El
experto informático entró en la historia como un personaje secundario,
pero cada día aparecen más detalles de un pasado dudoso que lo acercan a
los manejos de los servicios y lo colocan en el punto de mira de la
investigación.
Diego Lagomarsino, el misterioso personaje que le entregó una pistola
calibre 22 al fiscal Alberto Nisman y fue la última persona que lo vio
con vida, no sólo percibía 40.000 pesos por prestar servicios
informáticos a la fiscalía de manera remota –es decir, sin concurrir a
su lugar de trabajo–, sino que es el único miembro de esa unidad fiscal
que no posee currículum presentado ante la Procuración. Desde que su
nombre saltó a los medios de comunicación como la persona que le proveyó
el arma con la que Nisman encontró la muerte, dos personas intachables
como Marcelo Saín, fundador de la Policía de Seguridad Aeroportuaria
(PSA), y el abogado José Iglesias, padre de una de las víctimas de
Cromañón, lo han identificado como agente de inteligencia, especialista
en pinchaduras ilegales.
Si el fiscal Alberto Nisman estaba obsesionado por la seguridad informática de la dependencia a su cargo es impensable que se la haya confiado a una persona que conoció porque le hacía el mantenimiento de sus computadoras hogareñas, como sostienen Diego Lagomarsino y su abogado Maximiliano Rusconi. También es impensable que se le abonara un sueldo más elevado que a los adjuntos de Nisman, y que ni siquiera hubiese presentado un CV. Lagomarsino –que tiene más gastos de tarjeta que su abultado sueldo en la fiscalía– es representante en Argentina de la empresa Corporate IT Outsourcing Services, con sucursales en Chile y Miami. Sería bueno saber a quién pertenece esa compañía y qué clase de servicios presta, más allá de los que figuran en la web.
Lo que los custodios de Nisman afirman, que Diego Lagomarsino era un asiduo visitante del fiscal. ¿Siempre iba a chequear las computadoras de Nisman? En ese caso, ¿por qué no hacía lo mismo con las terminales más sensibles de la Fiscalía? Los custodios sugieren que llevaba otras cosas.
Alguno de los custodios del fiscal sabía que Lagomarsino realizaba actividades no legales, amparado por su jefe verdadero, Antonio Stiusso, el ex director de Contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE, que acompañó como un “fantasma” la labor de Alberto Nisman en la causa AMIA.
Esa compañía le permitió al fiscal presentar extensos escritos, pero también constituyó su principal talón de Aquiles, porque no todo material de Inteligencia tiene validez probatoria en un proceso judicial.
El juez Rodolfo Canicoba Corral admitió ante el autor de esta nota que la SIDE, que debería haber funcionado como auxiliar de la Justicia para investigar el peor atentado de la historia argentina, se convirtió, en los hechos, en el conductor de la pesquisa de la Unidad Fiscal AMIA, a cuyo frente Néstor Kirchner había nombrado a Nisman en 2004.
Al igual que a Nisman, la causa AMIA catapultó a Stiusso a la fama, y al igual que a Nisman, luego ocasionó o contribuyó a su caída. La causa le proporcionó al espía más y mejores contactos con el FBI, la CIA, el Mossad israelí y los servicios alemanes.
Los WikiLeaks prueban que la línea de investigación promovida por Washington por medio de su embajada en Buenos Aires consistía en culpar a Irán. Era la línea que llevó adelante Stiusso y, por lo tanto, Nisman.
Tanto Lagomarsino como Nisman sabían que una vieja pistola 22 del año 1962 no es un arma defensiva y ni siquiera disuasoria para llevar en la gaveta, y menos “para proteger a sus hijas hasta el lunes” –como sostiene Lagomarsino–, porque las hijas de Nisman estaban en el exterior y el fiscal tenía comprado un pasaje de vuelta a Europa para la noche del lunes.
Si Nisman, verdaderamente, llamó el sábado a Lagomarsino para pedirle la pistola –y no otra cosa–, es más que evidente que el fiscal quiso dejarlo “pegado” a esa decisión que –según su ex esposa, la jueza Sandra Arroyo Salgado–, “otros le obligaron a tomar. Si Nisman realmente hubiese tomado libremente la decisión de quitarse la vida –por las razones que fuesen–, no sólo hubiese dejado cartas a sus hijas, sino al menos una posdata deslindando a Lagomarsino de toda responsabilidad por haberle facilitado la pistola. Nada de eso ocurrió. O mejor dicho, todo lo contrario: Nisman, u otra persona, dejaron a Lagomarsino con una pistola humeante en la mano. Todo un mensaje.
