de estar haciendo lo correcto. La honestidad brutal con uno mismo. La mirada puesta en el camino, no en el resultado. La posibilidad que tiene el hombre de hacer justicia, consigo mismo y con los demás. El acto de valentía más enorme.
Pero la libertad no goza de buena prensa. Los cobardes, los conformistas, los cagones, la aborrecen. Los que la expresan son desacreditados. Porque el que no vive con libertad, no puede siquiera comprender que detrás de una elección puede existir la convicción plena de estar eligiendo sin que haya ningún otro motivo. Sólo la posibilidad de decidir cómo queremos transitar la vida. Defender un pensamiento. Dejar una huella. Servir para alguien. Pensar en la necesidad como algo que decanta y no como una imposición. No hay premio, ni resarcimiento más genuino que el que se obtiene desde la convicción y la lucha por defender las ideas. Porque sólo así podemos transformar la realidad.
Y fue por estos días, pensando en estas cosas, que llegó a mis manos un libro de Discépolo titulado ¿A mí me la vas a contar?, delgado como era él, profundo, conmovedor. De una actualidad extraordinaria. Un regalo de esos tan preciosos que se vuelven esenciales. Un tipo distinto. Un artista excepcional. Un autor con filosofía.
Como muchas personas, conocía sus tangos más entrañables, algo de su dramaturgia, pero muy poco de su pensamiento. Fue un hallazgo, como con esos autores que esperan ser descubiertos. Me zambullí en la lectura de su pensamiento político, y me dio vuelta como una media. Es en ese libro donde se reúnen las charlas que tenía en su programa de radio con un personaje inventado llamado “Mordisquito”. En esas charlas él vuelca su pensamiento acerca de la Argentina que veía, y de la Argentina que no quería. Lo asombroso es que este hombre, emblema de la cultura rioplatense, haya vivido la mitad del siglo pasado (1901-1951) y continúe tan vigente, que “siga mordiendo” como tal vez diría él.
Hoy se lo suele citar con honores y reconocer como un gran maestro, pero no todo fue color de rosas durante su vida. Sus papás murieron cuando era chico, y quedó al cuidado de su hermano, que a los 16 lo hizo debutar sobre las tablas de los escenarios. A los 17 ya escribió sus primeras obras. Y a los veintipocos compuso sus primeros tangos: “Bizcochito” por encargo, y “Quevachaché” (1926) recibido con unánimes ¡silbidos!
¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿Que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
¿Que no hay ninguna verdad que se resista
frente a dos pesos moneda nacional?
Parece que era demasiado revulsivo para la época en que los sindicatos (con muchos inmigrantes europeos socialistas y anarquistas) desafiaban a la oligarquía local, y el gobierno de Yrigoyen se hamacaba entre la democracia creciente y la represión salvaje de “La Semana Trágica” y “La Patagonia rebelde”.
La revancha le llegaría años más tarde, cuando otros tangos lo consagraron, como “Esta noche me emborracho”, o la versión de Gardel de “Yira, yira”, en una línea que maduró hasta llegar a los versionadísimos y siempre conmovedores “Cambalache”, “Uno” o “Cafetín de Buenos Aires”.
Porque Discépolo era un artista y filósofo salido del pueblo, siempre sensible a los vaivenes de las clases trabajadoras y atento a lo conflictos sociales. Por eso no dudó en apoyar desde un principio el surgimiento del peronismo, por eso defendió con convicción e inteligencia el gobierno de Perón, y sus contemporáneos se lo hicieron pagar caro. Los intelectuales encumbrados de aquel entonces le hicieron el vacío. Muchos viejos amigos se alejaron de su lado. Para algunos Mordisquito era una infección que contaminaba todo su cuerpo, y entonces quemaron todos sus discos, lo insultaron, lo acusaron de haber vendido su alma… Lo denigraban con indiferencia: “Discépolo era un traidor que merecía el suplicio”. Porque en sus diálogos con Mordisquito hacía circular ideas peligrosas para las élites de la época. Le decía, por ejemplo:
“…Claro vos estás preocupado, y yo lo comprendo, porque no hay té de Ceilán, ah ¡¡¡ni queso!!! ¡¡¡No hay queso!!! ¡¡¡Mirá qué problema!!! ¿Me vas a decir a mí que no es un problema…? Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos te conformabas con una vida de araña. Ahora ganás bien, ahora están protegidos vos, tus hijos y tus padres. Sí, pero tenés razón: ¡¡¡no hay queso!!! Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito, millones y millones para comprar la sonrisa de los pobres; sí pero claro, ¡no hay queso!... No es posible enfrentar este iluminado mundo de las conquistas enormes y enfrentarlo desde el rincón de las arañas, revisando los hechos con la lupa de tu mal humor y tu mala voluntad... Hay sol, Mordisquito, sol a baldes...”