Si alguien quería conmocionar a la Argentina y al mundo entero con la muerte del fiscal Nisman, es indudable que lo logró sin mancharse con sangre.
Si el fiscal Alberto Nisman estaba obsesionado por la seguridad informática de la dependencia a su cargo es impensable que se la haya confiado a una persona que conoció porque le hacía el mantenimiento de sus computadoras hogareñas, como sostienen Diego Lagomarsino y su abogado Maximiliano Rusconi. También es impensable que se le abonara un sueldo más elevado que a los adjuntos de Nisman, y que ni siquiera hubiese presentado un CV. Lagomarsino –que tiene más gastos de tarjeta que su abultado sueldo en la fiscalía– es representante en Argentina de la empresa Corporate IT Outsourcing Services, con sucursales en Chile y Miami. Sería bueno saber a quién pertenece esa compañía y qué clase de servicios presta, más allá de los que figuran en la web.
Lo que los custodios de Nisman afirman, que Diego Lagomarsino era un asiduo visitante del fiscal. ¿Siempre iba a chequear las computadoras de Nisman? En ese caso, ¿por qué no hacía lo mismo con las terminales más sensibles de la Fiscalía? Los custodios sugieren que llevaba otras cosas.
Alguno de los custodios del fiscal sabía que Lagomarsino realizaba actividades no legales, amparado por su jefe verdadero, Antonio Stiusso, el ex director de Contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE, que acompañó como un “fantasma” la labor de Alberto Nisman en la causa AMIA.
Esa compañía le permitió al fiscal presentar extensos escritos, pero también constituyó su principal talón de Aquiles, porque no todo material de Inteligencia tiene validez probatoria en un proceso judicial.
El juez Rodolfo Canicoba Corral admitió ante el autor de esta nota que la SIDE, que debería haber funcionado como auxiliar de la Justicia para investigar el peor atentado de la historia argentina, se convirtió, en los hechos, en el conductor de la pesquisa de la Unidad Fiscal AMIA, a cuyo frente Néstor Kirchner había nombrado a Nisman en 2004.
Al igual que a Nisman, la causa AMIA catapultó a Stiusso a la fama, y al igual que a Nisman, luego ocasionó o contribuyó a su caída. La causa le proporcionó al espía más y mejores contactos con el FBI, la CIA, el Mossad israelí y los servicios alemanes.
Los WikiLeaks prueban que la línea de investigación promovida por Washington por medio de su embajada en Buenos Aires consistía en culpar a Irán. Era la línea que llevó adelante Stiusso y, por lo tanto, Nisman.
Tanto Lagomarsino como Nisman sabían que una vieja pistola 22 del año 1962 no es un arma defensiva y ni siquiera disuasoria para llevar en la gaveta, y menos “para proteger a sus hijas hasta el lunes” –como sostiene Lagomarsino–, porque las hijas de Nisman estaban en el exterior y el fiscal tenía comprado un pasaje de vuelta a Europa para la noche del lunes.
Si Nisman, verdaderamente, llamó el sábado a Lagomarsino para pedirle la pistola –y no otra cosa–, es más que evidente que el fiscal quiso dejarlo “pegado” a esa decisión que –según su ex esposa, la jueza Sandra Arroyo Salgado–, “otros le obligaron a tomar. Si Nisman realmente hubiese tomado libremente la decisión de quitarse la vida –por las razones que fuesen–, no sólo hubiese dejado cartas a sus hijas, sino al menos una posdata deslindando a Lagomarsino de toda responsabilidad por haberle facilitado la pistola. Nada de eso ocurrió. O mejor dicho, todo lo contrario: Nisman, u otra persona, dejaron a Lagomarsino con una pistola humeante en la mano. Todo un mensaje.
Si alguien quería conmocionar a la Argentina y al mundo entero con la muerte del fiscal Nisman, es indudable que lo logró sin mancharse con sangre.
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