Parece que algunas cosas cambian lento, ¿no? Fueron 37 charlas. La última aparición de Mordisquito fue el 10 de noviembre de 1951. Las respuestas a su participación en este ciclo fueron muy crueles. Y pareciera que lo mismo ocurre en 2010 con muchas figuras, a las que se reconoce y premia profesionalmente, pero no se puede tolerar que tomen partido, que se hagan cargo de un ideario y defiendan este modelo de país. Lo escuché mucho alrededor: “Es muy talentoso, lástima que se metió en política.” ¡Como si la política fuera un lugar del que se entra y se sale, y no lo que hacemos cada día con nuestras acciones y nuestras palabras, con nuestras actitudes hacia nuestras personas queridas, nuestros vecinos y colegas! Ay, Discepolín, ¿a mí me la vas a contar?
por Florencia Peña, para "Tiempo Argentino".
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/%C2%BFa-mi-me-vas-contar
¡Mirá, yo puedo negar todo, vos podés negar todo! ¡Todos podemos negar todo! Pero hay algo que no se puede negar: la evidencia.
Enrique Santos Discépolo
Hoy a la mañana me senté en la arena a observar a mi hijo más chico. Corría y cantaba. Perseguía a los pájaros fascinado. El vuelo de las aves lo tiene totalmente extasiado. Con su cuerpo chiquito pero robusto, se acercaba hasta casi tocarlos, y nunca lo conseguía. El fracaso de la embestida no lograba frenarlo. Todo lo contrario, le daba más fuerzas para intentarlo una y otra vez. Él sólo quería tocar los “pipís”. En las torpes corridas caía de manera ridícula, pero nada lograba desviarlo de su objetivo. Su empecinamiento me daba ternura. Obviamente nunca lo logró, pero seguramente mañana lo vuelva a intentar.
Desde que soy mamá empecé a entender la vida de otra manera. Los hijos tienen la capacidad de enseñarnos cosas importantes. Sus actos tienen una coherencia que abruma. Simplemente van en busca de lo que quieren. Ninguna caída puede detener semejante certeza. La vida se ve tan fácil desde sus ojos. La frustración se transforma inmediatamente en determinación. Una y otra vez. Y otra vez, y otra. Nadie puede decir que no lo intentan. El fracaso no es una variable. Y si se enfrentan a esa posibilidad, el llanto o el berrinche sólo consiguen ponerlos nuevamente en carrera. Van por ello. Tan complejo y tan simple. Eso para mí es la libertad. Ese estado en que el afuera no se vuelve impedimento, tan sólo esa sensación de estar haciendo lo correcto. La honestidad brutal con uno mismo. La mirada puesta en el camino, no en el resultado. La posibilidad que tiene el hombre de hacer justicia, consigo mismo y con los demás. El acto de valentía más enorme.
Pero la libertad no goza de buena prensa. Los cobardes, los conformistas, los cagones, la aborrecen. Los que la expresan son desacreditados. Porque el que no vive con libertad, no puede siquiera comprender que detrás de una elección puede existir la convicción plena de estar eligiendo sin que haya ningún otro motivo. Sólo la posibilidad de decidir cómo queremos transitar la vida. Defender un pensamiento. Dejar una huella. Servir para alguien. Pensar en la necesidad como algo que decanta y no como una imposición. No hay premio, ni resarcimiento más genuino que el que se obtiene desde la convicción y la lucha por defender las ideas. Porque sólo así podemos transformar la realidad.
Y fue por estos días, pensando en estas cosas, que llegó a mis manos un libro de Discépolo titulado ¿A mí me la vas a contar?, delgado como era él, profundo, conmovedor. De una actualidad extraordinaria. Un regalo de esos tan preciosos que se vuelven esenciales. Un tipo distinto. Un artista excepcional. Un autor con filosofía.
Como muchas personas, conocía sus tangos más entrañables, algo de su dramaturgia, pero muy poco de su pensamiento. Fue un hallazgo, como con esos autores que esperan ser descubiertos. Me zambullí en la lectura de su pensamiento político, y me dio vuelta como una media. Es en ese libro donde se reúnen las charlas que tenía en su programa de radio con un personaje inventado llamado “Mordisquito”. En esas charlas él vuelca su pensamiento acerca de la Argentina que veía, y de la Argentina que no quería. Lo asombroso es que este hombre, emblema de la cultura rioplatense, haya vivido la mitad del siglo pasado (1901-1951) y continúe tan vigente, que “siga mordiendo” como tal vez diría él.
Hoy se lo suele citar con honores y reconocer como un gran maestro, pero no todo fue color de rosas durante su vida. Sus papás murieron cuando era chico, y quedó al cuidado de su hermano, que a los 16 lo hizo debutar sobre las tablas de los escenarios. A los 17 ya escribió sus primeras obras. Y a los veintipocos compuso sus primeros tangos: “Bizcochito” por encargo, y “Quevachaché” (1926) recibido con unánimes ¡silbidos!
¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿Que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
¿Que no hay ninguna verdad que se resista
frente a dos pesos moneda nacional?
Parece que era demasiado revulsivo para la época en que los sindicatos (con muchos inmigrantes europeos socialistas y anarquistas) desafiaban a la oligarquía local, y el gobierno de Yrigoyen se hamacaba entre la democracia creciente y la represión salvaje de “La Semana Trágica” y “La Patagonia rebelde”.
La revancha le llegaría años más tarde, cuando otros tangos lo consagraron, como “Esta noche me emborracho”, o la versión de Gardel de “Yira, yira”, en una línea que maduró hasta llegar a los versionadísimos y siempre conmovedores “Cambalache”, “Uno” o “Cafetín de Buenos Aires”.
Porque Discépolo era un artista y filósofo salido del pueblo, siempre sensible a los vaivenes de las clases trabajadoras y atento a lo conflictos sociales. Por eso no dudó en apoyar desde un principio el surgimiento del peronismo, por eso defendió con convicción e inteligencia el gobierno de Perón, y sus contemporáneos se lo hicieron pagar caro. Los intelectuales encumbrados de aquel entonces le hicieron el vacío. Muchos viejos amigos se alejaron de su lado. Para algunos Mordisquito era una infección que contaminaba todo su cuerpo, y entonces quemaron todos sus discos, lo insultaron, lo acusaron de haber vendido su alma… Lo denigraban con indiferencia: “Discépolo era un traidor que merecía el suplicio”. Porque en sus diálogos con Mordisquito hacía circular ideas peligrosas para las élites de la época. Le decía, por ejemplo:
“…Claro vos estás preocupado, y yo lo comprendo, porque no hay té de Ceilán, ah ¡¡¡ni queso!!! ¡¡¡No hay queso!!! ¡¡¡Mirá qué problema!!! ¿Me vas a decir a mí que no es un problema…? Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos te conformabas con una vida de araña. Ahora ganás bien, ahora están protegidos vos, tus hijos y tus padres. Sí, pero tenés razón: ¡¡¡no hay queso!!! Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito, millones y millones para comprar la sonrisa de los pobres; sí pero claro, ¡no hay queso!... No es posible enfrentar este iluminado mundo de las conquistas enormes y enfrentarlo desde el rincón de las arañas, revisando los hechos con la lupa de tu mal humor y tu mala voluntad... Hay sol, Mordisquito, sol a baldes...”
Parece que algunas cosas cambian lento, ¿no? Fueron 37 charlas. La última aparición de Mordisquito fue el 10 de noviembre de 1951. Las respuestas a su participación en este ciclo fueron muy crueles. Y pareciera que lo mismo ocurre en 2010 con muchas figuras, a las que se reconoce y premia profesionalmente, pero no se puede tolerar que tomen partido, que se hagan cargo de un ideario y defiendan este modelo de país. Lo escuché mucho alrededor: “Es muy talentoso, lástima que se metió en política.” ¡Como si la política fuera un lugar del que se entra y se sale, y no lo que hacemos cada día con nuestras acciones y nuestras palabras, con nuestras actitudes hacia nuestras personas queridas, nuestros vecinos y colegas! Ay, Discepolín, ¿a mí me la vas a contar?
por Florencia Peña, para "Tiempo Argentino".
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